viernes, 18 de julio de 2014

MOJICA EN LA HABANA


Mojica en La Habana
Ciro Bianchi Ross

La escritora cubana Dulce María Loynaz  --Premio Miguel de Cervantes,
1992-- dice en sus memorias que el actor y cantante mexicano José
Mojica hizo perder la razón a los habaneros durante su visita de
finales de 1931. <<Para ensalzarlo o vituperarlo, ningún artista ha
levantado aquí clamor semejante>>, precisa la autora de Jardín y
Últimos días de una casa, en tanto que el llamado Valentino de la
ópera escribiría por su parte: <<Si tuve grandes alegrías en La Habana,
también sufrí grandes dolores>>.

Aclara la Loynaz que ella permaneció al margen de todo aquello. Nunca,
ni entonces ni después, le interesaron los cantantes y tenía
ciertamente cosas más importantes en las que pensar. Un primo suyo
empezaba a cortejarla y era, a su juicio, más gallardo que el
mexicano. <<De Mojica ni siquiera había visto las películas. Y lo tenía
por persona vana y superficial>>.

Llegarían, con el tiempo,  a conocerse personalmente. Ni el artista ni
la poetisa eran ya los mismos. El hombre que había ganado una fortuna
con sus películas y sus conciertos, se ordenaba  sacerdote y hacía
voto de pobreza. Dulce María rompía su matrimonio con el primo y se
dejaba cortejar por el cronista Pablo Álvarez de Cañas, que moría de
amor por ella desde que vio su retrato en un periódico. Pablo soñaba
conque aquel romance terminara en boda; posibilidad impensable para la
poetisa. Aun así emprendieron juntos un viaje por América Latina.

Al llegar a Perú, quiso Álvarez de Cañas saludar a Mojica --ya fray
José Francisco de Guadalupe, internado en el convento de La Recoleta,
casi inaccesible en aquellas tremendas soledades andinas.  El concepto
que de él se hiciera la creadora de Carta de amor a Tut Ank Amen
cambió radicalmente. <<Tan rectificado fue, y tal impresión me hizo en
esa única visita, que puedo decir ahora que fueron sus palabras las
que más pesaron en mi vacilante voluntad de casarme con Pablo>>.

Una amistad fraternal unió a los dos hombres y esa relación duró hasta
la muerte, ocurrida sólo con días de diferencia entre los dos.

Escribe la Loynaz en Fe de vida: <<Entre las cartas que todavía
llegaron a su nombre después de fallecido Pablo, estaba una de fray
José de Guadalupe Mojica, que incluía su última foto dedicada a él. En
ella aparecía en una silla de ruedas, aún sonriente, y cuando la
recibí los dos estaban muertos>>.

Quién iba a decirle a Dulce María, en 1931, cuando los caminos de
ambos se hallaban tan distantes, que sería ella la encargada de
recibir el  mensaje póstumo de Mojica. Estaba el mexicano en aquel
lejano 1931, en la cúspide de la fama. Su voz era hermosísima y sus
piernas, una de las cuales le sería amputada, saltaban ágiles. La
gente formaba largas filas al frente de su hotel o su teatro sólo para
verlo escapar rápidamente cuando salía, si no se escabullía antes por
una puerta secreta.

Más de una vez, durante su estancia habanera, los agentes del orden
tuvieron que protegerlo del entusiasmo del público, y más de una vez
tuvo que castigar él mismo con sus recios puños la insolencia de
algunos que llevaban su torpeza o su malignidad demasiado lejos, acota
la poetisa y añade que fue una suerte de locura  colectiva la que se
adueñó de los habaneros durante la estancia de José Mojica.

LA VOZ DE ORO

En ese  momento se le consideraba el mejor tenor de América Latina. A
la maravilla de su voz --voz de oro, como se decía en ese tiempo--unía
su  tipo de galán latino que, a partir de Rodolfo Valentino, exigían
los cánones melodramáticos de la época. Su carrera cinematográfica
comenzó en 1928 con películas habladas y cantadas en español, como
Ladrón de amor y El precio de un beso.

El afanado compositor y pianista Ernesto Lecuona lo contrató para
venir a La Habana. Se conocieron en Hollywood. La Metro Goldwin Mayer
había solicitado al cubano que colaborara en la musicalización de
Canción de amor, filme protagonizado por el barítono Lawrence Tibett y
la actriz mexicana Lupe Vélez, y en la que participó la orquesta de
los Hermanos Palau y cantantes y bailarines cubanos. Lecuona intimó
con Mojica, y respondió a la invitación del astro mexicano de que lo
visitara en la mansión que se había hecho  edificar en Santa Mónica.

Allí, valiéndose del gran piano de cola que había en la sala de estar
de la casa,  hizo el compositor  una audición memorable de su obra. En
un aparte, Lecuona le dijo a Mojica: <<Tienes que ir a Cuba. Tendrás un
éxito enorme>>. Le ofreció mil dólares por cada concierto  en La
Habana. Era una buena suma para una época de crisis económica, y
Mojica aceptó encantado la oferta pues necesitaba plata para apoyar el
movimiento de los cristeros. Vendría junto al notable pianista Troy
Sanders que lo acompañaría en sus presentaciones. Partieron del puerto
de Veracruz con destino a la capital de la Isla. Su llegada despertó
un entusiasmo poco visto antes.

Escribió el tenor  en sus memorias: <<Desde mi arribo advertí que tenía
que enfrentarme a un público amigo al que debía tratar de manera
especial. La recepción que me preparó Lecuona fue sensacional. Tenía
que entregarme, sin reservas, a un público entusiasta. La seriedad y
compostura no encajan con los cubanos, que aman la confianza, la
franqueza, y se interesan por la persona. Me lo había advertido
Esperanza Iris cuando me refería el trato familiar y cálido que le
deban en toda la Isla>>.

