sábado, 21 de diciembre de 2019

EDUARDO DELGADO "COMPAÑERO DE LA JODIENDA REVOLUCIONARIA




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Eduardo Delgado, “compañero de la jodienda revolucionaria”

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Eduardo Delgado Bermúdez. Foto: Cubaminrex/Cubadebate.
  • “60 años de diplomacia revolucionaria” es una serie del Ministerio de Relaciones Exteriores y Cubadebate.
Tenía 15 años “era un flacucho con menos de 40 kilos de masa corporal”. Al filo del mediodía, lo empujaron hacia el interior de la Novena Estación, ubicada en Zapata y calle C, al lado del Castillo del Príncipe, en La Habana. El teniente coronel Esteban Ventura Novo, jefe de distrito de la Policía, lo esperaba “enterito”.
“Cuando me obligaron a sentarme, Ventura se estaba poniendo su impecable saco blanco de dril 100. Era famoso por ser figurín. Me miró y dijo: ‘Coño, pensé que eras mayor, pero eres un pichoncito’. Permanecí callado. Entonces, ordenó que me retiraran y aislaran inmediatamente. Antes de dar la media vuelta, soltó la frase que no lo dejaba dormir: ‘Cabrón, así que tú eras el de la idea del curare’. Me quedé frío y pensé: ‘Me jodí’”.
Eduardo Delgado Bermúdez es un sobreviviente. “En la lucha clandestina estábamos vivos de milagro, siempre te sentías perseguido por el ojo de un francotirador. Te tocaba, o no. A veces, las circunstancias te podían salvar o matarte”, piensa en voz alta el profesor del Instituto de Relaciones Internacionales Raúl Roa García. Afuera, el bullicio de los jóvenes estudiantes rompe la angustia que dejan sus palabras.
A los 14 años, cuando estudiaba en el Instituto de Segunda Enseñanza de Marianao, Eduardo Delgado se sumó a las huelgas convocadas por el movimiento estudiantil contra la dictadura de Batista. “En aquellos tiempos nadie llegaba a susurrarte nada. Ibas porque lo sentías. Creo que los libros de José Ingenieros ayudaron”, dice.
El diplomático cubano recuerda cada detalle de su vida con una lucidez meridiana: la clandestinidad, el desgarramiento, el exilio, la Revolución, las embajadas, el aula… Es imposible obviar algún capítulo de su existencia, su heroica y aguda voluntad de reconstrucción.
En el barrio, La Ceiba, de Marianao, el adolescente Delgado creó una brigada juvenil mixta del Movimiento 26 de Julio, conformada por estudiantes y trabajadores de diferentes sectores. Así se inició en la “jodienda revolucionaria”, como Roa escribiera muchos años después en la dedicatoria de un libro.
“A finales de 1957, el Comandante Fidel Castro aprobó la propuesta que le había hecho Frank País antes de morir: convertir las brigadas estudiantiles en milicias. Debíamos continuar con la misma labor, que iba desde la agitación, la propaganda y el sabotaje hasta las acciones. Cuando se produjera la huelga general y cayera la dictadura, seríamos los responsables de mantener el orden en la ciudad”, explica.
Delgado pasó a ser teniente de milicia, jefe de una compañía que debía tener hasta 77 hombres, “pero en realidad nunca se llegaba a completar –precisa–. Era muy difícil reclutar a tanta gente. Logré reunir un poco más de 50 hombres”.

“En esta repartición nos toca morirnos”

