viernes, 10 de febrero de 2012

FACETAS DE HISTORIA NACIONAL Y REGIONAL DE VENEZUELA

FACETAS DE HISTORIA NACIONAL Y REGIONAL DE VENEZUELA


(Hombres de oriente en las guerras de independencia y federal)


ELIGIO DAMAS

Nota: Este libro està compuesto de un grupo de crònicas y ensayos publicados de manera suelta en diversos medios, incluyendo este Blog. Como otros libros nuestros, se encuentra en distintas instancias esperando ser editados. Quizàs porque el autor, el mismo del Blog, es poco o decididamente nada insistente, no ha podido lograr que alguna editorial le publique alguno. Entonces, como èste, los otros y quien los escribiò, duermen placenteramente, por confiar en la memoria colectiva, ha decidido colocarlo en este espacio. Por ello, ruega a quienes accedan a este medio, perdonen el exceso en el cual pueda incurrir.
Lamentablemente, por impericia en la operaciòn de la màquina, no se han podido trnascribir, por ahora, las correspondientes notas al pie de pàgina. Intentaremos hacerlo poteriormente.



Barcelona, julio de 2010






PRESENTACIÒN


La cultura de la dominación se expresa de diferentes formas. A veces con tanta sutileza que suele pasar desapercibida. Un conocido escritor alemán, cuyo nombre ahora no recuerdo, decía que en el mundo capitalista, sociedades y países adoptaban forma y operatividad del sistema planetario. Según su perspicaz percepción, se podían percibir planetas, respectivos satélites con conductas de dominadores y dominados.
Pero quien aquello sostuvo pasó por alto que ese criterio puede perfectamente aplicarse a sistemas y sociedades de dominación distintas al capitalismo, como los grandes imperios esclavistas y mercantiles. Hasta en el llamado socialismo real, aquella relación se reprodujo, particularmente en Euro-Asia, en cierta medida, aunque con sus particulares perfiles.
Lo anterior, porque hablando de las sutilezas de la dominación, es bueno refrescarnos y recordar que ésta, no necesariamente se corresponde con la fuerza de las armas, control de capital, producción, circulación de mercancías y hasta la distribución internacional del trabajo, sino que suele acompañarse de la comunicación y las ideas. Hasta éstas, pueden de manera consciente, premeditada o no, interferir una realidad y actuar como objeto de dominación que detiene o entorpece los procesos. Es frecuente que alguien diga que una individualidad o grupo se comporta como satélite o colonia mental de otro.
La historiografía Venezolana ha estado atrapada por ese concepto de pretendida dominación de la gran provincia caraqueña, capital de lo que fue la Capitanía General de Venezuela, sobre lo que allá siempre han llamado el interior. Expresión que pareciera tener algo de aquello de “nuestro patio trasero”. O ser una inocente manera, pese a todo, de desdeñar el poder creador de los pueblos a quienes se tiene como inferiores. Pero también se escribió nuestra historia republicana, particularmente lo relativo a la guerra de independencia con influencia determinante del romanticismo, lo que hace que solamente las poblaciones “interioranas”, para hablar como los caraqueños, parecieran haber tenido vida e historia, cuando fueron escenarios de actuaciones del Libertador.
El personalismo, a tono con la percepción romántica, ligada a la épica, cercana a la esclavitud, y posteriormente a las formas capitalistas de producción, se aviene con la idea de la dominación, el desdeño de los pueblos y colectivos, pues centra su interés en los grandes personajes, tenidos como dioses, hijos de éstos o manejadores del mundo. Esa percepción contribuyó y contribuye a exaltar lo individual, ignorar de manera consciente o no la creatividad y contribución popular. El accionar de los pueblos sólo tiene interés si está ligada a la mención del “personaje épico”. De modo que los pueblos, sobre todo los “interioranos”, quedarían como petrificados, profundamente dormidos y hasta eunucos, mientras el héroe y el centro de dominación no le mueve los tinglados.
Frente a ese concepto de dominación y manera parcializada de escribir la historia, se hace necesario hacerlo desde otras perspectivas que reconozcan los esfuerzos colectivos y la participación de pueblos que no fueron invitados de piedra, sino que rindieron esfuerzos y sin cuya participación toda aquella gesta independista no hubiese sido posible.
La escuela venezolana, de alguna manera, con todas sus deficiencias, en alguno de sus peldaños, aborda aquella acción guerrera de gran magnitud que se conoce como la “Campaña Admirable”, en el año 1813, iniciada por nuestro Libertador desde la Nueva Granada, hoy territorio colombiano, que incluyó la hazaña de la travesía de los Andes y le llevó a Caracas de victoria en victoria y a la restitución de la república perdida en 1812. Pero casi ignora, que un grupo de patriotas, invadieron desde Trinidad bajo el mando de Santiago Mariño y terminaron, en aquel mismo año 13, recuperando esta parte del territorio nacional con la participación descollante de los guerrilleros que en los llanos orientales mantuvieron viva la lucha independentista. La llamada campaña de oriente, se ha escrito así, con letras minúsculas, pese a que en el año 14, aquella gesta hizo posible que las fuerzas de Bolívar, acompañadas de parte de la población caraqueña, se pudiesen desplazar a esta parte de Venezuela, en lo que se llamó la “Emigración a Oriente”, huyendo del acoso de José Tomás Boves.
También es poco conocido, como los combatientes guerrilleros de los llanos orientales, quienes nunca abandonaron el territorio nacional, mantuvieron siempre viva la idea de la independencia y la disposición a combatir por ella. Derrotados, se escondían en montes y pastizales para golpear aquí y allá, sumar fuerzas y volver a combatir a campo abierto. Y así estuvieron varios años hasta que la guerra tomó grande dimensiones.
Así mismo, la escuela, gran parte de libros y textos de historia, al hacer referencia a las dificultades que el Libertador tuvo para entenderse con los héroes orientales como Santiago Mariño y Bermúdez, precisamente los mismos que dirigieron la invasión desde Trinidad y liberaron medio país mientras aquel avanzaba desde occidente, en cierto modo obvia éste hecho y factores de carácter económico, como la importancia de las actividades que en el lado oriental se desarrollaban, la desconexión que por tantísimos años predominó entre oriente y Caracas, desde el inicio de la colonización hasta la creación de la Capitanía General de Venezuela; circunstancias que explican la existencia de aquellos resentimientos, concepciones regionales, desconfianzas y motivos para no aceptar en lo inmediato el liderazgo de Bolívar.
Para ese entonces, era natural que no prevaleciese el concepto de nación venezolana; y en efecto, éste no existía. Los orientales veían a los caraqueños de entonces y viceversa como extraños y no integrantes de la unidad venezolana. Era válido que los dirigentes o líderes de cada bando, sobre todo aquellos que nunca habían convivido con el otro, tuviesen reparos al momento de decidir el liderazgo. En estos trabajos hay una carta de Bolívar, relativo a las deserciones que habla también de este asunto y como soldados caraqueños u orientales, desertaban de sus ejércitos cuando éstos eran comandados por jefes ajenos a sus regiones de nacimiento y formación. Este sentimiento llegará hasta la guerra federal, expresado en las ideas de Juan Antonio Sotillo, para quien “Federación era que en Caracas manden los caraqueños, en Guárico los guariqueños y en el Zulia los zulianos”. Criterio éste que dominaba el pensamiento y la visión de aquellos combatientes. Años más tarde, el caudillo zuliano Venancio Pulgar, todavía sustentaba el mismo criterio y le utilizaba para su práctica política.
Para Bolívar, pese su genio y capacidad “para mirar por encima de los siglos”, como se ha dicho muchas veces, con sobrada razón, por voces muy respetables y autorizadas, hasta el año 1816 y parte de 1817, la guerra de independencia necesariamente pasaba por tomar Caracas, fortalecer allí sus posiciones, para obtener el reconocimiento internacional. Por ello, donde estuviese, apenas disponía de unos hombres y unas cuantas armas, se lanzaba sobre Caracas.
Los acontecimientos de la Casa Fuerte, la derrota y retirada del Libertador por los lados de Aragua de Barcelona, ambos acontecimientos del año 1817, estuvieron envueltas en aquellas rivalidades y la estrategia bolivariana. La Casa Fuerte fue atacada por Aldama con violencia para apoderarse de un cuantioso parque que aquel allí había depositado, por lo que encargó al general Freites defender la plaza con su vida, mientras intentaba convencer a los jefes orientales que le acompañasen a Caracas.
Todo cambiará cuando se imponga la estrategia, acariciada desde el año 1813, de tomar la plaza de Guayana, retaguardia casi inexpugnable del poder español, usada para descanso de las tropas, producción de alimentos y medio de comunicación y transporte, a través de los grandes ríos, en la que un discrepante como el general Piar, estrechamente relacionado por sus ejecutorias y presencia a los guerreros orientales, jugará un rol de primera línea.
Hasta ahora se ha persistido en la costumbre de explicar la caída de la primera república a través de lo expuesto por el Libertador en “El Manifiesto de Cartagena”, obviando por diferentes razones y prejuicios otras circunstancias políticas, de relaciones de producción y distribución de los bienes, que en la constitución de 1811, los legisladores introdujeron en ella favoreciendo a los mantuanos y que, entre otras darán origen a un Estado débil, ajeno de apoyo popular y desatarán fuerzas en contrario de la magnitud como la que representó José Tomas Boves.
Estos asuntos son tocados en estos trabajos de historia que ponen cierto empeño en el rol de los combatientes orientales.
Lo relativo al 19 de abril, la declaración de la guerra de independencia se revisan a la luz de las cifras que hablan de las relaciones económicas de la colonia que era Venezuela con su metrópoli y las otras potencias de entonces. También se revisan aquellos acontecimientos, en las que las provincias orientales no se limitaron a “seguir el ejemplo que Caracas dio”, sino que actuaron de conformidad al deterioro de sus relaciones de sujeción política y sobre todo económica con la metrópoli y lo que en Europa sucedía que bien conocían. Es bueno para comprender esto, la interesante anécdota del bodeguero cumanés, contada en este texto.
Del desarrollo de la Guerra Federal en oriente también se habla en estos trabajos y dentro de ésta de la participación de los generales Juan Antonio Sotillo y José Eusebio Acosta.
Al final aparece el general Piar. Un trabajo en el cual el héroe de San Félix toma la defensa de su propia causa. Dejémosle hablar y pongámosle atención.


