martes, 7 de agosto de 2018

REEVE, EL INGLESITO

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Reeve, El Inglesito
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebelde.cu

Se cumplen en estos días —ayer, sábado 4, para ser exactos— 142 años
de la muerte de Henry Reeve. Aunque le llamaban El Inglesito, había
nacido en Brooklyn, Estados Unidos, y por eso Ignacio Agramonte le
decía Enrique el americano. Fue uno de los dos estadounidenses que
alcanzó las estrellas de General en el Ejército Libertador cubano, en
el que se alistó como soldado raso. Su nombre se ha hecho muy
familiar en la Cuba de hoy porque con él se bautizó el contingente
médico que presta servicios en países víctimas de desastres
naturales.
CARRERA METEÓRICA
En mayo de 1869 desembarcaba en la Isla la expedición del vapor
Perrit, Conducida por Francisco Javier Cisneros, venían en ella cien
hombres al mando de Thomas Jordan y traía cuatro mil fusiles, algunos
cañones y considerable material de campaña. La había preparado la
Junta Central Republicana de Cuba y Puerto Rico, y la componían
cubanos, venezolanos, peruanos y colombianos, así como ochenta
ciudadanos norteamericanos. Henry Reeve formaba parte de ese grupo.
Gerardo Castellanos García lo evoca como «alto, delgado, rubio, ojos
azules, amable. No sabía español. El general Luis Figueredo al
alistarlo, lo declaró inepto. Fue pronto el más intrépido y hábil jefe
de caballería de las huestes camagüeyanas. Ignacio Agramonte lo hizo
su hombre de confianza. En el Ejército Libertador gozaba de sólido
prestigio».
Participó en unas 400 acciones combativas y fue herido, a veces de
gravedad, en diez de ellas. Tras la batalla de Santa Cruz del Sur
(1873) hubo que adaptarle una prótesis metálica en una de sus piernas
y construirle un dispositivo especial a fin de que pudiera mantenerse
firme sobre su cabalgadura. Acompañó a Agramonte en Jimaguayú y
asumió a su muerte el mando transitorio de la caballería camagüeyana.
Se puso después a las órdenes de Máximo Gómez. El 10 de diciembre de
1873 lo ascendieron a General de Brigada. Tenía tantas cicatrices en
su cuerpo, escribía Ramón Roa, que sus compañeros lo miraban como una
página gloriosa de la historia de Cuba.
El historiador Ramiro Guerra por su parte apunta en su monumental
Guerra de los Diez Años:
«Desde su desembarco en Cuba con Thomas Jordan, en la expedición del
Perrit, hasta su muerte en Yaguaramas, el 4 de agosto de 1876, la
carrera del Inglesito fue de una brillantez y una gloria
excepcionales, reconocida por sus émulos en el campo revolucionario, y
por sus más enconados enemigos en el español».
PRELUDIO DE LA INVASIÓN
Tras asumir el mando de Camagüey, tras la muerte de Agramonte, el
mayor general Máximo Gómez se anota victorias de tanta significación
como la toma y el saqueo de Nuevitas y Santa Cruz del Sur y los
combates de La Sacra y Palo Seco; éxitos que van consolidando su
propósito de invadir la región villareña y llevar la guerra hasta las
puertas de la capital.
Establece el dominicano su base de operaciones en un extenso
cuadrilátero del sudeste del territorio. Organiza su tropa en dos
grandes columnas. La primera, con 700 jinetes al mando del mayor
general Julio Sanguily, con Reeve de ayudante, y la otra, con 800
infantes y cien jinetes con la que prepararía la proyectada invasión.
Ambas columnas, actuando en conjunto, atacan con éxito, en la misma
jornada, dos campamentos enemigos y arrollan una columna de 60
hombres que deja en el camino 35muertos con sus Remington y cananas.
