martes, 16 de julio de 2013

EL PUEBLO ROMPIO LOS CERROJOS


El pueblo rompió los cerrojos

Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
13 de Julio del 2013 18:20:18 CDT

Fue, al comienzo, un reclamo modesto, pero firme. Sin posibilidades de
contratar espacios pagados en la prensa, «las crucificadas madres de
los heroicos muchachos de los sucesos del día de Santa Ana» llamaban a
las cubanas a que las apoyaran en su pedido.
Fidel Castro y 28 de sus compañeros guardaban prisión desde hacía casi
un año por el asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, y las
firmantes pedían la amnistía no solo para ellos, sino también para los
militares presos, los exiliados y todos los presos políticos de Cuba,
sin importar la tendencia a que pertenecieran.
«Pedimos que las celdas queden vacías, que se abran los cerrojos de
las rejas para la liberación de nuestros hijos, que solo un ideal allí
los condenó», se exigía en el documento que, mimeografiado, circulaba
de mano en mano o se remitía por correo, suscrito por las progenitoras
de los combatientes Ernesto Tizol, Juan Almeida, Pedro Miret y Jesús
Montané.
Surgía así, en mayo de 1954, la organización Madres Cubanas, que no
tardaría en convertirse en el Comité de Familiares Pro Amnistía de los
Presos Políticos, con centenares de afiliados en toda la Isla y que
sería, señala el historiador Mario Mencía en su libro La prisión
fecunda (1980), «el centro promotor de la poderosa campaña de amnistía
que habría de sacudir al país durante el primer semestre de 1955».
A poco de constituirse, dicho Comité iniciaba su quehacer con la
impresión de una tarjeta que reproducía en su anverso parte de las
edificaciones que conformaban el Presidio Modelo, de Isla de Pinos, y
en particular la Circular número 1, donde los moncadistas se hallaban
recluidos. Llevaba en su reverso el siguiente texto, escueto y directo
como un puñetazo:
«¡Pedimos una amplia y generosa amnistía política!
«Detrás de estas circulares —imponente mole de acero y cemento que
aparece en esta postal— y que pertenecen al Reclusorio Nacional para
Hombres en Isla de Pinos, Pabellón número 1, se encuentran en prisión
los heroicos jóvenes del cuartel Moncada.
«Pedimos para ellos y para cuantos sufran pena de encierro y de exilio
por amor a Cuba y a su libertad, una amplia y generosa amnistía.
«¡No más presos políticos ni más exiliados en la tierra de Martí y del
general Antonio Maceo!
«Nueva Gerona, Isla de Pinos, Verano de 1954».
Las puertas del presidio se abrieron para Fidel Castro y sus
compañeros el 15 de mayo de 1955, luego de 22 meses de encierro. El
clamor de que pusieran en libertad a todos los presos políticos y que
pudieran retornar con garantías los exiliados creció de manera
aplastante e incontenible, puso a la dictadura de Fulgencio Batista
entre la espada y la pared y la dejó sin otra alternativa, ya que el
pueblo, en su reclamo, había roto los cerrojos de las celdas.