El autor



I


LOS HEROICOS GUERRILLEROS DE LA PATRIA VENEZOLANA

Los restos mortales de Juan Antonio Sotillo Pérez, nacido en la población de Santa Ana, muy próxima a la ciudad de Barcelona, capital del Estado Anzoátegui, reposan en el panteón nacional. La ciudad de Puerto la Cruz, muy importante en Venezuela, por ser asiento de actividades petroleras, como la refinación de crudos y puerto de exportación, es la capital del municipio que lleva el nombre del personaje del cual hablaremos en este espacio.
Su vida estuvo muy ligada, desde los inicios de la guerra de independencia a los generales José Tadeo y José Gregorio Monagas. Particularmente al primero, a quien fue particularmente leal. No obstante, ya en la vejez, pero cuando todavía increíblemente andaba en los avatares de la guerra, específicamente en la Guerra Federal Venezolana, sintió un gran atractivo por el General Ezequiel Zamora. Tanto que, cosa inusual en él, días antes que a éste asesinasen, había abandonado su área de acción desde el año 1813, las sabanas orientales, para llegarse hasta San Carlos, en occidente, para entrevistarse con el gran jefe federal.
Precisamente en este trabajo, que forma parte de un marco mayor, José Tadeo Monagas, uno de esos gloriosos jefes guerrilleros que jamás abandonaron el campo de batalla por todos los años que duró la guerra de independencia, es el medio o la voz por la cual hablamos de Juan Antonio Sotillo, “Juan Pueblo”, “Minotauro de la sabana” u otros apelativos que le aplicaron amigos y enemigos.
En la iglesia de San Diego de Cabrutica, 92 patriotas, el 26 de mayo de 1816, nos reunimos para decidir sobre la jefatura. Veníamos de una campaña cruenta y difícil. Con dificultad nos movíamos entre montes y cenagales del llano. Nuestras fuerzas anduvieron dispersas después de las azarosas jornadas de los años anteriores. Éramos un movimiento guerrillero que combatía en un sitio y al poco tiempo hacía su aparición en otro. Tratábamos de subsistir, reagruparnos, crecer, acopiar recursos y prepararnos para lo que el destino nos tenía deparado.
Catorce veces votamos en aquella reunión sin haber adoptado una decisión sobre asunto tan vital. Al fin, al decimoquinto intento, yo, José Tadeo Monagas, entonces coronel, con un total de sesenta y siete votos, fui electo General en Jefe de las armas de la república. El teniente coronel Pedro Zaraza, fue respaldado por veinticinco de los presentes, quedando como segundo jefe. Nombramos un consejo militar permanente con los coroneles Andrés Rojas y Jesús Barreto, teniente coronel Carlos Padrón, y los capitanes Francis Javier Rojas y Jerónimo Urquiola. En aquella jornada estuvieron además Miguel Peña, Carlos Padrón, presidente y secretario de la asamblea respectivamente; también mi hermano José Gregorio y los Sotillo; los capitanes Miguel y Pedro y el teniente Juan Antonio.
Algunos de los hijos de Pedro Sotillo y Bárbara Pérez, todos del cantón de Santa Ana, han andado conmigo desde el mismo año de 1813. ¡Cuánto hemos guerreado juntos los Monagas y los Sotillo! Mis compadres Pedro y Miguel, han estado siempre combatiendo junto a nosotros por la libertad de la patria. El río Orinoco nos conoce como un grupo unido y fervoroso. ¡Cuántas veces lo hemos atravesado de aquí para allá y viceversa!
Y Juan Antonio, el menor de los Sotillo Pérez, ese mismo que asiste a la asamblea de San Diego con el rango de teniente, ya había prestado destacados servicios a nuestras fuerzas. Entre mayo y junio de 1815, con esa jerarquía, servía en el ejército de 570 hombres que yo comandaba y operaba por los lados del Chaparro. Entonces le ordené interceptar un cuerpo volante del enemigo y lo batió, matándoles treinta hombres y tomándoles ocho prisioneros. A dos de ellos, después de un juicio sumario y conocidas sus fechorías, les pasamos por las armas.
A los pocos días de aquel incidente, supimos que en el hato “Los Barrosos”, otro cuerpo enemigo, recogía ganado. De nuevo, le ordené salir a batirse. Seleccionó sus hombres, asió su lanza y a galope tendido se dirigió a cumplir mi orden. En tiempo breve se presentó a rendir cuenta a su superior; no sólo derrotó al enemigo, también les arrebató 300 reses de las que habían reunido, todos los caballos que poseían y les mató 19 hombres. Los demás, despavoridos huyeron a internarse en los montes. Así fueron los inicios de Juan Antonio Sotillo.



II
JOSÈ TADEO MONAGAS Y JUAN ANTONIO SOTILLO
LOS DERROTADOS DE MATURÍN

En las riberas del río Amana, a finales del año 14, cuando veníamos derrotados de Urica y dispersas nuestras fuerzas, hallamos al coronel Zaraza. El general Ribas nos ordenó marchásemos sobre Maturín. Llegamos escasos de hombres y armamento. Zaraza, pese a haberse comprometido a marchar sobre esa plaza, al final optó por marcharse a las orillas del Tigre, llevándose consigo más de 500 hombres.
Por eso pudo el enemigo arrollarnos con facilidad, tomar la plaza y degollar a todo aquel que encontrase atravesado. Entre los mártires de Maturín estuvo mi propio padre, el esposo de Perfecta Burgos, el que le ayudó a parirme en el camino del llano que de Santa Ana conduce a Maturín
Quedamos prácticamente solos. Al separarme del general Ribas, apenas me acompañaban tres hombres. No obstante, persuadido que debíamos continuar la lucha, sólo pensé en dirigirme a la provincia de Barcelona.
Pese al dominio que al iniciarse el año 1814, las tropas de Boves ejercían sobre la provincia de Barcelona, la resistencia patriota se mantuvo viva y en movimiento. Pequeños grupos guerrilleros deambulaban por la sabana tratando de juntarse a otros.
Boves había tomado, pocos días atrás la población de Santa Ana. Pasó por las armas a muchos hombres y a unos cuantos mutiló de las orejas. Hasta Bárbara Pérez de Sotillo, madre de los “macabeos”, sufrió dos graves heridas. Algunos pudieron salvarse, entre éstos los coroneles Pedro y Miguel Sotillo, quienes venían comandando una patrulla de veinte hombres. Entre éstos, mortificado y particularmente indispuesto contra el asturiano Boves, venía un jovencito, el menor de los Sotillo, a quien los avatares de la guerra me habían impedido conocer antes.
Juan Antonio Sotillo Pérez, se llamaba el muchacho y al rompe pude observar que montaba con seguridad y asía la lanza con templanza y firmeza. Era el último de los Sotillo que también como sus hermanos, y como sus padres a su manera, entregaba para siempre su vida a la lucha por la independencia de Venezuela. Hasta él también llegó el berrido del niño que nació prematuro en el camino de Maturín.
Y el jovencito Sotillo comenzó a guerrear con nosotros. Siempre formando parte de las huestes que comandaban sus hermanos Pedro y Miguel. Y recorrimos parte de la geografía del llano. Volví a verle el 5 de abril de aquel año difícil, cuando las circunstancias de la guerra nos obligaban a combatir con táctica de guerrilla, moviéndonos constantemente, perseguidos por un enemigo numeroso, bien armado y mejor alimentado. Detrás de nosotros, en incesante búsqueda, marchaban las tropas comandada por el teniente coronel Salvador Gorrín. Esos días de abril combatimos en Los Pozos, en la ruta de Altagracia, San Diego, contra los comandantes Rondón y Campero. Estas victorias nos dejaron abierto el camino a las próximas costas del Orinoco.


III



COMPADRES, SOCIOS Y POLÍTICOS

(Cuatro cartas del General Sotillo)


La historia de Venezuela entre la segunda y primera partes de los siglos XIX y XX, es pródiga en anécdotas de compromisos cumplidos o fallidos entre compadres, padrinos y ahijados. Fue un momento en que el juramento sacramental jugó un papel estelar. El vínculo político se sellaba en el bautizo o viceversa. Pero cuando el compadrazgo era entre caudillos y propietarios, es decir, entre pares - social y económicamente considerados - la lealtad política quedaba sujeta a que ambos tuviesen acceso a un reparto igualitario del botín.
En un compromiso de sacramento entre un caudillo o terrateniente o ambas cosas a la vez - que generalmente así era - y un humilde campesino enfeudado, la lealtad se imponía de manera unilateral; este último quedaba condenado a servirle políticamente al compadre hasta que la muerte disolviese el sacramento. Y el explotado campesino debía ser fiel como un perrito faldero.
Hoy, desde el inicio del modelo petrolero, privan los principios del capitalismo y los vínculos - muchas veces ocultos - de carácter económico que los hombres contraen. El compadrazgo y hasta el vínculo consanguíneo poco cuentan al lado de una buena dosis de rentabilidad y respaldo financiero. El compromiso político, aunque no parezca evidente, está por debajo del lazo societario y mercantil. Es más, aquel se pone al servicio de éste y en estas condiciones se genera una amistad que no se rompe, ni siquiera en crisis entra, pese a la aparente imagen de rivalidad política que a veces llega al público, si los negocios viento en popa marchan.
Cuando el proyecto político se afincaba en el compadrazgo o padrinazgo solo, más de una vez el ahijado fue irrespetuoso, infiel el padrino o no hubo correspondencia entre compadres. El más ilustre ejemplo que nuestra historia exhibe, es el que Gómez dio cuando tumbó a su compadre Cipriano Castro, mientras éste a Europa iba en busca de cura a su famoso mal. Fue pues Gómez, doblemente ingrato. Pecó por el momento y la persona.
En oriente, cuando la Guerra Federal, el viejo general Juan Antonio Sotillo, fue delatado por compadres suyos si aceptamos como verdadera la información del señor B. Vidal que, para junio de 1859, se desempeñaba como jefe del Gobierno Superior de Guayana. Este señor, con comunicación dirigida al "Señor Secretario de Estado", remitió adjuntas cuatro cartas que el viejo general de Santa Ana había enviado a los señores Santos Gaspari, Marcos Calderón, Justo Lezama y Manuel Maneiro; los tres primeros compadres suyos; el último ahijado.
Según Vidal, esas cuatro cartas le fueron entregadas por los destinatarios, quienes así demostraron su preferencia al defacto presidente Julián Castro y rechazo al compadre, padri¬no y primer oriental alzado en armas.
Un contubernio empresarial entre políticos "opuestos", uno fuera y otro dentro del gobierno - de esa manera seria una sociedad casi “chimbona” -, difícilmente se fragmente por esas "nimiedades" de táctica y estrategia que tan alto valoran los políticos incautos. Esa sociedad y romance morganáticos - que ya es una ventaja sobre los demás empresarios - se basa en el senci¬llo principio "hoy por mí, mañana por ti". Y como a los participantes les espera siempre - salga sapo o salga rana - un premio concreto, jugoso y cuantioso, marcharán juntos "hasta que la muerte los separe". En este caso, bien podría algún socio "sensi¬ble" pero irreverente y pantallero, evocando a Jorge Manrique, decir con gesto hipócrita y mirada vidriosa, "nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir".
Gómez traicionó a Castro, su compadre, porque el coroto era uno solo para dos e indivisible. Uno de ellos sobraba y el capital internacional, un nuevo socio interesado en cosas distintas al coroto, mal estaba percibiendo al "Cabito".
En el caso de Sotillo, como es frecuente, mal podía asegurarse la fidelidad de sus compadres y ahijado en base de consignas abstractas que hacían alusión a federación, democracia y libertad. Y así, abstractamente, habla el viejo general en las cuatro cartas que a Vidal entregaron. Habló de cosas que poco interés tuvieron para aquellos señores no atados a él por una relación sacramental alienante, distinta a esa fidelidad casi servil que Sotillo prodigó a los Monagas.
Y esas cartas nos servirán para analizar el pensamiento político del prócer. Eso nos importa porque es historia regional. De ello hablaremos en breve.