Ordena Gómez a Reeve entonces un movimiento que desconcierta al
enemigo y la confusión posibilita al jefe mambí apoderarse de
Nuevitas. Baten los insurrectos las defensas exteriores de la
ciudad, los españoles se concentran en sus fuertes y los mambises
saquean cuantos comercios encuentran a su paso para apoderarse de
ropas, víveres, pólvora, armas y municiones en cantidades cuantiosas.
Ese mismo día, ya en su base de operaciones, decide Gómez el ataque a
Santa Cruz del Sur.
Dispone para hacerlo de un buen mapa de la ciudad y de información
confiable sobre la ubicación de los depósitos de armas y municiones.
Tiene bajo su mando a 450 infantes y 170 jinetes. Defienden la villa
varios cientos de hombres, entre voluntarios y soldados de líneas, con
cuarteles y fortines y trincheras exteriores, más tres piezas de
artillería que dominan las entradas del poblado.
¡TOMADO!
Gómez proyecta un ataque simultáneo por tres direcciones. Cien
infantes tomarían el cuartel del muelle. Otros doscientos efectivos
seguirían a los cien anteriores como un segundo escalón, y sesenta
mambises más avanzarían por el este hasta El Playazo, lugar
intrincado y lleno de mangle. Mientras, Reeve y el coronel Manuel
Suárez ocuparían la entrada de la calzada que servía de acceso
principal de la villa, y El Inglesito, con cincuenta hombres, la
recorrería hasta el extremo opuesto para distraer al enemigo. Cien
infantes y veinte jinetes había dejado Gómez como reserva a unos cinco
kilómetros de Santa Cruz.
Expresan especialistas militares que la organización correcta del
ataque y el estricto cumplimiento del plan aseguró la más absoluta
sorpresa, factor determinante en el éxito. La guardia del puesto
avanzado del cuartel del muelle abandonó su posición ante la presencia
de los atacantes, dejando una pieza de artillería, y fueron
desalojados los defensores del propio cuartel que dejaron a merced
del enemigo el polvorín y sus cuantiosos pertrechos. El resto de los
insurrectos cumplía las misiones asignadas, y Reeve, con cincuenta
jinetes cruzó la calzada de un extremo a otro bajo el fuego enemigo.
A punto de retirarse advirtió un cañón en posición de fuego. Avanzó
hacia la pieza artillera, machete en mano, y al tocarla con el extremo
de la hoja de acero exclamó: «¡Tomado!», mientras que el artillero
español disparaba su carabina alcanzando al bravo mambí. Pese a estar
gravemente herido, El Inglesito dirigió la carga que aniquiló al grupo
contrario y pudo pasar el mando a su segundo.
Dos horas habían transcurrido desde el inicio del combate de Santa
Cruz del Sur cuando Máximo Gómez ordenó la retirada. Los mambises
dejan atrás un pueblo incendiado casi en su totalidad y llevan consigo
un botín compuesto por más de 270 fusiles, sables, espadas, machetes,
60 000 cartuchos, 130 libras de pólvora, medicamentos, banderas, 300
mudas de ropa, dinero y otros efectos. Del bando español se
registraban cincuentas bajas mortales y muchos heridos contra diez y
siete mambises muertos y veinte heridos.
EN LAS VILLAS
Lo ocupado en Santa Cruz del Sur más los refuerzos recibidos del
oriente del país parecieron dar a Gómez el poder necesario para una
operación de la magnitud de la invasión. Se le suman los más bravos
jefes santiagueros: Antonio Maceo, Guillermón Moncada, Flor Crombet…
El caudillo dominicano sabía rehuir aquellos enfrentamientos donde no
veía ventajas, pero no puede eludir el combate de Naranjo-Mojacasabe,
que fue para los cubanos una victoria táctica, pero una derrota
estratégica de largo alcance, pese a ser la primera ocasión en que
camagüeyanos y orientales pelean juntos. Más de mil bajas hizo Máximo
Gómez a los españoles en Las Guásimas. Pese a la victoria, se vio
obligado a retroceder a su base de operaciones a fin de curar a los
heridos y reponer el parque gastado en ambas batallas, lo que obligó a
aplazar la invasión hasta la próxima época de seca. Por otra parte
tampoco había caballos suficientes para una empresa de esa
envergadura. La invasión está contenida en Camagüey y Gómez tiene dos
caminos: se enfrasca en una guerra de desgaste con el deterioro de sus
fuerzas y las del enemigo o se juega la carta de llevar la guerra
hacia occidente. Pasa por fin a Las Villas. Quiere establecer sus
bases de operaciones en las jurisdicciones de Cienfuegos y Sagua la
Grande. Está a las puertas de Matanzas con su riqueza azucarera
intacta.