El preso 3859
Los crímenes que siguieron al asalto al cuartel Moncada —de los
mayores que se registraron en la historia cubana— dejaron un
sentimiento de indignación en la población, primero de Santiago de
Cuba y luego en todo el país.
En el juicio que se le siguió por el asalto, Fidel Castro denunció los
asesinatos de que fueron víctimas sus compañeros y, lejos de rehuir
responsabilidades, justificó moral, legal y constitucionalmente su
acción de rebeldía.
Ese gesto impactó de manera rotunda a la opinión pública y el repudio
a Batista se hizo mayor a medida que crecía el eco de la prédica del
líder revolucionario, el preso número 3859.
En octubre de 1954 circuló la edición clandestina de La historia me
absolverá, el alegato de Fidel en el juicio del Moncada, y su autor se
erigió en el más peligroso y eficaz de los conspiradores, presente en
todas partes al mismo tiempo y sin posibilidades de ser apresado
porque ya estaba preso.
Por otra parte, con unas elecciones espurias y amañadas y a las que
concurrió a la postre como candidato único, el dictador quiso
legalizar su poder.
«Ese es un factor que influyó mucho porque, por tradición en la
historia de Cuba, no se concebían unas elecciones sin amnistía»,
precisó Fidel Castro, en 1985, en una entrevista que concedió al
teólogo brasileño Frei Betto.
Añadió:
«Es decir que la amnistía, en parte, obedece no solo a las presiones
de la opinión pública, sino también a otros factores: conciencia de
los crímenes que se habían cometido, la campaña de denuncia o de
orientación al pueblo que nosotros libramos desde las propias
prisiones, y, además de eso, el deseo y la necesidad de Batista de
buscar una cobertura legal a su Gobierno, que lo llevó a convocar unas
elecciones. Todos esos factores decidieron, y subestimando,
menospreciando aquel grupo de veintitantos compañeros, considerando
que la acción armada había sido vencida, que aquella gente no tenía
recursos, no tenía fuerzas, aprobó la ley de amnistía».

Libertad sin claudicación
El 24 de febrero de 1955 Fulgencio Batista tomó posesión de la
presidencia de la República, aunque en realidad ocupaba el poder desde
el 10 de marzo de 1952, cuando se lo apropió mediante un golpe de
Estado. En esa fecha representantes de la oposición política dieron a
conocer su «apelación pública», en la que pedían la amnistía sin
limitaciones ni exclusiones.
En esa misma jornada Batista concedía una entrevista a la periodista
Marta Rojas en la que se mostraba partidario del perdón, aunque lo
condicionaba al compromiso de sus adversarios de mantener la
tranquilidad ciudadana.
El 10 de marzo siguiente, tercer aniversario de la asonada militar
batistiana, el Parlamento conocía del proyecto de ley, y un alto
personero del Gobierno admitía que el perdón podía incluir a los
moncadistas.
Quisieron hacer caer a Fidel en una trampa cuando se echó a rodar el
rumor, carente de todo fundamento, de que el líder encarcelado
prometía que una vez recobrada la libertad guiaría su quehacer por las
vías políticas legales. Su respuesta fue rápida y en un largo
documento, que consiguió sacar de la prisión y se reprodujo en la
prensa, expresó:
«Si nosotros considerásemos que un cambio de circunstancias y un clima
de positivas garantías constitucionales exigiesen un cambio de táctica
en la lucha, lo haríamos solo como acatamiento a los intereses y
anhelos de la nación, pero jamás en virtud de un compromiso, que sería
cobarde y vergonzoso, con el Gobierno. Y si ese compromiso se nos
exige para concedernos la libertad decimos rotundamente que no.
«No, no estamos cansados. Después de veinte meses nos sentimos firmes
y enteros como el primer día. No queremos amnistía al precio de la
deshonra. No pasaremos bajo las horcas caudinas de opresores innobles.
¡Mil años de cárcel antes que la humillación! ¡Mil años de cárcel
antes que el sacrificio del decoro!».
Por ese documento Fidel fue llevado al consejo de dirección del
reclusorio. Sus miembros querían saber cómo se las arregló para
sacarlo de la cárcel y si, para hacerlo, contó con la complicidad de
algún funcionario del penal. El jefe del asalto al Moncada expresó que
asumía plenamente la responsabilidad por el escrito, y aseguró, bajo
palabra de honor, que ningún funcionario de la prisión incurrió en
descuido, negligencia o ausencia de vigilancia con relación al envío
del documento al exterior. Como consecuencia, Fidel fue sancionado a
30 días de privación de comunicación y visitas.
El 2 de mayo de 1955 la Cámara de Representantes aprobó la ley de
amnistía y al día siguiente la aprobó el Senado. Batista la firmó el
día 6.

