lunes, 19 de diciembre de 2011

EL MUSEO DE LOS AUTOS PERDIDOS

El museo de los autos perdidos
Ciro Bianchi Ross • 17 de Diciembre del 2011 21:09:07 CDT


Uno de los automóviles de Adolfo Hitler, un vehículo de 12 cilindros,
con una plancha de blindaje de más de una pulgada de espesor y
cristales a prueba de balas que la Mercedes Benz fabricó para él de
manera especial, estuvo aparcado durante años en un garaje de La
Habana. Un oficial del ejército norteamericano lo adquirió en Alemania
y mientras aguardaba la autorización que le permitiría entrarlo en
Estados Unidos, lo mantuvo en depósito en la nave que Francisco Nava
destinaba a parqueo de vehículos en la calle Morro números 62-64,
entre Refugio y Genios, a muy poca distancia del Palacio Presidencial.

Pudo al fin el Mercedes de Hitler entrar en Norteamérica en 1950 y,
hasta donde sabemos, se exhibió, entre 1974 y 1975, en el Museo de
Antigüedades Automovilísticas de Highland Park, en Illinois. Un
coleccionista de San Luis lo había adquirido poco antes en una
subasta. Pagó por el vehículo 178 000 dólares de los de entonces.

Los automóviles con historia tienen gran valor para los coleccionistas
que invierten grandes sumas de dinero en ellos, aunque al final todos
van a parar a los museos, como el Instituto Smithsoniano, de
Washington, donde están algunos de los carros más famosos del mundo.

En Estados Unidos se conserva el carro que manejaba, en sus tiempos en
la Casa Blanca, el presidente Franklin Delano Roosevelt, adaptado
especialmente para él, teniendo en cuenta su condición de paralítico.
También está preservado el primer automóvil construido por Henry Ford.
En Bogotá este escribidor vio el auto del dirigente liberal Jorge
Eliécer Gaitán, cuyo asesinato desencadenó los sucesos que pasaron a
la historia con el nombre de El Bogotazo, y en el ayuntamiento de
Carolina, en Puerto Rico, pudo ver el automóvil, también blindado, del
ex gobernador Luis Muñoz Marín, el artífice del Estado Libre Asociado,
y que, me dijeron, perteneció antes a Roosevelt. Hace algún tiempo la
casa Sotheby’s, de Londres, sacó a subasta nada menos que el auto de
James Bond, el famoso agente 007, el Aston Martin modelo DB5 de 1964
que utilizaba el actor Sean Connery en la serie de aventuras
detectivescas. Desconozco en qué paró el asunto. Supe que su
propietario de entonces, el empresario norteamericano Jerry Lee, lo
había adquirido en su momento por la modesta suma de 12 000 dólares y
que esperaba recibir por el vehículo más de cinco millones.

Otros autos antiguos
Aseguran los especialistas que una de las marcas más solicitadas en
las subastas de autos antiguos es Duesenberg. El Duesenberg que la
actriz Greta Garbo adquirió en 1933 se vendió 40 años después en 40
000 dólares. El auto, color marrón, fue diseñado para ella por
Fernández y Darrin, famosos carroceros parisinos, mientras que la
decoración interior, toda en crema, corrió a cargo de una empresa
francesa que dotó la cabina de 16 compartimientos con cerraduras e
instaló una pequeña caja de caudales, de combinación, para resguardo
de las joyas de la diva, debajo del guardafangos derecho trasero.

En los días de la Segunda Guerra Mundial, la Garbo hizo esconder su
vehículo en una zona de la campiña francesa y evitó de esa manera que
cayera en manos del ejército de ocupación alemán. Finalizada la
contienda, la actriz lo vendió, por una suma no revelada, a un oficial
de las tropas norteamericanas y este lo traspasó a un vendedor
profesional. Lo adquiriría en definitiva un coleccionista que en ese
entonces tenía ya 23 piezas en su museo particular de automóviles.

