domingo, 29 de diciembre de 2013

RENE RAMOS LATOUR (DANIEL)

Diario de un guerrillero Rebelde, Testimonio de un combatiente, devela las vivencias en la lucha de liberación de Fernando Vecino Alegret, quien fuera ayudante personal del único Comandante de la Sierra Maestra caído en combate Luis Hernández Serrano digital@juventudrebelde.cu 28 de Diciembre del 2013 23:29:54 CDT Un avión caza F-47 Thunderbolt pasa sobre ellos, y al instante se siente levantado en el aire. Cae en medio del camino, entre una humareda y un ruido infernales. Ha sido un cohete (rocket) lanzado por el aparato que casi lo mata. Los hechos los cuenta el general de brigada (r) Fernando Vecino Alegret, al evocar pasajes inolvidables de su participación como guerrillero de la Sierra Maestra, donde compartió con Fidel, Camilo, el Che y otros oficiales rebeldes, y fue ayudante personal del Comandante René Ramos Latour (Daniel). «Me creí herido y se lo pregunté a Pedrito Miret Prieto, asaltante del Moncada y expedicionario del Granma que caminaba detrás de mí. Por suerte estaba ileso, pero en el pantalón me cayó un pequeño fragmento que, al agarrarlo, me quemó un dedo. Mis compañeros me quitaron otro de la espalda. Siento un ruido como de cien chicharras en los oídos. Pasado el susto, reanudamos la marcha para alejarnos del peligroso lugar bajo un fuerte bombardeo y ametrallamiento. Allí perdí parcialmente la audición del oído izquierdo para el resto de mi vida». Vecino Alegret alude a los aviones de guerra entregados por Estados Unidos al ejército de Batista y en su libro Rebelde, Testimonio de un combatiente —su diario guerrillero del 9 de junio al 30 de julio de 1958— pone énfasis en las perversas intenciones yanquis, al apoyar militarmente a las fuerzas armadas de la dictadura. Y nos muestra en la página 90 de su texto el facsímil de la carta que el Comandante en Jefe le escribe a Celia Sánchez: «Sierra Maestra, 5 de junio de 1958. Celia: Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario (Sariol de apellido), me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero». A propósito de la aviación enemiga, el también ingeniero, Doctor en Ciencias y actual Profesor de Mérito del Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría, quien fuera ministro de Educación Superior, nos muestra también en su libro algunos informes confidenciales de inteligencia de pilotos, mecánicos y artilleros de la fuerza aérea de la dictadura, que llegaron a sus manos 30 años después. Uno de ellos fue enviado a sus jefes por los integrantes de los bombarderos ligeros B-26, números 907 y 919. «La tripulación del 907 —explica el veterano combatiente—, estaba integrada por el piloto Juan Bermúdez, el mecánico Pablo Reyes Basulto y el artillero de cola Rolando Pedroso. La del 919, por el piloto capitán Ramón Alonso, el mecánico sargento Máximo Fernández y el artillero sargento Pablo Hernández. En sus reportes se aprecia la criminalidad de la tiranía batistiana cuando escogía como objetivo de sus ataques a pequeños bohíos. No pocas veces masacraron a sus humildes moradores campesinos». Y añade: «El reporte del B-26 número 907 plantea que actuó sobre nosotros a partir de las ocho y treinta y cinco de la mañana durante treinta minutos, luego de que un C-47 de observación (el número 205) le señaló el blanco “a lo largo de las cimas”. El piloto Bermúdez dice: “el 205 señaló el blanco y el T-33 número 703 (de propulsión a chorro) así como yo batimos el objetivo señalado”. Pablo Reyes Basulto, que firma como mecánico jefe de la tripulación del B-26 número 907, escribe: “El T-33 número 703 tiró sus bombas y luego batió el blanco con sus ametralladoras”». «Conforme a tales reportes —indica Vecino Alegret— el 25 de julio de 1958 participaron esos dos bombarderos, el C-47 número 205 en funciones de observador, una avioneta Beaver número 31, dos helicópteros y tres aviones Pipers, por supuesto, todos norteamericanos». Aclara el general Vecino que ambos bombarderos los ametrallaron y actuaron sobre ellos una hora y 20 minutos. «Según sus reportes confidenciales les tiraban “a un bosque y a bohíos”, y afirmaban haber dado en el blanco. Entre los dos —se dice en los informes— nos rociaron las 1 100 cápsulas calibre 50 que llevaban encima. Pero no nos causaron baja rebelde alguna. Ellos (tal como aseguraban) no nos veían». A este respecto, Vecino ofrece en su documentado libro una visión de la infantería enemiga en la palabra del segundo teniente del ejército Ubineo León Sánchez, quien anotó en su diario de campaña antiguerrillera: «(…) Hasta ahora he escuchado las voces de los rebeldes y he sentido muy próximo los impactos de los proyectiles de sus armas, pero aún no he visto a uno solo de ellos, ni vivo, ni muerto. Hemos luchado contra un enemigo invisible y a juzgar por las experiencias, invencibles, por lo menos en estas intrincadas montañas. La derrota de nuestra ofensiva es evidente». Cuenta Fernando Vecino que el enemigo aéreo también empleó en el bombardeo y ametrallamientos dos aviones cazas F-47 Thunderbolt, números 451 y 464, aspecto conocido