domingo, 14 de septiembre de 2014

EL CRIMEN DE ALMENDARES Y OTRAS RESPUESTAS


El crimen del Almendares y otras respuestas
Ciro Bianchi Ross * digital@juventudrebelde.cu
13 de Septiembre del 2014 18:22:37 CDT

El lector Rafael Rodríguez Muñiz pide en su correo electrónico que
refiera el caso del asesinato de la polaquita Sima Rasbasky, una
muchacha que apareció apuñalada en las márgenes del río Almendares. El
suceso ocurrió durante la presidencia del doctor Ramón Grau San Martín
(1944-48) y, comenta Rodríguez Muñiz, es un caso que ha permanecido en
su memoria. Él era adolescente y alguien le contó que había coincidido
con Sima Rasbasky en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana.
Nunca se conoció el móvil del hecho ni se supo quiénes fueron los
asesinos. ¿Drama pasional, venganza, extorsión, escarmiento?, pregunta
el lector y dice que le gustaría saber la versión que el escribidor
tiene del asunto.
En una ocasión conversé sobre esto con mi amigo el narrador y
periodista Jaime Sarusky, fallecido en esta capital hace poco más de
un año. Él conoció a Sima en el restaurante Moische Pipik, el mejor
establecimiento de cocina judía de La Habana, sito en la calle Acosta
No. 211, en pleno barrio judío. Me dijo que no la recordaba tan linda
como la prensa de la época insistió en calificarla, pero sí muy viva,
presumida y coqueta. Precisó que, según se dijo entonces, los padres
del novio de Sima no la toleraban; no tenía un centavo. Los Bergman
eran una familia acaudalada de Matanzas y, se decía también, fueron
ellos los que insistían, y tal vez lograran, en que las
investigaciones sobre el caso quedaran en el mayor silencio posible.
Los hechos ocurrieron así.
Un mediodía, debajo de un puentecito del río Almendares, en el Bosque
de La Habana, fue hallada muerta, con diez puñaladas diseminadas por
todo el cuerpo, una bella joven identificada después como Sima
Rasbasky, de origen hebreo. Por la tarde, y muy cerca de ese sitio,
aparecía el cadáver de su novio, el estudiante, también hebreo, Jaime
Bergman. Presentaba una cuchillada certera en el corazón.
¿Homicidio-suicidio? ¿Doble homicidio? ¿Pacto suicida? Durante largas
semanas no cesó la polémica. Mientras las autoridades acometían las
investigaciones pertinentes, los principales diarios de la capital
dedicaban planas enteras al misterioso suceso y ahondaban en todos los
detalles, por pequeños que fueran. Los forenses no descartaron la
posibilidad de un homicidio-suicidio. Pero algunos apostaban por el
doble homicidio y otros conceptuaban el suceso como un crimen
pasional. Cuando parecía prevalecer la primera tesis, nuevos elementos
hacían que la balanza se inclinara por el doble homicidio. Pero la
muerte de Jaime y Sima no pudo esclarecerse nunca.

El estadista sin estado
Datos sobre Francisco de Arango y Parreño solicita el lector Diego A. Artiles.
A ese habanero nacido en 1765 y muerto en 1837 le llamaron el
estadista sin Estado y fue la eminencia gris de la sacarocracia
criolla. Apoderado del Ayuntamiento de La Habana en la Corte española,
con solo 24 años de edad; síndico del Real Consulado de Agricultura,
Industria y Comercio; redactor del Papel Periódico, promotor y
director de la Sociedad Económica de Amigos del País, consejero de
Indias y diputado a Cortes fue, dice César García del Pino, <<el
primero de nuestros economistas>>.
Dedicó una atención constante a la agricultura. Su Discurso sobre la
agricultura en La Habana y medios de fomentarla (1792) señala una
nueva etapa en el progreso económico de Cuba. Abarca un extenso plan
de reformas que puestas en práctica en años subsiguientes fueron la
base de la grandeza material de la Isla. Sus estudios y los viajes de
investigación que, por disposición oficial, emprendió, en compañía del
Conde de Casa Montalvo, por Inglaterra y Francia y algunas de sus
colonias, se tradujeron en la implantación de nuevos métodos agrícolas
en el país, así como de maquinaria y procedimientos de cultivo,
protección y estímulo a la industria agrícola y defensa de sus
productos.
Comprendió Arango que el desarrollo de la agricultura necesitaba como
complemento la libertad de comercio y a conseguirla consagró su
esfuerzo desde 1808 cuando, como síndico del Real Consulado, presentó
su informe sobre <<los medios que conviene proponer para sacar a la
agricultura y el comercio de la Isla del apuro en que se hallan>>. Diez
años después, cuando Arango era ya consejero de Indias, España decretó
el libre comercio de los puertos de Cuba con los mercados extranjeros,
con lo que desapareció el monopolio mercantil que la metrópoli ejerció
durante siglos. En la promulgación de ese decreto desempeñó un papel
importante el intendente general de Hacienda Alejandro Ramírez, que no
es solo el nombre de la calle que bordea la antigua Quinta de
Dependientes, sino uno de los hombres más útiles de su tiempo.
En sus últimos años Arango se mostró partidario de la supresión del
tráfico de esclavos y sugirió un plan de emancipación gradual a fin de
declarar abolida la esclavitud. Rectificaba así criterios anteriores
que lo llevaron a recomendar la libre introducción de esclavos y a
oponerse en las Cortes de 1813 al propósito de suprimir la esclavitud.
En 1816 consiguió el desestanco del tabaco.
Su prosa era transparente y sin aliños, dice Max Henríquez Ureña.
Sabía ser elocuente en la expresión a fuerza de sobriedad. La
importancia de sus escritos estriba, no en su forma, sino en su clara
visión de los problemas económicos de su patria. Más que un escritor
fue un estadista. De <<estadista eminente>> lo calificó Alejandro de
Humboldt. Todo lo que escribió está compilado en los dos gruesos
volúmenes que con el título de Obras del Excmo. Señor Don Francisco de
Arango y Parreño se publicaron en 1888 y volvieron a ver la luz en
1952 con el sello de la Dirección de Cultura del Ministerio de
Educación, edición que el escribidor atesora entre sus libros más
valiosos.
Escribe el ya aludido García del Pino en su imprescindible Mil
criollos del siglo XIX; diccionario biográfico: <<Al ser invadida
España por los franceses, pretende crear una Junta como las creadas en
otras provincias (colonias) --las que condujeron en nuestro continente
a la independencia, pero la oposición de elementos intransigentes, que
quizá penetraron sus intenciones, frustraron su propuesta>>. A partir
de ese momento, sus enemigos y los adversarios de su modo de pensar y
de sus reformas lo señalaron con el mote de <<independiente>>.
En 1824 rechazó el nombramiento de Superintendente General de Hacienda
y al año siguiente se retiró de la vida pública. Tres años antes de
morir, el Rey español le concedió el título de Prócer del Reino.