Aparte del ya mencionado Duesenberg, se dice que uno de los autos
antiguos más solicitados y mejor cotizados es el Bugatti deportivo. El
Hispano Suiza es otra reliquia bien pagada. A la categoría de
automóviles antiguos más demandados pertenecen los pocos Cadillac de
16 cilindros que se fabricaron entre 1930 y 1933. Al Capone tuvo un
vehículo de ese modelo y ordenó que se le proveyera de un bar y de un
compartimiento donde se acomodaran dos ametralladoras. Eligio
Sardiñas, nuestro célebre Kid Chocolate, tuvo otro. Sobre su destino
hablaremos más adelante.

De la noche a la mañana
Las calles cubanas son un enorme museo rodante. Circulan por ellas
automóviles de marcas y modelos inimaginables, los llamados
«almendrones». La necesidad mantiene «vivos» a la mayoría de ellos y
solo la inventiva y creatividad del cubano logran mantenerlos en
activo. Feos, ruidosos y con mil y una adaptaciones, contribuyen a
resolver en alguna medida el problema de la transportación y ponen una
nota pintoresca en el paisaje urbano.

Otros, sin embargo, son tan vistosos y conservan tal originalidad en
sus líneas, partes y piezas que bien podrían formar parte de
colecciones museables, como la del Depósito del Automóvil, en La
Habana Vieja, o la que se exhibe en el Parque Baconao, de Santiago de
Cuba. En el Depósito se conservan vehículos de todo tipo —de paseo,
fúnebres, de carga…— notables por su antigüedad, así como otros que
deben su celebridad a las figuras que los utilizaron, como el
Oldsmobile 59 del Comandante Camilo Cienfuegos y otro auto de la misma
marca, pero de 1960, que utilizaba la recordada Celia Sánchez, así
como un Cadillac de 1930 que perteneció al ex presidente Alfredo
Zayas, y el VW propiedad del novelista Alejo Carpentier. En Baconao,
una colección de más de 1 500 miniaturas que imitan marcas y modelos
de automóviles desde el siglo XIX alterna con decenas de muestras
reales como un Ford T 1912, un Austin Seven 1937 —primer minicoche que
se produjo en el mundo— y un Buick Skylark del 54… El Chevrolet 59 de
Che Guevara se conserva en el Centro de Estudios que lleva el nombre
del Guerrillero Heroico.

Se supone que el automóvil más antiguo que existe en Cuba es un
Cadillac de 1902 y forma parte de los fondos del museo de Guanabacoa.
Un Cadillac de 1905 se exhibe en la colección del Depósito de La
Habana Vieja. En esa fecha hacía ya siete años que el nuevo medio de
transporte había hecho su aparición en las polvorientas calles
habaneras: un ruidoso auto que se movía con bencina y desarrollaba 10
km/h; un Parisiense francés que costó mil pesos a su dueño. Seis meses
más tarde llegaba el segundo automóvil, un Rochet & Schneider de ocho
caballos de fuerza y que desplegaba una velocidad superior. Un tercer
auto llegó poco después, esta vez un vehículo de carga que quedó al
servicio de una empresa cigarrera. Con los inicios del siglo llegaban
también a Cuba el cine y la aviación, el tranvía eléctrico y el
teléfono automático. Todo cambió de la noche a la mañana, decía la
escritora Renée Méndez Capote: del dominio español se pasó a la
dependencia de los Estados Unidos. De la era de la tracción animal a
la era de la combustión interna. De expresiones como «enganchar la
pareja» a «sacar el automóvil». De las riendas al timón y al freno de
palanca o de pedales.

Todo se precipitó a partir de entonces. Si en 1901 circulaban por las
calles de la capital 11 de esas máquinas y el primer auto llegaba a
Santiago en 1902, en 1913 corrían por La Habana más de mil vehículos,
y en 1916 se contabilizaban 1 300 autos particulares, 1 900 de
alquiler y 219 camiones. En 1958 Cuba era el sexto país del mundo en
el promedio de automóviles por habitante. La superaban, en este orden,
EE.UU., Canadá, Gran Bretaña, Venezuela y Alemania Occidental.