por los mencionados informes de inteligencia. Un fragmento de la carta enviada el 10 de julio de aquel año 1958 por el Comandante René Ramos Latour (Daniel) a la luchadora clandestina Anita Céspedes, se suma a los anteriores testimonios: «Ante su impotencia, la tiranía lanzó contra nosotros uno de los más grandes raids aéreos que yo haya visto. Cinco o seis aviones lanzaron bombas incendiarias y de TNT, cohetes, granadas e hicieron funcionar sus ametralladoras 50 y 30 desde las seis hasta las diez y media de la mañana». La muerte del comandante Daniel En su valioso diario, Fernando Vecino Alegret enfatiza cómo conoció y compartió en la Sierra con Fidel, Camilo, el Che y otros oficiales y combatientes rebeldes, y dedica buena parte de su relato al intento de los médicos guerrilleros por salvar la vida de rebeldes gravemente heridos en combate. En particular menciona, por ejemplo, la muerte de los capitanes Geonel Rodríguez, Ángel Verdecia Moreno, Andrés Cuevas Heredia y Ramón Paz Borroto, puntales inolvidables de la Sierra. Asimismo realiza una sentida recordación al Comandante Daniel, quien en su momento sustituyera como jefe de Acción nacional del M-26-7 a Frank País y se alzara de forma definitiva en la Sierra en los mismos días que Vecino Alegret. Este se convirtió en su ayudante personal, compartió con él la misma trinchera, lo vio herido de muerte, lo vistió con un uniforme verde olivo y el brazalete rojinegro en el pecho y despidió su duelo como «el único Comandante muerto en combate». El 30 de julio de ese año 1958, en El Jobal, cae gravemente herido por una granada de obús el Comandante Daniel. De él diría Haydée Santamaría: «Únicamente él nos puede proporcionar consuelo, poniéndonos a su altura. A hombres como este no se lloran, se imitan. Tratemos de hacerlo». Vecino llegó hasta donde se encontraba y lo vio boca arriba en el suelo, con una herida de dos pulgadas en la parte izquierda del bajo vientre, que dejaba al descubierto el peritoneo. No obstante, siguió dando órdenes y mandó a Vecino a subir unos cien metros por el firme de la loma a buscar a dos compañeros. «No pensé entonces que era la última orden que iba a recibir de él», afirma el autor del relato, y evoca que se quedó cubriéndole la retirada a los compañeros que llevaron a Daniel rumbo al hospitalito de La Plata. Y precisa: «Nada menos que dos bombarderos B-26, dos T-33, dos cazas F-47, más dos avionetas, se unen al suplicio». Y agregó: «Nos queda el consuelo de haber visto morir a uno de los grandes, un hombre que, moribundo, aún dirigía las acciones, y que mientras tuvo conocimiento se preocupó más por nosotros —los que nos habíamos quedado atrás— que por su propia vida que se apagaba como una vela. ¡Fue compañero hasta la muerte!». Pero no solo eso. Él recuerda más: «Me tocó la triste tarea de pronunciar las palabras de despedida, salidas de las entrañas mismas. También a modo de despedida se hace una descarga en seco. Después nos alejamos conscientes de que en El Hormiguero queda enterrado un pedazo de nuestro propio corazón. En casa de Antonio Estrada nos encontramos con René de los Santos, quien posteriormente será nuestro jefe de la Columna 10 René Ramos Latour… y comenzamos la retirada de aquel lugar tan peligroso. Después atravesamos el camino de Arroyotes, rumbo a las montañas, buscando a Fidel como buscando al Sol…». El joven Vecino Alegret EL joven Fernando Vecino Alegret se entrenó durante ocho meses en México para una expedición que continuaría a la del yate Granma, pero muchos contratiempos y obstáculos frustraron el empeño. De ese país fue a Estados Unidos, donde conversó con Haydée Santamaría, le expresó su deseo de partir hacia Cuba y alzarse en las montañas, y ella le dio dos cartas, una para Fidel y la otra para Vilma Espín, presentándolo como joven entrenado en tierra mexicana. De Miami partió por vía aérea rumbo a Camagüey, convencido de que «se estaba jugando el cuello». De allí en tren hacia Santiago de Cuba, acompañado por sus abuelos maternos Francisco Alegret Carnesoltas y Olalla Ramírez Ramírez, donde estuvo en cuatro casas y se entrevistó con Vilma. El 9 de junio de 1958 partió hacia la Sierra Maestra desde la casa de Orlando Fernández Montes de Oca y se alza por Pozo Azul, cerca de Guisa, con otros dos compañeros. Ya en las montañas, es presentado a René Ramos Latour (Daniel). El 23 de junio se encuentra con Fidel, al que ve disparar con diferentes armas que prueba y quien lo felicita a él por su puntería con la subametralladora Sten, la segunda arma que tiene como guerrillero (primero lleva una pistola Colt 45 y por último el fusil San Cristóbal número 44888). Daniel lo presenta al Che. En la Sierra cumplió los 20 años. El 30 de junio está en la primera batalla de Santo Domingo y el 1ro. de julio conoce a Camilo Cienfuegos y conversa con él. Vecino es tataranieto por línea materna del mambí Manuel Carnesoltas, quien fuera el químico que prepara los explosivos al Mayor Ignacio Agramonte. Fuente: Rebelde, Testimonio de un combatiente

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