domingo, 30 de septiembre de 2018

AL PASO


Al paso
Ciro Bianchi Ross

El anuncio de la construcción de un  hotel en la Avenida 23, frente a
la heladería Coppelia, ha movido, con sus pro y sus contras, a la
opinión pública habanera. Es netamente cubano; quedará listo  en 2022
y será, con sus 42 pisos, 525 habitaciones  y sus  154 metros de
altura el establecimiento hotelero más grande y alto de la Isla.
    Eso equivale a decir que superaría al Habana Libre  y, por supuesto
al Habana Riviera, que con las  400 habitaciones  con que se
inaugurara en 1957, alcanza una altura de 71 metros sobre el nivel del
mar.
    El nuevo hotel no solo superaría al resto de los establecimientos
hoteleros existentes hasta ahora en la Isla. Se convertiría realmente
en la mayor altura conseguida aquí por la mano del hombre. Más alto
incluso que la pirámide del  monumento a José Martí en la Plaza de la
Revolución. Aun así no sería el mayor hotel que se construyó  aquí
hasta ahora.
    Van algunos datos.
Fue en la década de 1770 cuando se construyeron en la ciudad las
primeras edificaciones de dos plantas.  En el siglo XIX empiezan a ser
frecuentes los edificios de tres plantas, y ya hay algunos con
apartamentos para alquilar, modalidad esta que se generalizará después
de 1917.
A lo largo de la historia hay  siempre una edificación que, aunque hoy
nos parezca ridícula por la escasa escala conseguida,  fue la más alta
de su tiempo. La torre de la Basílica Menor de San Francisco de Asís,
de unos cuarenta  metros, fue la mayor altura que se consiguió durante
la Colonia, no solo en La Habana, sino en toda la Isla. Ya en la
República, uno de nuestros primeros rascacielos  lo fue, en 1909  la
Lonja del Comercio. Causó sensación y escándalo por su altura  y sus
elevadores, aunque el ascensor era ya un invento conocido en La Habana
desde los finales de la centuria anterior.  Años después, el edificio
Carrera Jústiz, en San Lázaro y Manrique, alcanzaba asimismo categoría
de rascacielos. Tenía ocho pisos, pero no había en la ciudad nada que
se le semejara en altura.
Se impone mencionar el edificio López Serrano, en L y 13, con catorce
pisos. El edificio Bacardí, en Monserrate, con doce y el edificio
América, también con doce plantas y dos más en la torre. Con sus diez
pisos el hotel Presidente fue en 1928 uno de los edificios más altos
de La Habana. No lo es desde hace mucho tiempo, pero sigue  siendo
perfectamente distinguible e identificable en el entramado urbano.
Mencionemos  además los edificios del Retiro Odontológico, en la calle
L, frente a Coppelia, y el del Seguro Médico, en 23 y N. El  edificio
del ICR-T, en 23 y M, concluido en 1947, fue en su momento motivo de
admiración para los cubanos que pudieron apreciar en esa obra de los
arquitectos Junco, Gastón y Domínguez, el primer conjunto —cine,
comercios, oficinas, restaurantes, una agencia bancaria, estudios de
radio…todo en un solo inmueble— realizado en la ciudad con el
vocabulario de la arquitectura moderna; notable no solo por su escala,
sino por el vínculo que logró establecer con el sistema vial
existente.
Ocupan sus lugares en este registro la iglesia del Sagrado Corazón de
Jesús, en la Calzada de Reina, con 81 metros de altura total,  y por
ahí anda, metros más, metros menos, el edificio de la Gran Logia
Masónica, en Carlos III y Belascoaín. La cúpula del Capitolio es, por
su diámetro y altura, la sexta del mundo. La linterna que la remata se
halla a 94 metros del nivel de la acera, y en el momento de
inaugurarse el edificio solo la superaban, en su estilo, la de San
Pedro, en Roma, y la de San Pablo, en Londres, con 129 y 107 metros de
alto, respectivamente.
La misma altura del Capitolio tiene, con 24 pisos, el edificio del
Ministerio de las Fuerzas Armadas, en la Plaza de la Revolución, y 112
metros la torre del hospital Hermanos Ameijeiras. El edificio Focsa
alcanza los  121 metros sobre el nivel de la calle, y era en 1956 el
segundo inmueble de hormigón más alto del mundo, superado solo por el
edificio Marinelli, de Sao Paulo, en Brasil, con sus 144 metros. El
edificio del Habana Libre totaliza 126 metros  de altura sobre el
nivel del terreno. Y el monumento a Martí, 141, 95 metros hasta sus
faros y banderas, dato este que ofrece Emilio Roig en su libro La
Habana: Apuntes históricos.
Así, el proyectado hotel  de la Avenida 23 tendrá unos doce metros más
que el obelisco de la Plaza. Pero no será el mayor hotel  construido
en la ciudad pues esa marca corresponde al Habana Libre que en el
momento de su inauguración, el 19 de marzo de 1958, disponía de dos
parqueos en sus sótanos, un piso principal con un gran lobby,
recepción y administración, un mezanine y 21 plantas con 630
habitaciones y 42 suites.
CAMPANAS DE LA CATEDRAL
¿Es cierto que don Martín de Andújar, cuando talló en madera  la
imagen  de San Cristóbal que se conserva en la Catedral de La Habana
introdujo en el pecho del santo  una carta en la que rogaba al patrono