¿Cuáles fueron las principales acciones en las que participó dentro del Movimiento 26 de Julio?
–La noche de las cien bombas, operación llevada a cabo el 8 de noviembre de 1957 en La Habana contra la dictadura de Fulgencio Batista. En realidad, no fueron 100, sino alrededor de 80 que se colocaron en todos los lugares de ciudad. Esta acción no era una actividad de terrorismo, sino de sabotaje.
¿Cuál es la diferencia?
–La diferencia es que los grupos terroristas colocan el explosivo indiscriminadamente en cualquier lugar para que la población civil salga afectada, herida. Así lo hizo después la contrarrevolución en Cuba. Nosotros lo que hacíamos era sabotaje en un lugar donde se causara daño económico o daño a las instalaciones del régimen. Tan es así que esa noche, en la cual se pusieron tantas bombas, no hubo ni un herido por las explosiones.
“Luego ejecutamos operaciones más sencillas, como regar alcayatas para provocar que los autos se poncharan en el Malecón. Uno se montaba en una guagua con un cartucho lleno de alcayatas. Iba aparentemente ensimismado y comenzaba a tirarlas por la ventanilla. Luego se formaba la ‘ponchadera’ de carros.
“En otra oportunidad, participamos en la quema de 30 o 40 ómnibus en una semana. Después, se orientó desarmar policías para buscar armas, porque la clandestinidad nunca tuvo armas suficientes. Había que arrebatarle el arma al policía y entregarla como prueba de que se había realizado la acción”.
Armas que nunca tuvo en sus manos en plena huelga general del 9 de abril. ¿Qué pasó aquel día?
–A las milicias les asignaron ocupar La Habana Vieja, cada calle de la zona que va desde Egido hasta el mar. Se cerraba el área como un semicírculo. Tenía una ventaja, y es que las calles son estrechas, y eran fáciles de obstaculizar para que las perseguidoras no entrarán. Sin embargo, tenía una desventaja grande, dentro de ese perímetro estaban la jefatura de la Policía Nacional, el Estado Mayor de la Marina de Guerra, dos estaciones de policía y ocho ministerios que tenían su guarnición propia.
“Era necesaria una gran cantidad de armamento para derrotar esa fuerza y evitar que nos aplastaran. La idea era ocupar La Habana Vieja mientras durara la huelga. A mí me tocó la calle Acosta, desde Egido hasta el mar. En la zona había muchos almacenes de víveres con los cuales se podían garantizar la subsistencia. El Palacio Presidencial quedaba cerca del perímetro. Realmente había muchas fuerzas del régimen. El problema fue que no llegaron las armas que se esperaban; se atacó la armería, pero no fue suficiente”.
¿Fue un fracaso total?
–La huelga del 9 de abril en La Habana fue probablemente la acción más importante del Movimiento 26 de Julio en la ciudad. ¿Por qué razón? Porque era una convocatoria a una huelga general con el sector obrero, con las milicias… el Ejército Rebelde, que también hizo acciones de apoyo. Ya estaba en paro el sector estudiantil. A partir de la muerte de Abreu Fontán, con apoyo del Directorio Revolucionario y de otras organizaciones, paramos todos los centros estudiantiles.
“Esa fue la huelga estudiantil más grande que se dio en Cuba. Duró desde marzo de 1958 casi hasta mayo. La Universidad de La Habana estaba cerrada, se pararon las escuelas privadas, todos los centros de segunda enseñanza.
“Cuando Fidel firmó el documento que convocaba a la huelga del 9 de abril, dijo que la huelga estudiantil no debía cesar en tanto no cayera la dictadura, y encomendaba al Frente Estudiantil Nacional (FEN) seguir adelante con el paro. En un llamamiento de cinco páginas, dos fueron dedicadas al paro estudiantil.
“Desde el punto de vista militar sí no se obtuvieron los resultados; por lo tanto, se puede calificar de un fracaso. La única ciudad que pudo ser tomada fue Sagua la Grande. Fue la acción donde hubo más muertos en toda la lucha revolucionaria contra Batista. Fueron 135; de ellos, 35 en La Habana, algunos compañeros míos.
“Cuando, la noche anterior, se nos informó que las armas no llegarían, supimos que la acción iba a ser un fracaso, porque no podríamos tomar La Habana Vieja. Alrededor de 70 hombres estarían conmigo y solo tenía dos pistolas y un revólver. Luego nos entregaron una pistola más para todos. El plan inicial era de 10 armas largas y alrededor de 10 cortas, era la única forma de hacer un primer intento, recuperar armas y seguir”.
¿Pudo dormir esa noche? ¿Dónde estaba?
–El 8 de abril, Marcelo Plá y Carlos Astiazarraín me informaron que no había armas y que había que ir con lo que hubiera. Todos estábamos convencidos de que iba a fracasar la acción y que no podíamos… Solo con pensar en las fuerzas que tenía la dictadura: miles de soldados, marines... Esa noche no la olvidaré nunca.
“Protesté mucho y en medio de la discusión dije: ‘Eso es una barbaridad, no se puede ir. Nos van a matar’. Carlos Astiazarraín permanecía callado, Marcelo hablaba todo el tiempo. Carlos me miró y dijo: ‘Eduardo, no te preocupes, en esta repartición nos toca morirnos’”.
Eduardo Delgado se estremece. Vivió su juventud al borde de un abismo –del que pocas veces se atreve a hablar–. Seis décadas después, él y su dolor andan solos. Aquel día en que creyó morir, nacía de nuevo y asistía al alumbramiento sangrante de un suceso mayor.
“La operación de armería surgió, precisamente, como la búsqueda de algunas armas. En la armería lo que había era alrededor de 70 escopetas y algunas armas cortas que habían llevado a reparar. De los cinco compañeros que la atacaron, cuatro murieron, entre ellos Carlos Astiazarraín.
“A partir de ahí se desató una cacería. Incluso, mataron gente que estaba presa. Fue un golpe durísimo. La dictadura pensó que ahora sí nos iba a derrotar. Surgió el plan de exterminar a Fidel, la ofensiva, la represión en todas las ciudades fue más despiadada que nunca. Esa noche fue muy triste.
“Se vinieron abajo los planes, murieron muchos compañeros, la noche del 9 de abril fue espantosa. Los días siguientes fueron más terribles, porque la represión llegó a niveles que nunca antes había alcanzado. Se hicieron cosas horrendas.
“Las líneas de mando en las milicias se habían interrumpido, la lucha en la ciudad continuó en condiciones muy difíciles, hasta que en julio de 1958 caí preso. Nunca pensé ver el triunfo, solo sabía que había que hacerlo todo por lograrlo. Luego lo vi”.

