jueves, 16 de abril de 2015

EL LENGUAJE DEL TERROR

LA GERENCIA POLITICA EL LENGUAJE DEL TERROR POR EL DR. ALFONSO ESTIMADO DE INTELIGENCIA POLITICA DE CAMPAÑA ESTIMADOS POLITICOS DE CAMPO DURANTE LA CAMPAÑA shareshareshareshare Por Robert F. Kennedy Jr* – Editado por Phil Harris / Traducido por Álvaro Queiruga Mi padre, Robert F. Kennedy, que admiraba el valor de esos excombatientes y sentía una culpa abrumadora por haber puesto a los cubanos en peligro durante esa invasión mal planificada, asumió en persona la responsabilidad de encontrarles casa y trabajo, e incluso facilitó la incorporación de muchos de ellos a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Mi padre, Robert F. Kennedy, que admiraba el valor de esos excombatientes y sentía una culpa abrumadora por haber puesto a los cubanos en peligro durante esa invasión mal planificada, asumió en persona la responsabilidad de encontrarles casa y trabajo, e incluso facilitó la incorporación de muchos de ellos a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. WHITE PLAINS, Estados Unidos, ene 2015 (IPS) – Me crié en Hickory Hill, el hogar de mi familia en Virginia, donde a menudo nos visitaban veteranos de la fallida invasión de la Bahía de Cochinos. Mi padre, Robert F. Kennedy, que admiraba el valor de esos excombatientes y sentía una culpa abrumadora por haber puesto a los cubanos en peligro durante esa invasión mal planificada, asumió en persona la responsabilidad de encontrarles casa y trabajo, e incluso facilitó la incorporación de muchos de ellos a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Pero a medida que se desarrolló el proceso de distensión, las sospechas y la indignación se generalizaron tanto que incluso esos cubanos que adoraban a mi padre y que siempre visitaban Hickory Hill cuando yo era niño dejaron de hacerlo. Para la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la distensión representaba la sedición y la traición. “Lamentablemente, la CIA sigue a cargo de Cuba”, le advirtió Adlai Stevenson, por entonces embajador de Estados Unidos ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), al presidente John F. Kennedy (JFK). La agencia, según él, no permitiría jamás la normalización de las relaciones entre ambos países. JFK participó de negociaciones secretas con Fidel Castro destinadas a eludir al Departamento de Estado y a los agentes de la CIA, pero esta última estaba al tanto de los contactos extraoficiales entre ambos mandatarios y procuraba sabotear las iniciativas de paz con maniobras de espionaje. En abril de 1963, funcionarios de la CIA rociaron con veneno un traje de buzo que los emisarios de JFK James Donovan y John Nolan le regalarían a Castro. La agencia pretendía asesinar al líder cubano, responsabilizar al presidente Kennedy del crimen y desacreditarlo por completo, tanto a él como a su gestión de paz. Asimismo, la CIA le entregó en París un bolígrafo envenenado al sicario Rolando Cubela, con instrucciones de que lo utilizara para matar a Fidel. La agencia adoptó una actitud del tipo “al diablo con el presidente al que juró servir”, afirmaría más adelante William Attwood, experiodista y diplomático estadounidense ante la ONU a quien JFK le encomendó las negociaciones secretas con Castro. Muchos exiliados cubanos manifestaron abiertamente su desagrado con la “traición” de la Casa Blanca y acusaron a JFK de buscar la “coexistencia” con Fidel. Algunos cubanos siguieron siendo leales a mi padre, pero un pequeño número de anticastristas de línea dura, resentidos y homicidas, dirigieron su furia contra JFK, y hay pruebas creíbles de que estos hombres y sus contactos en la CIA podrían haber participado en conspiraciones para asesinarlo. El 18 de abril de 1963, José Miró Cardona, presidente del Consejo Revolucionario Cubano, renunció con una andanada de iracundas denuncias contra JFK y mi padre. “La lucha por Cuba está en vías de ser saboteada por el gobierno de Estados Unidos”, declaró. “Queda un solo camino para seguir y lo seguiremos: la violencia”, prometió. Centenares de exiliados cubanos en los vecindarios de