De vuelta a Tropicana
Las páginas que el escribidor dedicó a Tropicana repercutieron más
allá de lo esperado. Me referiré únicamente a dos o tres de los
mensajes recibidos. Uno de esos lo envía el historiador José Quintas
desde Ciego de Ávila. El mensaje ratifica lo que a quien esto escribe
dijo el lector Orlando F. Hernández Machado. Martín Fox Zamora,
propietario de Tropicana, era oriundo de Matanzas; de Calimete,
escribe Orlando. De Calimete o Cárdenas, dice Quintas quien en el
Archivo Histórico Provincial consultó un documento en el que se afirma
que Fox era <<natural de Matanzas>>. Se trata de una escritura que obra
en el Fondo de Protocolos Notariales del citado Archivo y tiene fecha
de 1ro. de diciembre de 1943. Ya para entonces Fox residía en Miramar,
afirma Quintas.
Añade que Fox fundó con Florentino Hernández Soler, alias Tino, una
colecturía en la calle Marcial Gómez, entre República y Cuba, que
luego se trasladó a la céntrica calle Independencia, entre Maceo y
Simón Reyes (hoy el edificio está enmarcado en el Bulevar). El
establecimiento fue bautizado como La Batallita, no La Vallita, y en
este trabajó Oscar Echemendía, un avileño que luego le acompañó a
Tropicana, y que fue uno de sus hombres de confianza y mánager del
cabaré. Comenta que en su libro más reciente --El hombre que nunca ríe;
Ediciones Ávila, 2013-- incluyó una crónica sobre Fox. Se titula Todo
comenzó en La Batallita.
Por último, Quintas reproduce el testimonio de un anciano que fue
dependiente del café Venus, ubicado muy cerca de La Batallita.
Recordaba el viejo camarero: <<Fox era hombre generoso y servicial, que
acudía al reclamo de vecinos necesitados. Usaba un perfume francés,
extracto, de nombre algo así como Narciso Azul o Narciso Negro, y
cuando iba al café, a tomar su cerveza alemana, todos sabíamos que
estaba cerca, pues primero llegaba el olor característico de su
perfume>>.
Orlando F. Hernández envía un mensaje que es un bombazo. Pregunta al
escribidor si sabe quiénes fueron los hombres que más dinero perdieron
en el casino de juego de Tropicana. Uno, de un solo golpe; otro, en el
transcurso de los años.
En cuanto al primero, y el escribidor no ha podido contrastar la
información, dice que es el rey Carol II, de Rumania. El otro,
Santiago Rey, senador de la República; grausista primero y batistiano
después, ministro de Gobernación (Interior) de Batista. Tampoco esta
información pudo ser contrastada, pero no puede olvidarse que el
sujeto era un jugador compulsivo.
Carol estuvo en La Habana, al parecer más de una vez. En 1925 abdicó a
favor de su hijo Miguel, un niño todavía, y salió al exterior con su
amante Magda Lupescu, hija de un acaudalado comerciante de tejidos.
Dejaba atrás también a su esposa Elena, hija del rey Constantino de
Grecia. Viajó a París y cuando soñaba con La Habana, la realidad de su
país lo obligó a volver. Asumió el poder en calidad de regente y,
siempre con Magda a cuestas, tranzó una alianza con la Alemania nazi,
pero volvió a fugarse. Con su amante, llegó a la Florida, viajó a
Nassau y de ahí a La Habana donde, en el Hotel Nacional, vivió una
memorable encerrona de amor. De nuevo su país lo reclamó. Implantó en
Rumania un régimen fascista. Se entrevistó con Hitler y quiso alzarse
como el mediador del conflicto que se avecinaba entre el Reich y el
bloque anglo-francés. Hitler lo sacó del poder a sombrerazos y, con
Magda, volvió a un exilio sin regreso.
Establece su residencia en Lisboa. Viaja a América, hace estancia en
Brasil y dando saltos llega a La Habana. Aquí se encapricha con
Tropicana y siempre, según la versión del lector Orlando F. Hernández
que el escribidor no contrastó, pretende ganarlo en una partida de
bacará. Intervienen en una de esas partidas seis o siete jugadores. El
banco no juega; coge un por ciento de lo que gana el triunfador. Pero
aquella fue una partida atípica. Un solo jugador, Carol II, ex rey de
Rumania, contra Tropicana. Si ganaba, se quedaba con el cabaré. Perdió
un millón de dólares en el intento.
 









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Ciro Bianchi Ross
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