Algunos se hacían los molestos, pero para mí era puro teatro, pues en los pocos días, que hicimos eso no tuvimos, ningún problema. Durante la huelga del 9 de Abril de 1958, Carlos Gómez, me dijo que fuera con Eliécer Grave de Peralta, para las lomas de Santa Fé y esperáramos allí, hasta que nos avisara para tomar el pueblo de Camajuaní. El día 8 nos fuimos para las lomas y estuvimos esperando, hasta que el 9 por la noche, regresamos al pueblo por la finca, de Garabato. Carlos vivía por allí y fui a verlo para saber qué tendríamos que hacer, pues no teníamos ninguna noticia. Allí encontramos a Danny Crespo y Francisco Jiménez (Panchito), que habían ido también a buscar información., Carlos nos dijo que todo había fracasado, que nos fuéramos para nuestras casas hasta nueva orden. El 10 de Abril se apareció Carlos Martínez Reyes, a mi casa en Camajuaní y me pidió que destruyera un jeep, que se había roto en Camajuaní.
El vehículo, era de unos revolucionarios, que lo habían robado el día anterior, en Cabaiguán y que venían con Carlos. Le dije no había problema, que yo me encargaría de aquello. El siguió camino hacia el pueblo de Vueltas. Llamé a un pariente y les dije:, que lo desbarataran y lo desaparecieran. Pero a los pocos días, se aparecieron dos vecinos de Cabaiguán y al ver que estaban desarmando un jeep, se pusieron a revisarlo y vieron que aquel era uno de los dos que habían desaparecido días antes, en su pueblo.
Resultó que uno de los hombres era su dueño, fueron al cuartel y dieron parte del hallazgo y por eso se llevaron detenido al que yo, se lo había entregado con la orden, que lo desaparecieran. Ellos lo que hicieron fue desarmarlo y se pusieron a vender las piezas. Parece que los que desarmaron el Jeep, no pudieron aguantar el interrogatorio y dijeron que Miguel García, les había vendido el jeep, cosa que era falsa. 87 A las pocas horas, me prendieron a mí. Cuando me entraron al cuartel y vi a los que yo les había entregado el jeep y a otro señor, me imaginé que yo estaba, en un gran problema. Estando yo también detenido en el Cuartel de Camajuaní, entró el sargento Jefe del Cuartel en aquellos días y al verme, preguntó por qué yo estaba allí.
Le informaron que estaba preso, porque se me acusaba de revolucionario. El sargento que me conocía, por haberme visto manejando la guagua, del Central Fe y también algunas veces, cuando en el Central él, se había dado algunos tragos con mi padre, José García, dijo:: «este muchacho es un hombre trabajador, suéltenlo».
Fuí para casa y le informé a Carlos Gómez, lo ocurrido. Éste me dijo que me perdiera por un tiempo. Pero no pensé en las consecuencias de lo ocurrido y esa noche me fui para el cine Rotella, para resolver un problema personal. Delia Parra, que era la portera y también revolucionaria, fue a decirme:
—»Miguel, allá afuera hay unos soldados, preguntando por ti y ellos, no son de Camajuaní—».
El ejército de Batista, me estaba buscando. Rápidamente salí por una ventana y fui para la zona de La Matilde. Como a las dos de la mañana, regresé al pueblo por la línea del ferrocarril y me dirigí a la casa de García.
Él y su hija Lily García, eran miembros del Movimiento en nuestro pueblo. Les pedí ayuda y él me llevó en su automóvil, a esas horas de la madrugada, para Santa Clara.
Le rogué, que le dijera a mi mamá, que me fuera a ver al día siguiente, que la esperaría en la tienda Sears. El me dejó, a unas cuadras de la casa de Domingo Cardoso, otro revolucionario que yo había conocido en casa de la familia, de Rodolfo de Paz.
Cuando llegué, me percaté de que la reja estaba cerrada. Domingo vivía en el primer piso, pero me las arreglé para subir por la fachada y le toqué en la ventana. Él me abrió la puerta, le expliqué lo que me había pasado. Él me dijo:
«—Miguelito, yo estoy muy quemado, de seguro el sereno de la ferretería te vió, es un chivato, toma estos diez pesos y vete para un hotel, te veré mañana—».
