lunes, 5 de febrero de 2018

DICHOS Y GESTOS DE AYER

Dichos y gestos de ayer
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebelde.cu

Rafael Guas Inclán dio en su momento todo su apoyo al dictador Gerardo
Machado. Cayó la dictadura, el 12 de agosto de 1933. Guas se fue al
exilio y cuando regresó, tres o cuatro años después, se reinsertó en
la vida pública como si nada hubiera sucedido. A los que le
reprochaban su vuelta a la política pese a su pasado machadista,
respondía:
: -Caramba, yo acompaño a mis amigos hasta la tumba, pero nadie
pretenderá que me meta en el hueco junto con ellos.
Fue, se dice, el hombre que más duelos despidió en la Cuba
republicana. Y mantuvo la costumbre en Miami, a donde fue a parar en
enero de 1959 luego de haber buscado asilo en la embajada de Chile.
Un día, ya en Miami, le tocó despedir el duelo del general Generoso
Campos Marquetti. Este sujeto fue, en septiembre de 1900, el primer
negro que tuvo en la Isla un nombramiento de juez: en Batabanó, y más
tarde, en 1913, siendo ya Representante a la Cámara, ganó triste
celebridad cuando en ese cuerpo colegislador se opuso a que se
aprobase un crédito de dos mil pesos para comprar juguetes a niños
pobres. Generoso, que no era lo generoso que pregonaba su nombre,
defendió el criterio de que eso no era incumbencia de la Cámara sino
de los ayuntamientos y el proyecto fue rechazado. Tras el golpe de
Estado del 10 de marzo de 1952 formó parte del Consejo Consultivo que
suplantó al Parlamento. No puede establecer el escribidor de dónde le
venía su grado militar pues no parece haberlo ganado en las luchas
por la independencia.
«Hoy venimos aquí a decir adiós al general Generoso, al generoso
general y dejaremos su cuerpo tendido en la tierra que lo sostuvo
amorosamente«, dijo Guas antes de glosar los puntos culminantes de la
biografía del difunto. El orador estaba inspirado pese a que el
cielo, encapotado, presagiaba lluvia. Buen padre, buen marido… Ensalzó
su paso por los tribunales y lo definió como un juez justiciero, y en
la Cámara, como un político sagaz, y subrayó que asumía con dolor la
despedida del amigo y correligionario.
A esa altura la molesta llovizna cobraba fuerzas, pero Guas
continuaba su perorata, imperturbable. «A partir de hoy ya no te
abonaremos: ya no nos abandonarás. No desapareces: te integras a
nuestras vidas más vivo que antes y más fuerte…»
El aguacero era ya torrencial. Aun así, y saboreando una frase que
creyó feliz, añadió el orador: «Lloramos hoy al general Generoso, al
generoso general y el cielo, con esta lluvia inclemente, comparte
nuestro dolor y también lo llora».
Guas Inclán tenía su bufete de abogado en la calle Aguiar esquina a
Muralla, en La Habana Vieja. Fue vicepresidente de la República entre
1954 y 1958, cuando renunció para postularse como Alcalde de La
Habana. Ganó la elección y debía tomar posesión el 24 de febrero del
1959, pero el triunfo de la Revolución lo privó de esa posibilidad. En
aquellos tiempos, la Alcaldía de La Habana, y no la vicepresidencia,
era la segunda posición de la República.
En Miami, a veces, cultivaba la crónica social, como la que escribió
en ocasión de la boda del hijo de Anselmo Alliegro con la hija menor
del presidente Carlos Prío y que apareció publicada en la revista
Réplica que Max Lesnik editaba en esa ciudad. Tremenda combinación.
La reseña del matrimonio del hijo de un político batistiano con la
hija de un político autentico escrita por un político liberal para
ser publicada en la revista de un político ortodoxo. ¡Apaga y vamos!
BAYAMO O MANZANILLO
El dictador Gerardo Machado era hombre vivo, de rápida repuestas, pero
muy inculto. Un día en Santiago de Cuba, dijo sus colaboradores:
—Mañana, cuando «váyamo» a Manzanillo.
Uno de los del séquito presidencial se atrevió a rectificarlo:
—«Váyamo», no, vayamos.
—No —respondió Machado— mañana a Manzanillo, a Bayamo vamos después.
Machado vivía rodeado de una corte de adulones. Parece que fue el
dibujante Eduardo Abela quien los representó en sus caricaturas
mediante una guataca; de ahí el implemento que los identifica. En
una ocasión preguntó la hora y uno de los apapipios que lo rodeaba
respondió: La que usted quiera, general. Y el periodista conservador
Wilfredo Fernández, uno de los padres del cooperativismo y que se
suicidó en la Cabaña tras la caída de Machado, solía repetirle:
«Gerardo, ha comenzado tu milenio».
Para los que gustan de este tipo de información, dirá el escribidor
ahora que fue en 1930 cuando el general Alberto Herrera, jefe del
Ejército, nombró al capitán Manuel Crespo Moreno jefe de la guardia
presidencial, con sede en el castillo de Atarés.
EL CIEGUITO DE MADRID
Juan Emilio Friguls —se honra el escribidor al recordarlo— fue un
periodista de toda la vida. Era todavía estudiante cuando se le aceptó
como cronista católico del periódico Información. Entonces, el doctor
Santiago Claret, director y propietario de dicho diario, le hizo
sugerencias y recomendaciones, entre ellas que jamás elogiara ni
resaltara el quehacer de ningún periodista que no perteneciera a la