IV


HUELLAS ORIENTALES EN LA HISTORIA DE VENEZUELA.
LOS HÉROES ORIENTALES

JUDAS TADEO NACIO PASEANDO LA
LLANURA Y TODOS LOS CAMINOS
VAN A SANTA ANA.

José Tadeo Monagas, el mismo que se llamó Judas Tadeo, nació antes de tiempo. Perfecta Burgos, su madre, sintió dolores de parto, camino hacia Maturín. Francisco José Monagas, su padre, debió pasar grandes apuros también para ayudar a su mujer a parir aquel hijo en la llanura oriental. Era el año de 1784 y el día 28 de octubre.
Pocos días antes habían pasado cerca del pueblo de Santa Ana, donde residían los esposos Pedro Sotillo y Bárbara Pérez.
Judas Tadeo, siguió luego a Maturín y fue impregnando la sabana con su llanto. Y aquel llanto de niño prematuro corrió los mil vericuetos de la sabana, serpenteó entre morichales y se introdujo en cada rancho. Y allá en Santa Ana lo percibieron.
Bartolomé Monagas, abuelo de Judas Tadeo, presuntamente era descendiente de canarios. “En Las Palmas, jurisdicción de Valleseco, existe el municipio Monagas”. Aquel, se vino bajando desde los llanos de Cojedes - región donde nació Perfecta Burgos – observando con ojo zahorí, palmo a palmo, los terrenos hasta llegar a la región de Maturín. Incontables viajes hicieron Monagas y Burgos entre Cojedes y Maturín y tantas veces bordearon Santa Ana y Aragua de Barcelona. Aquel viaje accidentado y difícil durante el cual nació Judas Tadeo, no era el primero.
Y en Santa Ana, Pedro Sotillo y Bárbara Pérez, habían comenzado a reunir muchachos. Jaime, Pedro, Miguel, José Antonio y al final apareció el último de los “Macabeos”, como llamaron más tarde a los hermanos Sotillo Pérez, por su generosa y honrada condición de combatientes mártires.
Cuando por allí pasó Perfecta Burgos con sus dolores de parto y, luego Judas Tadeo fue regando su llanto prematuro, ya los esposos Sotillo, habían comenzado a enhebrar su rosario de “Macabeos”. Y uno o dos de éstos percibieron, de alguna forma, el vital dolor de doña Perfecta y el llanto rebelde del pequeño José Tadeo Monagas.
La rebelión transcurría por el llano. Iba a veces con los Monagas Burgos, con los Sotillo, Zaraza, Sedeño, Páez y más de un humilde labrador canario o peninsular. La llanura toda, ya estaba preñada de inconformes.
La sabana inmensa lleva y trae noticias. Las calamidades de aquel lado, las nacidas allá, encuentran formas de viajar con prontitud y para acá se vienen. Los gritos inconformes, la escasez que entra por los puertos con su taciturno rostro, también velozmente recorren la sabana; se multiplican y van dejando huellas aquí y allá
En 1790 nació en Santa Ana, el último de los “Macabeos”, Juan Antonio Sotillo. Y cuando el último alumbramiento de Bárbara Pérez, aún se pudo escuchar el lejano y último berrido del hijo de Perfecta Burgos, aquel que nació bajo el amplio cielo de la sabana oriental.
Del pueblo de los Sotillo, dejó unas notas el benedictino fray Iñigo Abbad, escritas en 1773. Las destinó su autor a los que sería su “Diccionario Histórico-Geográfico acerca de América. Entre otras cosas, allí se dice que: “a las faldas de las montañas del Bergantín, a distancia de tres leguas está el pueblo de Santa Ana, trasladado a este sitio, del de Anaco, en 1734, y últimamente, en 1750, al sitio que hoy ocupa en la quebrada de Orocopiche, en la Mesa de Guanipa. El territorio es fértil y a propósito para todo género de frutos y ganados... “.
Con la misma mansedumbre de fray Yñigo de Abbad, habló don Agustín Codazzi, muchos años después, del Cantón de Aragua al cual pertenecía la parroquia de Santa Ana:
“La villa de Aragua es una de las más interesantes de esta provincia: está situada en una sabana a la orilla del río Aragua. Su posición en el centro de las llanuras de esta provincia, en la encrucijada de muchos caminos que conducen a todos los puntos de ella; pudiendo comerciar con Barcelona, Angostura y con los llanos de la provincia de Caracas y de Cumaná; en un clima caliente pero sano, en medio de ricos pastos que alimentan un gran número de ganados; son todas las circunstancias que deben favorecer esta población para que prospere y adelante.”
Precisamente, tal como lo describió Don Agustín Codazzi, Santa Ana está en una encrucijada del llano. Hacia ella conducen infinitos caminos; desde ella se va a todos los recodos del llano; y se llega con facilidad a Angostura; cerca está del padre Orinoco y también de las tibias y salobres aguas del Caribe. Es camino abierto para el ganado y tierra fértil para criarlo.
Por estas cosas, pasaron por allí tantas veces los Monagas-Burgos; y quedaron huellas de éstos. Por el ganado que va y viene y que allí en Santa Ana se criaba; por esas posibilidades para comerciar con Barcelona, Angostura y llanos de la provincia de Caracas y de Cumaná, nació la amistad entre quien pasa y queda; trae noticias buenas y malas, presagios y soluciones y quien los recibe. Amistad entre Monagas-Burgos y Sotillo-Pérez.
Esa encrucijada histórica que era el Cantón de Aragua y, dentro de éste, la parroquia de Santa Ana, la hizo sensible económica y culturalmente hablando para los momentos de crisis. Por eso el Cantón de Aragua, jugó un papel importante en la historia nacional y especialmente durante la lucha por la independencia. También por esto, Santa Ana dio un aporte singular y de su seno nacieron los “Macabeos”, los hijos de Pedro Sotillo y Bárbara Pérez: Jaime, Pedro, Miguel, José Antonio y el centauro Juan Antonio Sotillo.
Las dificultades siempre se manifiestan en aquellos sitios más sensibles o predispuestos por cualquier circunstancia. En una economía de puerto, o lo que es lo mismo, cuando el mayor volumen de operaciones económicas se ejecutan por la vía portuaria, éstas áreas se hacen ostensiblemente sensibles ante cualquier dificultad que altere el ritmo de la economía. Y obviamente, con generosidad y casi de manera espontánea – para decirlo con un facilismo – allí aparecen los héroes y los próceres. Y se hacen héroes personajes tenidos como insignificantes que nunca llegan a saber la importancia del papel que jugaron.
Santa Ana y Aragua, jugaron en el llano oriental el papel que en la costa correspondió a los puertos. Eran entrada y salida de todo. Cueros, sal, ganado, pólvora, oro, diamante, onoto; y también las ideas llegaban, se fijaban en todas partes, taladraban cerebros inconformes de Sotillo, Sedeño, Zaraza y se iban más allá, por los infinitos caminos del llano.
Y esa posición de encrucijada, de entrada y salida, hizo que la mansa región, casi bucólica, que describió fray Iñigo Abad, se convirtiese en gran medida en un ojo de huracán.


V

1810

UN DEDO HIZO HISTORIA. CUMANÀ Y BARCELONA,
TAMBIÉN SE SUBLEVARON.

En este país – dice la gente comúnmente – lo que falta son bolas.
Es una muy fácil o quizás bastante cómoda forma de darle rienda suelta a nuestras frustraciones. También un comodín machista para “explicar” lo que nada entendemos. Además una fuerte dosis mesiánica.
En verdad, cuando las crisis saltan, la mayoría de las veces, “las bolas corren por el suelo”.
Frente a una crisis y colocado el hombre en el epicentro, los héroes se reproducen velozmente. Y hasta unos cuantos de ellos pasan desapercibidos. Otros llegan a héroes sin siquiera proponérselo, sin desear serlo; otros, lo fueron y nunca lo supieron.
La Cumaná colonial era una economía de puerto; para medir la importancia del puerto cumanés, bastaría hacer una sencilla comparación del valor de las mercancías que salieron de éste hacia Cádiz y Barcelona de España entre los años de 1793 a 1796, con el valor de las mercancías que salieron por el puerto de Maracaibo hacia Cádiz y La Coruña en el mismo lapso. Mientras Cumaná envió un total de dieciocho millones ochocientos cuarenta y cinco mil trescientos dieciséis reales de vellón; Maracaibo exportó diecisiete millones quinientos treinta mil novecientos sesenta y cinco reales de vellón.
Era Cumaná pues un centro neurálgico. Un dispositivo especial para medir el ritmo de las relaciones entre la colonia y la metrópoli. Un punto sensible para detectar el grado de conformidad o inconformidad de los habitantes de esta parte del país. También como puerto, un punto de entrada y de salida, de ideas buenas y malas, de noticias y de chismes.
Hubo una vez en la Cumaná colonial un inocente bodeguero que, sin saber ni querer, convirtiose en eficiente propagador de ideas republicanas e informó con prontitud a su clientela de los sucesos de Europa al inicio del siglo diecinueve, la invasión de Napoleón a España y la crisis política de ésta. Nuestro muy singular “héroe” a Trinidad viajaba con frecuencia; eran los tiempos del comercio libre, y de allá traía mercancías para surtir su bodega. Y periódicos ingleses y trinitarios para envolver trozos de papelón, lonjas de pescado seco, de res y cuanta cosa le comprasen sus clientes. Y de esa forma puso en manos del público la versión británica de lo que en Europa sucedía y especialmente en España. Aquel hombre dejó huella en la historia, tanto que de él estamos comentando. Violó la censura española de manera curiosa y hasta ingenua. Ideas y noticias corrieron entre olores de especies, pescado salado, cecinas de chivo........etc., pero pasaron. Porque no hay idea buena y trascendente que muera antes de tiempo. Y menos cuando entran en el espacio y tiempo adecuados. Cumaná colonial, economía de puerto, era un terreno fértil para que aquellas semillas germinasen.
Y el pobre bodeguero a la cárcel fue, cuando el poco refinado aparato represivo colonial supo de sus peligrosas zoquetadas; pero después, Cumaná se llenó de héroes, tantos que no podría contarlos. Y aquel humilde bodeguero, fue de los primeros.
Cuando Emparan abandonó el Cabildo caraqueño y manifestó su decisión de separarse del poder, aquel jueves santo del 19 de abril de 1810, estaba presenciando un acto extraño y fuera de lo común en la historia colonial, una coincidencia táctica entre los disímiles grupos sociales de aquella Venezuela. Por primera vez, pardos y blancos criollos o mantuanos coinciden en un propósito político y es la primera vez que estos últimos adoptan una posición pública opuesta al centro del poder español.
Aquel “cóndor araucano”, José Cortés Madariaga, cura chileno, fusilado en el sur más tarde por su constancia revolucionaria, agitó su dedo a espaldas del gobernador de Caracas y Capitán General de Venezuela, Don Vicente Emparan, dejó su huella en la historia y marcó la entrada de los patricios caraqueños en un combate que terminaría con las arremetidas colosales de los lanceros del llano en el campo de Carabobo.
En apariencia, la Venezuela colonial era tranquila y complaciente; y parecía así porque, los blancos criollos, los grandes propietarios y productores agrícolas, no tenían motivos para intranquilizarse frente al dominio colonial.
En efecto, motivos no tenían; gozaban del beneficio de la propiedad territorial y también de la mano de obra fundamental, los esclavos. Como dijese Bertold Bretch en “La Opera de los Tres Centavos”, “lo primero es el comer, la moral viene después”.
La economía venezolana estaba organizada para exportar su producción agropecuaria y mineral e importaba mercaderías de las colonias vecinas y de Europa, a ratos libremente y más de las veces como lo indicase la autoridad colonial y en última instancia mediante el contrabando.
En síntesis, en lo interno era una colonia caracterizada por relaciones dominantes de tipo esclavista y feudal en una extraña mezcla, pero volcada al mercado externo y unida a él bajo unas relaciones capitalistas muy definidas. Que es como decir, hacia fuera radiante claridad, hacia dentro una intensa oscuridad.



