domingo, 10 de julio de 2016

DECIAMOS AYER

Decíamos ayer
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
9 de Julio del 2016 20:33:12 CDT

Información sobre la cerveza en Cuba solicita una lectora que firma su
mensaje electrónico con el nombre de Beatriz. La aludida, que dice ser
secretaria en el Parque Metropolitano, se interesa en particular por
la marca Cristal, que ella supone surgida en fechas recientes. Sobre
el tema de la cerveza escribió antes el escribidor. Vuelve a tocarlo
ahora y tratará de repetirse lo menos posible.
La cerveza entró en la Isla por su parte oriental; venía de
contrabando desde Jamaica. No sería hasta 1762, con la toma de La
Habana por los ingleses, cuando comenzó a importarse de manera legal.
Con la instauración del libre comercio entraría en grandes cantidades.
Unas 130 marcas, casi todas inglesas, se ofertaban en tabernas, cafés,
bodegas e incluso en boticas. La promoción otorgaba propiedades
medicinales a algunas marcas cerveceras, alemanas por lo general, y se
llegó al extremo de recomendarlas para niños y mujeres en el período
de lactancia. Había cervezas que se anunciaban como propias para la
familia, mientras las damas, según reportes de la prensa de la época,
se inclinaban por la marca británica Ale, suave, clara y beneficiosa,
decían, para los males del estómago. De cualquier forma, era de las
cervezas de mayor demanda, junto con la Cabeza de Perro, también
inglesa. Hacia 1850, tanto arraigo ganó la marca inglesa Tennet Lager
entre los consumidores, que son muchos los cubanos que llaman «laguer»
al espumoso líquido.
¿Cómo arribaba a la Isla y se distribuía la cerveza? Los envases
predominantes en el comercio cubano del siglo XVIII fueron los
barriles y cuñetes. Durante el siglo XIX la oferta se diversifica y la
cerveza comienza a introducirse por galones, botellas, litros... A lo
largo del siglo XIX las cervezas importadas se distribuyeron
esencialmente en las cajas de botellas y medias botellas de vidrio. No
obstante, también se emplearon envases de cerámica y loza. Cree
recordar este cronista que la cerveza enlatada llegó a Cuba,
procedente de EE.UU., a fines de la década de los 50 del siglo pasado.
Por entonces, una caja traía 24 botellas de cerveza.
Marcas alemanas, noruegas, estadounidenses, francesas, portuguesas,
españolas y de otras nacionalidades trataron durante la Colonia de
derrotar en las ventas a las inglesas y alzarse con la supremacía en
el mercado nacional. No lo lograron.
La cerveza cubana nació en 1841, cuando Juan Manuel Asbert y Calixto
García (nada que ver con el famoso militar de igual nombre) empezaron
a producirla en una fábrica que emplazaron en la calle San Rafael
esquina a Águila, en La Habana. Esperaban elaborarla con el jugo de la
caña de azúcar que sustituiría a la cebada europea. El intento fue un
fracaso, y a partir de ese momento, los criollos se contentaron con
embotellar el refrescante líquido que llegaba en barriles desde el
exterior.
Así lo estuvieron haciendo hasta que en 1883 se instaló en la ciudad
matancera de Cárdenas una fábrica para producirla. No duró mucho
tiempo, pero en 1888 el alza de los impuestos sobre las importaciones
aconsejó a los negociantes del patio su elaboración en Cuba. Surgía
así, en Puentes Grandes, La Tropical con un producto cubano, pero de
baja calidad. No demoraría en mejorar cuando maestros cerveceros
franceses y alemanes, contratados especialmente, terminaron
confiriéndole a la cerveza el «toque» necesario.
A partir de ahí la marca obtendría algunos galardones internacionales,
como el Gran Premio de París, en 1912, mientras que otra cerveza
cubana, Tívoli, que instaló su fábrica en 1901 en la Calzada de
Palatino, le hacía la competencia y cosechaba también reconocimientos
en el exterior. En 1958 La Tropical, con sus marcas Cristal, Tropical
y Tropical 50, producía casi el 60 por ciento de la cerveza nacional.
Había otras muy populares, como Hatuey y Polar. La primera traía un
aborigen cubano en su etiqueta, y la segunda, un oso blanco.