Museo imposible
Muchos automóviles quedaron en el camino. Se les perdió el rastro
porque se desmantelaron para utilizar sus piezas en otros vehículos,
los convirtieron en chatarra o quedaron por ahí, olvidados por todos.
Se los tragó el tiempo.

Nada se sabe, o no lo sabe al menos este cronista, del Chevrolet beige
de 1949 que utilizó Fidel Castro en la campaña electoral de 1952,
cuando aspiraba a un acta de Representante a la Cámara por el Partido
del Pueblo Cubano (Ortodoxo). Parece haberse perdido para siempre la
cuña convertible azul marca Packard, también de 1949, con que Eduardo
Chibás, presidente de esa organización política, recorrió la Isla en
sus campañas de entonces.

A la muerte del líder ortodoxo, en 1951, la cuña se guardó en el
garaje del edificio Chibás, en la Avenida de los Presidentes esquina a
25, en el Vedado. De allí desapareció misteriosamente después del
golpe de Estado de Batista, el 10 de marzo de 1952. Durante los
últimos años se ha buscado, en vano, a fin de incorporarla a los
fondos del Depósito del Automóvil.

Una búsqueda inútil sería la del Packard verde que el corajudo Ángel
Pío Álvarez, paradigma de la «acción directa» en la lucha contra la
dictadura de Gerardo Machado, utilizó en 1932 para atentar contra la
vida del capitán Miguel Calvo, jefe de la Sección de Expertos de la
Policía Nacional. El joven revolucionario y el militar se «cazaron»
mutuamente durante meses. Pío le ganó la partida al oficial una mañana
en las inmediaciones del Hotel Nacional, aunque los «expertos»
terminaran pasándole la cuenta en enero de 1933.

Un sujeto que, pese a lo temprano de la hora, mataba el tiempo en el
muro del Malecón, comunicó a la Policía que el auto de Calvo, un Dodge
Brother, había sido baleado desde un Packard verde, y a partir de ese
momento las autoridades se afanaron en la búsqueda del vehículo;
información que, por otra parte, divulgó la prensa. Después de la
acción, Pío Álvarez escondió el vehículo en un garaje en Marianao
hasta que días después lo sacó a fin de llevarlo a San Miguel del
Padrón para desmantelarlo y arrojar sus partes a un lagunato. Cuenta
el historiador Newton Briones Montoto en su libro Acción directa, que
detalla ese suceso, que durante el trayecto, en un lugar donde el
tráfico obligó a Pío a aminorar la marcha, un grupo de niños gritó a
su paso: «Miren, miren el Packard verde». Pío no perdió su aplomo.
Aparcó el auto junto a un policía y le pidió que requiriera a los
muchachos porque «este no es el coche buscado».

El Packard verde de Pío Álvarez, desaparecido por el propio Pío, forma
parte de un imposible museo de los autos perdidos. Conformarían dicha
colección, entre otros vehículos, el Buick con chapa particular en el
que el presidente Prío salió del Palacio Presidencial el 10 de marzo,
dejando en la cochera de la mansión palatina el auto con matrícula
001, que era la de los mandatarios cubanos. Y el Lincoln blindado que
Machado dejó abandonado en su huída, el 12 de agosto de 1933. Como
ese, hay otro que tampoco aparece, el del general Alberto Herrera,
jefe del Ejército cubano desde 1922 y que acompañó a Machado en su
caída.

Otra pieza, y no de menor cuenta, de ese museo imaginado sería el ya
aludido Cadillac 1930 de 16 cilindros de Kid Chocolate. Nuevo, costaba
25 000 dólares, pero el Kid lo cogió de uso en 1931 y pagó por el
vehículo algo más de 18 000 dólares. Años más tarde le ofrecieron 42
000, pero el afamado boxeador dijo no transarse por menos de 60 000.
Al final se vio obligado a deshacerse de él por muy poco dinero.
Consumía combustible como un demente y el modelo estaba discontinuado
y sus piezas eran difíciles de conseguir. En 1970 un auto como el
Cadillac de Chocolate valía más de 50 000 dólares. Hoy, ¿cuánto
valdría?









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Ciro Bianchi Ross
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