Yo me dije: ¡para un hotel su madre! Me puse a caminar, hacia el centro de Santa Clara y como a las tres cuadras, divisé un velorio y me dije: aquí paso yo, lo que queda de la noche. Me senté en unas sillas que habían fuera de esa casa, al poco rato me di cuenta, de que el único blanco que había allí era yo, pues el muerto era un señor de raza negra.
Allí estuve hasta las 7 de la mañana, cuando fui caminando para la tienda Sears, a esperar a mi mamá, la cual llegó acompañada de mi padrastro Generoso Rodríguez. Ellos, me dieron dinero y me marché, para La Habana. En La Habana, fui para la casa de Eliope Paz Alonso, y le conté lo sucedido, en Camajuaní. Eliope, me dijo: que me quedara allí.
Hice contacto con mis tíos, Eloy y Consuelo García y me buscaron donde quedarme, pero me pasaba los días, en la tabaquería de Eliope Paz. En ella trabajaba Oberto Machado, uno de los fundadores del movimiento revolucionario de Camajuaní, que había tenido que irse para la capital, debido al acoso que le hacían, en nuestro pueblo.
Eliope, tenía muchos contactos con los revolucionarios, en La Habana. Me llevó un día a la Plaza del Mercado Único y me presentó a un señor, que era el contacto con Anastasio Cárdenas, éste me prometió, que cuando llegara un contacto de la Sierra del Escambray, él, me avisaría y así fue. Un buen día, Eliope me dijo:
«—¡Miguel, llegó un mensajero de los alzados del Escambray—¡‘»
Nos fuimos a hablar con él, en la Plaza del Mercado del Cerro. Anastasio Cárdenas, que era de Camajuaní, era el dueño de la tarima, frente a la cual nos reunimos. Éste le dijo al mensajero que yo, estaba quemado y que tenía que irme para la Sierra, pues si me cogían me mataban. El mensajero, estuvo de acuerdo y a partir de ese momento, me pegué a él, como un chicle.
Cuando Eliope, vió que nos marchábamos, llamó al mensajero y le dijo:
«—procura que él llegue, a las montañas pues si le pasa algo, yo te busco donde quiera, que te metas—‘»
El mensajero le constesto: «—él, llegará a la Sierra, yo, te lo aseguro—».
Al mensajero le decían «Valdecito», era de Sancti Espíritus. Me dijo que teníamos que ir al hospital, que estaba al otro lado del, Castillo del Príncipe. Que su señora, estaba bastante enferma.
Por lo cual, nos quedamos dos o tres días en La Habana, hasta que nos fuimos para, Sancti Espíritus. Cogimos la guagua, por la noche en La Habana y al amanecer del día siguiente, llegamos a Sancti Espíritus.
Valdecito, me llevó directamente para una casa, que estaba situada en Dolores 60, cerca del río Yayabo, a la casa de la familia Suárez-Orozco, que se componía de su mamá, su hijo Gabrielito, el cual se dedicaba al giro de T.V. y sus hermanas, María Josefa, Belén y Consuelo y otros de los cuales, no recuerdo sus nombres.
En esa casa, me trataron a cuerpo de rey y no querían que me alzara. Al día siguiente, empezaron a llegar amistades de la familia. Como los cubanos, somos muy curiosos, todos querían ver al futuro rebelde. Recuerdo, a las hermanas Brizuelas: Ana Lidia y Gladys. Conocí también a Piro Abreu.
En esa casa, fue donde Willian Morgan, se refugió antes de subir al Escambray. Al segundo día, vino a verme un joven, que no me perdería ni pie ni pisada, durante mi estancia en Sancti Espíritus. Se llamaba, Manuel Solano (Manolito). Murió en combate, el 27 de diciembre en Trinidad, al igual que Ernesto Valdés Muñoz (Valdecito).
Del primer tema que hablé con Manolito, fue de que teníamos que ser muy discretos, hasta el día que yo me alzara. Él me dijo que sería mi guía y protector, en el pueblo. Fue uno de los muchos que me ayudaron, en Sancti Espíritus. Nadie me preguntó, a cuál organización yo pertenecía, ni tampoco yo se lo pregunté, a nadie. Todos conspirábamos, contra el régimen de Batista y esa era la única razón, de nuestra lucha.
