jueves, 11 de agosto de 2011

EL PRINCIPITO Y EL MENDIGO ¡POR AHORA!


EL PRINCIPITO Y EL MENDIGO ¡POR AHORA!

Eligio Damas
Tom Camty, “el fingido príncipe” recorre ahora de nuevo las calles de Londres, Manchester, Liverpool y Birghiman; se ha multiplicado por miles y la flema británica, esa de la que tanto se habla y por la que un vasallo de su majestad la reina o rey de Inglaterra, según dicen los adoradores, nunca se altera o violenta, salvo le pongan por delante un negro o combatiente por la libertad, parece haberle abandonado, para tratar de dirimir sus asuntos domésticos. Su mendicidad no parece ser ocasional o hipotética, la crisis la patentiza y acentúa. Porque este “mendigo”, inconforme e indignado es variopinto. Negro, asiático, europeo del este, latinoamericano y hasta vikingo; su ancestral actitud de vasallo que reproduce en juego el orden cortesano se ha descompuesto. Son vainas inevitables de la vida y males acumulados.
Hubo un estallido. Bandas saquearon infinidad de negocios. Muchachos como Tom Canty, el vagabundo o mendigo en la obra de Mark Twain, que ahora como en el tiempo de aquella ingeniosa historia, abundan en el reino que solo exhibe oficialmente príncipes encantados, cuentos de hadas como el reciente matrimonio de dos muchachos cortesanos y el de la “alocada” Diana, llena de lujos, muy rutilante vida y dramática muerte. Son puestas en escena y exhibiciones de utilería para el turismo y exacerbar el diluido orgullo nacional.
Precisamente ese orgullo británico, linaje y pompa, fueron sorprendidos por estos acontecimientos que parecían propios del tercer mundo; de la América mestiza, pueblos árabes y africanos. La última conmoción popular que experimentó la realeza británica fue aquel acontecimiento de los años sesenta por los muelles de Liverpool; la aparición de The Beatles. Pero la “inteligencia” no cortesana pero si cortejada, tampoco se explica lo qué pasa. ¡No hay razones!
Pero Twain, había advertido a la realeza y su exquisita corte, con el intercambio de roles entre Tom y Eduardo, que más allá del estrecho círculo de la nobleza, había hambre, desolación, privaciones y sentimientos que solían no ser muy condescendientes pese la aparente mansedumbre.
El Caracazo dejó a mucha gente como con el bate al hombro y a otros les exhibió descolgados. Una concepción política vanguardista, burocrática y hasta guerrillera, que no sabía para qué servía el pueblo, pero creía conocerlo todo y tener el control de las manijas del mundo, se descubrió de repente incompetente e inútil. Aquello de Jean Paul Sartre, “la dialéctica es una totalizadora que se totaliza así misma”, no les dijo nada como tampoco lo de “inventamos o erramos.” Por eso, muchos están donde están, durmiendo “con el enemigo.”
Dicen que murieron miles en un movimiento sin coherencia, salvo por la rabia y el odio contra todo lo injusto, el FMI, el imperialismo, quienes acumulan riquezas sin cesar y sus políticas depredadoras; fue un estallido clasista que rompió un aparentemente idílico cuadro social. También se pronunció contra la incompetencia de quienes creían tener el control del movimiento y del cambio por manejar un lenguaje cifrado, unas señas compartidas hasta con el más allá y el visto bueno del Olimpo. Cuando aquel movimiento se expresaba, un poco parecido a como ahora lo hacen los “flemáticos” ingleses, enorme calentera de por medio, nadie sabía qué pasaba, por qué de ello y de dónde vino el santo y seña que remontó montañas, se encabritó sobre las olas y se fue rodando por las ondulaciones de la llanura. La “dirigencia” se limitó a ver los toros desde la barrera. ¿Qué vaina es esa?, se preguntaron sorprendidos quienes se pasaron la vida esperando el momento para asaltar el cielo. Y siguieron tranquilos en sus componendas.
Luego un “loco” comandó un acto vanguardista, sin raíces, casi se inmola; cierra con una frase premonitoria, ¡por ahora! Avisó que volvería sobre los “pasos perdidos”; lo hizo con la gente y raíces.
Ahora en Inglaterra, como sucedió acá en esta aldea del mundo inhóspito y salvaje, los doctores, sociólogos, filósofos y por supuesto políticos, no saben qué sucede. Es una elemental manera de demostrar cómo a quienes dominan y los siempre desacertados, encantados por las sirenas de la corte, aunque crean ser distintos, algún día habrá de llegarles su cuarto de hora. Tifones y huracanes que amenazan su calma y mandan señales precisas, no se explican ni se entienden, solo molestan.
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