Miami expresaron su descontento con la Casa Blanca colgando crespones negros en sus casas. En noviembre de 1963, los exiliados hicieron circular un panfleto elogiando el asesinato de JFK. “Solo un acontecimiento”, según el volante, podría conducir a la desaparición de Castro y al retorno de los desterrados a su amado país: “si un acto de inspiración divina pusiera en la Casa Blanca en las próximas semanas a un texano conocido por ser amigo de toda América Latina”. Santo Trafficante, jefe de la mafia y zar de los casinos de La Habana, que mantuvo una estrecha colaboración con la CIA en varias conspiraciones para asesinar a Fidel, les dijo a sus cómplices cubanos que JFK sería blanco de un atentado. Santo Trafficante, jefe de la mafia y zar de los casinos de La Habana, que mantuvo una estrecha colaboración con la CIA en varias conspiraciones para asesinar a Fidel, les dijo a sus cómplices cubanos que JFK sería blanco de un atentado. Santo Trafficante, jefe de la mafia y zar de los casinos de La Habana, que mantuvo una estrecha colaboración con la CIA en varias conspiraciones para asesinar a Fidel, les dijo a sus cómplices cubanos que JFK sería blanco de un atentado. El día del asesinato del mandatario estadounidense, Castro estaba reunido en la residencia presidencial de verano en Varadero con el periodista francés Jean Daniel, director del periódico socialista Le Nouvel Observateur y uno de los canales secretos de acceso de JFK al líder cubano. A las 13 horas recibieron una llamada telefónica con la noticia de que le habían disparado al presidente estadounidense. “Voilà, este es el fin de su misión de paz”, le dijo Castro a Daniel. Tras la muerte de JFK, el líder cubano presionó con insistencia a Lisa Howard, periodista de la cadena televisiva ABC que actuó como emisaria informal entre ambos mandatarios, a Stevenson, a Attwood y a otras personas para que le solicitaran al sucesor de Kennedy, Lyndon B. Johnson, que reanudara el diálogo. Este ignoró los pedidos y Castro terminó por desistir. Tras el asesinato de JFK surgieron muchas pistas, luego desacreditadas, que sugerían que Castro podría haber orquestado el magnicidio. Johnson y otros funcionarios de su administración conocían estos rumores y aparentemente aceptaron su implicancia. El nuevo presidente decidió no proseguir con el acercamiento a Castro luego de que su aparato de inteligencia, incluido el jefe de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), J. Edgar Hoover, le dijera que Lee Harvey Oswald podía haber sido un agente del gobierno cubano, a pesar de su postura anticastrista bien establecida. Luego de la muerte de JFK, mi padre siguió presionando al Departamento de Estado del gobierno de Johnson para que analizara si era posible que “Estados Unidos conviviera con Castro”. “Las actuales restricciones a los viajes no se condicen con las tradicionales libertades estadounidenses”, sostuvo mi padre, en ese entonces fiscal general de Estados Unidos, en un debate tras bambalinas por la prohibición de viajar a Cuba impuesta a los ciudadanos estadounidenses. En diciembre de 1963, el Departamento de Justicia se preparaba para llevar a juicio a cuatro integrantes del Comité Estudiantil de Viajes a Cuba, que había llevado a un grupo de 59 estudiantes universitarios estadounidenses de viaje a La Habana. Mi padre se opuso a esos procesamientos y a la prohibición de viajar. También se manifestó a favor de “retirar la normativa existente que prohíbe los viajes de ciudadanos estadounidenses a Cuba”, en un memorándum confidencial dirigido al entonces secretario de Estado Dean Rusk, el 12 de diciembre de 1963. Mi padre sostenía que limitar el derecho de los estadounidenses a viajar atentaba contra las libertades que había jurado proteger como fiscal general. Levantar la prohibición “sería más coherente con nuestra visión de una sociedad libre y contrastaría con cuestiones como el Muro de Berlín y los controles comunistas a los viajes”, argumentaba. Desde entonces, Rusk lo excluyó de los debates sobre asuntos exteriores. Si bien seguía siendo el fiscal general de Johnson, ya