Ventura y el curare

¿Por qué Ventura Novo lo buscaba?
–Esteban Ventura Novo Rivero, ‘el sicario de traje blanco’, era uno de los más grandes asesinos de las fuerzas represivas del dictador Fulgencio Batista. ¿Cómo caí en sus manos? Yo tenía unas pistolas y un compañero me dijo que alguien quería cambiar algunas armas cortas por fusiles M1. Le dije que no, en la clandestinidad son mucho mejor las armas cortas.
“Pero esa gente me conocía. Ellos estaban planificando un atentado contra Ventura, y cuando el compañero me lo comentó, dije que la mejor forma de hacerlo era empleando un veneno que mata instantáneo, que usaban las tribus venezolanas, del cual había leído días antes en la revista Selecciones: el curare. Les recomendé que lo consiguieran en Venezuela, porque allá había mucha gente exiliada. Se traía, se envenenaba un dardo y se disparaba con una pistola de perle. Las posibilidades de que quienes participaran en la acción salieran con vida iban a ser mayores.
“Ellos cayeron presos, hablaron y la policía me fue a buscar a Marianao. En un primer momento, escapé. Pero, como a los diez días, los agentes de Ventura lograron capturarme y me llevaron ante él”.
¿Cómo salió vivo de aquellas circunstancias?
–Cuando fueron a mi casa y no me pudieron capturar, se llevaron a mi padre como rehén. Lógicamente, mi madre quedó desolada. A la semana fue a visitarla una señora que había sido vecina de nosotros, y se encontró el panorama de mi padre preso y yo huyendo. Mi madre le explicó que Ventura me andaba buscando y ella le comentó que su sobrina, que nos conocía a nosotros, estaba casada con el hermano de Ventura. ‘Hoy mismo hablo con ella’, dijo. Y, efectivamente, lo hizo.
“Me capturaron y a los cuatro días de estar preso vi llegar a un señor muy parecido a Ventura, pero mucho mayor. ‘¿Cómo te tratan?’, me preguntó. ‘Bien’, respondí. Sonrió. ‘Soy Benigno, el hermano de Ventura, el esposo de la sobrina de Lis’, se presentó. Ese fue el hombre que intercedió por mí”.
¿Cómo era ese otro hombre de apellido Ventura?
–Un hombre decente, honrado, no tenía nada que ver con Esteban Ventura. Desgraciadamente, sufrió mucho por ser hermano de Ventura. De las hijas se burlaban mucho en la escuela al Triunfo de la Revolución. Le decían ‘charco de sangre’. Tuvo que irse del país, nunca me pidió ayuda.
¿Se la hubiera dado?
–Sí, porque se la merecía. No solo porque me salvó, sino porque era un hombre honrado y decente. Días después me soltaron y entregaron a mi padre en la madrugada.
El Movimiento no pudo esconder ni mandar para la Sierra Maestra a Eduardo Delgado. Era una operación muy arriesgada. Había salido de las garras del más célebre torturador de Cuba, “una suerte que no se repite dos veces”.
Salió hacia México con credenciales del Movimiento 26 de Julio. “Llegué el 27 de agosto de 1958 y me incorporé al Movimiento.en el exilio”.
El 2 de enero de 1959, regresó a Cuba en un avión que Camilo Cienfuegos había enviado a Ciudad de México. Llegó a La Habana a las 12:30 a.m.

