miércoles, 23 de enero de 2013

EL 23 DE ENERO




 

EL 23 DE ENERO


ELIGIO DAMAS
 

              Yo  desperté sobresaltado; estudié rápidamente  las posibilidades  de  huida,  mientras allá en la  calle,  en  plena madrugada, el compadre Jesús Gómez golpeaba con fuerza la  puerta de mi casa y lanzaba grandes voces.

              El  había  regresado  pocos  meses  atrás  de   los horrores de Guasina*. Cayó, como tantos, en una de esas  aventuras locas que, por orden de la dirección instalada en el exterior, el partido  ejecutaba con obstinada frecuencia. Vino de allá  flaco, amarillo y lleno de llagas que su mujer, toda paciencia,  trataba con  agua  oxigenada  y unguento Sánalo;  sinembargo  pocos días después ya andaba en la misma vaina.

              No  sé  como supo que, durante su larga  y  forzada ausencia  que aproveché pará creceò y desperdicié en  angustiarme con  sus propias preocupaciones, ya había entrado en  los  grupos clandestinos y andaba de arriba abajo de la ciudad, por la orilla del río, en horas nostálgicas, de cuando las plazas están vacías, haciendo  contactos y leyendo con avidez folletos de pornografía política que recomendaban como si fuesen la bola del mundo y  que hoy me sugieren cursos apretadísimos de magia negra. Ya sabía  yo de la arrogancia de la política norteamericana, de sus  amapuches con  el dictador, condecorado días atrás por John Foster  Dulles, jefe de la diplomacia de la Casa Blanca; creía yo en las  barbas, bigotes "infalibles” y las medidas inexorables de José Stalin.

               Y  por  esa información que de mí obtuvo,  por  la inexistencia  del  partido, destruído por ese  accionar  heroico, pero  aventurero  e inútil, se llegó hasta  la  plaza  donde  yo esperaba  que  viniese alguien; le acompañaba Juan  de  Mata,  un viejo bravo que había sido su compañeroï de Guasina y veterano  en eso  de  transportar armas, esconder explosivos y aguardar  a  la puerta  de  un  cuartel que los soldados se alzasen,  lo  que  se llamaba  "un momento dado", en el pedestre lenguaje  conspirativo del partido. Por esa fe increíble y disciplina partidista, varios años  había  vivido en la cárcel y más de una vez lo  molieron  a palos.

              Ahora era distinto, en Caracas, desde que  Leonardo se encargó de la dirección de la organización, se venía adoptando una  conducta  diferente. Así lo percibíamos  y  lo compartíamos nosotros en la ciudad nuestra. La táctica era otra y los  viejos, como  el compadre y Juan de Mata, empezaban a entender la  manera más  humana de hacer de los muchachos, que no tenían  reparos  en unirse  a los comunistas e ir tejiendo eso que sería la unidad  y envolvería a todos. Fue esa táctica, la de los muchachos, que Simón hizo del Partido, la que dio el impulso a la bola de nieve. Unir al pueblo, movilizarlo en protesta contra el orden, estremecer la sociedad toda, esa era la línea.

              El  23  de  enero de 1.958, la  unidad  popular  de civiles y militares; de adecos, comunistas, urredistas, copeyanos y  la  inmensa mayoría del pueblo, que nunca ha  tenido  partido, concebida por una dirección joven y abnegada, produjo la caída de Marcos Pérez Jiménez.

Esa madrugada, el programa de radio del Partido que se trasmitía desde Puerto Rico en enlace con la Cadena Caracol de Colombia  y que el compadre y yo con verdadera  obsesión oíamos todas  las noches,  anunció la huida del dictador  en  la "Vaca Sagrada".

              Cuando ya me disponía a saltar la pared del  patio, reconocí  la  voz  del compadre cuando dijo: ¡párese  carajo compadre que por fin cayó el hombre!

              Todos  salimos  a celebrar; los de la línea  de  la unidad  tomamos  las calles. Poco después decíamos  a  la  gente
"Tranquilícense   que   ya   triunfamos.   Dispérsense, váyanse tranquilos", repetíamos sin cesar el compadre, Juan de Mata y yo.

              Pero  allá  arriba no hubo  dispersión. Los  otros tuvieron  cuidado de irse en bloque y directamente a  Miraflores, mientras  todos los compadres, los Juan de Mata y los tipos  como yo de Venezuela, nos embriagábamos de un triunfo como el agua que se recoge con las manos abiertas.
*Guasina, isla inhóspita en medio del Orinoco, convertida en Campo de concentración destinada a “depositar” enemigos del gobierno. Años posteriores, Rómulo Betancourt, sarcasmos de la vida, reeditará ese vil procedimiento al habilitar con el mismo fin “la isla del burro”, en las aguas del lago de Valencia.
              Columna: Ayer y Hoy
              Diario de Oriente, jueves 23 de enero de 1.986.



