domingo, 18 de noviembre de 2018

MAXIMO GOMEZ INTIMO (1)

Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 45 more Details
Máximo Gómez íntimo (I)
Ciro Bianchi Ross

Quizás usted, al igual que yo, se sorprenda al saber que Máximo Gómez
Báez,  General en Jefe  del Ejército Libertador, fue un gran bailador
y, al menos en su juventud, tuvo una suerte loca con las mujeres.
    Su compatriota Federico Henríquez y Carvajal, que lo conoció cuando
el ya capitán de las milicias dominicanas tenía 26 años de edad, lo
recordaba, décadas después,  como un hombre bien parecido mimado por
las damas, amante de la música y de las serenatas.  Decía don
Federico:
    «Tenía trigueña la faz, finos los labios, los ojos negros, sedoso el
cabello y era el galán mimado de las damas; en breve daba la norma en
bailes, veladas, paseos, amores y amoríos.
    «Era un bailador sin émulos. En vals, danza, polka o mazurca era el
primero. Él dirigía siempre las contradanzas. E iba él, amante de la
música y trovador nocturno, alta la noche, en el grupo promotor de
serenatas que —a la luz de la luna—  salían a desgranar, a dúo,
canciones de amor y nostálgicas barcarolas»,
    Pronto ganaron  fama su virilidad y audacia amorosa. Con aires de
galán, afirman sus biógrafos, mantenía el espigado oficial una activa
vida social y regalaba requiebros y promesas. Procreó cuatro hijos con
igual número de mujeres y no contrajo matrimonio con ninguna, pese a
que en algunos casos formalizó el compromiso ante los padres de la
joven. Tres de esas cuatro mujeres superaban en edad al fogoso amante.
    «Máximo Gómez en su juventud daba con mucha facilidad promesa de
matrimonio a las doncellas en quienes ponía los ojos, y con la misma
facilidad olvidaba sus promesas a las mismas, ya no doncellas»,
escribía no sin humor fray Cipriano de Utrera en su La familia de
Gómez.
EL GRAN REGALO DE UN CABALLITO
Máximo Gómez nació en fecha incierta. Se supone que vino al mundo el
18 de noviembre de 1836, con lo que hoy estaría cumpliendo 182 años de
edad.  Hijo de doña Clemencia y don Andrés, un varón  luego de siete
hembras, la primera de las cuales nació en 1811. El matrimonio no cabe
en sí de gozo. La muerte le arrebató antes a dos varones y no cuenta
ya muchas oportunidades para otro hijo. Clemencia tiene  una edad
avanzada para la maternidad, 45 años, y Andrés, con sus 53, es un
anciano en un medio donde muy pocos superan la media centuria. Para
las hermanas, el niño, con su pelo lacio y ojos acerinos, es casi un
juguete.
    Lo bautizan en la iglesia local. El padre Rosón será también su
padrino y más tarde el maestro que enseñará al niño a «buscar el grano
entre la paja». Pero el acta bautismal no apareció después. Diría el
propio Gómez:
    «No puedo precisar la fecha en que nací pues por más que busqué
personalmente la partida de bautismo en los libros de la Parroquia, no
pude dar con ella; eso quiere decir que desde la cuna empecé a
resentirme del descuido de otros de que somos víctimas los hombres a
nuestro paso por este planeta. Pero por la edad precisada en la fecha
de  nacimiento  de contemporáneos míos y por la tradición conservada
de mis buenos padres, pude averiguar… que nací allá por el año [18]
36»,
    En opinión de Gómez, sus padres «formaron del amor un templo y un
altar, consagrados a la familia», y es en el hogar, fragua de valores
éticos, donde la disciplina y la ternura «modelan su conducta, y se le
inculta un alto sentido del deber y del honor, la austeridad y la
templanza,  la honestidad y el espíritu de abnegación».
    Su infancia transcurre con placidez en un Baní que bosteza entre
peleas de gallos, misas y bailes regados de aguardiente, rinde culto a
la Virgen de Regla, patrona de la villa,  y pretende afianzarse en la
ganadería,  y que se ha curtido en el combate desde las postrimerías
del siglo XVIII contra españoles, franceses y haitianos. Entre
jilgueros y gorriones, el niño intenta alcanzar  mariposas
multicolores, se baña en los ríos, gana habilidad en la caza de
palomas y torcazas, pasea en carretas entre modestas viviendas de
tabla y guano  y empieza a dominar el machete con que ayudará a su
padre. Poco a poco se entrena en las faenas del campo; maneja el hacha
y la azada, desbroza bosques, doma potros salvajes, caza puercos
jíbaros…
    Sale un día don Andrés de viaje y encomienda al hijo que labre un
conuco. Máximo se vuelve loco de contento porque su padre le confió
esa tarea, y se siente más satisfecho aun cuando al regreso su
progenitor lo felicita por el esfuerzo realizado y le hace «el gran