no disponía del amplio margen que le permitió dirigir la política exterior de Estados Unidos durante la administración de Kennedy. La CIA continuó con sus intentos de asesinar a Castro durante los dos primeros años del mandato de Johnson, aunque este nunca se enteró. El senador George McGovern recibió del propio Fidel pruebas de por lo menos 10 conspiraciones para asesinarlo durante este período. “Puedo decirles que en el período en que se produjo el asesinato de Kennedy… estaba cambiando su política hacia Cuba. En cierta medida, nos honraba tener un rival como él. Era un hombre extraordinario”, declaró Castro en 1978 a un grupo de legisladores estadounidenses de visita en la isla. “No tengo dudas. Si no hubiera ocurrido el magnicidio, probablemente habríamos iniciado negociaciones para normalizar las relaciones con Cuba”, afirmó Attwood posteriormente. Cuando conocí a Castro en 1999, este admitió la osadía de su táctica de propiciar el ingreso de armas nucleares soviéticas a Cuba. “Fue un error poner al mundo en tan grave peligro”, dijo. Cuando conocí a Castro en 1999, este admitió la osadía de su táctica de propiciar el ingreso de armas nucleares soviéticas a Cuba. “Fue un error poner al mundo en tan grave peligro”, dijo. Cuando conocí a Castro en 1999, este admitió la osadía de su táctica de propiciar el ingreso de armas nucleares soviéticas a Cuba. “Fue un error poner al mundo en tan grave peligro”, dijo. En ese momento, yo hacía gestiones para que el líder cubano desistiera de instalar una planta nuclear al estilo de Chernóbil en la localidad cubana de Juragua. En otra reunión con Fidel en agosto de 2014, este expresó su admiración por el liderazgo de JFK y observó que un intercambio nuclear durante la crisis de los misiles en Cuba hubiera arrasado con la civilización. Hoy, cinco décadas después de los hechos, y dos décadas tras la partida soviética de Cuba, le ponemos fin a una política errónea que hizo muy poco por promover el liderazgo internacional de Estados Unidos o sus intereses de política exterior.© IPS Robert F. Kennedy Jr. es abogado del National Resources Defense Council y de Hudson Riverkeeper y presidente de Waterkeeper Alliance. También es profesor y abogado supervisor de la Clínica Procesal Ambiental de la Facultad de Derecho de la Universidad Pace y coanfitrión de Ring of Fire en Air America Radio. En el pasado se desempeñó como fiscal general adjunto de la ciudad de Nueva York. 2da. Parte Las negociaciones secretas entre J. F. Kennedy y Fidel Castro Esta es la segunda de una serie de tres columnas escritas por Robert F. Kennedy, hijo de Robert F. (Bobby) Kennedy y sobrino del presidente John F. Kennedy (1961-1963), sobre las relaciones entre Estados Unidos y Cuba durante el lapso de 54 años del embargo estadounidense contra la isla. La primera, “Tenemos tanto que aprender de Cuba”, Esta es la segunda de una serie de tres columnas escritas por Robert F. Kennedy, hijo de Robert F. (Bobby) Kennedy y sobrino del presidente John F. Kennedy (1961-1963), sobre las relaciones entre Estados Unidos y Cuba durante el lapso de 54 años del embargo estadounidense contra la isla. La primera, “Tenemos tanto que aprender de Cuba”, Esta es la segunda de una serie de tres columnas escritas por Robert F. Kennedy, hijo de Robert F. (Bobby) Kennedy y sobrino del presidente John F. Kennedy (1961-1963), sobre las relaciones entre Estados Unidos y Cuba durante el lapso de 54 años del embargo estadounidense contra la isla. La primera, “Tenemos tanto que aprender de Cuba”, se publicó el 30 de diciembre, y la tercera, “La distensión emboscada: Cuba y EE.UU. en el gobierno de Kennedy”, se publicará el 7 de enero. WHITE PLAINS, Estados Unidos, 6 ene 2015 (IPS) – El día del asesinato del presidente John F. Kennedy (JFK), el 22 de noviembre de 1963, uno de sus emisarios mantuvo una reunión secreta con el líder cubano Fidel Castro en la playa de Varadero, en Cuba, para discutir las condiciones que pondrían fin al embargo de Estados Unidos contra la isla y comenzarían el proceso de distensión entre ambos países. Eso fue hace