Aclaración pertinente
El lector Ariel Tablada, de Santiago de Cuba, escribe a fin de
realizar una aclaración pertinente. En la página correspondiente al 12
de junio, al hacer el recuento de los viajes al exterior de los
presidentes cubanos mientras estuvieron en el ejercicio de su cargo,
aludió el escribidor a la visita de Carlos Prío a México. Y ese es el
motivo del mensaje de Tablada. Escribe:
«Acabo de leer el libro Batista, el golpe, de José Luis Padrón y Luis
Adrián Betancourt, y enseguida me vino a la mente lo leído en el
artículo suyo del pasado 12 de junio. Como una colaboración con usted,
le digo que en dicho libro —página 275— se detalla la visita realizada
a EE.UU. por el presidente Prío en 1948, por invitación del presidente
norteamericano Harry Truman. La estancia del mandatario cubano se
extendió por cuatro días, estuvo en varias ciudades y en ella se
rompió el protocolo cuando el presidente Truman acudió al aeropuerto
de Washington para recibirlo».
Añade Tablada: «Un dato curioso: durante esa visita ocurrió el acto
bochornoso del marine que ofendió al pueblo de Cuba, cuando borracho
se sentó sobre la cabeza de la estatua de Martí en el Parque Central
de La Habana».

EL JEFE INDIO EN SU PUESTO
También desde Santiago escribe Miguel Correa Rosillo, ingeniero
especialista en proyectos. Lo motiva su interés por conocer detalles
de la muerte de Rafael Salas Cañizares, obeso y tenebroso jefe de la
Policía Nacional desde 1952, con el golpe de Estado del 10 de marzo,
hasta fines de octubre de 1956, con su muerte; esto es durante buena
parte de la dictadura batistiana. «De ese hecho nunca se habla y es
bastante desconocido», expresa en su mensaje.
Ciertamente, acerca del suceso en que perdió la vida el brigadier
general Rafael Salas Cañizares se habla poco y lo que se ha escrito no
llena las expectativas, porque la única versión posible es la de la
Policía de la época. De la otra parte no quedó nadie para contar la
historia, y Enma Hunt, sirvienta de la residencia del Embajador de
Haití, en Séptima y 20, en Miramar, donde ocurrieron los hechos, fue
entonces presionada para que calzara con sus declaraciones la versión
de las autoridades. No había en la casa ningún diplomático cuando al
mediodía del 29 de octubre de 1956, Salas Cañizares, al frente de un
nutrido grupo de agentes a su mando, violó la extraterritorialidad de
la residencia haitiana y asesinó a los diez jóvenes que se encontraban
asilados en ella. Resultó herido de muerte el odiado jefe policial.
Falleció el día 31 en el hospital de la Policía Nacional, sito en la
calle Oquendo esquina a Estrella, en Centro Habana.
Antes de continuar quizá sea oportuno decir que Salas Cañizares cobró
triste celebridad cuando todavía no era más que un oscuro teniente de
la Radio Motorizada. Se vio implicado entonces en el asesinato de
Carlos Rodríguez, quien protestaba por el alza del precio del pasaje
de los ómnibus urbanos. El joven abogado Fidel Castro se personó en la
causa como acusador privado. Antes, fusta en mano, el teniente Salas
reprimió a los estudiantes que protestaban frente a la Embajada de
Estados Unidos, situada en la época en la Plaza de Armas, por el
ultraje a la estatua de Martí en el Parque Central. «Billito»
Castellanos fue golpeado con saña, y Fidel lo trasladó a una casa de
socorros donde pidió un certificado de lesiones para denunciar el
atropello. Con el documento en la mano se presentó en el Ministerio de
Gobernación (Interior), donde el oficial de guardia al enterarse del
motivo de su presencia le suplicó: «No me perjudique, señor. Yo con mi
sueldecito mantengo a una familia…». Fidel lo tranquilizó e hizo al
cabo la denuncia en la estación de Policía de Dragones y Zulueta.
Dicen que fue aquella causa pendiente por el asesinato de Rodríguez,
lo que empujó al teniente Salas a incorporarse al grupo batistiano que
orquestaba el golpe de Estado. El hecho es que en la madrugada del 10
de marzo de 1952 con cinco perseguidoras dio escolta a Batista entre