Nadie me dijo, que lucharíamos para instalar, un régimen comunista. Valdecito, me iba a ver todos los días y me preguntaba, cómo me trataban y si necesitaba algo. Yo, le preguntaba que cuándo me subirían a las lomas y él me contestaba:
—cuando baje el práctico, que es el que manda de allá arriba—‘.
Un día 89 Manolito, me dijo: —»para poder alzarte, tienes que tener un arma, para que no seas una carga allá arriba—».
Le contesté: «—eso no es problema, yo tengo en Camajuaní, armas—».
Ante su gesto de incredulidad, le narré la historia, que en mi pueblo antes de salir huyendo, el jefe del Movimiento 26 de Julio, Carlos Gómez, me había metido en un grupo, que salíamos de noche, por los campos de Camajuaní, a confiscar armas a los guajiros y agregué:
«— mañana tú, te vas para Camajuaní y hablas con Carlos Gómez—».
Yo no sé, cómo Manolito lo hizo, pero a los pocos días, me dijo:
«—Miguel mañana temprano nos vamos para Santa Clara pues tenemos una entrevista con Carlos Gómez, en el bufete de abogados ,de la familia Asensio—».
Fuimos a Santa Clara y hablamos con Carlos, el cual muy emocionado me abrazó. Él me quería mucho, pues me conocía desde hacía mucho tiempo, de cuando yo manejaba, la guagua del Central Fe, donde él trabajaba. Nos veíamos a diario, además él era muy amigo, de mi papá y de mi padrastro. En el bufete le explicamos que para que yo pudiera subir a la Sierra, tenía que tener un arma y él, nos dijo que las que teníamos, estaban en Camajuaní. Como Carlos, siempre fue un hombre de palabra, cumplió su promesa. Él y Manolito Solano, habían entrado en contacto y por esa vía, se pudieron alzar otros camajuanenses, gracias a que yo, no tenía ningún reparo, ni ego para evitar que otros siguieran mi camino, (cosa que no sucedió, con algunos en otras ocasiones).
A los dos días, se apareció en la casa de la calle Dolores 60, Felicito Torres. Él era un chófer de piquera de nuestro pueblo, que pertenecía al Movimiento y nos dijo:
«ahí traigo las armas que Carlos Gómez, les envía».
Mandamos a buscar a Manolito Solano y los tres nos montamos en el carro de Felicio y nos fuimos para un poblado, que estaba en la carretera de Sancti Espíritus a Trinidad, llamado Capitolio.
Antes de llegar al Cacahual, nos bajamos en una casa y allí dejamos las armas, regresamos a Sancti Espíritus y Felicio se fue para Camajuaní, muy contento al haber concluido con éxito su misión.
Mientras tanto, yo seguía en esta ciudad esperando por el guía que me subiría, a las lomas. Manolito Solano, todo los días me llevaba a un lugar distinto y por eso pude conocer, a bastantes familias en aquella comarca espirituana.
Por ejemplo, conocí a la familia Salas-Valdés. Ellos la componía la matriarca Celia Valdés, con sus cinco hijos, de los cuales cuatro varones Raúl, Beraldo, Rey, su hermana gemela Reina y el menor, Ever Salas Valdés. Todos los hombres se alzaron en armas, contra la tiranía de Batista y si Reina, no fue también fue porque sus hermanos, se lo impidieron. Estos hombres de la familia Salas-Valdés, alcanzaron grados: Beraldo y Raúl, los grados de capitán, Rey y Ever, los de teniente. Todos ellos eran muy valientes y muy serenos, en los combates. También conocí, a la familia de los Duque, la que también tenía a uno de ellos alzado en la Sierra Maestra. Fui a Zaza del Medio y conocí, a la familia de Aurelio Nazario Sargen. A su hermano Andrés Nazario, lo conocí en una tienda de efectos eléctricos, que él tenía en Sancti Spíritus y a partir de aquel momento, lo visité con frecuencia.
Un día, me encontraba limpiando mis zapatos, en el parque Serafín Sánchez y vi al Chino Dónate. Él era miembro de la policía de Batista y me conocía, pues siempre vivió, en la cuadra de mi barrio en Camajuaní.