más de 50 años y ahora, por fin, el presidente estadounidense Barack Obama retomó el proceso de convertir el sueño de JFK en realidad mediante el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba. Esas conversaciones clandestinas en la residencia veraniega de Castro en Varadero se desarrollaban hacía meses, habiendo evolucionado a la par de la mejora de las relaciones con la Unión Soviética tras la crisis de los misiles en Cuba de 1962. Durante esa crisis, JFK y el líder soviético Nikita Jruschov, los dos enfrentados a sus propios militares de línea dura, desarrollaron un respeto mutuo, incluso cordialidad, el uno por el otro. Un pacto secreto entre ellos allanó el camino para el retiro de los misiles soviéticos de Cuba y los misiles Júpiter estadounidenses de Turquía, salvando así el honor de ambos bandos. “No puedo evitar tener la esperanza… de que un líder vendrá a la delantera en América del Norte (Kennedy, ¿por qué no?, tiene muchas cosas a su favor) que tendrá el coraje de lidiar con la impopularidad, combatirá a los monopolios, dirá la verdad y, lo más importante, dejará a las naciones actuar como ellas decidan. Kennedy todavía podría ser ese hombre”: Fidel Castro. Castro, por su parte, estaba furioso porque los rusos ordenaron la retirada de los misiles sin consultarlo. Tras la crisis, Jruschov invitó al resentido Fidel a Rusia para suavizar la ira del líder cubano. Castro y Jruschov pasaron seis semanas juntos, mientras el líder ruso acosaba a Fidel para que buscara la distensión y la paz con el presidente Kennedy. “Mi padre y Fidel desarrollaron una relación de maestro y discípulo”, escribiría más adelante Sergei, el hijo de Jruschov. Este último quería convencer a Castro que JFK era digno de confianza. El propio Fidel recordó que “durante horas” Jruschov “me leyó muchos mensajes… del presidente Kennedy,… a veces entregados por Robert Kennedy”. Castro regresó a Cuba decidido a buscar el camino del acercamiento. La Agencia Central de Inteligencia (CIA) espiaba a todos. En un comunicado secreto enviado el 5 de enero de 1963 a sus compañeros, el agente Richard Helms, que se convertiría en director de la agencia en 1966, advirtió que “a petición de Jruschov, Castro regresaba a Cuba con la intención de adoptar una política conciliadora hacia el gobierno de Kennedy, por el momento”. La Agencia Central de Inteligencia (CIA) espiaba a todos. En un comunicado secreto enviado el 5 de enero de 1963 a sus compañeros, el agente Richard Helms, que se convertiría en director de la agencia en 1966, advirtió que “a petición de Jruschov, Castro regresaba a Cuba con la intención de adoptar una política conciliadora hacia el gobierno de Kennedy, por el momento”. La Agencia Central de Inteligencia (CIA) espiaba a todos. En un comunicado secreto enviado el 5 de enero de 1963 a sus compañeros, el agente Richard Helms, que se convertiría en director de la agencia en 1966, advirtió que “a petición de Jruschov, Castro regresaba a Cuba con la intención de adoptar una política conciliadora hacia el gobierno de Kennedy, por el momento”. JFK era abierto a esos avances. En el otoño boreal de 1962 él y su hermano Robert enviaron a James Donovan, un abogado de Nueva York, y a John Nolan, un amigo y consejero de mi padre Robert Kennedy, a negociar la liberación de 1.500 presos cubanos que Castro capturó tras la invasión de Bahía de Cochinos, en abril de 1961. Donovan y Nolan desarrollaron una amistad cordial con Castro, con quien viajaron juntos por el país. Fidel les hizo un recorrido por el campo de batalla de Bahía de Cochinos y los llevó a ver tantos partidos de béisbol que Nolan juró que nunca más volvería a ver ese deporte, según me contó. Luego de liberar a los últimos 1.200 prisioneros el día de Navidad de 1962, Castro le preguntó a Donovan cómo proceder para normalizar las relaciones con Estados Unidos. “De la manera en que los puercoespines hacen el amor, con mucho cuidado”, fue la respuesta. Mi padre y JFK tenían una intensa curiosidad acerca de Castro y les exigían a Donovan y Nolan descripciones detalladas, muy personales, del