EL COLCHÓN DEL PRESIDENTE

ELIGIO DAMAS



              Cuando nuestros viejos pensaban que usura era usura así  estuviese  legalizada; aunque ya a los usureros  no  se  les llamase  así  sino banqueros; pese a la  racionalización  de  los intereses  y a que se dijese que era una fórmula muy  progresista que  permitía concentrar el ahorro público e invertirlo  en  obra provechosa;  ellos como buenos católicos, preferían  guardar  sus excedentes  de dinero en perolas y hasta en botijuelas.  Algunos, más precabidos, optaban por enterrar perolas o botijuelas  llenas de dinero para no tentar a los hijos o a los nietos. Lo peligroso del  procedimiento  era  que muchas veces  por  morir  de  manera imprevista  o  por  avaros, no revelaban a nadie  suy  secreto  y aquello se transformaba, según la jerga popular, en un entierro.

              La costumbre  de  guardar  dinero  en  perolas   o botijuelas  y hasta enterrarlo, se correspondió con la  época  en que  no  era  frecuente el colchón; tampoco los  jergones  y  los banqueros  no tenían lo suficiente como para ser honorables.  Era el  momento en que la gente pobre descansaba los huesos sobre  un petate;  los menos miserables, sobre un catre, cama  portatil  de lona,  sin  colchón  ni colchoneta;  antecedente  de  esas  camas llamadas sánnduches; un aporte nuestro al "american way life". Los de vida menos precaria, en lugar de jergón, que por ser de hierro era  importado  y de uso poco frecuente, utlizaban  un  tambor  -rectángulo  de  madera  ­ tejido de mimbre que  ejercía  un  gran atractivo  sobre las chinches. Sobre ese tambor iba el colchón  en las  casas  de  gente  acomodada. El  tipo  de  gente  mencionada anteriormente,  que no llegaba al nivel de acomodada,  le  echaba lomo o costilla directamente al mimbre; apenas suavizado por  una gruesa  cobija  a  la que las viejas  orientales,  no  sé  porque sentimiento nostálgico, tenían gran afecto.

              Más tarde, cuando el colchón se hizo popular y  los hijos  descubrieron el truco del dinero en marmita o botijuela  y las  paradas de noche del viejo y el ponerse a cavar en  la  pata del  guayabo, nació la muy sensual forma de guardar el dinero  en el  colchón. Concientemente se decía "primero me matan  antes  de robarme los reales". Se partía de la idea  que los ladrones  eran artesanos nocturnos, "que trabajaban en las sombras de la noche". Pero también era una forma insconciente de masturbación, de  goce sensual.  Era  como tener cerca, debajo del  cuerpo,  al  supremo poder, a la hembra más hembra o al macho más cabrío.

              Pero el colchón de goma, tela, algodón, agua u otro material  suave  es  además,  y por sobre  todas  las  cosas,  un colchón; para que la cama o el jergón no le agujereen a  uno  las costillas  y  para lanzarse sobré él. Es pues  un  protector,  un absorvente de golpes.

              Cuando  el presidente hizo mención al  colchón  del Dr.  Azpúrua,  el  ministro de hacienda ­ que  no sé  porqué  me recuerda  tanto a Luis Ugueto, el niñito de Chicago, el  ministro del mismo ramo de Luis Herrerá ­ yo entendí que, en lugar de goma o algodón, estaba relleno de dinero abstracto o idea pura. Era  o es  un algodón fabricado y engordado con un asiento  contable  de dinero  por entrar, según yo interpreté al presidente. Un  barril por vender y por vender un barril son dos barriles, calculaba  el ministro.  Es pues una alcancía, como la de los abuelos, pero  muy sofisticada, llena de dinero craneado. De modo que si alguien  la llegase  a  robar se llevaría en gran  chasco;  sólo encontraría dinero  ideal;  sin  valor pero no  falsificado;  dinero  que  no aceptaría ni aquel viejo filósofo que sse puso en el camino de  un tren para demostrar que éste no existía, que era idea pura.  Este colchón, gran aporte defensivo del Dr. Azpúrua, fundándose en  las invenciones  de los abuelos, como un colchón  cualquiera también sirve,  según  su creador, para aguantar los  golpes  contra  el negocio petrolero. ¡Es pues un escudo!

              Según  el presidente, su ministro de hacienda  hizo una estimación exagerada del ingreso y lo hizo exprofeso para que sí caían  los  precios  del petróleo no  se  viera  afectada  la ejecución  presupuestaria.  A  esa estimación  contable  del  Dr. Azpúrua, el presidente le llamó colchón.

              Pero si Ugueto, con sus aires de niño sabihondo, de pipita humeante y olorosa, le enredó las cuentas a Luis Herrera y le  condujo a un rotundo fracaso; Azpúrua, con su porte de niñito recién bañado, bien peinado y oloroso a colonia, de vocecita nasal,  muy preocupadito  por pagar la deuda externa y muy preciso en suma  y resta,  parece dominar la rara habilidad del encantamiento, a  un nivel tal, que aspira que nosotros, durmiendo en el suelo  pelado como  estamos,  creamos hacerlo sobre un gordo y  suave  colchón, relleno de billetes de verdad. ¡Cómo el de los abuelos!

              ¿Será  por  eso  que  el  presidente Lusinchi  habló   de botijuelas repletas de dinero?


                    Diario El Norte
                    Barcelona, domingo, abril de 1986.




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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 1/22/2013 03:29:00 p.m.

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