lunes, 9 de diciembre de 2019

GALIANO



Galiano
Ciro Bianchi Ross

Galiano es una de las calles más importantes de la ciudad. Sigue
siendo la vía comercial por excelencia y lugar donde se ubican
importantes centros culturales y recreativos. En su cruce con San
Rafael da vida a la famosa «esquina del pecado», donde se medía el
pulso de la ciudad. Aunque Jorge Mañach en sus célebres Estampas de
San Cristóbal (1926) confesó que no acertaba a definir Galiano,
calificó su encuentro con San Rafael como un «vía crucis de los
sentidos… por donde, a la hora “del cierre”, en que la villa se
esponja empapada de crepúsculo, discurre quebradamente el mujerío
inefable de la ciudad».
En su esquina con Neptuno se hallan el vistoso Teatro América y la
Casa de la Música de Centro Habana, y en la manzana que forma con las
calles Reina, Águila y Dragones, donde hasta el triunfo de la
Revolución se erigió la Plaza del Vapor, llamada también Mercado de
Tacón, se encuentra el parque del Curita en recuerdo de Sergio
González, el valeroso combatiente clandestino,  jefe de Acción y
Sabotaje del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, asesinado por
sicarios de la dictadura batistiana, en marzo de 1958, Durante nueve
años, Sergio  se preparó para el sacerdocio en los seminarios de San
Basileo el Magno, de Santiago de Cuba, y San Carlos y San Ambrosio, de
La Habana. De ahí su sobrenombre. Le llamaban con cariño  El Curita.
Ese parque es, desde hace años, un importante entronque del transporte
urbano y un abejeo de gente a toda hora.
También fue un importante nudo del transporte urbano la esquina de
Galiano y Trocadero, llamada «de las transferencias» porque durante
los treinta y cinco años iniciales del siglo XX fue uno de los sitios
donde el viajero, papelito en mano —la transferencia—  esperaba
pacientemente hacer el cambio de tranvía, como refiere Eduardo Robreño
en su libro Cualquier tiempo pasado fue… y precisa que por el lugar
cruzaban las principales rutas y algunas, como la de Luyanó-Malecón,
lo hacía inexplicablemente por las mismas paralelas en el viaje de ida
como en el de vuelta, dando lugar a confusiones entre los pasajeros.
Refiere el autor de Como lo pienso… lo digo que en dicha esquina se
ubicaba la redacción del periódico El Día, órgano del Partido
Conservador; edificio que ocupó después el diario El País, publicación
que, se dice, revolucionó el periodismo de entonces gracias al
dinamismo que supo imprimirle su director, Rafael Conte, uno de los
periodistas más brillantes de todos los tiempos, autor de una columna
cuyo título sintetiza su estilo, «Con la punta del bate». En una época
en que el radio no trasmitía los juegos de pelota, la fanaticada se
arremolinaba en la esquina de Galiano y Trocadero para seguir las
incidencias de los desafíos que, con voz gangosa, anunciaba desde el
balcón de El País «un morenito refistolero al que le decían
Herrerita», según recordaba el ya aludido Robreño. Por cierto, cuando
la crisis de los años 30, Alfredo Hornedo, el propietario del
periódico, abrió allí una cocina popular para aliviar el hambre de los
más menesterosos. Al trasladarse El País, en 1941, para a un edificio
propio en la Calzada de Reina —inmueble que, me escriben los lectores,
ha sido depredado a conciencia— el viejo caserón de Trocadero, que
fuera el palacio de la Condesa de Buena Vista, albergó el Juzgado
Correccional de la Sección Tercera. Frente se hallaba el edificio de
la redacción de la revista Bohemia, que abrió sus puertas en 1908.
Otros establecimientos de la esquina eran la juguetería Confeti,
propiedad del genial dibujante Conrado W, Massaguer, y el bar donde,
en la trastienda, Enrique de la Osa y Carlos Lechuga se reunían con
sus colaboradores para planear los materiales que aparecerían en la
sección En Cuba de la siguiente edición de Bohemia. Estaba además un
comercio de los llamados entonces «de línea blanca» —refrigeradores,
aires acondicionados, etc.—, que llevaba el nombre de Chez Matalón por
el apellido de su propietario, un ingenuo argentino que
inexplicablemente caía siempre en las bromas que desde un teléfono
público le tendía el caricaturista Arroyito y que, luego de un
intercambio de palabras gruesas, lo ponían a punto de irse a las manos
con los propietarios de los dos comercios que flanqueaban el suyo.
Mucho cambió esa esquina con el transcurrir de los años. La
circulación de Galiano es ahora en una sola dirección y Trocadero es
solo en subida. El edificio de Bohemia fue demolido. Tampoco existen
El Día ni El País ni la sección En Cuba, ni el bate de Rafael Conte.
Ni Matalón y las bromas de Arroyito. Ni hay tampoco allí juguetería de
Massaguer que valga. Y hasta las transferencias dejaron de existir
desde hace décadas. Sospecho que los lectores más jóvenes desconocen
qué quiere decir el escribidor con eso de transferencias. Mientras el
precio del pasaje se mantuvo en ocho centavos, existió la
transferencia. Si el pasajero debía proseguir viaje, porque la guagua
que había tomado no llegaba a dónde él lo necesitaba, pedía una
transferencia que, por dos centavos adicionales, le permitía seguir su