Rápidamente, me fui del lugar y regresé a la casa, donde estaba yo escondido y le conté lo sucedido, a Gabrelito Suárez. Él mandó a buscar a Valdecito y a Manolito Solano y les contó lo sucedido, por lo cual acordaron de que yo, no saliera más a la calle.
Como a los dos días, llegó un señor llamado Casito Gimeránez y me dijo:
―—yo soy el práctico que te llevará, para las lomas—―.
Recogí mi uniforme y mis botas, que las mujeres de esa casa me tenían preparada y me fui con el práctico para el lugar donde teníamos las armas escondidas. Ese lugar se llama Capitolio.
Allí había dos muchachos más y partimos por la carretera de Trinidad, para la finca El Cacahual, en la zona de Banao. Nos desmontamos del carro y empezamos a caminar como una media hora hasta que llegamos a un campamento donde había otros rebeldes, eran unos cuatro. Allí conocí al jefe, que se llamaba Leonardo Bombino y a uno de apellido Echemendía. Eran los jefes.
Los otros eran como yo, bisoños en la futura guerrilla, que allí se formaría. Al día siguiente trajeron a uno que decía ser hermano de Roberto Rodríguez, el famoso Vaquerito de Morón, dos de Ciego de Ávila y uno de Cabaiguán, llamado Fidel Salas, y otro de Sancti Espíritu que se llamaba Roberto Cancio.
Ya éramos once. Entonces Echemendía, nos dijo que teníamos que poner guardias y recogimos las armas, de Camajuaní.
Yo escogí la que consideré la mejor, un rifle Winchester 44 con 10 diez balas. Las otras eran escopetas y dos revólveres. En los pocos días que estuvimos en ese campamento, yo por la mañana antes de aclarecer tenía que ir para la cima de la loma, donde estábamos y vigilar la casa, los corrales que se divisaban desde allí y una carretera de los contornos. La otra posta a mí no me gustaba, porque era en una quebrada muy angosta y muy aburrida y… así pasaron los días.
Pero un día estaba de guardia en mi posición y cuando empezó a aclarar sentí un ruido de un motor, de un camión. Cuando desapareció la niebla pude divisar que por los corrales de la casa, se estaban desmontando de tres camiones soldados en zafarrancho, de combate.
Rápidamente bajé al campamento y se lo informé a Bombino. Él regresó conmigo a mi posta y al ver que ya empezaban a caminar hacía donde nosotros estábamos, me dijo:
―--Miguel coge pal campamento y a recoger, que nos estamos marchando de aquí—―.
Así fue, Bombino que era un guajiro criado en esas lomas, nos sacó por el otro lado de donde venían los soldados y ese día estuvimos caminando doce horas, al otro día diez horas. Empezamos a caminar de noche y para suerte de nosotros se destapó un temporal de lluvia, que duró como diez días.
Nuestra salvación fue Bombino. Él conocía todos aquellos montes y dónde podíamos acampar. Él se desaparecía y a las dos horas, nos traía unas latas de malangas hervidas. Así atravesamos las maniguas de Michelena, Gavilanes y La Llanada de Gómez, hasta que un día llegamos al río Agabama y por primera vez nos alojamos en una casa de un guajiro, de apellido Moreno.
No paraba de llover, el río estaba crecido.
Por primera vez desde que estaba alzado comí comida, lo que se llama comer en serio. Moreno al que le llamaban ―bigote‖ por tener un bigote descomunal, vivía allí en una buena casa con su hijo.
Cuando él conoció que en el grupo iba uno de Camajuaní, quiso conocerme. Me dijo:
--que él también era de Camajuaní, de La Sabana y me dijo:
―a mi mamá le dicen La Coneja por aquellos lares--. Nos hizo unos frijoles colorados deliciosos, los mejores que yo me he comido en mi vida».
«Al día siguiente Leonardo Bombino, nos reunió y nos explicó que de allí en adelante unos prácticos nos llevarían de tramo en tramo hasta el campamento de Menoyo, que él llevaba mucho tiempo alzado y que iría a Las Piedra de Chicho, que estaban por al lado de Fomento, a ver a su familia. Entonces Echemendía, nos explicó que él bajaría al llano a averiguar por su hermano, que había bajado y no se sabía nada de él, por lo tanto hasta allí llegarían ellos.