Por debajo del traje y la corbata, el uniforme verde olivo


Eduardo Delgado Bermúdez. Foto: Cubaminrex/Cubadebate.
¿Usted proviene de los Órganos de la Seguridad del Estado?
–Soy fundador de los Órganos de la Seguridad del Estado porque al triunfo revolucionario el Ejército Rebelde se vio obligado a adoptar la misma estructura que tenía el Ejército constitucional. Estábamos en un período de tránsito. La estructura tenía cinco divisiones en el Estado Mayor: G1 (Personal), G2 (Inteligencia), G3 (Operaciones), G4 (Logística) y G5 (Inspección).
“Cuando en marzo nombraron a Ramiro Valdés como jefe del G2, él se dio cuenta –en reuniones que tuvo con jefes de distintas áreas del Movimiento 26 de Julio– de la importancia que tenían las milicias, porque eran una organización territorial que llegaba a todos los rincones de La Habana. Ramiro incorporó al G2 naciente la estructura de las milicias. Por eso pasé a formar parte de la Seguridad del Estado”.
Entonces, ¿cómo llegó a la política exterior?
–En 1960, la política exterior de Cuba estaba sacudida por los rompimientos de relaciones. Comenzaba la hostilidad de Estados Unidos, se estaba preparando la invasión por Playa Girón, un hecho abierto y público. Desde 1959, en la OEA se intentaba condenar a Cuba, entregar las bases jurídicas regionales para una sanción colectiva, de varios países que agrupara EE.UU. para romper con Cuba.
“En agosto de 1960, se celebraron la sexta y séptima reuniones de consulta de cancilleres de la OEA en San José, Costa Rica. La primera se convocó porque Trujillo le había hecho un atentado a Rómulo Betancourt, el entonces presidente de Venezuela, y este país presentó una denuncia para que la agresión fuera condenada.
“La segunda, la solicitó el gobierno de Perú porque ‘los principios democráticos americanos’ estaban ante ‘una amenaza’ o ‘supuesta intromisión extracontinental’. No lo dijeron explícitamente, pero respondían a los deseos de EE.UU. El 17 de marzo de 1960, Eisenhower había dicho en la reunión donde aprobó el Programa de Acción Encubierta contra el Régimen de Castro: ‘Se trata en esencia de que la OEA nos ayude’.
“Había una serie de planes contrarrevolucionarios en marcha para ejecutar en aquella reunión. Sabían que, si Cuba era atacada, Roa iba a salir de la reunión, se iba a retirar. Cuando se descubrió que esa compleja situación política podía derivar en una acción armada, Ramiro Valdés nos dijo a cinco compañeros que nos incorporáramos a la delegación. Así comenzó mi relación con el Ministerio de Relaciones Exteriores, como oficial del G2. Teníamos la indicación de ponernos a las órdenes de Roa, realizar el trabajo diplomático que hubiera que desempeñar y, en el caso de una agresión armada, enfrentarla.
“Nos informaron 24 horas antes que teníamos que irnos. Así eran las cosas cuando empezó la Revolución. Salimos para San Ambrosio a buscar trajes, camisas y hasta maletas, porque no teníamos nada, y de ahí al aeropuerto.
“Al llegar a Costa Rica tuvimos la información de que había un plan para tumbar el avión en que el canciller regresaría. En ese momento, los aviones que iban a usar en playa Girón estaban en Guatemala; con dos de ellos iban a derribar el avión cubano, simulando que era un accidente. Tuve que venir a La Habana e informarlo. Después se hizo un plan para evadir la posible agresión contra el avión, y en esas circunstancias nos incorporamos a la diplomacia.
“Éramos diplomáticos a la carrera, no de carrera. Por debajo del traje y la corbata, se nos salía el uniforme verde olivo”.
¿Cómo fue estar a las órdenes de Roa?
–Roa era un paradigma para todos los jóvenes, más para los estudiantes que veíamos a la Generación del Treinta como un referente. Nunca lo había visto. Cuando lo conocí, me di cuenta rápidamente de que era una persona muy vivaz, inquieta, de una gran erudición, de respuestas siempre increíbles. Tenía un dominio tan completo del idioma que lo mismo era capaz de inventar una palabra, que de utilizar una mala palabra de forma tal que pareciera lo más normal dentro del discurso.
“En la delegación intimamos muchísimo. Teníamos similares puntos de vista. En Cuba había una situación interna complicada, empezaba todo el proceso del sectarismo. Nosotros estábamos en contra de eso; él también, y era víctima de ello. Había afinidad, empatía. Estábamos en la misma trinchera, ahí se estableció un vínculo muy fuerte. Con él no solo se aprendía, sino que se pasaba bien el rato, era muy imaginativo”.