VI
UNA ECONOMÍA FLORECIENTE

Era una economía floreciente y bien organizada, hasta donde era posible, dentro de las relaciones internas y el dominio colonial. Por esto, los mantuanos se sentían seguros e identificados con aquella situación política; y otra cosa no era de esperar, si bajo la aplastante verdad que encierra el pensamiento de Bretch, analizamos las cifras de la economía en las postrimerías del siglo XVIII.
Las exportaciones del área hispana del continente llegaban a 68.500.000 pesos. De este total, 30 millones correspondían al sector agrícola y 38 millones 500 mil pesos al minero. Las importaciones, incluyendo el contrabando, estaban en el orden de los 59 millones de pesos.
Estas cifras cobran vida y significado, tomando en cuenta que para 1791 los Estados Unidos exportaban 19 millones de pesos e Inglaterra vendía a Francia, Alemania y Portugal, menos de 26 millones.
Venezuela, específicamente en el lapso comprendido entre 1793-1796, exportó la gigantesca cifra para una pequeña colonia de Doce millones 252 mil cuatrocientos quince pesos, un equivalente de 4 millones 84 mil pesos anuales.
Este dinamismo del sector exterior de la economía, que las cifras muestran con elocuencia, del cual los blancos criollos obtenían ostensibles beneficios, explica en última instancia el enfrentamiento de éstos a los iniciales movimientos promovidos por los inconformes, insatisfechos y precursores.



VII

SUBLEVADOS A RITMO DE TAMBOR

La historia escrita de Venezuela reconoce más de 20 sublevaciones de esclavos. En 1795, cuando Juan Antonio Sotillo apenas tenía cinco años y José Tadeo once, en la sierra de Coro, José Leonardo Chirinos movilizó parte de la población esclava a ritmo de tambor africano y bajo las consignas del abolicionismo y la creación de una república independiente. Dos años después, cuando comienza a madurar una crisis económica, se descubre la conspiración de Gual y España, cuyo programa recogía aspiraciones de José Leonardo y planteó el establecimiento de la libertad de comerciar.
Ni uno ni otro obtuvieron el respaldo de los mantuanos del Cabildo de Caracas. Al contrario, gente de éstos, como el marqués del Toro, Conde de Tovar, Conde de San Javier, de la Granja, etc., acudieron presurosos a ofrecer su apoyo a las autoridades españolas y a exigir se castigase a Gual y España. En Coro, formaron partidas de caza que salieron en pos de José Leonardo y sus hombres.
Y no podía ser de otra manera. Los propósitos de aquellos precursores no tenían validez ni inteligencia en la conciencia y conveniencia de los mantuanos. La independencia les resultaba un planteamiento un tanto inoportuno y por demás impertinente, frente a una depresión que se iniciaba y concebían como coyuntural y transitoria; y por sus sólidos e internalizados vínculos con la historia, cultura y economía españolas. Las propuestas abolicionistas, obviamente estaban dirigidas contra ellos y les sonaban como a familiar de ahorcado cuando le mencionan la soga. En cuanto a la idea del comercio libre, tampoco les era atractiva, pues a lo largo de la vida colonial habían gozado de esa prebenda varias veces desde el 26 de febrero de 1789 sin arriesgar nada y menos sus esclavos.


VIII

SE DETERIORA LA ECONOMÍA
Y EL VÍNCULO POLÍTICO

Más tarde las cifras hablarán de crisis y decadencia. Nuestras exportaciones en el lapso 1797 a 1800, descienden a 6 millones 442 mil 318 pesos; una declinación del 50 por ciento con respecto al período anterior. Se opina que, si tomamos en cuenta que para aquel momento los precios habían sufrido una variación, haciendo un ajuste, tendríamos que en comparación con el trienio 1793-1796, las exportaciones del lapso subsiguiente realmente fueron de 4 millones 600 mil pesos. En el renglón de las importaciones también hubo un descenso crítico de un millón 142 mil pesos.
La crisis económica se agravaba al mismo ritmo que empeoraba la situación política española. Para 1793, España guerreaba con Inglaterra; en 1795 el Tratado de Basilea puso fin al conflicto con Francia y en 1797 de nuevo estaba envuelta en confrontación bélica con Inglaterra.
Esos periódicos conflictos habían servido sólo para deprimir económicamente a las colonias, a para decirlo de manera más elocuente, deteriorar sus economías, sino también para debilitar las bases sobre las cuales se sustentaban las relaciones entre España y la clase dominante en la Venezuela colonial, los mantuanos.
Las cifras prueban esa tendencia a la ruptura. Pues de 3 millones 358 mil 155 pesos, valor de las importaciones legales del período 1797-1800, España participó con un monto insignificante, relativamente hablando, de 442 mil 168 pesos; es decir, con apenas el 12.5 por ciento. En tanto que las importaciones de origen diferente llegaron a dos millones 935 mil 987 pesos; el 87.5 por ciento.
Esto demuestra contundentemente que nuestro comercio externo, poco uso estaba haciendo del mercado español a finales del siglo dieciocho. Y explica porque el 20 de abril de 1799, dos años después del movimiento de Gual y España, desde el Cabildo y el Consulado de Caracas, los centros de poder del mantuanismo y, con el respaldo de todos los agricultores, se pide casi insolentemente a las autoridades la restitución de la libertad de comerciar.
En 1808, Carlos IV y su hijo Fernando VII, sucesivamente reyes de España, abdican a favor de José Bonaparte, a quien su glorioso hermano Napoleón, convirtió en rey de España y las Indias; la vieja España había sucumbido ante la invasión francesa. Y estos acontecimientos se conocieron de una forma u otra, en las colonias hispanas. Precisamente, una de las maneras más curiosas fue la relacionada con la anécdota del bodeguero cumanés. Y ese mismo año de 1808, en Caracas, cabeza política de la capitanía, se decidió reducir los aranceles para todas las mercancías que pasasen por los puertos del país en un 20 por ciento. Se procuraba con esto la reactivación de la corriente comercial que seguía decayendo.
En 1809, llega a Caracas, procedente de Cumaná, donde había desarrollado una eficiente labor al servicio del gobierno de España, don Vicente Emparan. Se encargó de la Gobernación de Caracas y de la Capitanía General de Venezuela; le acompaña en el gobierno como Intendente, Basadre. Aquel y éste se acuerdan y deciden derogar el decreto de reducción aduanal de 1808; lo que les generó serios enfrentamientos con el Cabildo y el Real Consulado de Caracas y por supuesto, con los grandes propietarios.
A partir de ese momento, la conspiración crece y se multiplican los héroes. Se genera una como actitud de menosprecio a la autoridad colonial tanto, que los conspiradores “cantan descaradamente por las calles y con la intención que el Capitán la oyera, una canción entonces en boga...”:

Retírate que te importa
que quien te quiere te avisa,
que la fortuna está en contra,
que no es para ti la dicha.

Las derrotas españolas ante Francia entre 1809-1810, la ocupación de Sevilla y la conquista de Andalucía, aceleraron la crisis americana y ahondaron las discrepancias entre colonos y autoridades españolas.
El dominio francés sobre el territorio español, la ausencia de un poder sólido; el deterioro de las relaciones comerciales entre la metrópoli y el mundo colonial desde 1795; los estímulos ecuménicos de las revoluciones norteamericana y francesa, decidieron la participación de mantuanos o grandes cacaos en el movimiento del 19 de Abril de 1810. Pero seguros de lo que hacían, ocupan o llenan la cumbre dirigente que nace. La audacia y el tremendismo de José Cortés Madariaga rompe la continuidad y, él entra por el clero pero también por el sector popular. Pero cuando se discute “irrumpe también como un león en la sala de sesiones uno que vocifera que es el Diputado de los Pardos; es un hombre arrogante, imponente, temerario, de ojos leonados y en ascuas, de ensortijada cabellera ocre, pobladas patillas y recortado bigote: es José Félix Ribas. Es el heraldo de la insurgencia de los negros, de la aspiración igualitaria de las masas, del trasiego social, de la Revolución Popular, precedente de la Federación”. Como expresara un importante escritor a quien no mencionamos por pérdida de la ficha.
Comercio libre, convocatoria a elegir el primer Congreso de Venezuela y suspensión de la introducción de esclavos, fueron las primeras y más notables medidas de aquella junta. Y mientras tanto es necesario movilizar las fuerzas del país para defender la nueva situación.
En Cumaná, se sabía bastante bien de lo que sucedía en Europa. “Grupos criollos leían y comentaban en tertulias domésticas las nuevas ideas”.
Y el Cabildo cumanés, ni más ni menos estaba integrado como en Caracas. Y desde hacía tiempo, estaban bien enterados de lo que pasaba en Europa e impactados por los efectos de la crisis que cada día más separaba económicamente a la colonia de su metrópoli.
Cuando en Cumaná se supo, por vía de Barcelona, de los sucesos del 19 de Abril, los grupos dirigentes del Ayuntamiento y del sector popular se apresuraron a integrar su propia Junta de Gobierno. Depusieron al gobernador y el naciente órgano de poder se dispuso a gobernar en nombre de Fernando VII.
No se trataba de un simple acto de imitación a Caracas, sino que fue el resultado de la propia realidad de esta colonia oriental cuyos vínculos con la capital de la Capitanía General de Venezuela, aún no eran muy sólidos. Y esto es bueno tenerlo presente para que se pueda comprender las dificultades que surgirán en el curso de la lucha por la independencia y posteriormente, pasando por la Guerra Federal.
La Junta Provincial de Cumaná produjo dos documentos; en el primero, expresó lo siguiente:
“La Junta de Cumaná quiere expresar a las cuatro partes del mundo cuáles son los principios de su creación: que subsiste en los que señala el honor y sus deberes; que ha imitado a Caracas porque no tiene duda de lo recto de sus intenciones pero decididamente apetece que su soberano o quien lo represente, se haga conocer, para que aquellos que puedan difundir errores y sospechas poco dignas de ser escuchadas, hagan justicia al verdadero patriotismo y sitúen la provincia de Cumaná entre las acreedoras al reconocimiento y amor de su Patria Madre”.
El segundo documento, “es una exposición que hace a la Junta de Caracas, en la cual define y clarifica sus atribuciones y derechos y cómo deberían ser sus relaciones, delimitando muy bien su soberanía como provincia autónoma”.
Precisamente, el juicio anterior, tomado de la “Historia del Estado Sucre” de José Mercedes Gómez, se ve evidentemente ratificado en la cita del primer documento. La provincia de Cumaná, quiere, desde un principio, dejar claramente establecido que es una provincia dispuesta a participar en la confederación, pero conservando en gran medida su independencia.
En Barcelona, los acontecimientos al inicio se manifiestan en los mismos términos; en junio de 1810, la Junta Provincial de Barcelona, que había comenzado a gobernar bajo los auspicios de Fernando VII, opta por plegarse al gobierno de la Regencia; finalmente, en octubre es disuelta la Junta y se crea otra que se manifiesta partidaria de la confederación; se designa a Francisco Espejo gobernador de la provincia y se eligen los diputados para asistir al Congreso de Caracas; entre estos estuvo Francisco de Miranda por el Pao.
Pero el grado de soberanía de los barceloneses, se manifiesta en el “Código Constitucional del Pueblo Soberano de Barcelona Colombiana”, “redactada y concluida en esta ciudad de Barcelona Colombiana el día doce de Enero del mil ochocientos doce”.
En este Código se establece, entre otras cosas que “La República de Barcelona es una e indivisible”. También que “Su pueblo se halla distribuido en cuatro partidos capitulares, cuyas cabeceras son las ciudades de Barcelona, Aragua, Pao y San Diego de Cabrutica.”