líder cubano. La prensa estadounidense había caricaturizado a Fidel como borracho, sucio, irascible, violento e indisciplinado. “Nuestra impresión no cuadraría con la imagen comúnmente aceptada. Castro nunca fue irritable, nunca fue borracho, nunca fue sucio”, les dijo Nolan. Él y Donovan describieron al líder cubano como mundano, ingenioso, curioso, bien informado, de impecable apariencia y conversación atractiva. En sus viajes con Castro y tras haber sido testigos de las ovaciones espontáneas cuando ingresaba a los estadios de béisbol con su pequeño pero profesional equipo de seguridad, ambos confirmaron los informes internos de la CIA que indicaban la inmensa popularidad que tenía el líder con el pueblo cubano. JFK sintió una simpatía intuitiva hacia la revolución cubana. Su asistente especial y biógrafo Arthur Schlesinger escribió que “Kennedy tenía una simpatía natural por los desvalidos de América Latina y entendía el origen del resentimiento generalizado contra Estados Unidos”. “La larga historia de abuso y explotación había vuelto a Fidel contra Estados Unidos y hacia los soviéticos en un momento en que podría haber girado hacia Occidente. La objeción de JFK fue por el papel de Cuba como títere soviético y plataforma para… fomentar la revolución y la expansión soviética en toda América Latina”, según Schlesinger. Castro tenía sus propias razones nacionalistas para rechazar la dependencia soviética, particularmente después de la crisis de los misiles. Dejó claro su deseo de un acercamiento en las conversaciones privadas con la periodista de la cadena televisiva ABC, Lisa Howard, quien se desempeñó como otra emisaria informal entre JFK y Fidel. Howard informó a la Casa Blanca que Castro “estaba dispuesto a discutir el personal y los equipos soviéticos en suelo cubano, la indemnización por las tierras y las inversiones norteamericanas expropiadas, la cuestión de Cuba como base para la subversión comunista en todo el hemisferio”. Cuando los presos cubanos fueron liberados, JFK consideró seriamente la reanudación de las relaciones con Castro. Ese impulso lo llevó a navegar por aguas peligrosas. La sola mención de una distensión con Fidel era dinamita política ante la proximidad de las elecciones presidenciales de 1964 en Estados Unidos. Tanto Barry Goldwater, el candidato presidencial del Partido Republicano, como Richard Nixon, el vicepresidente durante el gobierno de Dwight D. Eisenhower (1953-1961) y rival de JFK a la presidencia en 1960, y Nelson Rockefeller, el contrincante de Goldwater en la nominación republicana a la presidencia, consideraban a Cuba como el mayor capital político de su partido. Algunos exiliados cubanos, homicidas y violentos, y sus contactos en la CIA creían que la idea de la coexistencia con Cuba era una traición infernal. En septiembre de 1963, JFK solicitó a William Attwood, un experiodista y diplomático estadounidense ante la Organización de las Naciones Unidas, que entablara negociaciones secretas con Castro. Attwood conocía a Castro desde 1959 cuando cubrió la Revolución Cubana para la revista Look, antes de que el líder se volviera contra Estados Unidos. Ese mes, mi padre le pidió a Attwood que encontrara un lugar seguro para mantener conversaciones secretas con Fidel. En octubre, Castro comenzó a organizar el vuelo clandestino de Attwood a una remota pista de aterrizaje en Cuba para iniciar las negociaciones sobre la distensión. El 18 de noviembre de 1963, cuatro días antes del asesinato de JFK en Dallas, Castro escuchó la conversación telefónica de su ayudante, René Vallejo, con Attwood y acordó el orden del día para la reunión. Ese mismo día, JFK preparó el camino para el acercamiento con un mensaje público claro. En declaraciones a la Sociedad Interamericana de Prensa, en el corazón de la comunidad de exiliados cubanos en Miami, el presidente declaró que la política de Estados Unidos no era la de “dictar a nación alguna cómo organizar su vida económica. Cada nación es libre de dar forma a su propia institución económica de conformidad con sus propias necesidades y voluntad nacionales”. Un