domingo, 27 de noviembre de 2011

UNA LARGA CITA DE EDUARDO LIENDO

UNA LARGA CITA DE EDUARDO LIENDO

“Nunca más tendré ídolos”. “Los Topos”. Eduardo Liendo.



ELIGIO DAMAS


Eduardo Liendo es un novelista venezolano, caraqueño para más señas, bueno. Es más, ahondaría que es muy bueno y muchos lectores en Venezuela le conocen. Tiene tres excelentes trabajos, que no son los únicos, que he leído no por pasar el tiempo, matar el ocio, sino escrutarle. Ellos son “El Mago de la Cara de Vidrio”, “Los Topos” y “Si Yo Fuera Pedro Infante”. De los tres, el último es mi preferido, por la manera de manejar la historia, las indagaciones que tuvo que haber hecho, porque una novela siempre está llena de la realidad aunque se hable de ficción y nunca ella esté ausente. Manejo de los planos y lo tanto que acerca al personaje, Pedro Infante, a los lectores.
Confieso que, aunque leí “El Mago de la Cara de Vidrio” para realizar un trabajo con fines académicos, hace unos años, no tuve interés en este escritor con posterioridad, hasta uno dos o tres meses que “me tiré de punta a punta, casi sin respirar”, pero detallando cada frase “Si yo fuera Pedro Infante”. Quizás influyó en ello, que yo había terminado hacía poco una novela titulada “La Mudanza”, que no obstante tantas diligencias no ha encontrado editor, cosa que con casi todos mis trabajo sucede, en la cual el actor y cantante mejicano tiene una breve pero significativa presencia.
Hace una hora he leído la última página de “Los Topos”, novela de Liendo, aparecida en 1975, dos años después de “El Mago de la Cara de vidrio”. La he cerrado y me dispongo a leer a “Quanos” de Renato Rodríguez, mientras tomo aliento para continuar leyendo “Blanco Nocturno”, de Ricardo Piglia, novela ganadora del recientemente otorgado premio “Rómulo Gallegos”, que se me ha vuelto pura trama policial lenta, rutinaria y cansona.
No soy crítico literario, estoy muy lejos de eso y de ostentar méritos para emitir tales juicios y pretender se les tomen como serios o enjundiosos. Pero días atrás, interrogué a un personaje suficientemente dotado y formado para emitir opiniones sobre esos temas, de la manera siguiente:
-Leíste “Blanco Nocturno”.
Me respondió, como con poco interés:
-Bueno llevo unos días leyéndola y voy por la página 80 más o menos.
Se refería a una obra, cuya edición que poseo, editada por el Celarg, tiene cerca de 300 páginas.
La pregunta pareció despertar poco interés y menor entusiasmo en el premiado escritor oriental. La respuesta fue poco entusiasta. En vista que no mostraba interés por agregar otro comentario, insistí:
¿Crees que se merece el premio? Pregunté con indiscreción pero con interés para orientarme. Su opinión es para mí interesante y valedera.
Habló ligeramente de poca fuerza y creatividad narrativa y terminó por decir:
-Habría que hablar con el jurado para saber qué pasó allí.
Para mi es obvio que no parecía conforme, pero prefirió mostrarse prudente. No quise seguir importunándole. Él forma parte del oficio. Aquello era suficiente además.
De manera que “uno lee y tiene quien le escriba”. Son muchos años leyendo novelas, hasta aquellos bodrios del “realismo literario” soviético, como para tener un cierto nivel, si no para juzgar por lo menos para preferir. Por eso, digo con libertad que me gustó en gran medida, “Si yo Fuera Pedro Infante”, aunque a cualquiera se le pueda ocurrir que para un intelectual como Liendo, la vida del mejicano no debió tener interés alguno. Lo que pasa es que hay el qué y el cómo. Es el meollo del asunto. La semilla literaria.
Por cierto, hablando de Renato Rodríguez, a cualquier entendido podría sorprender que uno haya leído “Al Sur del Equanil”, apenas unos meses atrás. Y tendría toda la razón del mundo.
Pero recuerdo que por razones que mucho tenían que ver con la política y los intereses de grupos literarios a los cuales uno estaba cerca, no dentro de ellos, hubo como una estigmatización del escritor margariteño. Todavía no logro recordar suficientemente por qué uno asumió, sin haber ser escrito nada en aquella época, sino apenas se era joven iniciado en la lectura, que no había que leer a Renato. Y al título “Al Sur del Equanil”, muchas veces le vi en alguna parte y no se me ocurrió leerle. Ni siquiera tomarlo indebidamente de alguna parte, como habituaba uno hacer para poder leer, pues en aquellos tiempos los libros costaban un ojo de la cara. No como ahora que en Venezuela un buen libro puede costar hasta cuatro veces menos que en café o una gaseosa.
Pero me pregunto por qué no a Renato y si a Henry Miller y sus “Trópicos”. Tendré que averiguar bien el asunto. Uno y otro bien lejos estuvieron de la política y la lucha armada. Quizás Renato, era más de carne y hueso, real e inmediato que el escritor gringo. Y siendo aquello así, no estaba entre los grupos literarios de aquella época podían exaltar o ignorar.
Hace poco compré un ejemplar de “Al Sur del Equanil”. Le abrí, comencé a leerle y una cosa como magnética me pegó a aquella rica y potente narración. Me atrajo fantásticamente y me hizo mentar madres contra aquellos que me indujeron a no leerle. Vainas que pasan y de las cuales no me meteré en detalle e intimidad. Pero inmediatamente leí de Renato, quien murió recientemente a una larga edad, “El Bonche”. Estoy seguro que en aquella época juvenil me hubiese entusiasmado la rica imaginación, la inmensa capacidad narrativa y fluidez de los diálogos que, en la literatura de Renato Rodríguez abundan.