de la ciudad misericordia para su alma?
    De la Catedral habanera, legos y entendidos elogian su fachada que
es, decía Alejo Carpentier, «música convertida en piedra», mientras
que para Lezama Lima se trata de un templo que se ubica en «la zona
del primer hechizo habanero», en el lugar más bello y armonioso de la
urbe. Hablan asimismo acerca de su piso de baldosas de mármol negro y
blanco,  de sus ocho capillas laterales, entre la que sobresalen la de
Santa María del Loreto y la llamada del Sagrario, y del monumento
funerario, obra del escultor español Antonio Mélida, que, en la nave
central del templo,  guardó las supuestas cenizas de  Cristóbal Colón
y que fue llevado a España al cesar la soberanía española en la Isla.
Muy pocos aluden a  sus  campañas, todas de un valor enorme, aunque de
una de ellas, en particular,  se ha dicho, que  vale mil veces más de
lo que pudiera valer la vida de un Obispo.
Una de esas campanas  fue fundida en 1647 y lleva la firma del artista
fundidor, además de una inscripción de garantía que únicamente poseen
las más reputadas campanas del mundo. Dice: «D. V. M. Eleverenter.
P.S.A. L. 72». Pesa 165 arrobas, esto es, más de 4 000 libras.  Otra,
relativamente joven, data de 1762, fecha en que la armada británica
ocupó la ciudad, cuyo obispado era gobernado entonces por Pedro
Agustín Morell de Santa Cruz.  Tiene dos metros de alto, seis pulgadas
de espesor y bajo ella catorce hombres pueden encontrar refugio. De
todas campanas de este templo la màs reciente es de 1804.
Figura entre ellas la famosa campana del ingenio  Maynicú, cedida a la
Catedral, como una reliquia histórica  por el propietario de esa
fábrica de azúcar, don Pedro Iznaga. Se supone que sea una de las
campanas más antiguas llegadas a Cuba.
La más interesante de todas corresponde a 1643 y desde el trinquete de
madera y guano de la capilla primitiva al sólido campanario de la
Catedral de hoy, ha resistido todas las contrariedades, desde ataques
corsarios hasta las adversidades climáticas.
Se fundió el 22 de agosto del año mencionado, —casi siglo y medio
antes del descubrimiento de la Isla— en Nuestra Señora de la Caridad
de los Remedios, España. Se supone que llegó por el puerto de Santiago
de Cuba, en fecha no precisada, y fue trasladada a La Habana en 1519
para ser emplazada —hay constancia de ello— en el rústico templo que
se convertiría en  Parroquial Mayor y que se erigió en el espacio que
ocupó después el palacio de los Capitanes Generales. En 1538 el
trinquete que la sostenía fue incendiado durante  un ataque pirata y
la campana cayó de su férreo soporte. Lo mismo sucedería en 1741
cuando la explosión en el puerto de La Habana del navío Invencible
dejó la Parroquial en estado calamitoso.  En 1762 los ingleses
reclamaron la campana al obispo Morell de Santa Cruz como parte del
pago de su rescate. Respondió el prelado:
—Mi vida vale muy poca cosa, pero si tuviera algún valor es bueno que
ustedes sepan que esa campana vale más que mil vidas como la mía.
90 AÑOS DE UN HOTEL
El gran compositor ruso Sergio Prokofiev se alojó en el hotel
Victoria y su terraza fue escenario de la ardua entrevista que
sostuviera con Federico García Lorca, impresionado con la música
trepidante, de ritmos incisivos y vivas aristas del autor de Visiones
fugitivas,  a quien solo en La Habana pudo escuchar en vivo.  Un
hombre tan exquisito, arisco y difícil  como el español Juan Ramón
Jiménez, Premio Nobel de Literatura, lo escogió para su estancia
habanera entre 1936 y 1939, y en su habitación del piso más alto del
hotel trabajó en sus libros y siguió  en silencio la tragedia de la
guerra que desangraba su patria. . En la misma época, don Ramón
Menéndez Pidal, presidente de la Academia Española de la Lengua,
visitaba con frecuencia el establecimiento para almorzar con el autor
de Platero y yo, encuentros a los que solía sumarse el erudito cubano
José María Chacón y Calvo. Allí se alojó el hispanista alemán Karl
Vossler y  Lezama Lima acopió el material para su célebre Coloquio con
Juan Ramón Jiménez.
Otro Premio Nobel, Gabriela Mistral fue también huésped de esta
instalación, La estancia  de tan célebres escritores movió, en cada
momento, la presencia en el Victoria de importantes poetas cubanos
como Dulce María Loynaz, Emilio Ballagas, Mirta Aguirre.  Fina García
Marruz y Cintio Vitier, que terminaría bautizándolo como el hotel de
los poetas.
    ¿A qué viene esto?  Sucede que este hotel íntimo, discreto, elegante
y acogedor, cumplió 90 años de fundado, lo que lo convierte en el
establecimiento hotelero más antiguo de El Vedado. Un hotel con
«ángel» que a lo largo de los años asentó todo un hábito de prestigio
y el empeño por mantener una marca de primera clase. Un hotel con
tradición y sello propios, que,  con distinción,  conserva el aura de
una época








    
    


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