Por la tardecitas tratamos de pasar al otro lado del río Agabama y no pudimos cruzarlo, pues estaba muy crecido y hacía un ruido muy grande. Tuvimos que aplazar el cruce ese día y seguía lloviendo.
Al otro día Moreno, nos dijo el único modo de pasar el río era por el puente de Las Margaritas. Aquel puente era uno del ferrocarril, que une a Fomento con Trinidad.
Lo fuimos a observar y notamos que el puente era muy largo y estrecho, no tenía baranda y el agua casi llegaba a la altura del puente. Había llovido mucho en esos días. Acordamos que al atardecer pasaríamos el puente. Llegó la hora y nos tocó elegir, quiénes serían los primeros en pasar.
Nos tocó al hermano del Vaquerito y a mí, ser los primeros.
Cuando llegamos al comienzo del puente, el ruido del río era ensordecedor y Rodríguez dijo:
―---yo no paso por ahí—―.
Entonces Bombino le replicó: ―--si tú no pasas este puente, te bajo de la loma—―.
Acto seguido lo desarmó y le dijo:
―--te vas conmigo—―.
Y así fue. Al yo ver aquello me dije: ―adelante-- y les dije: al resto:
--cuando yo llegue al otro lado fíjense en aquella lomita, yo les diré con el brazo que pueden venir--.
Traté de pasar parado, pero me acobardé, porque aquel puente no tenía barandas. Entonces me arrodillé y me puse de la manera que el raíl de línea, quedara entre mis piernas. Acostado fui pasando de palo en palo, hasta llegar a la otra orilla.
Me subí a la lomita y le avisé a los otros, que el camino estaba limpio.
Cuando pasaron todos, nos dirigimos a una casa que estaba frente al puente y allí nos dijeron:
―--ustedes tuvieron suerte hace como una hora allí mismo en esa lomita, estaban los soldados y se retiraron hacía Güinía de Miranda, tengan cuidado porque esto está minado de soldados‖--. Moreno, que sería nuestro práctico nos llevaría hasta la próxima parada, siempre caminando de noche. Moreno nos dijo::
―--apúrense que tengo que regresar--, y nos llevó para la finca de los hermanos Lara, llamada La Gloria. Allí pasamos un día y nos atendieron de maravilla.
Volvimos a comer caliente y Julito Lara, por la noche nos trasladó al cruce, del Algarrobo. Allí había una tiendecita, donde nos dijeron que era peligroso estar, pues había un camino vecinal (Terraplen) que unía al Condado a Güinía de Miranda y el ejército se podía aparecer en cualquier momento, en camiones o en Jeeps.
Por lo que nos escondimos en un montecito, que había cerca. Al día siguiente nos enseñaron un camino y nos dijeron:
―sigan por ese camino y llegarán a Dos Arroyos y allí se encontrarán en casa de la familia de Manolito Naranjo y con Rolando Cubela y un grupos de rebeldes--.
Sin práctico cogimos el camino y llegamos a Dos Arroyos, donde fuimos recibidos por Rolando Cubela. Allí en la casa de Dos Arroyos, vivía la familia Naranjo, unos guajiros muy amables. Nos dieron comida y nos llevaron para un ranchito para que durmiéramos.
Allí pude enterarme de que Rolando Cubela, estaba allí porque se encontraba enfermo y lo habían mandado después del combate de Charco Azul. Con él se encontraban tres o cuatro guerrilleros, para su protección. Cubela, dormía en la casa particular de la familia Naranjo.
Como a las cinco de la mañana, yo siento que me despiertan con un rifle apuntando a mi cabeza y al abrir los ojos, veo a unos barbudos que nos estaban apuntando con sus armas. Todos estábamos sorprendidos y a la vez asustados. Entonces uno que no hablaba muy bien el español nos preguntó:
―¿Quién ser ustedes?--
Le dimos nuestros nombres y le dijimos que éramos nuevos guerrilleros, que Bombino y Echemendía, nos habían traído desde El Cacahual. Entonces un americano nos preguntó:
–―¿Conocer alguno de los alzado aquí‖--
. Yo le dije: ―Si‖.
Él replicó: ―¿quién?--. Le contesté:
―Ramiro Lorenzo de Camajuaní”.