Después decir todo lo anterior, para resaltar en primer término a Eduardo Liendo, quiero tomar para copiarlo aquí un texto de su novela casi vivencial, “Los Topos”, publicado en 1975, cuyos temas centrales son la lucha armada, particularmente guerrillera, la vicisitudes de los presos políticos en la IV República y balances y juicios finales sobre aquellos hechos, que deberían ser de mucha utilidad. Pero el balance debe servir no para refocilarse en lo sucedido o aliñar decadentes discursos, sino acomodar la vida, los huesos e ideas para los nuevos combates. Buena la frase de Liendo, “Nunca más tendré ídolos”.
Pero antes, quiero recordar el balance particular de un amigo:
-Teníamos el respaldo casi total de la clase obrera; la mayoría determinante de la población urbana, en sus distintas escalas, nos apoyaba. El movimiento estudiantil universitario y hasta los muchachos de liceos formaban parte de una vanguardia entusiasmada y combativa a favor nuestro. Llegamos a controlar el congreso y nuestra influencia en las Fuerzas Armadas era significativa como lo demostraron los alzamientos de Carúpano y Puerto Cabello. Ante ese cuadro, optamos para irnos a enguerrillarnos en el monte, justamente donde no teníamos a nadie.
No se puede pensar con cabeza prestada y esperar acertar.
En “Los Topos, después de informar de unos cuantos serios golpes contra el movimiento guerrillero, de la detención de un buen número de combatientes, el asesinato de Alberto Lovera y la accidental muerte de Argimiro “Miro” Gabaldón, dice el narrador:
“Lo que está ocurriendo en el exterior – el narrador
habla desde la isla de Tacarigua – es verdaderamente grave,
un grupo anarquizado ha hecho en nombre de la revolución
varias acciones de corte terrorista. Esto ha venido a aumentar
más aún los serios problemas del movimiento. El terror puro
como instrumento de combate es una aberración.
La fuerza irracional puede provocar miedos, pero
jamás podrá ganar los corazones para una causa justa. Y una
revolución popular tiene que conquistar los corazones,
emocionar a la mayoría de los hombres para que trabajen y
luchen por un nuevo sueño, por una nueva esperanza de
felicidad, por una cristalina justicia. Nada es más ajeno a eso
que terror. Vladimir Ilich Lenin y otros grandes teóricos de la
revolución escribieron sabias páginas sobre el efecto
contraproducente y nefasto del terrorismo como forma de
de lucha, pero muchos adoradores ciegos de su figura
prefieren orinar esas páginas en vez de leerlas y asimilarlas
como lección histórica. La consigna de los fanáticos de
izquierda parece ser “¡Muera la experiencia!”. En represalia,
el gobierno ha desatado una feroz represión política. El
movimiento de oposición democrática se encuentra
acorralado y las fuerzas revolucionarias se reducen cada día
más.
Nos repetimos tantas veces que la revolución a pesar de
todos los obstáculos marcha hacia adelante, que ahora nos
cuesta mucho comprender la necesidad imperiosa de retroceder.
La victoria rápida * fue un enceguecedor espejismo. Ahora la
derrota nos muerde las tripas y nos saca la lengua. El asalto
armado al poder ha fracasado. La dirección revolucionaria
discute de manera enconada los términos del repliegue.
Se habla de desmovilizar los grupos guerrilleros que se
mantienen aún en la montaña y las pocas unidades tácticas de
combate que quedan en la ciudad. Retroceder con disciplina y
utilizar otras formas de lucha política menos decisivas que
permitan la recuperación política de un movimiento revolucionario
severamente golpeado, parece lo único sensato. Para reconocer
Para reconocer una derrota también se requiere valor.
Ezequiel, desde su calabozo, le ha escrito a Emiliano: “No
debemos temer a la calumnia, el repliegue lo impone una realidad
completamente adversa. Es necesario restañar nuestras heridas,
enterrar nuestros muertos y prepararnos para nuevos combates”.
Dirigentes revolucionarios, que en un momento de triunfo
fueron respetados y exaltados hasta la idolatría, son ahora agredidos
con los más severos calificativos; algunos los tildan de traidores;
otros más moderados, de incapaces; casi nadie confía plenamente en
ellos y mucho menos en su sabiduría. Deben pagar el alto precio de
la derrota. Evocando su vida de duro cautiverio, Jesús Farías dice en
una carta escrita con dolor: “A veces pienso que soy un héroe a la
fuerza”, y herido por las voces acusadoras exclama: “¡Soy un tigre
sin garras!”.
No todos los combatientes revolucionarios admiten la profun-
didad del descalabro. Un hombre con vocación de caudillo descono –
ce la necesidad de dar un paso atrás, mucho menos diez pasos. Para él
replegarse significa traición. Es un carácter impulsivo y enérgico, vale-
roso hasta la temeridad. Considera que ha llegado el momento de
asumir el mando y llenar con su figura el vacío de autoridad que existe
en las filas revolucionarias. En este momento su nombre tiene fuerte
resonancia: Douglas Bravo, nombre de guerrero. Desde Cuba lo apoya
Fidel. Su terrible discurso por la Radio Habana**, ha dejado a muchos
Desconcertados.
Me voy a la cama y no puedo dormir. Es una lucha contra los
ídolos, es el mismo fuego que una vez consumió a Cristóbal en la rebelión
Nunca más tendré ídolos, nunca más.”
*No entiendo muy bien a qué acontecimientos o circunstancias calificó de esa manera.
**No parece estar clara si el discurso al cual se refiere fue de Fidel o de Douglas.

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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 11/21/2011 02:23:00 PM

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