viernes, 16 de diciembre de 2016

¿PAZ EN COLOMBIA PARA HACERLE LA GUERRA A VENEZUELA?

ELIGIO DAMAS

            Sé, porque formo parte de este pequeño universo que es Venezuela, que quienes aquí nacimos y nos formamos, desbordamos buena fe. Por eso mismo, el venezolano no es terreno fértil para que germine en abundancia la capacidad para hacer mal y menos para agredir a sus hermanos, ese deseo predomina entre quienes tienen poder. El poder se alimenta de poder; quiere cada día más y no es dado a querer compartirlo porque eso sería “debilitarse”. El poderoso es codicioso, insaciable. Quienes manejan los grandes recursos financieros y materiales de la humanidad no les importa cuánta sangre necesiten derramar, como los vampiros añoran manantiales de sangre; viven de ella. Es un deseo irrefrenable y nunca satisfecho. Los venezolanos no, de hecho sólo salimos de la frontera a prodigar libertades y pese eso, es a nosotros a quienes no han arrebatado territorios.
            Estamos envueltos además en una estrategia clasista que ante el deterioro del planeta y la escasez de recursos energéticos y agua que amenaza a determinados países poderosos como EEUU y unos cuantos de la UE, apunta a asegurarse la provisión de ellos por los medios que sean. No es por ociosidad, tampoco sólo por el negocio de la droga, menos porque Venezuela sea una “amenaza inusual y extraordinaria” contra el gran país del norte, que existen siete bases militares en Colombia y otras en el espacio caribeño vecino nuestro, sin olvidar las recientemente instaladas en Perú. Es decir, no nos han rodeado de bases militares porque seamos un peligro, sino por tener las mayores reservas de petróleo probadas del mundo, agua en abundancia y otros ansiados minerales. Los europeos, aquellos de los tiempos de la exploración y conquista que destruyeron nuestra población buscando oro, ahora trocados en gringos, pasados los años, vuelven con el mismo espíritu destructivo. Si algo ha cambiado, sería que entre los “criollos” que gobiernan, tienen sus aliados que les sirven de quinta columnas. Lo que revela que aquél indígena que en buena parte de este continente, casi “como un sólo hombre – nunca había encontrado mejor forma de usar este lugar común – se inmoló por defender lo suyo, sus mujeres, niños, su espacio, creencias religiosas y valores culturales, en buena medida fue mejor de lo que ahora somos.
            La paz en Colombia, ansiada por hombres que, por razones de principio en ella creen, abre la posibilidad que el movimiento popular se organice, encuentre y acceda al poder en aquel país por vez primera, sino también que sus enemigos, no sólo mantengan su poder,  sino que  planteen una estrategia más acorde con los intereses del gran capital internacional y las clases que a este controlan o poseen.
          El estado de guerra del lado allá de la frontera, entre el gobierno colombiano contra las FARC-EP y otros grupos, distraía recursos y esfuerzos y le incapacitaba para otras tareas que pudieran estar en su razón de ser y vínculos externos. Era además un tener en el patio de atrás una vanguardia enemiga armada. El narco tráfico y las mafias de toda naturaleza en Colombia actúan casi al amparo oficial o por lo menos, el Estado les deja actuar a su gusto; hay como una confusión de intereses. Existe entre ellos una especie de pacto callado aunque se escuchen las voces estentóreas y eso para nosotros es un peligro de alto voltaje.

       La paz en Colombia pudiera abrir un hermoso y necesario espacio de lucha para quienes añoran la justicia. Los procesos electorales colombianos de los últimos veinte años, por establecer un límite, se han caracterizado por el más absoluto desinterés de la aplastante mayoría de los nacionales. En las últimas elecciones presidenciales y legislativas la abstención sobrepasó el 65 %. Hay en eso un enorme espacio para que el movimiento popular con una inteligente y generosa política de alianzas, donde todos los progresistas y carentes de egoísmo quepan, se haga del poder por la vía del voto.
           Pero la paz en Colombia, que implica el desarme de quienes estuvieron armados y cambiaron de status por los acuerdos de paz, pudiera servir para las fuerzas e intereses ajenos a Colombia misma y Sur América toda, con su hambre de guerra, destrucción y apropiación de lo ajeno, tomen la ruta hacia Venezuela.
            La resolución colombiana de años atrás, que permite a los cambistas de la frontera fijar por la cartelización la relación cambiara entre bolívar y peso, distinta a la que establece por razones de la dinámica económica el Banco Central de aquel país, es a todas luces lo más parecido a una declaración de guerra.
          Fue un adelanto, mientras las conversaciones de paz avanzaban, de lo que pudieran intentar contra Venezuela si las maniobras y agresiones hasta ahora adelantadas no dan los resultados apetecidos.
         Hay paz en Colombia. Los guerrilleros quedaron desarmados, la retaguardia no es un peligro o no hay peligro en ella. Las fuerzas guerreristas quedaron ansiosas, las armas parecieran sobrar y el capital externo que vende armas necesita mercado. Pero este también está asociado a quienes ansían asegurarse nuestros recursos.
            No es extraño que el águila, desde las alturas, explore nuestro espacio americano, pulse el estado de ánimo y opte por trasladar esa guerra al nuestro venezolano. Lo hicieron en Libia, Irak, Afganistán y Siria. Ahora han logrado desplazar del poder al movimiento progresista en Argentina, Brasil y Paraguay. Los gobiernos de Chile y Uruguay, quienes pudieran parecer menos sumisos ante EEUU, dan muestras de debilidad y hasta tendencia a dejarse someter. Sólo quedan Bolivia, Ecuador y Venezuela. El CELAC, que estaba y está destinado a sustituir a la OEA, desluce sumida en la postración o distracción.
            El gobierno colombiano del presidente Santos, a quien acaban de distinguir con el premio Nobel de la Paz, si quiere hacer honor a eso, debería cumplir la tarea hasta lo más amplio. Eso pasa por iniciar el proceso que saque las bases militares allá en su país,  instaladas para observar a Venezuela, pues más arriba ya tienen otras en Perú. Pero tiene otra  cosa que hacer en lo inmediato, derogar si eso es pertinente a sus atribuciones o trabajar para que eso se haga, la resolución o Ley que permite a las mafias del cambio hacer lo que hacen en la frontera para agredir la moneda, la economía y la estabilidad política venezolana.

            Eso sería una coherente demostración que se quiere paz y se respeta la soberanía y dignidad de Venezuela. Solo así se podría empezar en verdad a hablar de relaciones entre hermanos.


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