IX

J. A. Sotillo, el viejo Caudillo

Hasta donde sabemos, Juan Antonio Sotillo, el menor de los hijos de Bárbara Pérez y Pedro Sotillo, no tuvo tiempo de salir del pueblo de Santa Ana, hasta que la guerra de independencia lo envolvió y lo hizo soldado para toda la vida.
Su carrera militar y su vida política estuvieron íntimamente relacionadas con el general José Tadeo Monagas. Fue Sotillo a éste último, sacramentalmente fiel. Sólo dos personajes parecieron distraer, en momentos diferentes y relativamente distantes, el interés y la solidaridad que siempre mantuvo ante el mayor de los Monagas. El primero fue el “Valiente Ciudadano”, general Ezequiel Zamora, quien en sus momentos de gloria atrajo el respaldo de la aplastante mayoría de los venezolanos y particularmente del movimiento liberal, al cual perteneció el general santanero. El segundo hombre capaz de sustraerlo de la influencia de José Tadeo, fue su propio hijo, el general Miguel Sotillo, quien fuese importante jefe del movimiento liberal en oriente y, también, un entusiasmado adherente a los proyectos del general Zamora.
Su cultura fue rudimentaria y estuvo limitada a los elementos básicos que el llanero aprende para subsistir. No existían escuelas y entonces, la formación de los jóvenes del llano y en la mayoría de las poblaciones de Venezuela quedaba a cargo de la familia.
Aprendió las habilidades del llanero. Montar a caballo con o sin silla; manejar con destreza la soga, lidiar con el ganado abundante de la sabana y al uso hábil de la lanza.
Y por supuesto aprendió a lidiar con los humanos. A manejar su incipiente lenguaje con la maña necesaria para ganarse adeptos; pero antes que éste, usó su arrojo y valentía para atraer tras de sí grandes contingentes a lo largo de la guerra. Y aprendió como nadie a ser leal.
Su servicio a la causa independentista se inicia, según los registros que poseemos, en el aciago año de 1813: y después de una larga jornada de sacrificios y heroísmos, aparece en medio de las fuerzas victoriosas y llenas de gloria en el Campo de Carabobo.
Y en verdad, “no hay un sitio histórico de nuestra cruzada, donde no esté grabado su nombre como en el inmortal Campo de Carabobo”.
Y después estalló la guerra federal. En Coro, los seguidores de Ezequiel Zamora, encabezados por Tirso Salaverrìa, decretan el Estado Federal y hacen público su programa revolucionario. En los alrededores de Santa Ana, los hijos de Juan Antonio fueron los primeros en adherirse al alzamiento liberal, mientras el viejo general, en Trinidad, esperaba el momento oportuno para entrar al país. Y por Tabasca entró pocos días después y se sumergió en la guerra con el mismo entusiasmo y arrojo de antaño. Y en los combates por el federalismo, perdió a sus hijos José y Miguel y diecinueve más, productos de sus furtivos amores de la sabana.
De sus años de gloria y su estadía en el poder, no obtuvo ventaja material alguna; incluso cedió a la instrucción pública el dinero que le acordó el primer Congreso Liberal; al rechazarlo expresó “que otros aprendan con él, que yo con lo que sé, tengo bastante para vivir con todos en este mundo y alcanzar ¡ feliz! el otro”.
En el diario “La Opinión Nacional”, no. 2601, citado por J.M. Seijas García, dijo el Dr. Saluzzo, “La historia patria no consagra al General Juan Antonio Sotillo el recuerdo debido a sus afanes; pero la tradición, que es fuente de la historia, trasmite su nombre à la admiración de las generaciones”.
Camilo Balza Donatti, también atraído por la casi obscena indiferencia institucional frente a Sotillo, expresó que “En las páginas de la Historia de Venezuela, figura un nombre, que a pesar de su aureola de gloria, por pertenecer a uno de los esforzados paladines de nuestra guerra emancipadora, ha permanecido un poco oculto.”
Para terminar este cuadro introductorio de Sotillo, mencionemos una de sus tantas locas, simpáticas y celebradas anécdotas,
Una vez, estando el ejército nacional frente a las fuerzas del general español La Torre, el Libertador expresó su deseo de saber el nombre de determinado jefe enemigo y el número de tropa que comandaba. Para Sotillo, aquel deseo expresado a viva voz por Simón Bolívar, fue como una orden. Salió del seno de la caballería que comandaba José Tadeo Monagas y se lanzó suicidamente sobre las tropas enemigas; apoderose de una enseña enemiga y llegó hasta donde estaban las primeras tropas; hizo prisionero a un soldado español y a toda velocidad, con el hombre casi a rastras, regresó al campo patriota. Y llegándose hasta donde estaba el Libertador le dijo: “Su excelencia este hombre es el que le puede informar lo que desea”.
Este sencillo pero heroico soldado de la provincia de Barcelona, específicamente del Cantón de Aragua, núcleo importante de la guerra, entró a la conflagración detrás de sus hermanos y todos siguiendo a José Tadeo Monagas. Para ellos, la patria era oriente, porque así se derivaba de la herencia cultural de nuestra historia y de la percepción inmediata y lógica de aquellos próceres. Y los más ilustres patriotas del momento así lo habían destacado.
José Tadeo, aquel que nació en uno de los caminos del llano que a Maturín conducen, comenzó a hacer la guerra, según él mismo lo asegura, en 1810, bajo las órdenes de Manuel Villapol.
Después que Cumaná, Margarita y Barcelona nombraron sus gobiernos Provinciales a nombre de Fernando VII, Guayana optó por mantener fiel a la Regencia. O lo que era lo mismo, contraria a los movimientos pre-independentistas que se habían pronunciado en aquellas provincias. Por esta circunstancia, los Estados Federales de Oriente deciden invadir a Guayana; para ello se expiden tres fuerzas revolucionarias. Y para allá en actitud beligerante salieron las fuerzas de los coroneles Francisco González Moreno, José Antonio Freites de Guevara y Manuel Villapol. Para Tavera Acosta, las fuerzas de Villapol se componen de “seiscientos cumaneses, carupaneros y margariteños”. Pero José Tadeo, también estaba entre aquellos hombres como un oscuro “subteniente de caballería”. Y hay que creerlo, pues él mismo lo afirma en la relación de servicios.
Derrotado Villapol contramarcha hacia Maturín, hacia donde se dirigió el coronel Carlos Guyne con sus tropas. Este venía de Tabasca en misión por orden de Villapol. Y dentro del montón también marchaba Monagas. Es el año 1811 y pronto llega la capitulación de Miranda. Y con esto se desorganizan los ejércitos de Oriente.



X

Llega el año 1813

Bolívar y la Campaña Admirable. Los libertadores de Oriente.
Cuando el Libertador, aquel brillante año 13 se descolgó de la montaña andina y se llegó hasta Caracas, los orientales también emprendieron una acción heroica que culminó con la liberación de este territorio.
Por eso Palacios Fajardo, citado por Carracciolo Pérez, en “Mariño y la Independencia de Venezuela”, señaló que “gracias a los esfuerzos de Mariño en el este y a los de Bolívar en las otras partes, la república será otra vez liberada”.
Es obvio que se trata de una exageración del papel de Bolívar y Mariño de Parte de Palacios Fajardo, pero expresa en lo fundamental que al mismo tiempo que Bolívar y sus fuerzas emprenden la acción libertadora del año 1813, por la parte oriental, otros jóvenes, y al frente de ellos Santiago Mariño, se lanzan con igual patriotismo y amor a la conquista del mismo objetivo.
Después de la Capitulación de Miranda, los jefes realistas desataron una cruel e intensa represión entre los jóvenes patriotas orientales. Muchos de ellos huyendo de aquel vandalismo fueron reuniéndose en la isla de trinidad. Llegado el momento, cuarenta y cinco de aquellos muchachos, se reunieron en la pequeña isla de Chacachacare, propiedad de doña Concepción Mariño, hermana del prócer. Según Bartolomé Tavera Acosta, no se conoce con exactitud los nombres de todos los hombres que allí estuvieron y agrega, “es necesario observar que, con excepción de Mariño, Manuel Piar, los Bermúdez, José Francisco Azcùe, Manuel Valdez, Agustín Armario, Juan Bautista Videau, Pbro. Domingo Bruzual de Beaumont, José Rafael de Guevara, Rafael de Mayz, José María Otero, Mateo Guerra Olivier, Juan Bautista Cova, José Leonardo Brito Sánchez, Juan Bautista Darìus, Bernardo Martínez, Fernando Gómez de Sàa y uno que otro más, del resto no hay constancia histórica para poder afirmar que fueron de los de Chacachacare”. Pero el mismo autor supone que estuvieron allí, José María Sucre y el futuro Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, “quienes habían salido de Cumaná para Trinidad trece días antes y aparecen luego en los sucesos de Maturín”.
Y aquellos muchachos, reunidos en Chacachacare, “bajo los auspicios de doña Concepción Mariño, expidieron el siguiente Acta:
“Violada por el jefe español D. Domingo Monteverde la capitulación que celebró con el ilustre general Miranda, el 25 de julio de 1812; y considerando que las garantías que se ofrecen en aquel solemne tratado se han convertido en cadalso, cárceles, persecuciones y secuestros, que el mismo general Miranda ha sido víctima de la perfidia de su adversario; y en fin, que la sociedad se halla herida de muerte, cuarenta y cinco emigrado nos hemos reunido en esta hacienda, bajo los auspicios de su dueña, la magnánima señora doña Concepción Mariño, y congregados en consejo de familia, impulsados por un sentimiento de profundo patriotismo, resolvemos expedicionar sobre Venezuela, con el objeto de salvar esa patria querida de la dependencia”.