Vindicación en San José

Aquella semana en San José fue complicada, ¿qué momentos de mayor tensión recuerda?
–Vivimos cosas muy intensas por esos días. Durante la sexta reunión de consulta de cancilleres hubo una gran bronca entre Roa y el secretario de Estado de EE.UU., Christian Herter. Roa planteaba que no había que condenar a Trujillo, sino al padre de la criatura, quien lo puso ahí, Estados Unidos. Eso provocó enfrentamientos verbales muy fuertes.
“Cuando llegó la séptima reunión, nos tocó a nosotros. Aunque en la agenda no aparecía mencionada, Cuba fue el centro de imputación de la asamblea. En la noche del domingo 28 de agosto, tras la votación de los gobiernos latinoamericanos contra una propuesta cubana que denunciaba la agresión a un Estado americano por otro Estado del continente, Roa dijo: ‘Los Gobiernos latinoamericanos han dejado a Cuba sola. Me voy con mi pueblo, y con mi pueblo se van también de aquí los pueblos de nuestra América’. Es preciso aclarar que Cuba no se estaba retirando de la OEA, sino de la reunión. No fue hasta 1962 que nos expulsaron de la OEA.
“Cuando Roa y la delegación cubana nos retiramos de la séptima reunión de cancilleres, como lo tenían previsto, un grupito de contrarrevolucionarios trató de tomar el puesto de Cuba. Los movimientos de solidaridad costarricense evitaron que lo hicieran. Nos fuimos para el hotel de enfrente, donde teníamos unas habitaciones rentadas. Allí cantamos el himno nacional y se hicieron esas fotos memorables. Luego nos dirigimos a la embajada.
“La guardia nacional de Costa Rica tenía rodeada la embajada. No nos dejaban entrar. Cuando les explicamos a los militares que era el canciller, tampoco entendieron. Roa se molestó y defendió su derecho de pasar junto a su delegación. Un teniente dijo que iba a llamar a los superiores, fue hasta un jeep y estableció comunicación.
“Demoraba y Roa, que tenía un temperamento muy nervioso, le partió para arriba al cordón policial para entrar. Unos esgrimieron las cachiporras, otros montaron las armas (M3). Lógicamente, nosotros también sacamos las nuestras, para que supieran que si tiraban nos matábamos todos.
“Fue un momento muy tenso. Junto a Roa fuimos avanzando de espalda hacia la embajada, en retroceso. Ellos no dispararon, nosotros tampoco. Pasamos el cerco. Pero, lógicamente, la prensa filmó eso: las pistolas, la metralleta, todo…”.
¿Cómo logran desmontar el plan de atentado?
–Roa fue a ver a Mario Echandi Jiménez, que era el presidente de Costa Rica, y lo acompañamos. Le dijo que querían tumbar el avión de Cubana. Echandi, palabras más o menos, comentó que estaba al corriente de que había planes, pero que le daba garantía de que el Gobierno costarricense iba a garantizar la vida de él y de la delegación.
“Le propuso un plan: cuando llegara el avión de Cubana al aeropuerto, en la punta de la pista habría uno costarricense, civil, al cual íbamos a entrar en la madrugada sin que nadie nos viera. Era un área militar protegida. Apenas aterrizara el nuestro, el otro despegaría y nos traería para Cuba. Como prueba de garantía, aseguró que le pediría al ministro de Gobernación que nos acompañara durante todo el viaje.
“Ese ministro estaba al corriente de los planes de tumbar el avión; por lo tanto, el regreso fue de lo más cómico. Durante el vuelo, cada 15 o 20 minutos nos pusimos a decir: ¡Se acerca un avión por el ala izquierda! Y el tipo se aterrorizaba, palidecía. Por supuesto, a la segunda vez que lo hicimos, se dio cuenta de que era una broma.
“Al llegar, fuimos a Palacio, donde había un acto espontáneo, participaban miles de personas. Hablaron Roa y Fidel. Estaba Dorticós. Al día siguiente, el 2 de septiembre de 1960, se proclamó la Primera Declaración de La Habana, en respuesta a la reunión de Costa Rica. Así empecé en la diplomacia”.