redacción de Información. Andando el tiempo, Sergio Carbó, director y
propietario de Prensa Libre ganó el premio «Justo de Lara», el
galardón más relevante del periodismo cubano en la época, que otorgaba
la tienda El Encanto, con un artículo sobre la Nochebuena cristiana, y
Friguls se sintió obligado a reseñar el hecho en su columna.
Información era un periódico de sesenta o setenta páginas y Claret se
lo leía de punta a cabo antes de que saliera para la imprenta. Leía no
solo las noticias y artículos de fondo, sino los anuncios, los
clasificados y las esquelas mortuorias y notas necrológicas. No le
agradó nada el texto sobre el premio de Carbó e hizo llamar a Friguls
a su oficina. Estaba hecho una furia.
-¿Me puede explicar el porqué de esta artículo? ¿Cómo es posible que
usted se atreva a ensalzar en mi periódico al director de un órgano de
la competencia? —preguntó y sin dar a Friguls tiempo para responder,
inquirió si conocía el cuento del cieguito de Madrid. Ante la
respuesta negativa del joven columnista, contó entonces que en los
días de la invasión napoleónica a España, todas las mañanas, en la
Puerta del Sol de la capital española, un ciego anunciaba las
victorias del ejército español sobre el enemigo.
Decía: «Hoy que nuestro ejército derrotó al abominable ejército
francés, una limosnita por el amor de Dios. Y así, un día tras otro,
el ciego pedía su limosna luego de anunciar una supuesta victoria
española sobre los invasores. Pero en una ocasión alguien que lo
escuchaba a diario pregonar aquellos triunfos detuvo su camino para
preguntarle si el ejército francés no ganaba ninguna batalla.
—Sí —respondió el ciego—. Las gana, pero esas las anuncia el
cieguito de París.
Accedió al fin el director de Información a publicar la página de
Friguls sobre Carbó. Claret tenía una concepción particular del
periodismo. En su diario elogiaba sin reservas al gobierno de turno
hasta que cesaba en el poder. Cuando eso sucedía comenzaba a elogiar
con el mismo ímpetu al gobierno siguiente. Decía que Información tenía
una línea, una sola línea y era una línea gubernamental, pero que
Información no tenía la culpa de que cambiasen los gobiernos.
NADIE SE LOS VA A CREER
Quiso la dirección del Partido Socialista Popular que el periódico
Hoy, vocero de esa organización política, tuviese talleres propios y a
ese efecto, con ánimos de conseguir el dinero necesario, llevó
adelante una colecta popular. Se apelaba a obreros y empleados a que
hicieran su contribución, por modesta que fuera, y se recurría
asimismo a la generosidad de algún que otro exponente de las llamadas
«clases vivas».
Un «trío» de recaudadores decidió.visitar con ese fin el Diario de la
Marina, y ya en la redacción del rotativo de Prado y Teniente Rey,
pidió hablar con Pepín Rivero, su director propietario. No demoraron
en ser atendidos. El columnista de «Impresiones» —así se titulaba su
espacio en periódico que dirigía— los recibió con cordialidad y
enterado del propósito de la visita no demoró en extenderles un cheque
con una generosa contribución.
Al ver la cifra, los recaudadores no pudieron reprimir su asombro.
—Señor Rivero —dijo uno de ellos— . Si usted quiere mantenemos esta
donación en secreto…
Pepín se encogió de hombros.
—No, no, qué va. Díganlo si quieren. . ¡Total! Nadie se los va a creer.
LA MAYORÍA DE EDAD
Es el 4 de septiembre de 1933. Se ha consumado el golpe de Estado que
protagonizó un sargento llamado Batista. Las nuevas autoridades acuden
al Palacio Presidencial a entrevistarse con el mandatario depuesto,
Carlos Manuel de Céspedes, hijo del Padre de la Patria.
Allí están Ramón Grau San Martín, Porfirio Franca, José Miguel
Irisarri, Guillermo Portela y Sergio Carbó, esto es, los llamados
pentarcas que conforman el gobierno colegiado que asumió el poder.
También Fulgencio Batista, aún con sus galones de sargento, Carlos
Prío… Los hacen subir al segundo piso donde Céspedes, de pie, los
espera en el despacho presidencial. Es, dijo un testigo, de una
solemnidad pontificia. Nadie habla. Al fin, Céspedes rompe el
silencio.
—¿Y bien, señores?
Batista se escurre detrás de Carbó que calla al igual que el resto
del grupo. Al fin, Grau toma la palabra.
—Señor, hemos venido a decirle que la junta revolucionaria se ha
hecho cargo del gobierno y es un honor recibirlo de maños de un
patriota como usted.
—¿Quiénes integran esa junta? —pregunta Céspedes.
—El Directorio Estudiantil Universitario, la Unión Revolucionaria, el
ABC Radical, Pro Ley y Justicia…
—¿Se consideran lo suficientemente fuertes esos grupos para destituir
un gobierno legal?
—Es que la junta la integran además todos los soldados y marinos del país.
Ante la respuesta, el mandatario retrocede. Señala hacia el retrato
de su ilustre progenitor y pregunta:
—¿Se dan cuenta ustedes de la responsabilidad que contraen?
Grau se pone las manos en la cintura, en gesto característico. Responde:
—Hace años, señor, que cumplimos la mayoría de edad.



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Ciro Bianchi Ross
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