viernes, 2 de noviembre de 2018

DUELOS DE RAMON FONTS

Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 45 more Details
Duelos de Ramón Fonts
Ciro Bianchi Ross

En Francia, Inglaterra, Estados Unidos, España, Bélgica y, desde
luego, en Cuba, el gran esgrimista cubano Ramón Fonts retó a más de
cien personas a duelo, pero solo una de ellas aceptó enfrentársele en
el campo del honor.
    Erguido a pesar de la edad, alto, fornido, con los brazos largos como
ramas de almendro, confesaba en una entrevista que concedió a fines de
1958:
    —Siendo un esgrimista de vocación, actitud que heredé  de mi padre,
Filiberto, —quien sin duda manejó la espada y el florete mejor que yo,
aunque no obtuvo los  honores que alcancé—  muchas personas, por
envidia u otras razones, quisieron hacerme daño. Yo respondía
invariablemente con un reto.
    Añadió que cuando enviaba sus padrinos a alguien, lo que sucedía con
cierta frecuencia, era porque se veía obligado a defender su dignidad
profesional,  Los retados entonces se retractaban y ofrecían al cubano
las satisfacciones más cumplidas.
Puntualizó:
—Siempre estuve dispuesto a batirme con cualquiera. Claro, en aquellas
circunstancias en las que creía que yo tenía la razón.
¿Cuál fue su lance más importante? El entrevistador lo hace evocar un
pasado que el esgrimista, caballeroso, preferiría olvidar. Complace al
fin al reportero.
—Con el esgrimista francés Adolfo Kerchoffer había tenido yo ciertas
diferencias en Francia. Supe de su estancia en La Habana y aproveché
la ocasión para que me diera explicaciones o me acompañara al campo
del honor y dirimir así nuestros problemas por medio de las armas.
¡Sorpresa! Recibí del señor Kerchuffer una repuesta inesperada. En un
acta que suscribieron mis representantes, los señores Carlos Mendieta
y Orestes Ferrara, ambos  coroneles  del Ejército Libertador y figura
prominentes de nuestra vida política, se deshacía en explicaciones y
disculpas.
Días después de que se firmara el acta mencionada, el francés dijo
algunas cosas desagradables acerca del cubano, palabras que llegaron a
oídos de Fonts.
Ocurrió lo inevitable. Volvieron Mendieta y Ferrara al hotel
Inglaterra, donde se alojaba el sujeto, y lo encontraron en el
vestíbulo del establecimiento. Kerchoffer ofreció a los padrinos de
Fonst una explicación improcedente y se precipitó escaleras arriba a
fin de encontrar refugio en su habitación. Mendieta y Ferrara le
dieron alcance y lo fulminaron con esta frase: «Usted es un cobarde,
señor Kerchoffer».
Enseguida los padrinos remitieron una carta a su representado en el
que daban cuenta del incidente y precisaban; «Tú comprenderás que ante
la vergonzosa retirada del señor Kerchoffer no nos queda más remedio
que darte cuenta de hecho tan anormal entre nosotros y dar por
terminada nuestra misión, autorizándote a que de esta carta hagas el
uso que quieras».
Kerchoffer se esfumó y la carta de Mendieta y Ferrara apareció en la
revista El Fígaro con una nota en la que se detallaba el inusitado
suceso.
EL ZURDO DE ORO
Fonts  poseía la Orden Nacional Carlos Manuel de Céspedes, en el grado
de Gran Cruz, la máxima condecoración entonces del Estado cubano, y
era Caballero de la Legión de Honor de Francia, distinción que se le
entregó en la misma ceremonia en que se les adjudicó a los ex
presidentes Mario García Menocal y José Agripino Barnet.
Ganó doce torneos internacionales sin ser «tocado» y de su larga
cadena de victorias daban cuenta las 135 medallas que acumuló a lo
largo de su vida deportiva. Cuando, en 1900, ganó el Campeonato de
Esgrima de París, «tocó» tres veces a su rival cuando bastaba con
haberlo hecho una sola vez, que era lo reglamentario, porque, decía,
no era fácil que se reconociera vencedor en tan importante torneo a
un hispanoamericano nacido en La Habana y tenía que dejar su triunfo
fuera de toda duda.
En sus buenos tiempos, su velocidad infundió  pavor a sus contrarios.
Era flexible y dinámico en sus movimientos y temible en sus tiradas a
fondo por la elasticidad de sus recios músculos. Su estilo clásico
dio renombre internacional a este zurdo de oro.
En 1904  implantó el récord  de celebrar 24 asaltos seguidos sin ser
«tocado». Hazaña única e increíble, como la calificó René Lecroix  en
Les Armes, y más si se tiene en cuenta  que entre los adversarios del
cubano figuraba H. G. Berger, reputado en ese momento como el mejor
espadista del mundo. Veintiséis años después, y ya con 48 de edad, el
propio Fonts rompería su marca cuando en los Juegos Centroamericanos
