lunes, 6 de agosto de 2012

UN HOSPITAL DE MADERA


Un hospital de madera

Ciro Bianchi Ross
4 de Agosto del 2012 18:17:14 CDT

Estoy seguro de que usted no lo sabe. Justo en el sitio donde se
hallan el Palacio de la Revolución y el Memorial José Martí, quiso el
Ejército español edificar un hospital militar. Imagino que desconocerá
asimismo entonces que el hospital Alfonso XIII, emplazado donde se
encuentra el hospital Calixto García, se construyó para sustituir, por
insalubre, al Hospital Central, instalado en el vetusto edificio de
San Ambrosio, junto a la bahía, pero no llegó a remplazarlo nunca,
pues ocho meses después de su clausura volvió a habilitarse para el
servicio. Transcurría la Guerra de Independencia y los hospitales
militares no daban abasto para la asistencia a tantos heridos y
enfermos, pese a que el Alfonso XIII tenía capacidad para 2 500
internados, cifra que en ocasiones llegaba a 3 000. Algo más.

Imagine el lector cómo serían las condiciones sanitarias del Hospital
Central que no solo carecía de un sistema de alcantarillado, sino que
ni siquiera disponía de letrinas, lo que obligaba a los pacientes a
hacer sus deposiciones en vasijas que, dos veces al día, una cadena de
chinos vertía en el mar, a solo unos pasos de las camas de los
enfermos.

Me facilitó esa información el doctor Ismael Pérez Gutiérrez, profesor
de la Facultad de Ciencias Médicas del hospital Diez de Octubre. El
buen doctor, que es también un acucioso buscador de datos relativos a
la historia de Cuba, mientras investigaba en Madrid sobre los
generales españoles que se movieron en la Isla, encontró en el Archivo
General Militar del Ministerio de Defensa un documento correspondiente
a febrero de 1898, que describía detalladamente las condiciones que
dieron lugar a la creación del hospital militar Alfonso XIII, así como
las características fundamentales que hicieron de esa institución la
mejor de su tipo con que contaron las fuerzas armadas españolas en la
Isla. El informe, que el doctor Pérez Gutiérrez trajo fotocopiado, fue
escrito por el doctor Clemente Senize, médico mayor del Ejército
español en la Isla.

Casi todos los establecimientos sanitarios existentes en Cuba, escribe
Senize en el informe, funcionan en edificios «de aprovechamiento»,
esto es, lo que hoy llamaríamos adaptados y, por tanto, defectuosos y
con adiciones sucesivas de barracas de guano y de madera, según las
condiciones de las localidades donde se hicieron necesarios. Pérez
Gutiérrez anota al margen del documento que en los días de la Guerra
de Independencia hubo 39 hospitales militares en 32 localidades
cubanas, así como 29 clínicas dependientes de estos, y diez
enfermerías regimentarias provistas de camas para ingresos. Parecerán
muchas las instituciones militares de salud, pero no debe perderse de
vista que la metrópolis mantuvo un contingente de casi 300 000 hombres
a fin de impedir la independencia de la Isla.

Apuntemos de paso que entre 1888 y 1893 ocurrieron en La Habana entre
43 y 87 defunciones por año. Esas cifras se disparan en los días de la
Guerra de Independencia. En 1896 fallecen en la capital 11 762
civiles; 18 135 en 1897 y 21 252 en 1898. Muertes ocasionadas por las
enfermedades, el hambre y la miseria que acompañan a la contienda
bélica y que recrudecieron la reconcentración de Weyler y, ya en los
últimos tiempos, el bloqueo naval norteamericano a la Isla.
Las mil camas de San Ambrosio

Ya en 1894 el capitán general Emilio Callejas Isasi expresó su
resolución de abandonar San Ambrosio y construir un edificio que
sirviera de modelo de hospital propio de climas tropicales. Nada se
hizo y 11 años más tarde otro capitán general, Arsenio Martínez
Campos, mostraba la misma determinación.

Se desconoce con exactitud el origen de esa instalación. Parece que ya
en 1760 prestaba servicio como hospital militar. Radicaba entonces en
una casa de la calle San Isidro que había sido sede de un colegio de
niñas pobres que fundó el obispo Compostela, y allí se mantuvo hasta
1842, cuando ocupó la antigua casa de la Factoría del Tabaco, cerca
del antiguo muelle de Tallapiedra. Un caserón de mampostería, dotado
de mil camas. Ocupaba la superficie de dos manzanas completas y
constaba de dos pisos. Pese a eso, sus condiciones higiénicas no
podían ser peores, al punto que era uno de los mayores focos de fiebre
amarilla que se conocían en la capital, y era frecuente, dice el
doctor Jorge Le-Roy Cassá, que un soldado o marinero que ingresara
para atenderse una afección venérea, tuviese que ser traslado a los
pocos días a la sala de Medicina, donde moría a consecuencia del
vómito negro.