La resistencia y el ejemplo

¿Cuáles fueron sus principales misiones dentro del Minrex?
–Roa nos propuso que nos quedáramos en el ministerio, pero regresé a Seguridad. Solo uno de los cinco compañeros se quedó. No fue hasta 1962 que vine definitivamente para el Minrex. Entré en la Dirección de Asia, que se acababa de crear, porque Cuba estaba ampliando las relaciones bilaterales con los países asiáticos.
“Ahí empezamos a estudiar. No sabíamos nada, teníamos que aprender a trabajar en la diplomacia. No sabíamos qué era la Conferencia de Bandung, no conocíamos quién gobernaba en Ceilán (Sri Lanka) o en Birmania (Myanmar).
“Vino la Crisis de Octubre, después vinieron las conferencias del Movimiento de Países No Alineados. Roa nos pidió a los tres directores –el de América Latina (Ricardo Alarcón), el de África (Carlos Alfara) y yo– que nos vinculáramos a todo lo relacionado con el MNOAL”.
“Después vino la etapa de los movimientos de liberación nacional, la Tricontinental, las guerrillas… Estuve en Guinea Bissau, en Vietnam, en Laos. Fue el aporte de Cuba a la lucha contra el imperialismo, contra el colonialismo y el neocolonialismo, con todo el apoyo nuestro a las colonias portuguesas”.
¿Cuba tenía grandes pretensiones en política exterior?
–Cuba no tenía pretensiones. Eso fue resultado de los principios de la Revolución. Cuba siempre tuvo una vocación internacionalista. Las bases de la política exterior, cuyo arquitecto principal fue, indudablemente, Fidel Castro, se construyeron antes del triunfo, desde que en la Universidad de La Habana se apoyaba la lucha de Puerto Rico, a los movimientos contra Trujillo, la lucha contra la dictadura de Somoza en Nicaragua…
“O sea, Cuba siempre tuvo una vocación internacionalista. Si nos remontamos al siglo XIX, cuántos generales de la Independencia no eran cubanos. Había muchísimos españoles, puertorriqueños, polacos (Roloff), norteamericanos…
“Además, había una intencionalidad, porque Cuba necesitaba apoyarse. Cómo no íbamos a defendernos siendo un país agredido por la potencia más grande, con el “buen vecino” a 90 millas. Aun cuando la Unión Soviética hizo declaraciones de apoyo a Cuba, siempre sabíamos que teníamos que contar, en primer lugar, con nosotros mismos.
“Si vas a recibir apoyo es sobre la base de la resistencia y el ejemplo, lo otro es exportar un fenómeno político. Entonces, creo que Cuba no se lo propuso; se lo ganó. Los dirigentes de la Revolución eran conscientes de ello. Contribuyeron mucho en la diplomacia, en ese periodo inicial, el Che, Osvaldo Dorticós, Roa, Carlos Rafael Rodríguez y, por supuesto, Fidel. Hicieron aportes tan significativos, que hoy son los pilares de la escuela de la diplomacia cubana”.