regalo de un caballito».
    «Monta el pequeño corcel con seguridad y desenfado. Cabalga, trota,
se desliza veloz por la pradera, ejercitándose en insospechada marcha
hacia la historia», escriben Minerva Isa y Eunice Lluberes en su
Máximo Gómez, hijo del destino.
AMOR A LOS HOMBRES
Desembarca en tierra cubana el 13 de julio de 1865, y con su madre y
dos hermanas se establece en Santiago de Cuba. En su país, combatiendo
al lado de España, sin la brillantez que caracterizará luego su
trayectoria militar, alcanzó el grado de comandante. Aquí se siente
confuso y decepcionado.
Acude un día, en representación de los militares dominicanos exiliados
en la Isla,  a entrevistarse con el jefe de la plaza a fin de
reclamarle los fondos que destina España a socorrerlos. El alto
oficial lo maltrata de palabra; dice que lo mejor es que se vayan a
África, donde tendrían mayores ventajas.
El menosprecio lo desconcierta, En Santo Domingo formaba parte de una
élite que gozaba de prebendas y distinciones, Aquí, es una persona de
segunda. Ante el ultraje, con arraigado sentido de la dignidad,
abandona el ejército español, renuncia a sus estrellas de oficial y a
la paga mensual a la que tiene derecho. Comentará; «Mejor así porque
para los hombres de bien no hay deuda más obligada que la de la
gratitud».
Quiere volver a su tierra, pero algunos compatriotas le aconsejan que
se traslade a Manzanillo. Allí, despojado del uniforme, se confunde
con cualquier sitiero cuando, a caballo, recorre la comarca enfrascado
en el negocio de venta de madera que representa y que por falta de
destreza comercial le reporta magros beneficios, pero que le facilita,
por los recorrido a que lo obliga,  irle tomando el pulso a la
realidad y ponerse en contacto con gente que conspira contra España.
    La estancia en Cuba le permite percatarse de situaciones  en las que
nunca había reparado. Ve la opulencia y la impunidad de los
propietarios de cafetales e ingenios azucareros y  a una masa
campesina sometida a la explotación y al abuso y esquilmada por
impuestos y exacciones que impone la burocracia española.
    Lo conmueve la situación del negro. Dirá: «Muy pronto me sentí yo
adherido al ser que más sufría en Cuba y sobre el que caía una gran
desgracia: el negro esclavo. Entonces fue que realmente supe que yo
era capaz de amar a los hombres».
DE SARGENTO A CORONEL
El 13 de octubre de 1868 se subleva El Dátil, el poblado donde radica
Máximo Gómez. En la plaza local, el poeta José Joaquín Palma, sin
ninguna experiencia  militar, hace esfuerzos inútiles por organizar a
los hombres alzados en armas, mientras Gómez, entre curioso y burlón,
sigue sus peripecias. Tal vez por intuición o porque sabe de su paso
por las milicias dominicanas, el poeta lo invita a sumarse al grupo.
Gómez acepta y Palma le da grados de sargento. Impone enseguida su voz
de mando para organizar y disciplinar a  la tropa. Carlos Manuel de
Céspedes, en atención a su experiencia, lo designa General.
    En Jiguaní sufre Gómez el primero de los sinsabores que padecerá a lo
largo de toda la lucha por la independencia. Se niegan las autoridades
mambisas a que un extranjero ostente tales grados. Acude a ver a
Donato Mármol, jefe de los insurrectos en la zona. Lleva una
comunicación de Céspedes en la que pide a Mármol que lo acepte en su
tropa.
    -Para mandones, sobramos —dice Mármol al leer displicente la nota.
    Gómez responde que solo quiere ser un soldado más.
    El  suegro de Mármol  lo convence del error.
    -Acéptalo. Ya ves lo que dice Céspedes. Este hombre sabe, y nosotros,
de guerra, no sabemos ni jota.
    Al fin Donato Mármol lo acepta. Le da grados de Coronel. Días
después, el dominicano dará la primera carga al machete.
LA BELLEZA SERENA DE MANANA
En Jiguaní, José Antonio Toro Pelegrín, un joven revolucionario del
poblado, le ofrece su casa para que pase la noche.  La familia recibe
con hospitalidad al gallardo militar que provoca la curiosidad de las
hermanas de José Antonio, en especial de Bernarda, apodada Manana, que
ha pasado los días anteriores cosiendo chamarretas y bordando
escarapelas para la tropa insurrecta.
    Gómez la mira de soslayo, con disimulo, pero ella se percata del
interés que despierta en el recién llegado, y lo disfruta.
    El hombre experimentado en  lides amorosas queda prendado de la
belleza serena de Manana. Lo impactan sus negros cabellos, su
simpatía, sus modales refinados, su hablar pausado.
                              (Continuará)









    
MA

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