Aparte de lo que ya se dijo acerca de la carencia de letrinas en San
Ambrosio, se ubicaba ese hospital en las márgenes de la ensenada que
recibía los desagües del Cerro, Jesús del Monte y Jesús María, así
como los del canal de Chávez, que conducía a la bahía la sangre y las
inmundicias del matadero. Un terreno bajo y cenagoso y rodeado de
manglares.

Aunque comenzó a recibir enfermos en enero, es el 23 de febrero de
1896 cuando se inaugura al fin el hospital Alfonso XIII, llamado así
en honor del rey-niño, sometido todavía entonces a la tutela de su
madre, la reina regente María Cristina; es el abuelo del rey Juan
Carlos. En octubre, como ya se dijo, se rehabilitaban 700 camas en San
Ambrosio, hospital que el doctor Senize creía liquidado para siempre.
Seguía preocupándolo su falta de retretes, su ubicación en una
localidad pobre y densamente poblada y a la orilla de una bahía que
califica como «la más sucia del mundo».

Escribe Clemente Senize: «La nociva y hasta letal influencia que esta
vecindad ejerce, tanto para el hospital como para el vecino Arsenal
(hoy terrenos de la Terminal de Ferrocarriles), por las numerosas
invasiones de fiebre amarilla, en foco, que sin duda estaban y están
favorecidas por el dragado del puerto, las mareas y las emanaciones a
que da lugar la agitación de las aguas». No se había impuesto aún la
teoría de Finlay en cuanto al mosquito como ente trasmisor de la
fiebre amarilla, y Senize manejaba los criterios imperantes en la
época, no válidos ciertamente para la propagación de la mencionada
enfermedad, pero sí favorecedores de otros padecimientos trasmisibles.
Facilidades

No escatima elogios para el nuevo hospital el doctor Senize. Sus
instalaciones son todas de madera. Aplaude su ubicación, en la loma
del Príncipe, en la meseta situada entre el castillo de igual nombre y
la Pirotecnia Militar —actual Universidad de La Habana. Encomia Senize
además la distribución de los locales del hospital, su ventilación e
iluminación eléctrica, la provisión de agua potable que le llega del
canal de Vento, y su ingenioso alcantarillado. Los servicios médicos
militares españoles, dice, se sienten con el nuevo nosocomio tan
satisfechos como se sentiría un general tras la conquista de una plaza
enemiga.

No falta el agua potable, que se bombea a razón de 200 litros por
minuto y que desde dos tanques inmensos llega a todo el recinto. Los
pabellones están levantados del suelo para evitar la humedad. A fin de
dar salida conveniente a las aguas y excretas de todas las
dependencias hospitalarias, inodoros y desagües se hallan en
comunicación con pozos conectados entre sí por una tubería general que
lleva los desperdicios a una furnia situada a unos 200 metros de
distancia y con la que se contó al proyectar el hospital. En esa
caverna rocosa, por filtración o comunicaciones desconocidas, se
pierden los 70 000 litros de lo que allí se deposita.

La lavandería del hospital Alfonso XIII puede procesar hasta 6 000
piezas de ropa diarias y su cocina central elabora hasta 5 000
raciones/día. Hay locales para farmacia, depósito de cadáveres y
autopsias, cuerpo de guardia y sala para reclusos. También un gabinete
de hidroterapia, una barraca para chinos y albergues para enfermeros y
personal de servicio y mantenimiento. Contaba también con una capilla
bajo la advocación de la virgen del Carmen que es atendida por
capellanes militares y las Hermanas de la Caridad, que cuidaban además
de los hospitalizados.

Componían también el hospital los departamentos y dependencias
siguientes, todos de madera: dos barracones para jefes y oficiales
enfermos; 21 para enfermos de tropa; cuatro para heridos; tres para
cirugía de tropa; una sala de operaciones quirúrgicas, y un barracón
para enfermos cutáneos y otro para oftálmicos. El departamento de
infecciosos, separado por una cerca, y con portería y cocina propias,
se componía de dos barracones para enfermos de fiebre amarilla,
viruela y demás contagios infectivos.

El doctor Senize valora altamente, al final de su informe, el
funcionamiento y las condiciones higiénicas del nuevo hospital.
Pondera para la hospitalización las ventajas de lo que él llama
«pabellones sueltos de madera».

Digamos para finalizar que el hospital militar Alfonso XIII pasó a ser
el Hospital No. 1 del ejército interventor norteamericano en la Isla.
En el hospital Calixto García, las barracas de madera comenzaron a ser
sustituidas por pabellones de mampostería en 1914, en los días en que
el doctor Emilio Núñez fue secretario (ministro) de Sanidad.


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Ciro Bianchi Ross
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