No es por el hábito, es el monje

Era embajador en Japón cuando la primera visita de Fidel al país asiático, ¿cómo logró convertir una escala técnica en una visita histórica?
–Estuve cuatro años en Japón, desde noviembre de 1991 hasta 1995. A inicios de diciembre, durante el proceso de entrevistas de despedida, me anunciaron que Fidel iba a pasar por Japón en una escala técnica. El Comandante realizaba un periplo que incluía Dinamarca, China, Vietnam y regresaba por el Pacífico; por lo tanto, el avión necesitaba hacer una parada en un aeropuerto japonés.
“El martes 5, en las primeras horas de la tarde, llamó a la embajada una periodista amiga, Naoko Itoh, y nos informó que Koken Nosaka, ministro y secretario del gabinete, había anunciado en una conferencia de prensa que Fidel realizaría una visita a Japón, en escala técnica. Varios periodistas habían preguntado si sería recibido por las autoridades y si tendría una entrevista con el primer ministro Murayama, a lo que Nosaka respondió que esto no había sido solicitado, pero que si se solicitaba consideraba que sería aceptada.
“Inmediatamente confirmé la información, obtuve un reporte impreso de la conferencia de prensa, hecho por la oficina del vocero del GAIMUSHO (Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón). Cursé un mensaje cifrado a La Habana informando al respecto y sugiriendo que se me autorizara a solicitar la entrevista. No me contestaron.
“Al día siguiente, jueves 7, decidí enviar un fax a nuestra embajada en China, donde se encontraba Fidel en ese momento, informándole sobre la situación de las solicitudes y posibilidades de que se realizaran entrevistas con el primer ministro y con otros dirigentes del Gobierno, del parlamento y empresarios.
“Asimismo, tomé otra decisión: en espera de una respuesta de confirmación, avanzaría en la concertación de las entrevistas. Mi experiencia es que un jefe de misión diplomática tiene que actuar, tomar decisiones y asumir la responsabilidad en momentos en que no tomarlas conlleva un riesgo mayor.
“El viernes llegó la avanzada de la Seguridad Personal. No trajeron indicaciones de hacer oficial la visita. Pasaban los días y, a quienes me preguntaban, les respondía en línea con lo que había dicho el ministro japonés: ‘No tengo instrucciones, pero me imagino que si el Gobierno japonés está dispuesto a recibirlo se produciría una entrevista con el primer ministro’. A todas estas, estaba promoviendo subliminalmente el encuentro para lograr que no fuera una escala técnica.
“Llamó a la embajada el director general de América Latina del GAIMUSHO. Me dijo: ‘Embajador, nosotros hemos dado todas las facilidades técnicas para la llegada del presidente Castro, pero quiero decirle que esto no es una visita oficial’. Entonces, en gala de la diplomacia, le dije: ‘Usted no sabe qué peso me quita de encima, porque déjeme decirle que la presión que tengo, la cantidad de personas que llaman a la embajada para preguntarme si el primer ministro va a recibirlo, es increíble, y no sé qué responderles’.
“Apenas dormía. El domingo, muy temprano, sonó el teléfono. Era el ayudante del Comandante desde Vietnam. Me preguntó si la entrevista con el primer ministro estaba asegurada, en caso de que se solicitara. En diplomacia hay que jugarse la vida también. Entonces le dije que no tenía confirmación oficial, pero que estaba completamente seguro de que, si la solicitábamos, se realizaría.
“Informé que sí tenía palabreadas y confirmadas las entrevistas con los dirigentes de todos los partidos políticos, la Liga Parlamentaria y los miembros de la Conferencia Económica Japón-Cuba, así como con la presidenta de la Cámara Baja de la Dieta (Parlamento), que en ese momento era la señora Takako Doi, presidenta del Partido Socialista y amiga de Cuba.
“Me percaté de que mi interlocutor hablaba con alguien; lógicamente, era Fidel, y unos minutos después me respondió: ‘Dice Fidel que nos quedaremos un día, que puedes proceder a concertar las entrevistas’. A partir de ese momento –aproximadamente a las 08:00 a.m. del domingo 10 de diciembre–, desatamos todas las gestiones. Fidel llegó el martes 12 a las 6:30 p.m. Por primera vez, aviones de Cubana de Aviación aterrizaban en un aeropuerto de Japón.
“El martes llegó Fidel y se entrevistó con el primer ministro, la presidenta del Parlamento, el presidente de la Liga Parlamentaria de Amistad, la Conferencia Económica Japón-Cuba (CEJC), los cuatro órganos de prensa más importantes… Dio una conferencia de prensa que duró casi tres horas, y vio a muchísimas personalidades. La principal noticia en la televisión y en los periódicos eran la visita de Fidel y sus declaraciones.
“Fidel estuvo en Japón 42 horas. El jueves 14, a las 12:00 del mediodía, levantaron vuelo los dos aviones de Cubana. En el aeropuerto le di la mano para despedirme, él me abrazó y en voz baja me dio la evaluación mejor que podía recibir: ‘Hicimos todo el programa que propusiste’. No pude pensar la respuesta y me salió del corazón: ‘Comandante, esta visita será histórica’.
“Al otro día, en una recepción donde todos me preguntaban por Fidel y la visita, dos embajadores me llamaron y en privado me dijeron: ‘Llevamos más de un año gestionando las visitas de nuestros primeros ministros y los japoneses no las han programado, ¿cómo ustedes lograron que una escala técnica se convirtiera en una visita oficial?’. Les respondí, sin pensarlo: ‘El problema es que el primer ministro tiene que ser Fidel Castro, el presidente tiene que ser Fidel Castro’. No se sintieron ofendidos; por el contrario, se rieron y me dijeron: ‘Tiene usted razón, no es por el hábito, es por el monje’”.
Qué sentido tienen para usted estas palabras: Fidel
–Es el arquitecto de toda nuestra política exterior; tuvo esa genialidad, desde la lucha insurreccional. Así nos arrastró a todos a seguirlo.
Embajador
–El gran protagonista de la Revolución cubana es el pueblo. Representar al pueblo cubano es un honor. Tener delante el letrerito de Cuba es una gran responsabilidad.
Diplomático cubano
–Ante todo, es ser un revolucionario, porque no puedes representar algo que no sientas. No estás representando a un país que, simplemente, cambia un Gobierno; estás representando un proceso social y político con el cual estás identificado. Estudiar profundamente..., porque muchas veces se incurre en la superficialidad, y ser ignorante se paga caro en la diplomacia.
Diplomacia revolucionaria
–La diplomacia más genuina de defensa de la independencia, de la soberanía y de la integridad territorial de un país, y más solidaria e internacionalista.
Raúl Roa García
–Para mí, la relación con Roa está sintetizada en la dedicatoria que me hizo sobre la primera página de Retorno a la alborada: “Para Eduardo Delgado, compañero de la jodienda revolucionaria”.
¿Qué es la ‘jodienda revolucionaria’?
–Es más que la Revolución. No son solo las tareas revolucionarias, son los problemas internos que se generan siempre en todo proceso revolucionario, en los cuales hay diferentes posiciones, hay contradicciones.
Legado
–Sencillo: cumplimos la tarea que se nos encomendó, con aciertos y desaciertos. Nada es perfecto, pero cumplimos la misión histórica que nos tocó en un momento determinado. Las nuevas generaciones tienen otras misiones. Como alguien escribió: “Puesto que vivimos, vivamos”.

