sábado, 26 de enero de 2019

LECTORES DE TABAQUERIA


Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 44 more Details
APUNTES DEL CARTULARO
Ciro Bianchi Ross

    
Lectores de tabaquería

Un hombre lee mientras sus compañeros trabajan. Lo hace en voz alta y
lleva de ese modo momentos de esparcimiento e instrucción a los que,
sin mirarlo y concentrados en lo que hacen,  se aplican sobre la hoja
delicada y oscura del tabaco que tuercen entre sus manos para formar
la vitola que luego un fumador convertirá en aroma. Si les gustó lo
que oyeron, esos tabaqueros, al final de la jornada, en señal de
aprobación, golpearán al unísono con sus chavetas las tapas de madera
de sus mesas de labor, y  tirarán al piso esas  cuchillas curvas,
ideales para cortar y enrollar la hoja,  si lo que escucharon  no les
convenció o les pareció poco apropiado.
Si el tabaco cubano es el mejor del mundo,  en su calidad alta y
refinada influye,  de manera indudable,  el arte del lector de
tabaquería que hace que el tabaquero  imprima a la hoja la pasión de
lo que escucha. Solo así, dice el poeta Miguel Barnet, ese placer
grande de la vida que es fumar deviene éxtasis supremo.
    Es una tarea  original, única aunque se hermana con lo que hacen los
lectores de despalillo y de  escogida, las otras fases del proceso en
la elaboración del torcido. No se repite en otros rubros productivos.
Es cubana cien por cien  desde su inicio. Toda una institución. L a
UNESCO podría declarar  el quehacer del lector de tabaquería como
Patrimonio Intangible de la Humanidad.
    No siempre el lector de tabaquería las tuvo todas consigo. El hombre
que leería para sus compañeros apareció por primera vez en 1865, en la
fábrica de tabacos El Fígaro, y no demoró en granjearse la ojeriza y
la desconfianza de patronos y autoridades coloniales españolas. De los
primeros, porque explotaban  mejor a un obrero ignorante. De las
segundas porque temían que los ideales independentistas arraigaran y
se consolidaran con aquellas lecturas. El caso es que aquel primer
lector se vio privado de seguir en lo suyo apenas seis meses después
de la primera lectura. Hacia 1880, sin embargo, volvieron a aparecer
los lectores  y se consolidaron pocos años después con la entrada a la
Isla de propaganda anarquista. Pero en 1896, iniciada ya la Guerra de
Independencia, volverían a desaparecer. Muchas tabaquerías se habían
trasladado al sur de la Florida y los tabaqueros cubanos en Tampa y
Cayo Hueso fueron soporte invaluable de la Revolución. Con sus
chavetas habían aplaudido los discursos de José Martí, mientras que
los lectores hacían de su tribuna sitio perenne de arenga y
exhortación patriótica.
    Hubo en todo ese periodo lectores amenazados y golpeados y  la
lectura se vio amordaza y censurada pues, como ocurriría también
durante la República, los dueños de las fábricas de habanos
pretendieron siempre, y consiguieron a veces, ejercer su control sobre
lo que se les leería a sus obreros. ¿Qué se leía? Pronto las obras de
José María Carretero, que usaba el seudónimo de El Caballero Audaz,
dieron paso a textos más complejos de autores como Zola, Hugo, Balzac,
Cervantes… Carlos Loveira, entre los escritores cubanos, gozaba de la
mayor preferencia. Dumas y Shakespeare se llevaban las palmas entre
los extranjeros, y tal fue la aceptación de que gozaron que personajes
creados por ellos, como el conde de Montecristo y Romeo y Julieta,
dieron nombre a famosas marcas de puros.
    Se leían además los periódicos del día. Había lectores especializados
en hacerlo, mientras que otros resultaban insuperables en lo que se
refería a narraciones. Cuando uno de ellos era capaz de asumir con
maestría ambas vertientes, se le llamaba lector completo y era el más
codiciado. Porque esa plaza se sacaba a concurso. Los propios
tabaqueros convocaban el certamen y, convertidos en tribunal, elegían
al que los convencía. Hasta bien entrada la década de 1960, que
sepamos,  eran los propios tabaqueros los que retribuían su salario al
lector.  Primero, cuando el lector era uno de ellos mismos, cada uno
confeccionaba una cantidad mayor de tabacos de la que le correspondía
para que así el lector pudiese acreditar ante el patrón  el
cumplimiento de su jornada laboral. Ese sistema varió con los años y
cuando los lectores empezaron a ser escogidos mediante certamen, cada
tabaquero aportaba quincenalmente una modesta cantidad de dinero en
efectivo para allegarle el salario.
    Hoy aquellas lecturas se ensanchan con una larga lista de escritores
latinoamericanos y cubanos. Hay tabaqueros que pueden repetir de
memoria capítulos enteros de importantes obras clásicas y modernas.
Por el oído se han comido esos libros, como dice la Biblia; les
pasaron a la sangre. Lecturas que deleitan y al mismo tiempo instruyen
y ensanchan el mundo, y que terminaron por convertir a los tabaqueros
en uno de los sectores más avanzados del movimiento obrero cubano.
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