sábado, 2 de noviembre de 2019

ZONAS DE TOLERANCIA

GABRIEL VALDES (valdesgabriel@bellsouth.net)To:you + 26 more Details


Fuera de las zonas de tolerancia también existían prostíbulos, y no de lujo. Al mismo nivel y precio de los de Pajarito. Dos muy concurridos y céntricos estaban al costado del Parque Maceo. Uno de ellos se encontraba frente al Torreón y recibía ese nombre. El otro estaba a la vuelta de la esquina, en la calle Vapor, y se llamaba La Casa de la Tía Luisa. Ambos tenían dos pisos y eran muy discretos, sin molestar a los vecinos. En la calle San José casi llegando a Galiano, detrás de Flogar, existían otros prostíbulos de mala muerte, estilo barrio de Colón, que quizás formaban parte del barrio chino. En San Isidro, sin Yarini, existían los de peor calaña, llamados de a peso. Daban cabida a los marineros, estibadores y clientes de bajos recursos. Era un barrio muy peligroso. El barrio de Pajarito también recibía el nombre de La Victoria por un bar que existía en la parte más céntrica del mismo.

On Friday, November 1, 2019, 10:18:20 PM EDT, Ciro Bianchi Ross <cirobianchiross@gmail.com> wrote:


APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross

Zonas de tolerancia

Las “pupilas” aguardaban y se exhibían en el salón como la mercancía
en las vidrieras  del mercado, y no se hacía necesario hablar mucho.
El cliente, con tiempo para calibrar y escoger, abordaba a la que era
de su agrado con una pregunta simple: “¿Te quieres ocupar?” y la
muchacha, que podía decir que no, respondía generalmente que sí -no
estaba allí para otra cosa- e invitaba al hombre a que la acompañara a
su habitación. Ya en ella, cobraba por adelantado y salía, por un
momento,  para entregar el dinero a la matrona.
    En 1963 se acabaron las zonas de tolerancia en La Habana. En esa
fecha, las principales eran las de Colón –sórdida, sombría, ya en
plena decadencia- y la de La Victoria, que lucía aún su esplendor
pasado. La primera tenía su eje en la calle del mismo nombre y se
extendía por las de Crespo, Blanco, Ánimas,  Bernal… mientras que la
otra ocupaba un rectángulo delimitado entre Infanta y Belascoaín,
Carlos III y Llinás, en tanto que la calle Retiro o Pajarito le servía
de eje. Y fue tanta la celebridad de esa vía  que sirvió para
identificar toda la zona: el barrio de Pajarito, así como la otra era
conocida como el barrio de Colón.
    Eran barrios como otros. El prostíbulo alternaba en ellos con el
almacén,  la oficina, la redacción de una revista, el laboratorio, la
fábrica, la casa de familia. Por eso las familias que vivían en ellos
debían poner en las puertas de sus casas, en la ventana que daba a la
calle o en cualquier otro lugar visible, el cartelito de “No moleste.
Esta es una casa decente”, que les evitaba de las incursiones de
visitantes no deseados.
Varios esfuerzos se acometieron en Cuba por acabar con las zonas de
tolerancia. El dictador Gerardo  Machado y el presidente Carlos Prío
lo intentaron cada cual  en su época y poco consiguieron. Cerrarlas,
en definitiva, no acababa con el problema, más bien lo agudizaba
porque aumentaba el ejército de fleteras, que ejercían el oficio en la
calle, sin vínculos con los burdeles y que, al no estar registradas,
no se sometían a las regulaciones sanitarias que eran obligatorias.
Tampoco acababa con las meseras de  bares y cantinas, ni con las
muchachas de las academias de bailes,  ocupaciones  que, en la mayoría
de los casos, enmascaraban la otra ni con la prostitución de lujo, con
la que ningún gobierno se metía.
A diferencia de lo que se piensa, el chulo casi nunca era el dueño del
negocio. La Victoria estaba en manos de dos o tres homosexuales y de
una o dos mujeres que eran los que allí cortaban realmente el bacalao.
Los proxenetas eran solo una parte de la cadena, y no de las más
sólidas. Daban protección a sus mujeres, apaciguaban o impedían la
violencia en los prostíbulos, que no era mucha, como tampoco lo era en
las zonas. Como norma, se podía recorrer Colón y Pajarito con
tranquilidad y confianza absolutas. Nadie se metía con nadie. El
negocio marchaba sobre ruedas.
Los precios no eran los mismos en Colón y en La Victoria. Aquí, ya en
los últimos tiempos, la tarifa llegó a cinco pesos, cuando en Colón
nunca sobrepasó los dos pesos. Existieron zonas peores, aunque no tan
frecuentadas, como la de la calle Omoa.  Muchachas  que ejercían la
profesión como electrones sueltos. Y burdeles disimulados bajo
cualquier fachada.    Algunos de esos prostíbulos fueron muy famosos
y permanecen en el imaginario habanero. Tal es el caso de la casa de
Marina; Marina Cuenya, visitada por John F. Kennedy en sus tiempos del
senador, el político dominicano Juan Bosch cuando escribía  los
discursos del presidente Prío, y Winston Churchill, ya finalizada la
II Guerra Mundial.
  Mientras que en La Victoria las muchachas eran escogidas por su
belleza y las ponían en la calle en cuanto se ajaban,  en Colón podía
encontrarse cualquier cosa, mujeres avejentadas  y deterioradas pese a
su juventud. Eso las obligaba a mostrarse agresivas y no era raro
verlas desnudas, o casi, a la puerta o las ventanas del prostíbulo,
anunciándose a voces y convidando al transeúnte.
La Victoria era más luminosa, por decirlo de alguna manera; no se
sentía allí esa sensación de podredumbre y hacinamiento. No por eso
era un mundo alegre. Al contrario. Resultaba bastante deplorable y,
visto de hoy, deprimente. En La Victoria, las prostitutas se adaptaban
a ciertos preceptos. Aguardaban, vestidas, en el salón. Usaban, por lo
general,  un mono, esto es, una vestimenta de una sola pieza, que solo
en las prostitutas se veía  entonces. Esa ropa, que se extendía hasta
los tobillos, dejaba sus hombros al descubierto y estaba provista de
un zipper largo que corría desde el pecho hasta debajo de la cintura.
Era un vestido práctico para el oficio. Como no empleaban ropa
interior, se desnudaban y vestían con facilidad y rapidez.  Solo con
lo esencial estaban equipadas las habitaciones. Una cama matrimonial
corriente y uno o dos espejos. No faltaban, dentro de la propia
habitación,  el lavamanos y el bidet, como únicos muebles sanitarios.
Ninguna muchacha en el giro se identificaba con su nombre real. Todas
tenían un seudónimo como nombre de guerra.






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Ciro Bianchi Ross

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