viernes, 28 de julio de 2017

VENEZUELA SE TENIRIA DE SANGRE

Venezuela se teñiría de sangre
Por Hedelberto López Blanch

Si el legítimo gobierno de la República Bolivariana de Venezuela fuese derrocado, por los caudalosos ríos de esa nación correrían en vez de sus aguas cristalinas, abundantes torrentes de sangre porque el odio y la violencia de las fuerzas de derecha arremeterían contra todo aquel que hubiera apoyado al Chavismo.
Los ejemplos de esas sangrientas venganzas, no solo en América Latina sino también en otros continentes han quedado plasmados en historias recientes.
El derrocamiento del Presidente guatemalteco Jacobo Arbens en 1954, dejó miles de muertos y desaparecidos por la represión de los militares apoyados y dirigidos desde Washington.
El golpe de Estado derechista contra el brasileño Joao Goulart en 1964, dio inicio a un período de sanguinarias persecuciones, asesinatos y desapariciones contra las fuerzas progresistas y abrió las puertas a la implantación de regímenes represivos que se expandieron por Latinoamérica bajo la orientación de Estados Unidos.
Linchamientos, torturas, asesinatos, desapariciones de hombres y mujeres, secuestro de recién nacidos con saldo de más de 30 000 muertos dejó la represión desatada contra cualquiera que hubiera simpatizado y trabajado con el legítimo Gobierno del presidente constitucional chileno, Salvador Allende.
Con las ansias de apoderarse de los inmensos yacimientos petrolíferos existentes en el Medio Oriente y controlar esa estratégica zona, Washington con ayuda de otras naciones occidentales, atacaron Afganistán, Irak, Libia y desestabilizaron otras naciones cercanas donde han muerto o desaparecido millones de personas. Casos parecidos se cuentan por decenas.
¿Podrían ustedes imaginar lo que ocurriría en Venezuela si esa fanática y violenta oposición ultraderechista que hasta ataca hospitales, centros de salud, escuelas, organismos gubernamentales o instalaciones culturales y deportivas, lograra derrocar al Gobierno Bolivariano?
Caudales de sangre llenarían las calles de las ciudades y no habría escapatoria alguna para los que hubieran osado apoyar a un Estado que llevó la independencia y la soberanía a la nación después de años de colonialismo y regímenes derechistas entregados a los mandatos de Washington.
Si en cualquier país, grupos de manifestantes osan atacar con implementos sólidos e incendiarios a la fuerza pública, además de usar cámaras antigases como si fuera una guerra convencional, inmediatamente serían reprimidos y encarcelados sin mediar juicio alguno como ha ocurrido en Estados Unidos, Alemania, Bélgica, Brasil, Perú, Argentina.
Sin embargo, el presidente constitucional Nicolás Maduro continúa buscando el diálogo y la paz con los agresivos participantes de la extrema derecha, que han hecho caso omiso a esos llamados.
La guerra económica pasó a ser guerra terrorista con todo un proyecto bien diseñado por la oligarquía venezolana con pleno apoyo de medios de comunicación occidentales que desde hace más de un año han inventado historias fraudulentas y denigrantes contra el gobierno de Caracas.
Detrás de este escenario, se encuentran los hilos que ejercen esas acciones desde la Casa Blanca, que ya sin ocultarse, ha pasado a una descomunal ofensiva para desmontar la Revolución Bolivariana, debilitar la integración latinoamericana y tratar de dominar nuevamente, como hicieron en el siglo pasado, a toda la región.
El peligro cada vez es más inminente y si al final las fuerzas reaccionarias de derecha logran su objetivo, la furia derechista superará con creces las realizadas en las décadas de los 60, 70 y 80 del pasado siglo en Brasil, Argentina, Bolivia, Uruguay y Chile.
Ríos de sangre sustituirían a los ríos de agua.

Venezuela y la comunidad internacional deben impedirlo. 

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