XI

SOBRE LOS JEFES ORIENTALES


Aquellos osados y voluntariosos hombres que decidieron invadir por Chacachacare, exaltaron los ánimos de Venezuela y, sobre todo, de la heroica resistencia en la zona oriental.
Imagino que vuestra expedición (de Chacachacare) toma buen giro - escribía Azcùe a Valdés - porque Bermúdez me asegura que de todas partes vienen a él los habitantes con los brazos abiertos, pidiéndole armas, etc., para defenderse ellos mismos, y le incitan a marchar adelante con confianza, pues todos desean libertarse de los tiranos españoles......".
Había abundantes razones para que los orientales, en su mayoría, adoptasen aquella compostura. Sólo por sobre vivencia, el ciudadano común prefería exponerse a los rigores y sacri¬ficios de la guerra; expuesto a diario a burlas, humillaciones, irrespeto al hogar y la familia o alzarse en armas; morir comba¬tiendo o vivir en angustiosa espera la muerte, personificada en los feroces agentes represivos de Monteverde; eran esas las alternativas en que se debatía la precaria existencia de los hombres que habitaban las provincias orientales.
Después de la capitulación de Miranda, Monteverde quedó de "dueño" del país. Hace caso omiso de todos los compromisos derivados del acuerdo con el Generalísimo y desparrama por el territorio nacional una banda de agentes suyos que se van a regodear en el terror.
Así, el coronel Lorenzo Fernández de la Hoz, natural del Valle de Soba, en Santander, casado en Cumaná con una pariente del futuro general José Francisco Bermúdez, fue designado jefe político y militar de Barcelona; éste, engreído y rapaz testaferro, inmediatamente se dedicó a la innoble tarea de "aprisionar y despachar desde......para las prisiones de La Guaira, a cuanto patriota logra echar mano”.
A Margarita, tantas veces atormentada, arriba con órdenes de Monteverde, Pascual Martínez; éste, con prontitud, puso empeño en dejar constancia de fidelidad al jefe e inmediatamente procede a enviar a las cárceles de La Guaira y Puerto Cabello a los mejores hombres que aún permanecen en la isla.
Cumaná corrió mejor suerte en los primeros momentos posteriores a la pérdida de la primera república; el 14 de septiembre de 1812, el coronel Emeterio Ureña, nativo de Medina de Río Seco, Valladolid, "único de cuantos españoles con mucho mando militar vivieron en ese doloroso período, que señala por sus sentimientos de humanidad y su mejor visión política", fue designado jefe militar. .
De este caballero, en el más cabal significado del adjetivo, amplio, discreto, dice Bernardo Tavera Acosta que "Llevó este honrado militar los manejos de su política al punto de no perseguir a nadie por sus opiniones, y hasta el extremo de utilizar en su gobierno a algunos caracterizados patriotas........". .
Pero esta "feliz" situación duró poco; pues a solicitud de algunos afectos al régimen colonial, disgustados por la conducta respetuosa de Ureña, Monteverde optó por enviar a la ciudad oriental, como comisionado militar suyo, al tristemente célebre Francisco Javier Cerbèriz. La ciudad de Cumaná, quizás en un día gris y lleno de presagios, le vio llegar en diciembre de 1812. Desde el instante mismo de su entrada a la ciudad en las riberas del Manzanares, persiguió con brutalidad y saña a todo humano que sospechase poseer en secreto una aspiración de libertad.
Pero, si Cerbèriz limitó el poder de Ureña y contrarrestó la política pacifista de éste mediante el terror, con el coronel Eusebio Antoñanzas, no más cruel entre los crueles, Monteverde quiso mostrar a los cumaneses toda su capacidad para el castigo y la represión. En efecto, el primero de marzo de 1813, Antoñanzas entró a tambor batiente como jefe militar y político en sustitución del civilizado Ureña. De esta manera, Monteverde también buscó satisfacer las aspiraciones de retaliación y venganza de los círculos más agresivos y montaraces que en Cumaná defendían el orden colonial; como si ya esto no fuese suficiente, para aumentar las calamidades de las familias cumanesas, Antoñanzas se hace acompañar del oficial español Antonio Zuazola. Y no hacia mucho del arribo de este carnicero, cuando Antoñanzas le envío junto a Cerbèriz a operar sobre Maturín y la provincia de Barcelona.
(Zuazola marchó hacia el objetivo que le marcó Antoñanzas y "obedeciendo disposiciones de su superior, a cuanto patriota captura le hace cortar las orejas o desollar o matar. Antoñanzas paga un peso por cada oreja que se le presente".) .
La inconformidad de los orientales es manifiesta. Lo expresan de mil maneras. Las islas próximas, sobre todo Trinidad es el punto de convergencia de todos los jóvenes con disposición y talento nacidos en las tierras orientales. Y allí se conspira y urden fiebrosos y abnegados planes por la libertad. Ese ojo del huracán del cual ya hablamos, cubre las provincias orientales y, por eso quizás, Monteverde trata de contener las manifestaciones contra el orden colonial, enviando a esta parte del país a lo "más granado" de sus agentes represivos. Como aquel Cerbèriz que desde Río Caribe le comunicaba a su jefe "No hay más señor, que un gobierno militar pase a todos estos pícaros por las armas". Y no podía pensar de otra manera quien tenía por capellán a aquel capuchino coronel que incitaba a los pardos a "degollar a todos los republicanos de siete años para arriba".
Pero la represión es incompetente para doblegar la voluntad de un pueblo decidido a alcanzar su libertad y organizarse de acuerdo a sus aspiraciones.
Mientras Mariño y sus comandos orientales ingresan al país desde Trinidad, en Maturín después de la derrota y ejecución del coronel Manuel Villapol, bajo cuyas órdenes sirvió José Tadeo Monagas hasta la capitulación de Miranda, un grupo de patriotas intentaba reorganizarse para defenderse de la amenaza que significaba el avance desde Cumaná del comisionado militar de Monteverde, Francisco Javier Cerbèriz. Al respecto dice José Tadeo Monagas, "habiendo sabido que el español Cervèriz venía a Maturín para aprehender todos los patriotas, principalmente los que habían sido oficiales, nos reunimos una partida para quitar los prisioneros que aprehendiera; pero como lo supo no quiso hacer novedad y se fue para Cumaná".
Pocos días después de esta situación referida por Monagas, específicamente el 13 de enero de 1813, Santiago Mariño se apodera de Guiria. Cervèriz, a la postre en Cumaná, se olvida de Maturín y con todas las fuerzas a su disposición, se adelanta hacia Yaguaraparo a tratar de contener a los invasores. Pero una descomunal fuerza telúrica llamada José Francisco Bermúdez, con poca experiencia militar, le derrotó e hizo retroceder.
Mientras tanto, Maturín está bajo el control realista. El oficial español Francisco Hurtado, enviado desde Barcelona por Fernández de la Hoz, había ocupado la ciudad del Guarapiche.
Breve tiempo después Mariño despachó a Maturín una fuerza al mando de Bernardo Bermúdez, miembro de la expedición sobre Chacachacare y hermano de José Francisco Bermúdez, compuesta por "una columna de 200 hombres." .
Al respecto, dice J.T. Monagas que al saber ellos de la presencia y victorias de los expedicionarios comandados por Mariño en la costa oriental, "tratamos entonces de solicitarlo para reunirnos, como lo hicimos luego que el señor Mariño recibió nuestra invitación y mandó al comandante Bernardo Bermúdez con 60 hombres, quien vino por caño Colorado y ocupó la plaza".
A partir de este momento, uno siente la presencia de aquel jovencito de veintidós años que con todos sus hermanos, principalmente de Miguel y Pedro Sotillo, se incorporó temprano a las fuerzas de José Tadeo Monagas. y es natural pensarlo así, pues Fernández de la Hoz, jefe militar y político de Barcelona desde el año anterior, ha desatado sobre todo sospechoso de inconforme una tenaz persecución. Los hermanos mayores de Juan Antonio Sotillo, desde los primeros momentos de guerra, se incorporaron a las fuerzas proindependentistas y la represión tuvo que llegar con saña a aquella encrucijada del llano, de la dinámica económica y de la libertad que formaban Aragua de Barcelona y Santa Ana. Por ello, Juan Antonio debió irse temprano, como era habitual en aquella época y circunstancias, a los campos de batalla. Además, para 1813 cuando los hombres de Mariño tomaron Guiria y José Tadeo volvía a la guerra en Maturín, bajo el mando de Bernardo Bermúdez, ya Juan Antonio Sotillo, el menor de los Macabeos, tenía veintidós años. Por eso, todo autor que en su obra menciona, aunque sea ligeramente al caudillo santanero, asienta que para ese año, éste ya andaba con José Tadeo Monagas y sus hermanos, formando parte de las libertadoras.
Bernardo Bermúdez, envió a Monagas con una modesta fuerza a la toma de las márgenes del río Morichal Largo y días después, "recibí órdenes de mi jefe para marchar sin perder momento sobre la plaza de Maturín, lo que ejecuté yo con 35 hombres, y al siguiente día entré en la plaza donde no hallé más que ocho (8) artilleros y doce (12) soldados enfermos, porque los 200 hombres, que eran toda la fuerza de la plaza los habían dirigido a las órdenes del comandante Piar sobre Aragua de Cumaná para batir al tirano Zuazola que por allí nos invadía".
(Esta situación descrita a su manera por J.T. Monagas, muchos años después del fin de la guerra, se explica porque esos días, el general Santiago Mariño, envió al legendario Manuel Piar a reforzar la plaza de Maturín).
El mismo día que Monagas arribó a Maturín (19-3-1813), Lorenzo Fernández de la Hoz, llegó a los alrededores de la ciudad, procedente de Barcelona, intentando romper el segundo frente que los patriotas orientales trataban de estabilizar después del arribo a Chacachacare; y la situación se presentó desesperada, pues apenas 56 hombres conformaban la fuerza que Bernardo Bermúdez contaba para defenderse.
José Tadeo afirma que el comandante Bermúdez, por súplica suya mandó a "retroceder nuestras tropas que se hallaban a 8 leguas distantes", Piar con prontitud retrocede y el día 20, 256 patriotas comandados por Bernardo Bermúdez y Manuel Piar, derrotan a de La Hoz en las afueras de Maturín. Mientras eso sucedía, Zuazola se divertía desorejando ancianos, mujeres y niños en Aragua de Barcelona.
El 19 de abril, Lorenzo Fernández de la Hoz, vuelve sobre la heroica ciudad del Guarapiche al mando de 2000 hombres; le acompañaban Remigio Barbadillo y Antonio Zuazola.
La carga de caballería patriota, como las veces anteriores, estuvo por encima de la resistencia enemiga en aquel nuevo día victorioso en Maturín.
Pero no hay descanso, Monteverde se empeña en detener al ejército oriental en Maturín; el envión que viene de Chacachacare amenaza con desbordar el control de Monteverde en el lado oriental y establecer vínculos con las provincias vecinas.
Mientas estos acontecimientos se producen rápidamente, en el este de Venezuela, Bolívar se mueve inquieto en la Nueva Granada. En abril invade por el oeste y desde Cúcuta, se lanza con encendida pasión hacia el corazón del territorio nacio¬nal, dando inicio a la heroica acción que se ha llamado "La Campaña Admirable".
Y Monteverde está al tanto de los movimientos del futuro Libertador. Por eso, quiere someter a Maturín para evitar el encuentro de las fuerzas venezolanas que de uno y otro lado, avanzan de victoria en victoria hacia el objetivo común, liberar el territorio venezolano.
Por esto, el 25 de mayo, Monteverde aparece frente a Maturín comandando una fuerza de 2 mil hombres. Pero afortunadamente, el ejército patriota que resistía con valentía en esa ciudad, alcanzaba la cifra de 800 combatientes. El combate fue fiero. Ambas partes sabían bien lo que estaba en juego. Por eso procuran hacerse el mayor daño posible. Tronaron los cañones de lado y lado intentado desbaratar al enemigo. Y mientras los artilleros hacían los preparativos para lanzar sus destructoras cargas, la caballería arremetía con fuerza y trataba de abrir brechas en el frente contrario. Ocho horas duró el combate que se inició a las ocho de la mañana y finalizó a las 4 de la tarde, cuando las fuerzas de Monteverde se retiraron en desorden; y la premura en la huida fue tanta que el comandante hispano dejó hasta sus prendas personales.
Y en estas jornadas memorables de Maturín estuvieron los "Macabeos". Los Sotillo; Pedro, Miguel, José y hasta el menor de ellos, Juan Antonio, formaron parte de los gloriosos lanceros de a caballo que muchas veces decidieron las contiendas.
En aquellos inolvidables momentos de Maturín que contribuyeron al fortalecimiento de las fuerzas que avanzaban desde Guiria e Irapa y permitirían más tarde que Mariño tomase Cumaná y obligase a Antoñanzas a abandonarla, e incluso dejar libre la entrada de Piar a Barcelona, Juan Antonio Sotillo, habiendo cumplido 22 años, desempeñó su papel de soldado de caballería en el ejército patriota. Así, también dio comienzo a una larga jornada de servicio al mando del general José Tadeo Monagas.
Después de la toma de Cumaná y Barcelona, Mariño reorganiza sus fuerzas y se dispone a marchar en campaña hacia occidente. José Tadeo Monagas es incorporado, con los hombres a su mando, a esta expedición. Estando el oriente bajo el control de las tropas nacionales, al mando del general Mariño, nada más natural que prestar ayuda a las fuerzas del centro y occidente desde distintas direcciones.
Y hacia el centro marchan las fuerzas de Mariño; José Tadeo Monagas, en la Villa de Aragua, es designado para integrar la dirección del centro del ejército; estando en Valle La Pascua, Mariño le designa comandante del "séptimo escuadrón del ejército" y con él, a su lado y como al principio van los "Macabeos". Entre ellos marcha Juan Antonio en su caballo y su inseparable lanza.
Mariño continúa su avance sin tropiezos; toma hacia Villa de Cura, buscando entrar en los valles de Aragua; cerca de aquel pueblo aragüeño, en el sitio conocido como Bocachica, las fuerzas orientales se topan con las de Boves. El asturiano venía de San Mateo y se vio obligado a entablar combate con las fuerzas de Mariño. Allí, los orientales derrotaron a Boves en un combate que duró "hasta las cinco de la tarde".








