lunes, 9 de diciembre de 2019

HOSPITALES HABANEROS

APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross
Hospitales habaneros

Si Emergencias (1920) con su pórtico de ocho columnas de estilo dórico
y su escalinata de granito, fue el primer hospital monumental con que
contó La Habana, el Reina Mercedes (1886) fue el primer hospital
moderno y científico de que dispuso la ciudad. Enclavado en el terreno
que ocupa, desde 1966, la heladería Coppelia, la forma y distribución
del edificio eran las más perfectas de su tiempo, y todavía en 1922 se
le conceptuaba como una instalación de salud que nada tenía que
envidiar a las mejores del mundo. El Calixto García data de 1896. Se
denominó originalmente Alfonso XIII, en honor del entonces rey de
España, y recibió el nombre de Hospital Número Uno en tiempos de la
intervención militar norteamericana. La Purísima Concepción, de la
Asociación de Dependientes del Comercio de La Habana (actual Hospital
Diez de Octubre) abrió sus puertas en 1881, y en 1897 lo hacía La
Covadonga (hoy, Hospital Salvador Allende) del Centro Asturiano.  En
1931 se inauguró el Hospital de Maternidad América Arias (la llamada
Maternidad de Línea) y en 1947 el Hospital Curie (Instituto de
Oncología). Las Ánimas, destinado primero a la atención de la fiebre
amarilla, se utilizó después para el aislamiento y cuidado de
pacientes con enfermedades infecto-contagiosas severas y graves, y el
sanatorio antituberculoso de La Esperanza se instaló en la finca
Asunción, de Arroyo Naranjo, en 1907. Ambos desparecieron después de
1959.  Maternidad Obrera presta servicios desde 1941, y desde 1944 lo
hace el hospital infantil Ángel Arturo Aballí.
    De hospitales y de médicos ilustres estaremos hablando enseguida.
Solo diremos antes que Cuba fue el primer país del mundo que creó y
organizó la Secretaría (Ministerio) de Sanidad y Beneficencia.  Fue
una iniciativa del doctor Carlos J. Finlay, calorizada  por el mayor
general José Miguel Gómez, que la puso en práctica, como parte
integrante del Poder Ejecutivo, el 28 de enero de 1909. A partir de
1940 pasó a llamarse Ministerio de Salubridad y Asistencia Social
hasta que el Gobierno Revolucionario le dio el nombre de Ministerio de
Salud Pública.
Baste recordar algunos nombres para cerciorarnos de que la medicina
cubana ha tenido siempre un nivel altísimo. En el siglo XIX sobresalen
Finlay y Joaquín Albarrán. La lista se hace interminable en el siglo
XX: Benigno Souza, Ricardo Núñez Portuondo, Nicolás Puente Duany,
Antonio Rodríguez Díaz, Zoilo Marinello, Pedro Kourí, Clemente y
Alberto Inclán, Julio Martínez Páez, Carlos Ramírez Corría, Rodrigo
Álvarez Cambra…  El eminente clínico Pedro Castillo fue médico de
cabecera  del sátrapa dominicano Rafael Leónidas Trujillo, No nos
llamemos a engaño, sin embargo. Una cosa es la Medicina y otra la
Salud Pública. Y esta andaba muy mal aquí  antes de 1959.  Tanto que
en 195l, el doctor Ángel Castellanos, figura cimera, junto con Aballí,
de la pediatría en Cuba, consideraba que más de 500 niños morían todos
los años en la Isla por falta material de asistencia médica y que solo
en el barrio habanero de Mantilla miles de infantes carecían
totalmente de ella. En 1954, el Colegio Médico denunciaba el déficit
de camas para enfermos en los hospitales de la República, y dos años
después el propio Colegio hacía público un informe que consignaba que,
según datos oficiales, el presupuesto  diario para un enfermo
hospitalizado en La Habana, contando con que no se lo robaran,  era de
$2,69, cifra que descendía en las provincias y se hacía crítica en
Oriente, donde se reducía  a  88 centavos, cuando el mínimo requerido
debía ser de ocho pesos diarios por cama.
El Consejo Nacional de Tuberculosis tenía, en 1951, un déficit de 40
000 pesos mensuales, y en La Esperanza, con capacidad para 700
hospitalizados, se hacinaban mil pacientes. Un día, cansados de la
mala atención, la pobre alimentación y la carencia de medicamentos,
los enfermos tomaron los jardines y las calles interiores de la
instalación y luego paralizaron el tráfico en la calzada de Bejucal.
Elementos de la Policía Nacional, llegados al lugar con armas largas
como para reprimir un motín, fueron incapaces de desalojarlos. Acudió
también, a toda prisa, el Ministro de Salubridad. Los enfermos no se
quejaban de los médicos ni de la dirección del hospital. Culpaban de
sus desdichas al Consejo Nacional de Tuberculosis y al Ministro mismo.
Insistían en conversar con el Presidente de la República y se
declararían en huelga de hambre para logar sus objetivos.
Eso, en muchas ocasiones, llevó a la iniciativa privada a asumir el
papel que el Estado y las administraciones municipales dejaban de la
mano. Para la construcción del hospital Reina Mercedes, por ejemplo,
se contó con lo que el municipio habanero aportó de la venta de los
terrenos del viejo hospital de San Juan de Dios, pero resultaron
decisivos los legados, a título totalmente personal, de Joaquín Gómez,
Josefa Santa Cruz de Oviedo y Salvador Samá, marqués de Marianao. Lo
mismo sucedió con el Curie, construido en gran medida gracias a las
donaciones de María Bonet viuda de Falla y sus familiares, creadores
además de la Liga contra el Cáncer. Esta entidad organizaba un día al
año una cuestación pública. Grupos de mujeres salían a la calle con
alcancías de lata provistas de una envoltura amarilla, y en ellas la
ciudadanía depositaba lo que tuviera a bien, segura de que el dinero
se invertiría en forma acertada y utilísima. Cada contribuyente, a
cambio de su donación, por modesta que fuera, recibía un sello de
papel también amarillo que la propia recaudadora, con un alfiler,
prendía en su pecho. Igual proceder adoptaba la Liga contra la
Ceguera.



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Ciro Bianchi Ross

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