lunes, 19 de septiembre de 2016

?DONDE ESTA MI BANDERA CUBANA?

¿Dónde está mi bandera cubana?
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
17 de Septiembre del 2016 23:21:47 CDT

En días recientes, mientras leía la patriótica y ardorosa proclama con
la que Eusebio Leal llamaba a que no se pisoteara ni se pusiera precio
a nuestra enseña nacional, el escribidor recordaba, de la manera más
vívida, sus días de infancia, cuando en ocasión de las fechas patrias,
se apresuraba, en compañía de su hermana, a colocar una bandera cubana
en la ventana principal de nuestra casa de Lawton. Así ocurría el 28
de enero, día del natalicio del Apóstol; el 24 de febrero, aniversario
de lo que todavía llamábamos el Grito de Baire; el 10 de octubre, día
del Grito de Yara, y por qué ocultarlo, el 20 de mayo, para conmemorar
la instauración de la República.
No había entonces organización política o social que orientara ese
proceder ni nadie que nos obligara a hacerlo, como no fuera el ejemplo
y el estímulo de nuestros mayores y el influjo de la escuela, aquel
humilde colegio de barrio donde cada clase de historia o de educación
moral y cívica, impartidas por maestros mal pagados, a quienes no les
alcanzaba el salario, era una lección de amor a Cuba.
Consigna Eusebio Leal en su arenga la pena que ocasiona ver la bandera
de la estrella solitaria «a la venta entre otros productos de la
artesanía como si se tratara de una de ellas o de un objeto común». O
estampada, añade, «en un delantal para la cocina, en una ridícula
camiseta y en otras incalificables y vulgares formas», entre las que
no falta, precisa el escribidor por su cuenta, el atuendo de alguna
que otra cantante que sale a escena disfrazada de bandera, como si eso
contribuyera a cimentar su innegable talento y bien ganada
popularidad.
Lo que sucede con la bandera no es un hecho aislado. Es solo una
expresión de la crisis de civismo que se manifiesta hoy en la Isla; de
la falta de valores que empezó a entronizarse en la vida cubana a
partir del llamado período especial y que cobra fuerzas desde
entonces.
Contrasta esta actitud actual de algunas personas con el ejemplo de
Silvia Alfonso y Aldama en el pasado. Ocurrió que la ruptura de
relaciones diplomáticas entre Roma y La Habana, en los días de la
Segunda Guerra Mundial, obligó a Miguel Figueroa, representante de
Cuba ante la Santa Sede a permanecer más de dos años recluido en el
Vaticano. Cuando finalizó la contienda y Figueroa pudo superar su
encierro, debió suplir la ausencia de diplomáticos cubanos en la
capital italiana, y una de sus primeras gestiones fue la de visitar a
los compatriotas establecidos en dicha ciudad, a fin de informar de su
situación al Ministerio de Estado en La Habana y brindarles ayuda en
la medida de lo posible.
La persona más prominente de aquella colonia era Silvia Alfonso y
Aldama, condesa Manzini, descendiente de Miguel Aldama, «Benemérito de
la Patria», poseedor de una de las grandes fortunas de la Cuba del
siglo XIX, que perdió, por su filiación política, en los días de la
Guerra Grande (1868-78). Casó ella en primeras nupcias con el
millonario cienfueguero Emilio Terry y, muerto este, contrajo
matrimonio con un italiano, el Conde Manzini, que sería embajador en
la Unión Soviética, Francia y otros países europeos. Fue una de las
cubanas más bellas de su tiempo, pero cuando Figueroa la conoció en
Roma, de su legendaria belleza quedaba únicamente el recuerdo. Vivía
sola en una casa magnífica, en la Vía Cassia, construida sobre los
restos de una villa imperial, junto al lugar que la tradición atribuye
a la tumba del emperador romano Nerón.
Llegó Figueroa a la mansión de la Manzini. La destrucción era allí
total. Una bala de cañón había atravesado la casa de parte a parte,
derribando paredes exteriores e interiores y destruyendo muebles y
obras de arte, aunque sin causar desgracias humanas. Reinaba la
confusión en la ciudad ocupada por los estadounidenses; el hambre era
general y la ausencia de policías que pusieran coto a los desmanes y
saqueos hacía más difícil la situación.
Pero Silvia Alfonso y Aldama, entera e indómita, con la cabeza erguida
en gesto característico, insistió en permanecer en su casa,
indiferente a las carencias y al peligro. Preguntó Figueroa en qué
podía ayudarla, qué podía llevar para aliviar la situación de aquella
mujer que lo había perdido todo.
Silvia fue precisa en su respuesta. Dijo a Figueroa:
—Tráigame una bandera cubana.