Imposible, por razones de espacio, seguir el día a día de esta etapa
de la Guerra de los Diez Años, en el que ocurre el importante combate
del cafetal González. No recibe Gómez los refuerzos prometidos por el
Gobierno y apela a las fuerzas destacadas en Camagüey. Pronto Henry
Reeve, El Inglesito, está a su lado. Será el jefe de la II División de
Cienfuegos.
YAGUARAMAS
Desde noviembre de 1875 el brigadier Reeve opera en las llamadas
Villas occidentales y en el Este de Matanzas, aproximadamente hasta la
zona de Colón. Las tropas bajo su mando, agrupadas en el Regimiento
Occidente, constituyen la extrema vanguardia del Ejército Libertador y
expresan la decisión mambisa de avanzar hacia el Oeste. El mayor
general Máximo Gómez, que opera en Las Villas, hace esfuerzos
desmedidos por fortalecer a Reeve que apenas dispone de cien hombres
y está rodeado de fuerzas enemigas.
El 3 de agosto de 1876 sabe Reeve de la cercanía de una columna
enemiga y ordena que se prepare una emboscada para batirla y burlarse
luego de ella, como lo ha hecho en otras ocasiones. Dicen que lo más
probable es que no conociera el número de efectivos españoles. El caso
es que, al día siguiente, cuando en Cayo del Inglés, cerca de
Yaguaramas, aparecen los veinte jinetes que componen la vanguardia
enemiga se origina una lucha cuerpo a cuerpo desfavorable para los
cubanos que quedan envueltos por un rival superior en número.
Dispone Reeve la retirada y la cubre él mismo con solo quince
hombres. Recibe dos heridas, una en el pecho y otra en la ingle. Cae
muerto su caballo y queda inutilizado porque desde la terrible herida
que recibiera en Santa Cruz está prácticamente inválido. En esas
circunstancias, su ayudante le ofrece su cabalgadura, pero el
brigadier la rechaza y le ordena que se retire. Dispara contra el
enemigo varias veces, y otro disparo lo alcanza en el hombro. No hay
ya nada q ue hacer. El valiente Henry Reeve, El Inglesito —Enrique el
americano, como le llamaba Agramonte— se pega un tiro en l sien
derecha para evitar caer prisionero. Tenía poco más de 25 años de
edad. Había enfrentado, con cien hombres, una columna de 400
efectivos. Otras versiones niegan el suicidio.
Un historiador cienfueguero citado por Ramiro Guerra, escribe: «… fue
traído su cadáver a la villa, donde se le tuvo expuesto al público en
un departamento del hospital militar: era dicho cabecilla de solo 25
a 28 años de edad, de estatura baja, lampiño, de cutis muy blanco.
Estaba vestido con saco y chaleco blancos, botines nuevos, y
polainas; llevaba un buen reloj y una faja en la cintura., y tenía en
su cuerpo además de un balazo en las sienes y una cuchillada en la
cabeza, que fue lo que le produjo la muerte, muchas cicatrices
anteriores y una herida abierta en la ingle, que era lo que le impedía
el uso de una pierna».
Fuentes: Diccionario enciclopédico de historia militar de Cuba.
Textos de Ramiro Guerra. Jorge Ibarra y Emeterio Santovenia.










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Ciro Bianchi Ross
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