XII
BOCA CHICA


El parte de guerra del ejército oriental del 5 de abril de 1814, destacó que "El campo de batalla quedó horrorosamente cubierto de caballos y de innumerables cadáveres de los enemigos, entre ellos los de sus principales gefes”.
Y en Bocachica, el menor de los Sotillo luchó con denuedo; con caballo y lanza, el hijo de Santa Ana, dio las primeras muestras de su arrojo y habilidad que años más tarde, lo harían un personaje legendario en los caminos del llano.
Y en Arao, el 16 de abril de 1814, también estuvo el jovencito Juan Antonio Sotillo. Pese a que aquí el general Mariño fue derrotado, se cubrieron de nuevo de gloria las tropas de caballería del ejército oriental donde formaban filas los Sotillo.
Las fuerzas nacionales, las del centro que comanda el Libertador y las orientales de Mariño, éstas operando en el territorio de aquellas en acción de respaldo, se han integrado y el 28 de mayo de 1.814, bajo el comando de Mariño, Bolívar y Ribas, las huestes nacionales derrotan en Guataparo (Carabobo) al ejército enemigo. Cuenta J.T. Monagas la batalla duró como dos horas; al tiempo de la decisión cuando nuestra caballería cantó la victoria a vista de mi general le arranqué la bandera de las manos a un oficial contrario."
Y llegó el momento triste de la batalla de La Puerta; dejemos que el general José Tadeo Monagas nos comente los detalles de los antecedentes y desenlace de aquel brutal combate que virtualmente acabó con la segunda república.
Después de la derrota de Arao "toda la tropa de oriente se acuarteló entre Valencia, Guacara y San Joaquín, donde sufrimos bastante desnudez y hambre, que nos causó enfermedad de piojos que disminuyó el ejército. En junio tuvieron los generales noticias que Boves con dos mil hombres se acercaba por la Villa de Cura y dispusieron salir a batirlo, aunque nuestro ejército era un esqueleto por las enfermedades. El día 15 en un lugar cerca de La Puerta, inmediato a San Juan de los Morros, se dio principio a la batalla".
Para los primeros días de agosto, José Tadeo Monagas y los Sotillo, formando parte de la caballería del ejército patriota, se encontraban acantonados en Santa Ana, pueblo natal de los "Macabeos". De allí se desplazan hacia Aragua de Barcelona, para entrar en batalla con un ejército de cinco (5) mil hombres que marcha al mando de José Tomás Morales. Se traban en combate a las 8 de la mañana; a las once, después de tres horas de duro combate, el general Bolívar abandonó la plaza con 400 hombres por discrepancias con los oficiales orientales. La derrota patriota fue aplastante. Pese a que según José Tadeo, "el enemigo perdió mil y pico de hombres y nosotros algunos”.
Vicente Lecuna, asegura que la causa de ese proceder del Libertador fue porque "Bermúdez, obrando con el carácter de comandante en jefe del ejército de oriente, cambió las disposiciones dadas por Bolívar y encerró las tropas dentro de la plaza. El Libertador, hallándose sin mando efectivo y viendo ya inútiles sus esfuerzos, sólo con un grupo de amigos y no con 400 hombres, como dice Monagas, abandonó la lucha al mediodía y tomó el camino de Barcelona"



XIII

BOLÍVAR Y LOS JEFES ORIENTALES DISCREPAN

El regionalismo o localismo es tan viejo como la historia. Y este localismo, que no es tan simple, tuvo mucho que ver con las discrepancias puestas de manifiesto entre los jefes del ejército patriota. Es más, en gran medida, este provincialismo tendrá repercusión a lo largo de la historia nacional hasta muy avanzado este siglo veinte que agoniza.
La España que llega a América a fines del siglo XV aún no constituye un estado nacional. Está aún enfrascada en la guerra contra los moros y con una fuerte dosis de relaciones feudales. En suma, la España que arriba a América en la persona de Colón, no tiene la unidad de las naciones modernas. Decenas de años después, cuando inicia la conquista, las relaciones de aquel país siguen siendo, en gran medida, de carácter feudal, aunque es inobjetable que ha entrado ya en una etapa de desarrollo capitalista que, el crecimiento de las colonias y el traslado desde éstas de cuantiosas riquezas, van a acelerar.
Por esa imbricación de relaciones viejas y nuevas dentro de España - de feudalismo que se deshace y capitalismo que avanza -, en gran parte, España va reproducir en sus colonias de América relaciones y fórmulas políticas-económicas que allá estaban en desuso o tendían a desaparecer.
En Venezuela nacen unas provincias que a lo largo de los años, hasta 1777 cuando se crea la Capitanía General de Venezuela, vivieron ignorándose unas con otras. Cada provincia mantenía relaciones con España a través de Santo Domingo o Nueva Granada. Así pues que Cumaná, Caracas, Maracaibo, Guayana y Coro, para nombrar algunas de aquellas provincias, se ignoraban unas con otras. Por años, hasta finales del siglo XVIII, se prohibió el comercio entre colonias. Cuando por presiones y conveniencias de la realidad económica se les otorgó ese privilegio, no tardó mucho el Estado colonial en volver a prohibirlo y pese a que ya se había creado la Capitanía General.
El sentimiento provincial se puso de manifiesto en los movimientos de abril y mayo de 1810, cuando las provincias no sólo se declararon independientes del régimen hispano y de cualquier otro lazo. Así, la Junta Patriótica de Cumaná de 1810, declaró "que ha invitado a Caracas porque no tiene dudas de lo recto de sus intenciones", pero señala en documento a la Junta de Caracas, sus deseos de mantener a la provincia de Cumaná como autónoma. El Código Constitucional del Pueblo Soberano de Barcelona establece sin equívocos que "La República de Barcelona es una e indivisible".
Es una conducta natural reforzada por más de doscientos años de historia. La Capitanía misma poco interés puso en acabar con ese espíritu provincial, pues en gran medida las relaciones económicas de las provincias seguían funcionando de la misma forma. Los puertos de Cumaná, Puerto Cabello, La Guaira, Coro y Maracaibo, eran puntos de enlaces de las provincias con regiones también diferentes de España.
Y no pudo la primera república, pues le era imposible, pese las acciones del año 10, las memorables realizaciones del Congreso del 11 y los esfuerzos en todo el territorio nacional por mantener esa república, contagiar a los venezolanos de un espíritu nacional arraigado.
En 1817, bien avanzada la guerra, el ejército patriota confrontó problemas derivados de ese fuerte sentimiento provincial. Bolívar el 7 de noviembre de 1817, desde Angostura, dirige una comunicación al general Bermúdez, el mismo que lo desconoció en la batalla de Aragua de Barcelona de 1814, en los términos siguientes:
"La frecuente deserción de los soldados de unas divisiones a otras bajo el pretexto de ser naturales de la Provincia donde obra la que se va a acoger, es un principio de desorden y de insubordinación militar que fomenta el espíritu de Provincia que tanto nos hemos empeñado en destruir. Los venezolanos deben con igual interés defender el territorio de la república donde han nacido que el de sus hermanos, pues Venezuela no es más que una sola familia compuesta de muchos individuos ligados entre sí (por lazos) indisolubles y por sus mismos intereses. En consecuencia, prevengo a U.S. que tome el mayor interés en aprehender todos los desertores de otras divisiones que se refugien en esa provincia, remitiéndoles bien asegurados a sus jefes para que les castiguen conforme a ordenanza. Etc., etc.