mes antes, JFK había abierto otra vía secreta hacia Castro a través del periodista francés Jean Daniel, director del periódico socialista Le Nouvel Observateur. En camino a entrevistar a Fidel en Cuba el 24 de octubre de 1963, Daniel visitó la Casa Blanca, donde JFK habló con él acerca de las relaciones entre ambos países. En un mensaje destinado a Castro, JFK criticó enérgicamente al líder cubano por precipitar la crisis de los misiles. Luego cambió de tono, expresando la misma empatía hacia Cuba que había mostrado por el pueblo ruso en su discurso del 10 de junio de 1963 en la Universidad Americana, de Washington, al anunciar el tratado de prohibición de los ensayos nucleares con la Unión Soviética. Kennedy se explayó sobre la extensa historia de las relaciones de Estados Unidos con el régimen corrupto y tiránico de Fulgencio Batista. JFK le dijo a Daniel que había apoyado el Manifiesto de Sierra Maestra al comienzo de la revolución cubana. Entre el 19 y el 22 de noviembre de 1963, Castro tuvo sus propias entrevistas con Daniel, en las cuales interrogó cuidadosa y meticulosamente al periodista francés sobre su reunión con JFK, particularmente con respecto al fuerte respaldo de este a la Revolución Cubana. Entonces Castro guardó un silencio reflexivo, componiendo una respuesta cuidadosa que sabía que JFK aguardaba. “Creo que Kennedy es sincero. También creo que expresar hoy esa sinceridad puede tener significación política”, dijo al final, midiendo cada palabra. “Pero siento que” Kennedy “heredó una situación difícil: no creo que el Presidente de los Estados Unidos sea realmente libre alguna vez, y creo que… está en estos momentos sintiendo el impacto de su falta de libertad. También creo que él entiende ahora el grado en el que ha sido engañado, en especial, por ejemplo, con la respuesta de Cuba durante la invasión de Bahía de Cochinos”, continuó Castro. “Pero siento que” Kennedy “heredó una situación difícil: no creo que el Presidente de los Estados Unidos sea realmente libre alguna vez, y creo que… está en estos momentos sintiendo el impacto de su falta de libertad. También creo que él entiende ahora el grado en el que ha sido engañado, en especial, por ejemplo, con la respuesta de Cuba durante la invasión de Bahía de Cochinos”, continuó Castro. Y siguió con una crítica detallada de los gobiernos de Kennedy y Eisenhower, que habían atacado su Revolución Cubana “mucho antes de que existiera el pretexto y la coartada del comunismo”. “Pero siento que” Kennedy “heredó una situación difícil: no creo que el Presidente de los Estados Unidos sea realmente libre alguna vez, y creo que… está en estos momentos sintiendo el impacto de su falta de libertad. También creo que él entiende ahora el grado en el que ha sido engañado, en especial, por ejemplo, con la respuesta de Cuba durante la invasión de Bahía de Cochinos”, continuó Castro. “No puedo evitar tener la esperanza… de que un líder vendrá a la delantera en América del Norte (Kennedy, ¿por qué no?, tiene muchas cosas a su favor) que tendrá el coraje de lidiar con la impopularidad, combatirá a los monopolios, dirá la verdad y, lo más importante, dejará a las naciones actuar como ellas decidan. Kennedy todavía podría ser ese hombre”, le dijo a Daniel. “Él todavía tiene la posibilidad de convertirse, a los ojos de la historia, en el más grande presidente de los Estados Unidos, el líder que puede por fin entender que puede haber coexistencia entre capitalistas y socialistas, incluso en el continente americano. Sería entonces un presidente aún mayor que Lincoln”, subrayó Castro. Editado por Phil Harris / Traducido por Álvaro Queiruga * Robert F. Kennedy Jr. es abogado del National Resources Defense Council y de Hudson Riverkeeper y presidente de Waterkeeper Alliance. También es profesor y abogado supervisor de la Clínica Procesal Ambiental de la Facultad de Derecho de la Universidad Pace y coanfitrión de Ring of Fire en Air America Radio. En el pasado se desempeñó como fiscal general adjunto de la ciudad de Nueva York.

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