de 1926 terminó 25 asaltos sin un solo impacto en su persona y se
coronó como campeón en florete, sable  y espada.
Fonts admiraba asimismo por su caballerosidad. Llegaba a tal extremo
que se decía que podía competir sin necesidad de  jueces que
arbitraran los encuentros pues si era  «tocado» sin que se percataran
de ello lo que evaluaban el combate, era él quien lo señalaba.
El deporte lo atrajo siempre, y  pesar de su trayectoria se consideró
siempre un aficionado.  Su padre sobresalía en la esgrima y en el tiro
de pistola, y el hijo quería ser como él. Sus condiciones físicas lo
ayudaban: era zurdo y tenía una estatura elevada.  Vivían en Francia
entonces y eso decidió que el muchacho empezara a entrenarse con el
francés Juan Ayat y el italiano Antonio Conte, ídolos de la esgrima en
París en aquellos días. Pocos años después sería el cubano quien
conquistara a Francia con sus éxitos sobre los más reputados ases de
la espada mundial.
Su primer triunfo lo consiguió a los 16  años, en un torneo de florete
que auspició el liceo parisino  de Janson de Sailly. El último, en
1938, a los 56.  Pero no fue solo en la esgrima donde sobresalió.
También en la modalidad francesa de boxeo, que utiliza manos y
piernas, ganó cuatro medallas de oro en igual número de torneos de
aficionados.
Recordaba en una entrevista:
—Mi padre era una gran figura… Él fue quien me obligó a que dejase el
ciclismo para acogerme exclusivamente a la esgrima. Por él abandoné la
pistola. Y eso que yo me había distinguido rompiendo a pistola y
revólver con  ambas manos, sin platos de mando si fallar una sola vez.
En esa ocasión gané cuatro medallas de plata en el tiro de Gastinne
Renette.
Escribía David Aizcorbe, un destacado espadista que presidió la
Asociación Nacional de Reportes. «Fonts revoluciona los cánones
espadísticos imperantes, Hasta entonces, se afirma, la espada se
practicaba casi como  el florete,  y los tiradores clásicos, en su
mayoría, iban a la parada. El cubano se apropió de la lección de los
grandes maestros en cuanto a que la esgrima es el arte de tocar sin
ser tocado y sorprendía en sus ataques a los rivales al meter su punta
por donde quiera que encontrara un espacio, por estrecho que fuera.
Esa técnica le dio renombre mundial».
MI NOMBRE Y MI HONOR
Ocurrió otro incidente memorable en la vida de Fonts. Fue seleccionado
para participar en un campeonato mundial que tendría lugar en París, y
no pocos esgrimistas hicieron a la prensa declaraciones en su contra.
Era lógico que las hicieran porque habían quedado fuera de la
selección. Aunque comprendía el motivo de las críticas dio a conocer
en los periódicos la carta que dirigió a otro esgrimista, Desiderio
Ferreira. En ella le pedía que visitase a los resentidos, unos quince,
y les dijera que en cuanto regresara a La Habana se batiría con cada
uno de ellos. «Dejo en tus manos mi nombre y mi honor y me voy
tranquilo para regresar cuanto antes», decía en su carta a Ferreira,
quien, por cierto, terminaría baleado, años después, en el portal de
su casa, en el apacible reparto San Miguel cuando le cobraron  la
cuenta por su  pasado machadista.
    Obtuvo en París  el Campeonato Mundial de Esgrima y regresó a cumplir
lo prometido. También esta vez los adversarios se rajaron pese a los
esfuerzos de Ferreira para que se batieran. Todos formularon excusas.
    —Fatalidad, diría Fonts. No había forma humana de que alguien
aceptara mi reto. Yo retaba a todos los que me insultaban o rozaban mi
dignidad y  nadie, salvo el maestro Rivas, se atrevió jamás a
corresponderme.
    Sucedió de esta manera.
    Una tarde discurrían plácidamente sobre asuntos de armas Ramón Fonst
y el maestro José María Rivas, otro grande de la espada.  Conversaban
sobre la técnica esgrimística  del italiano Athos de San Malato, autor
de uno de los códigos que regían los lances de honor, algo dijo Rivas
que disgustó a su interlocutor y ahí mismo quedó planteada la cuestión
de honor. No quedaba otra salida que la de batirse.
    El día en cuestión se situaron frente a frente los dos leones.
    El juez de campo, que era Pío Alonso, alto, magnífico, apuesto, con
sus bigotes en batalla y una bondad inextinguible, dio por comenzado
el encuentro y en seguida dejó escuchar la voz de alto e interpuso su
bastón entre los contendientes. Pidió a Rivas que diera a su contrario
las satisfacciones necesarias.
    El maestro Rivas asintió sin reparos y ambos contendientes, que eran
en verdad muy amigos y se admiraban mutuamente, se fundieron en un
estrecho abrazo.
    

No hay comentarios:

Publicar un comentario