El americano, me miró y en ese momento uno de nosotros, Roberto Cancio, fue reconocido por uno de los guerrilleros del americano. Él se llamaba Roberto Sorí, (Fundador del Frente del Escambray), el cual dijo a Willian Morgan- así se llamaba el americano-,
―--no hay problemas, éste es mi amigo de Sancti Espíritus‖ y el americano nos dijo:
―--siempre hay que poner vigilancia, ustedes no poner vigía, muy malo eso—― y nos dio un guía para que partiéramos al encuentro, con Gutiérrez Menoyo.
Después de pasar ese día en Dos Arroyos, partimos como a las 7 de la noche y pasamos por el Valle de Jibacoa y por la finca del Filipino. Era un área muy bien cuidada y una casa fuera de serie, en esa comarca. Creo que era la mejor casa del Escambray. Allí nos ofrecieron café. Se podía ver que eran personas pudientes. Nos trataron muy bien y después de estar como una hora y media nos trasladamos, para la zona de Guanayara.
Llegamos amaneciendo al tope del valle y nos dirigimos a la casa de Cheo Reyes. Vivía con una preciosa familia y eran de los grandes colaboradores con que contaban los guerrilleros, por esa zona. A la vez eran los únicos con quienes contaban para subsistir los alzados, ya que no recibían ayuda ni del D.R. ni M. 26 de Julio. Al llegar nos quedamos afuera de la casa como era nuestra costumbre. Después que pasamos del Entronque del Algarrobo, las casas tenían alrededor muchas matas de café y un tramo ancho de las casas estaba limpio. Nos refugiamos entre las matas y entonces vimos que un hombre flaco como de 25 años, desarmado y con una enguatada blanca se nos acercó, y nos invitó para que fuéramos para el patio de la casa.
Regresó a la casa, nos trajo café y nos dijo:
―--esperen muchachos, que ahorita les traemos desayuno----.
Por primera vez íbamos a desayunar, después de un mes de estar alzados.
Entonces se nos acercó un rebelde y nos dijo:
―--¿Ustedes saben quién es ese que le dio el café?—
No le contestamos.
Y él nos dijo:
―--él es Eloy Gutiérrez Menoyo—―.
Fue así, como conocimos al jefe de los alzados.
Pasamos ese día en la casa de Cheo, entrábamos y salíamos como si fuéramos de la familia.
Yo le pregunté a Menoyo, por Ramiro Lorenzo y me informó que estaba con Jesús Carrera, por el Circuito Sur en una misión.
Al atardecer Menoyo, en persona nos dijo:
―--prepárense que nos vamos— .
Nosotros éramos once cuando salimos del Cacahual y cuando llegamos a Guanayara quedábamos ocho. Uno no resistió la vida allí, pues aquello no era fácil para nosotros. Además Bombino y Echemendía, se habían ido cerca de Fomento, para operar por allá.
Nos unimos a Menoyo y empezamos a caminar por primera vez de día. Bajamos por el camino que era de tierra y bien ancho. Por el podían transitar hasta camiones. Cogimos un terraplén, que era como una carretera y bajamos al río Guanayara, después subimos unas loma al otro lado y nos fuimos hasta otra casa. Llegamos al río Guanayara y nos instalamos en una casa que estaba frente al río.
Allí estuvimos todo ese día, era la casa de Ventura Hernández.
En esa casa ví por primera vez a Julito López Martínez. También estaban otros guerrilleros, de los que luego conocimos sus nombres y apodos y recordamos con cariño.
Ellos eran: Joaquín Milanés (El Magnífico) de La Habana, Tin Tín Argüelles de La Habana, Juan Abrahante (El Mejicano) de La Habana, Miguel el flaco de Placetas, Juancito Martínez de Placetas, El Cuchillero de Placetas y otros más, hasta completar una veintena . En el mes de mayo, la tiranía empezó su ofensiva en la Sierra Maestra, con diez mil soldados y a su vez en la Sierra del Escambray con tres mil, la mayoría estaban concentrados en el hospital de Topes de Collantes, el Salto de Hanabanilla y Manicaragua.