su finca Kuquine y la Ciudad Militar de Columbia. A medida que se
acercaba a ese campamento, Salas lanzaba cortos mensajes periódicos
por la radio de la perseguidora donde viajaba. Decía: «El jefe indio
en su puesto; la niña, bien». La niña era la Ciudad Militar, de la que
los complotados tenían la información que desde dentro les hacía
llegar el capitán Dámaso Sogo, oficial de día en esa fecha. El jefe
indio, por supuesto, era Batista.
Una vez Batista en Columbia, Salas, con las perseguidoras que lo
acompañaban, se dirigió a la jefatura de la Policía, que ocupó sin
disparar un chícharo. Dispuso enseguida el acuartelamiento de toda la
fuerza policial y que todos los policías fueran provistos de armas
largas. Ordenó la ocupación del Palacio de los Trabajadores (CTC) y de
la sede central del Partido Socialista Popular. La Compañía de
Teléfonos, la planta eléctrica de Tallapiedra y las plantas auxiliares
de Melones, y todas las estaciones de radio. Firmaba las órdenes el
coronel Rafael Salas Cañizares. Se ascendió él mismo. El 27 de mayo
Batista le imponía los grados de brigadier general.
El 28 de octubre de 1956, en el cabaré Montmartre, de P y 23, en el
Vedado, era abatido a tiros el teniente coronel Antonio Blanco Rico,
jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM). En el entierro de
este, el senador Rolando Masferrer dijo a Salas que en la residencia
de Haití se hallaban asilados los ejecutores de ese atentado. No era
cierto. Sí estaban allí los dos jóvenes que habían atentado contra el
propio Masferrer, pero matrero como era, el jefe de la banda
paramilitar de Los Tigres sabía que él era muy poca cosa para que el
jefe de la Policía se molestase por su persona. Hay otra versión: la
que dio entonces «Santiaguito» Rey, ministro de Gobernación de la
dictadura. Salas, aseveró Rey, supo de esa noticia mediante una
llamada telefónica que, después del sepelio de Blanco Rico, le
hicieron directamente a su despacho. Por tanto, decía el Ministro,
funcionó una conjura.
De cualquier manera, Salas decidió acudir a la residencia haitiana.
Los jóvenes que allí encontraron asilo eran de diferentes tendencias.
Entre ellos Secundino Martínez y Gregorio García, acusados por el
atentado a Masferrer, y Eladio Cid y Salvador Ibáñez, buscados por el
alijo de armas descubierto en los laboratorios Dream, de la Avenida de
Rancho Boyeros, donde radica hoy el Instituto Juan Marinello. Los diez
asilados no podían entrar a la residencia. Merodeaban por los jardines
y dormían en las habitaciones de servicio de los altos del garaje. Dos
escaleras conducían a esas habitaciones: una, exterior, de
mampostería, y otra, interior, de las llamadas de caracol. Esta sería
sumamente importante en la forma en que se desarrollarían los
acontecimientos.
Salas Cañizares, seguido por sus hombres, penetró en el jardín. Se
escucharon disparos. Buscó el garaje y se oyeron nuevas descargas. Cae
al suelo Secundino Martínez, lo dan por muerto, y Salas comienza el
ascenso por la escalera de caracol. Secundino está herido y con un
revólver dispara sobre el jefe policial, que cae pesadamente.
Informaciones de la época aseguraron que seis tiros lo impactaron en
el vientre y otro más lo había herido a sedal en la cabeza.
De nuevo, las versiones no coinciden. Preso ya en el castillo de San
Severino, en Matanzas, y horas antes de que lo llevaran ante el
pelotón de fusilamiento, Lela Sánchez y Germán Amado Blanco,
autorizados por Che Guevara, entrevistaron al teniente coronel Juan
Salas Cañizares. Querían que contara lo sucedido en el interior de la
residencia haitiana. Dijo muy poco. Aseguró que no fueron seis tiros
en el vientre, sino uno solo, y añadió que no podía asegurar que fuera
Masferrer quien puso a su hermano en la pista de la residencia de
Haití, pues él (Juan) no había acudido al entierro de Blanco Rico, lo
que no parece ser cierto.



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Ciro Bianchi Ross
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