recorrido en un ómnibus de la misma empresa. El comprobante de la
transferencia era más largo que el del pasaje y el conductor antes de
entregarlo, con un ponchador, le marcaba la hora y el lugar donde el
pasajero haría el cambio de ómnibus.
DE IDA Y VUELTA
Galiano debe su nombre a don Martín Galiano, ministro interventor en
las obras de fortificaciones de la ciudad, quien construyó un puente,
que llevó su apellido, sobre la Zanja Real que recorría la actual
calle de este nombre y surtía de agua a la ciudad.  Luego, en 1839, se
construyó otro puente que permitía el paso del ferrocarril que salía
de la Estación de Villanueva, que se encontraba en parte de los
terrenos donde hoy se ubica el Capitolio.  Hasta 1842, Galiano estuvo
cerrada en la calle San Miguel por una manzana de casas. Desde ahí
hasta San Lázaro, Galiano no era Galiano, sino Montesinos,
posiblemente un vecino o comerciante del lugar. En 1917 recibió el
nombre oficial de Avenida de Italia, que no ha sido revocado.
    En la esquina de Zanja existió un baño público. También una academia
de baile. Y en un caserón de media esquina, un teatro chino que, decía
Alejo Carpentier, aseguraba a su público «una de las más admirables
fábricas de ensueño que pueda imaginarse» y donde una función podía
extenderse durante cinco horas sin intermedio ni actos y, más allá del
idioma, la trama de la obra representada se hacía comprensible para
quien conociera su simbólica admirable. De Galiano y Zanja salía el
tren eléctrico que llevaba a la playa de Marianao.
    Por las calles que se abocaban a lo que sería el Malecón corrían
cloacas, en forma de zanjas, que desaguaban en el mar.  Las más anchas
pasaban por Industria y por Galiano. En esta calzada, la cloaca estaba
cubierta hasta Trocadero y, a partir de ahí, seguía su curso
descubierta salvo en el cruce con San Lázaro. Desde San Miguel hacia
el mar, Galiano fue rellenada para extenderla hasta la costa. Se
pavimentó y se construyeron mejores casas, con portales. Lo que la
convirtió en una de las más hermosas de la capital. La imagen de la
virgen de Monserrat, que se venera en la iglesia de Monserrate
—Galiano y Concordia—  es copia de la original, en Barcelona.  En ese
templo contrajeron matrimonio los padres de José Martí. También Carlos
J Finlay y Adelaida Shine Blanck. Curiosamente, ese mismo día recibe
su fe bautismal Antonia Bruna Martí y Pérez, hermana del Apóstol.  Más
tarde es bautizada allí Dolores Martí Pérez. Y años después José
Francisco Martí Zayas Bazán. Vecino ilustre de esta calzada fue el
mayor general Máximo Gómez. Una casa que le obsequió el pueblo de La
Habana.
SÍ. ¡ES TÍO! ¡ES TÍO PEPE!
Corre la madrugada del 21 de mayo de 1895 y tres hombres caminan de
prisa por Galiano hacia la calle Zanja, donde se halla la redacción
del periódico La Caricatura. En las horas precedentes ha circulado en
la ciudad el rumor  de la muerte de Martí y se pudo saber que a La
Caricatura había llegado un negativo remitido por el fotógrafo Higinio
Martínez, corresponsal del periódico en el campo de guerra, que
llevaba una nota en la que se leía: «Se dice que es Martí».
    Su familia se desespera. Quiere corroborar cuanto antes, de ser
posible antes de que apareciera publicada la foto, si el muerto era,
en definitiva, su pariente. Doña Leonor, la madre,  no cesa de llorar,
y Manuel García, su cuñado, aunque duda de que se cierta, quiere
corroborar la noticia. Con Leonor Martí tiene dos hijos, Manolo y
Mario, y en compañía de este, pese a lo intempestivo  de la hora,  se
atreve a tocar a la puerta de su antiguo  vecino y casero Federico
Villoch que, con sus crónicas sustituyó a Julián del Casal en La
Caricatura. Nadie mejor que él para abrirle las puertas del diario
que, con motivo del suceso, saldría con sesenta mil ejemplares al día
siguiente. El director los hace pasar de inmediato al archivo y ya
allí saca de un paquete el negativo en cuestión que ya había sido
trasladado a la piedra litográfica, lo coloca ante un bombillo
eléctrico amarillento y deslustrado e invita a los visitantes a que lo
revisen. Aparece un hombre tendido en una parihuela, abierta la
camisa, intacta la cabeza, deprimida la barbilla y la frente ancha
como la ladera de una montaña.
    —Sí, ¡Es tío! ¡Es tío Pepe!, exclama el sobrino y rompe en sollozos.
La noticia es dolorosamente cierta.
    —Ahora se acaba esto —dice uno de los empleados del periódico que
asiste a la escena.
    —¡Ni lo piensen! —ruge uno de los maquinistas que conoció a Martí en
Tampa—. Ahora es cuando hay que «meter palante» con más fuerza.
UN ACONTECIMIENTO
Digna de mención es la inauguración en la calle Galiano del cine
teatro América, el 29 de marzo de 1941. Instalación emblemática de una
ciudad moderna.  Paralelamente se inauguraba el edificio Rodríguez
Vázquez donde se enclava. Una edificación de diez pisos, y otros dos
en la torre, y 67 apartamentos para alquilar. Hace recordar el  hacía
recordar el Rockefeller Center, de Nueva York.











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Ciro Bianchi Ross

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