Se han publicado 24 comentarios



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  • Felix Vento dijo:
    Preciosa entrevista. Me la leí de arriba abajo sin respirar. Muchísimas anécdotas desconocidas hoy que merecen ser contadas y merece ser muy valorados héroes anónimos como Eduardo Delgado.
  • Luna dijo:
    Mucha sangre fría y temple había que tener en aquellos tiempos para enfrentarse a la dictadura y al mismísimo Ventura. Disfruté muchísimo la entrevista. Gracias a Cubadebate por el excelente artículo.
  • Taxi Playa dijo:
    jajajajjaajjajaj manera de reírme con las locuras de Roa, dándole chucho al Ministro de Gobernación de Costa Rica. Es verdad que el Canciller hacia y tiraba taquitos en las reuniones?? jajajajajaj
  • Néstor del Prado Arza dijo:
    Estas publicaiones en que el testimonio y las buenas preguntas se ponen en frecuencia, constituyen un material de estudio de alto valor. Ojalá lleguen a las manos y mente de profesores y estudiantes, y no solo de la esfera de las relaciones internacionales. Este de Eduardo lo leí sin pausa y más de una vez.
  • Magalys Chaviano dijo:
    Dianet, me encantó entrevista, muy bien estructurada y escrita, no conocía a este hombre con tanta historia, gracias
  • Enmanuel (pichy) dijo:
    Por diosssss, agradezco tanto estos trabajos! cuantas historias sin contar, nuestra historia, carajo cuanta dignidad!
    que orgullo siento ahora más que nunca!!
    Agradezco a la periodista Dianet y compañia, pero muy en especial a los que cuentan y esperan contar sus historias de vida!
  • Roger_de Bauta dijo:
    Una diplomacia de altura, humilde, con pocos recursos pero con tremenda versatilidad. Hay muchas enseñanzas en el artículo para el trabajo diario diplomático. De todas ellas me quedo con esta :
    "un jefe de misión diplomática tiene que actuar, tomar decisiones y asumir la responsabilidad en momentos en que no tomarlas conlleva un riesgo mayor."
    Eso es , por mucho, tener conciencia de Patria y no pensar en beneficio personal. Jugártela y asumir las consecuencias. Es lo que hace un revolucionario en todas las circunstancias. Mucho respeto y admiración inspira Eduardo Delgado, desde niño , desde fiñe jugándosela por todos. Honor a quien honor merece.
    Gracias por entrevistas como esta.

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