Para el 14 de diciembre se programó su primera presentación en el
Teatro Nacional; hoy Gran Teatro de La Habana. Se dice que era
materialmente imposible atravesar la esquina de Prado y San Rafael, en
Centro Habana, donde se encuentra el coliseo y que el cercano Parque
Central estaba totalmente invadido de público y policías. Las lunetas
se vendían a tres pesos, un precio subido dada la situación del país.
El teatro estaba lleno a reventar.

Parecía que la gente había perdido el miedo a concurrir a lugares
públicos en aquellos días en que se recrudecía la oposición a la
dictadura del general Gerardo Machado y el régimen extremaba la
represión y los grupos revolucionarios detonaban bombas y petardos y
hacían funcionar la escopeta recortada. Pero todo el mundo quería ver
y oír a Mojica y el automóvil que lo transportaba debió desplazarse
con sumo cuidado en medio de un mar de gente que aplaudía, gritaba y
exigía ver al cantante.

A las nueve en punto salió Mojica al escenario. Una verdadera
tempestad de aplausos lo arropó durante largos minutos. Al fin empezó
la música: Peri, Cavalli, Cimara, Gounod... La parte inicial del
concierto transcurría de maravilla cuando desde el escenario el tenor
comenzó a ver que la gente se levantaba y salía apresuradamente. Tosía
y gesticulaba y se cubría la nariz con pañuelos. Dice en sus memorias:
<<Hasta mí llegaba el picante olor de las bombas lacrimógenas>>.

No eran tales. Se trataba de las llamadas bombitas de peste, rústico
adminículo que se elabora con la flor de pedo que al reventarse
produce un olor nauseabundo  y que, de hacerse en una habitación
cerrada, invade poco a poco todo el espacio, se mantiene en el
ambiente durante largos minutos  e impregna  el olfato de quien le
tocó olerla. El concierto debió ser suspendido. Cuando se reanudó, la
atmósfera estaba aún viciada por lo gases. Sanders ejecutó a Zeckwer y
el estadio Staccato, de Rubinstein, y Mojica prosiguió con obras de
Duparc, Massenet, Chausson, Head y otros. La calma parecía haberse
restablecido.

CUANDO ME VAYA

Un momento importante de los conciertos de Mojica en La Habana fue su
interpretación de María la O, canción de Ernesto Lecuona. Nunca antes
había sido cantada por voz masculina ya que solamente las sopranos la
habían dado a conocer. Mojica la interpretó en un arreglo especial
hecho por él, con recitados y declamaciones que la hacían propia para
voz varonil. <<Por ello recibí, dice el tenor, una de las más grandes
ovaciones de mi vida, y esa noche María la O --que vocalmente ofrece
dificultades y agudos iguales a la más escabrosa aria de ópera-- quedó
para siempre en el gusto del público cubano; digo para siempre porque
hace un cuarto de siglo que la canté y todavía se escucha
diariamente>>.

El día 16 de diciembre volvió Mojica al escenario del Nacional con
obras de Pergoilessi, Erlanger, Chaminade, Donizetti... Sanders acometió
a Debussy y a Turina. El tenor cerró con canciones folclóricas y
anónimas e interpretó, para finalizar, Cuando me vaya, de María
Grever.

El 20 de diciembre, Mojica ofreció una audición popular con canciones
mexicanas y cubanas. Ese día Lecuona interpretó, a dos pianos con
Sanders, sus piezas  La comparsa y Danza lucumí. Hubo conciertos el
25, el 26 y el 28,  y el 30 fue de homenaje y despedida al artista
visitante.

Historiadores cubanos no han esclarecido nunca las razones que
motivaron la mal oliente interrupción del  primer concierto de Mojica
en La Habana. A diferencia de la bomba que le pusieron a Caruso en el
propio Teatro Nacional, en 1920, nadie se proclamó autor del hecho en
los más ochenta años transcurridos desde entones. No existen sospechas
siquiera.

El propio tenor explicó en sus memorias los posibles motivos: <<Había
intereses que resentían perjuicios con el artista que dejaba sin
público los demás teatros; empresas cinematográficas que creían
necesario desacreditar y aun calumniar al que les causaba pérdidas;
periodistas sin ética profesional que esperaban gratificaciones de mis
empresarios y que, por no obtenerlas, escribieron artículos llenos de
sátira y malicia.

<<Hubo caricaturas que, a más de bobas, eran insultantes. El remedio
que me propusieron para acallar los comentarios, era peor que la
campaña de calumnia. Debería yo abofetear en público a cierto
periodista; correr una aventura amorosa con cualquier mujer casada;
jugar grandes sumas en casinos clandestinos; organizar juergas y
visitar casas de mala nota. Debía ser admirado como hombre mundano, no
como artista de buenas costumbres>>.

Hay algo cierto. Con la excepción de Pablo Álvarez de Cañas, cronista
del periódico El País,  la prensa le hizo le hizo imposible la vida  a
Mojica durante su estancia en La Habana.

SOLAMENTE UNA VEZ

En 1941, en San Miguel de Allende, Guanajuato, fallece doña Virginia,
la madre del tenor.  José Mojica, en plenitud de su carrera, abandona
entonces  la vida artística e ingresa en un convento. Se dice que en
tales circunstancias Agustín Lara le dedica su bolero Solamente una
vez. Dos años más tarde recibe las órdenes menores y, después de hacer
el noviciado, se ordena sacerdote.

Murió en Lima, el 20 de septiembre de 1974, a los79 años de edad.
Actuó, con la debida autorización eclesiástica, prácticamente hasta el
final de su vida.











-- 
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
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