«Ya salen», «Ya salen»
El jueves 12, familiares de los presos ocuparon los hoteles de Nueva
Gerona y muchos pineros abrieron generosamente sus casas para hospedar
a niños y mujeres. Llegó la prensa. Tras la cerca perimetral del
presidio, con los ojos fijos en la escalinata de la jefatura, se
agolpaban los que esperaban la excarcelación de los suyos. Allí los
sorprendió la noche. El comandante Capote, jefe del penal, intentó
hacer que se retiraran, pero no. «Dormiremos aquí los días que sean
necesarios», expresó la madre de Jesús Montané e interpretó así el
sentir general.
El viernes todo permaneció igual. También el sábado. La alegría y la
esperanza derivaban hacia una situación de angustia, pero los que
aguardaban por sus familiares no cejaban en su espera. No los hacían
desistir el sol quemante del mediodía ni los aguaceros intensos.
Cuando los vencía el sueño descansaban sobre los muros que bordeaban
las garitas de la requisa. Hubo un rumor y al grito de «Ya salen», «Ya
salen», Gerona se volcó a la calle para ver de cerca a Fidel y a sus
compañeros, pero no fue más que una falsa alarma. Al fin, Capote
convocó a la prensa. Era domingo y los moncadistas saldrían a las 11
de la mañana. Ya habían llegado las órdenes.
Fidel y Raúl, fuera ya del reclusorio, fueron abrazados por sus
hermanas. Haydée Santamaría se acercó a Fidel y, sin decir palabra,
reclinó la cabeza en su pecho y rompió a llorar. La acompañaba Melba
Hernández. Fidel saludó al teniente Roger Pérez Díaz, y tuvo palabras
de elogio para ese militar al que calificó de «digno y caballeroso».
Luego, en el hotel Isla de Pinos, se reunió con los periodistas que
inquirieron sobre su pensamiento y actitud política futura. «Afuera,
casi la población entera de Gerona se agrupaba, procurando atisbar a
través de las ventanas la figura de Fidel Castro», escribía Enrique de
la Osa en la revista Bohemia.
La noche la pasarían los moncadistas a bordo de El Pinero. Llegarían
al Surgidero de Batabanó a las 7:45 de la mañana del lunes 16 para
trasladarse enseguida a la Estación Central de Ferrocarriles de La
Habana. En la terminal aguardaban el consejo director de la Ortodoxia
y el pleno de la FEU. La muchedumbre que, bulliciosa, invadía los
andenes y salones, asaltó el tren cuando aún no había detenido su
marcha y sacó a Fidel por una de las ventanillas para pasearlo en
hombros. La madre de Abel Santamaría y otras mujeres que perdieron a
sus hijos en el Moncada, desplegaron una bandera cubana y cantaron el
Himno Nacional.
En el pequeño apartamento de las hermanas de Fidel en la calle 23, en
el Vedado, apenas caben los que lo acompañan desde la terminal. En el
tren había hecho declaraciones para Cadena Habana y las hace ahora
para la Cadena Oriental de Radio. Esperan otros periodistas. Está
sudoroso. Faltan botones en su guayabera. Su hermana Lydia le enjuga
el sudor de la frente; Emma, otra de sus hermanas, le alcanza un vaso
de agua. Se le acerca una señora. Le dice:
—Fidel, ¡yo no sé dónde enterraron a mi hijo! ¡Quiero encontrar al
menos sus huesos! ¡Ayúdame, Fidel!
—Los buscaremos, viejita, los buscaremos juntos —responde y la abraza.
Llora la señora. Llora el Jefe de la Revolución.
La significación principal de todo este proceso, aseguran
especialistas, fue la excarcelación de Fidel y sus compañeros, y entre
otras consecuencias no menos importantes permitió, en su debate y en
el contexto legal aceptado, el cuestionamiento de la dictadura.
Incentivó igualmente la repulsa al régimen por amplios sectores,
renovó el interés por los moncadistas presos y su gesto, y dio origen
a la formación de grupos de opinión que terminarían sumándose a la
lucha.
 

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Ciro Bianchi Ross
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