Emilia y Miguel
¿Cómo surgió esa bandera? ¿Quiénes la diseñaron? ¿Cuál es su
simbolismo masónico? ¿Es cierto que fue en su origen emblema del
movimiento que, encabezado por Narciso López, pretendía la anexión de
Cuba a Estados Unidos? La Asamblea de Guáimaro, el 11 de abril de
1869, la escogió como enseña nacional por encima de la bandera de
Carlos Manuel de Céspedes. La sangre derramada por miles de cubanos,
diría José Martí, la saneó de su dudoso origen.
Nacido en Venezuela, Narciso López alcanzó el grado de General en el
Ejército español. Estuvo en Cuba y ocupó cargos en el aparato colonial
hasta que empezó a conspirar contra la Metrópoli. En julio de 1848,
frustrada la conspiración de la Mina de la Rosa Cubana, que
encabezaba, se vio obligado, al igual que muchos de sus seguidores, a
salir de la Isla. Se dice que en 1849, en un atardecer veraniego,
López vio los colores de la bandera en el cielo neoyorquino. Su
«estrábica carrera política», dice Leal, no le opaca el mérito de
haberla imaginado. Un año después, en una conversación con el poeta
matancero Miguel Teurbe Tolón, resaltó López la conveniencia de contar
con una bandera que obrara como distintivo de la lucha contra España y
llevó al papel un proyecto de bandera conforme con lo que vio o creyó
ver en el cielo de Nueva York. Poco después, el 12 de abril, llega a
EE. UU. Emilia Teurbe Tolón, esposa y prima hermana de Miguel, con
quien compartía el quehacer conspirativo. Es ahí que Narciso López
pide a la muchacha que confeccione la bandera cuyo boceto había
dibujado su esposo un año antes. Emilia la borda y el modelo pasa a
Nueva Orleans, donde se confecciona la pieza que Narciso López traería
a Cuba. En la ciudad matancera de Cárdenas, el 19 de mayo de 1850,
tremola por primera vez la bandera cubana.
Escribe el historiador Eduardo Torres Cuevas que el simbolismo
plasmado en la bandera le dio trascendencia revolucionaria y permitió
que se identificasen los ideales perpetuos de la nación cubana. Añade:
«López, que era masón, conocía el simbolismo revolucionario,
republicano y humanista, por lo que los incluyó en la enseña nacional.
Su concepción distancia a esta enseña de la norteamericana al plasmar
no solo las ideas de libertad, sino también las de igualdad y
fraternidad que inspiraron a la Revolución francesa. El triángulo
equilátero (…) es la figura geométrica perfecta por tener sus tres
lados y sus tres ángulos iguales, lo cual significa la igualdad entre
los hombres. Los tres colores (blanco, azul y rojo) son los de la
revolución y en la connotación latina, se asocian al tríptico
revolucionario francés de libertad, igualdad y fraternidad. Ellos
unen, además, los ideales de justicia expresados en la pureza del
color blanco, el altruismo y la altura de esos ideales en el azul, con
el rojo, reflejo de la sangre que se derramaría por la libertad».
Precisa en relación con la estrella solitaria: «La estrella de cinco
puntas —una de estas orientada al Norte para indicar estabilidad—
expresa el equilibrio entre las cualidades morales y sociales que
deben tipificar al Estado y significa "el astro que brilla con luz
propia", es decir, el Estado independiente».
«De tal modo, la estrella simboliza la libertad; el triángulo, la
igualdad; y las franjas, la unión, la perfección y la fraternidad.
Todos sus símbolos se corresponden con los números sagrados de la
Biblia y con los números pitagóricos. Estos representan la armonía y
la perfección: el tres, las franjas azules; el cinco, el total de
franjas, y el siete, la suma del triángulo, la estrella y las cinco
franjas», concluye Torres Cuevas.

Aventura y desventuras
«Walker fue a Nicaragua por los Estados Unidos, por los Estados Unidos
fue López a Cuba», expuso José Martí. Tras dos intentos frustrados,
Narciso López logró desembarcar en Cárdenas, el 19 de mayo de 1850.
Venía al frente de 610 hombres en la llamada expedición del vapor
Creole. La mayoría del contingente eran húngaros de Kentucky. El
resto, norteamericanos reclutados en Luisiana. Solo cinco criollos se
sumaron a la aventura. Su propósito era crear un Estado «republicano,
democrático y libre» que, al igual que lo hiciera Texas, solicitaría
la anexión a EE. UU. Previamente, López había propuesto la jefatura
del grupo al general John Quitman, con la promesa de hacerlo
gobernador general de la Isla. Quedaría él como segundo jefe, pero el
norteamericano, que era gobernador de Misisipi, rechazó la oferta. Una
guarnición de 17 hombres, que terminaron rindiéndose, se opuso a los
invasores, que permanecieron un día en la ciudad. Allí se les sumó
solo una persona. Fue entonces, como ya se dijo, que se izó por
primera vez la enseña nacional.
Encabezaría otra expedición, la última, en agosto del mismo año. Esa
vez, 600 hombres, de los cuales solo 49 habían nacido en Cuba,
hicieron la travesía desde Nueva Orleans a bordo del vapor Pampero y
desembarcaron en El Morrillo, Las Pozas, Pinar del Río, pero pronto
fueron divididos y exterminados, incluso el cabecilla del grupo que,
apresado, murió en garrote.

Final
¿Qué pasó con la bandera que tremoló en Cárdenas? Su pista la siguió
el investigador Arnaldo Jiménez de la Cal.
Juan Manuel Macías y Sardiñas fue uno de los cinco cubanos que
participó en la expedición del Creole. Fue él quien, aquel 19 de mayo,
recogió en la retirada la bandera y regresó con ella a EE. UU. La
conservó con celo y no fue remiso a facilitarla para que encabezara
diversos actos patrióticos, como el de los funerales en Nueva York de
Francisco Vicente Aguilera. A su muerte quedó en manos de su hija,
quien en 1918 la cedió al mayor general Mario García Menocal, en vías
entonces de finalizar su segundo período presidencial. Al cesar en el
cargo, Menocal la traspasó a Manuel Sanguily. Pasó luego al hijo de
este, que terminó donándola al Senado de la República. Al desaparecer
ese cuerpo colegislador, formó parte del patrimonio de la Academia de
Ciencias. Hoy obra en la Sala de las Banderas del Museo de la Ciudad.
Emilia Teurbe Tolón falleció en Madrid en agosto de 1902. Desde agosto
de 2010, gracias a las gestiones de Eusebio Leal, sus restos reposan
en la necrópolis de Colón.
En su proclama, llama el Historiador de La Habana a que los cubanos
apeguemos las costumbres públicas a las leyes vigentes.










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Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
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