El primer encuentro tuvo lugar en Charco Azul y el segundo en el valle de Guanayara. Allí lograron sorprender a los guerrilleros de William Morgan, que después de una fatigosa campaña, por los alrededores de Topes de Collantes, estaban durmiendo cerca de la casa de Cheo Reyes. Al amanecer los soldados al mando del teniente Antonio Regueira - éste era el único oficial que tenía la costumbre de mover su tropa, en la oscuridad de la noche- atacaron.
Al amanecer, escuchamos los tiros del enfrentamiento de la guerrilla de William Morgan, con los soldados en la casa de Cheo Reyes.
Eloy, se puso en guardia y nos replegó por todo el macizo de esas lomas, en espera de noticias de lo sucedido. Los soldados pudieron sorprender a la guerrilla de Morgan. Trabaron combate con el centinela, que en ese momento era Edmundo Amado, el cual resultó herido de gravedad.
Como a las 6 de la tarde, Cheo Reyes manda uno de los que vivían en su casa con la noticia de lo sucedido y le informó a Eloy, que tenían un guerrillero herido de gravedad el cual necesitaba ayuda médica. Con nosotros se encontraba Julito López, que era enfermero y se ofreció para ir a curar a Edmundo Amado, que así se llamaba el herido. Julito, recogió sus cosas de enfermero y pidió un voluntario. Se ofrecieron dos y entonces Julito me dijo:
―--Miguelito tú ven conmigo—―. Julito y yo, nos habíamos conocido en el Central Fe, cuando Cuza Carrera me había pedido que buscara a un enfermero para el Escambray y yo puse a Julito y Cuza, en contacto. Así fue como Julito se alzó.
Tan pronto estuvimos listos para empezar la marcha hacia los alrededores, del Tope de Guanayara; serían como las siete de la noche y ya estaba muy oscuro. El camino estaba fangoso, en esos días pues había llovido mucho. Por donde único se encontró pasar el río Guanayara, fue por un camino que estaba por donde se iba a la casa de Cheo Reyes. El lugar lo estaban arreglando, para construir un puente por donde único se podía cruzar ese río por esa zona.
Nosotros caminamos hasta llegar por dicho paso al otro lado. Había unos tubos para dicha obra. Entonces Julito, como estaba tan oscuro, sacó una linterna para ver por dónde cruzar el río que era muy peligroso, pues estaba crecido y con una corriente muy rápida. Después de buscar, tuvimos que llegar al único lugar que estaba al frente de esos tubos, como a cien metros de nosotros. Julito ordenó pasar de uno en fondo y bien pegados, para que la corriente del río no nos arrastrara. El primero era Julito López, con la linterna encendida, después Hirán Rojas, le seguía Miguel García y de último Bencomo. Antes de pasar el río, nos remangamos los pantalones y cuando lo cruzamos hacía la parte de la casa de Cheo Reyes nos detuvimos.
Estaríamos como a cien pies de los tubos de concreto que estaban allí depositados, cuando cruzamos el río con el agua hasta la cintura, pero cuando llegamos a la orilla donde estaban los tubos, sonaron una ráfagas de ametralladoras. Julito López, cayó muerto al instante, Irán Rojas cayó sobre mí, haciéndome caer. Irán gritó que estaba herido. Los soldados siguieron disparando y yo desde el suelo grité:
―¡Al río!--Me fui arrastrando y me dejé llevar por la corriente. A unos cien metros salí del agua y me arrastré hasta una lomita que ladeaba el río, desde allí divisé la luz de un bohío y me acerqué.
En el bohío había mucha gente. En ese instante me acordé de la contraseña, que era ―chinga‖. El otro tenía que decir ―veinte‖. Pero ese mismo, día Eloy producto del combate en casa de Cheo Reyes, había cambiado la contraseña por ―rana-- y el otro te tenía que decir ―toro--. Como estaba seguro de que el americano no lo sabía, me levanté y dije:
―--chinga veinte, rana toro—―.
El americano dijo:
―no tiren--.
Entonces le conté lo sucedido y él me dijo que ellos traían al herido, que por supuesto no creímos que pudiera salvarse. Pero gracias a la gran dedicación del Dr. Armando Fleites, Edmundo Amado se salvó y actualmente se encuentra en la República 97 Dominicana, vivito y coleando… ¡Después de haber recibido una ráfaga de unas ametralladora calibre 45!.