Bolívar

Esas reflexiones del Libertador, fáciles de entender y adherir hoy, no tenían asidero en el concepto político-histórico-territorial de la mayoría de la población. Si hasta los propios generales tenían dificultades para digerirlas.
¿Y no habría en ese documento más que un ordenar a Bermúdez la detención de desertores, la intención de reiterar un planteamiento y moverle a reflexión sobre una cuestión de indudable importancia para el éxito de la guerra?
Quizás este desconfiar unos de otros, no comprender aún que el país era uno solo, desde la montaña andina hasta las costas orientales; el poco conocimiento que de los lideres tenían unos de otros; la poca experiencia militar de la mayoría de los jefes patriotas y el no haber convivido lo suficiente y el sólo haber estado juntos para compartir, la más de las veces los desagrados de las derrotas, aunados a factores de mayor envergadura, influyeron para que la nueva experiencia que fue la segunda república, terminase en el fracaso.
XIV

A BOVES LE LLEGÓ SU DÍA. LOS SOTILLO EN ÚRICA ESTUVIERON EN EL ROMPE LÍNEAS.

La gente vino presurosa y con angustia desde Caracas a buscar refugio en Oriente. La población civil que por los caminos imprecisos se lanzó tras los soldados, llegó a superar a estos en cantidad. Mujeres, niños y hasta ancianos, valiéndose de cualquier medio, marcharon al mismo ritmo que imponía la tropa; de vez en cuando, ésta retrasaba su marcha para ofrecer precaria protección a los refugiados que abandonaron todo en la ciudad por temor a las represalias de las fuerzas de Boves que pisaban los talones de quienes emigraban a Oriente.
Detrás de esta desordenada retirada de aquella gran masa humana que a oriente vino a buscar refugio, llegó el asturiano Boves. Y en deseo de aniquilar cualquier vestigio de resistencia avanzó hasta Cumaná. El general Piar asumió la responsabilidad de detenerlo.
“Banderas y banderolas en la sabana del Salado", como dijese el poema de Paco Damas Blanco, que parecían infinitas, refrescaban el espacio ancho y salitroso. Piar puso todo empeño y experiencia adquirida a partir de las batallas de Maturín y la exitosa campaña hacia el centro. La ciudad del Manzanares había puesto su esperanza en el mismo hombre que salvó a Maturín el año anterior de las arremetidas de Zuazola, De la Hoz y del mismo Monteverde.
Pero esta vez, el jefe enemigo era diferente. Y las tropas parecían empeñadas en imitar la ferocidad del caudillo y la furia y empuje que les impulsaba eran incontenibles, como también el gran número de ellas.
Boves era el más acompañado de los jefes militares de la contienda en Venezuela. Ejércitos enormes iban tras él. También era delirante el entusiasmo que sus arengas despertaban. Por donde pasaba el terrible asturiano, los hombres más humildes del país, detrás de él marchaban. Boves despertó el odio oculto e inconsciente anidado en los espíritus sencillos de hombres humillados y explotados; de gente bondadosa hizo rapaces y asesinos; de pillos y villanos, jefes de montoneras con poder y capacidad para imponerle a él mismo y exigirle el cumplimiento de ofertas. Así debió ordenar exterminios, blasfemias, torturas, degollamientos colectivos, pillaje y más pillaje, porque eso era parte del programa propuesto a sus seguidores que creyeron en la venganza como alternativa para alcanzar una vida mejor.
Este Boves, exterminador; agitador insigne y relevante; líder de masas sin propósito racional; en la sabana del Salado hizo añicos la tropa oriental del glorioso Piar. Cumaná fue arrasada. Boves hizo que los cumaneses olvidasen los tristes y dolorosos días de Cerbèriz y Antoñanzas.
Y pocos días después, hasta al intrépido Bermúdez, batió Boves en la batalla de los "Maguelles".
A Urica llegaron los patriotas en diciembre de 1814, Ribas marchando desde Maturín, se unió a Bermúdez que venía del fracaso de intentar detener aquella marejada descomunal que encabezaba Boves.
360 lanceros de caballería se escogieron de aquel ejército de 2000 hombres. 180 al mando de Pedro Zaraza y a la otra mitad se puso bajo el comando de José Tadeo Monagas. Fueron las dos columnas conocidas como "rompe líneas". La crema de los combatientes de a caballo y de brazo fuerte y hábil para manejar la lanza. Entre los soldados de la columna de José Tadeo, en aquel soleado día en la sabana de Urica, estuvo bregando, incansable y enérgico, Juan Antonio Sotillo. ¡Sí! También estuvieron en Urica y con él, sus hermanos mayores José y Miguel. En aquella memorable jornada del calamitoso y mal año de 1814; en un diciem¬bre lleno de presagios, murió José Tomás Boves. La sabana de Urica no sólo fue su tumba, la "tumba de los tiranos", sino también, la de una concepción de la guerra y de la estrategia que frenaba la aspiración de libertad.



XV

EL CENTAURO DESPLAZA AL TORO

FRAGILIDAD DE LA PRIMERA REPÙBLICA 1811-1813. COSAS DE LA LUCHA DE CLASES


Razones que se le escaparon a Bolívar en el Manifiesto de Cartagena. La esclavitud, la tierra y ganado orejano.

Las contradicciones que debe abordar el sector dirigente, particularmente las referidas a la lucha de clases, deben tratarse con precisión de cirujano, para no sustraerse potenciales aliados y menos generarse oposiciones innecesarias. Los deseos, por hermosos que sean, la voluntad, etc., no son suficientes garantías para hacer la sociedad cada vez mejor. El pasado y el presente siempre se mezclan para hacer el futuro; eso es inevitable. Lo que se procura es que la resultante sea lo mejor y más limpia posible. Esa es la síntesis.

MANUEL GUAL, JOSÉ MARÍA ESPAÑA Y JOSÉ LEONARDO CHIRINOS, PRECURSORES DE LA INDEPENDENCIA VENEZOLANA.

La sociedad colonial venezolana estaba integrada por diversos grupos separados entre sí por profundas contradicciones; unas inherentes al carácter de las relaciones de producción, a las formas de relacionarse los hombres con respecto a la propiedad y otras de índole superestructural legalizadas por el derecho colonial.
La simple consigna independentista o por la libertad de comercio, agitadas por los blancos criollos o mantuanos, a partir de 1810, no tuvieron el poder aglutinador que ellos deseaban, ni sentido alguno para el hombre esclavo, campesinos de la costa montaña o el trabajador del llano.
Antes de 1810, se produjeron en la Capitanía General de Venezuela varias sublevaciones de esclavos que no tuvieron ningún vínculo con la idea independentista. Para los negros, hijos de la Sierra Leona, poco significado podía tener la idea de crear una patria independiente, cuando se sentían víctimas en un territorio que todavía les parecía extraño, pese a que los primeros de ellos llegaron aproximadamente doscientos cincuenta años antes. Y los esclavos negros se fugaban, ocultaban en las montañas y los bosques y formaban cimarroneras y celebraban cultos, jolgorios y rochelas. Atacaban las haciendas con las tácticas guerrilleras y degollaron amos y “violaron inocentes criaturas blancas”, como se solazó en decirlo la cursilería novelística de la época. Y actuaron así como una manifestación quizás ruda y primitiva y a veces hasta cruel, pero también como una comprensible necesidad de protestar por lo injusto que se era con ellos y por un humano deseo de ser libres.
Sólo el movimiento de José Leonardo Chirinos, del 10 de mayo de 1795, aquella cimarronera huérfana de la provincia de Coro, con su índole antiesclavista, unió la esperanza de ser individualmente libre a la consigna de crear un país independiente de la relación colonial. Aquella negrada que, a través de José Leonardo habló de igualdad, libertad y fraternidad, recogió la experiencia de Haití, donde desde el fondo de una sociedad colonial esclavista, se combatía por lo que llegaría a ser la primera república de negros que registra la historia.
Y justamente por eso, por lanzar consignas que apuntaban contra los intereses de los mantuanos o blancos criollos y, al mismo tiempo, contra el colonialismo monárquico, estos sectores se unieron para aplastar al atrevido negro José Leonardo y sus seguidores, pese a las tendencias al deterioro de la economía y las relaciones de intercambio con España.
Unos años antes, en 1749, en Panaquire, Juan Francisco De León, un hijo de las islas Canarias, se levantó con una consigna menos audaz, “más realista”. Con muchos amigos y pocos adversarios, aunque poderosos, logró en parte los objetivos económicos que motorizaron la expresión de su descontento. Su protesta fue sólo contra la Compañía Guipuzcoana y sus formas de relacionarse comercialmente con los productores y comerciantes criollos y peninsulares, lo que le produjo el respaldo inmediato del Cabildo de Caracas, portavoz oficial del mantuanismo. Es conocido como la compañía Guipuzcoana, creada el 25 de septiembre de 1728, pero que comenzó a operar dos años después, constituida como una empresa con la facultad de monopolizar el comercio colonial hacia España, aplicó políticas excesivamente abusivas contra los intereses de la población colonial. La protesta de De León, a quien pudiéramos llamar el primer mártir de los mantuanos, aunque no perteneció realmente a esa clase, recogió el interés de ellos y de todos los afectados por las prácticas monopólicas de la empresa, no agredió en lo fundamental la relación colonial. Por eso se atrajo ese respaldo. Pero las autoridades, con posterioridad le castigaron rigurosamente, hasta llegar a enviarle prisionero a Cádiz. Y su final no lo motivaron sus consignas contra la Guipuzcoana que, a la postre fueron reconocidas, sino por las protestas mismas y haber quebrantado la tranquilidad y mostrado a los criollos una vía para conducir sus inconformidades. Y éstos no se sintieron obligados a respaldar hasta el final al isleño y permitieron que se le sacrificase.
Contra Gual y España, los grupos dominantes, autoridades peninsulares y mantuanos, asumirán el mismo nivel de violencia que frente a José Leonardo Chirinos. Aquellos venezolanos pardos promovieron un movimiento que, al mismo tiempo que formuló propuestas de independencia y libre comercio, solicitó la libertad de los esclavos. Fue una manifestación surgida en un sector urbano de economía de puerto como La Güaira, con ramificaciones en Caracas y de poca o ninguna vinculación orgánica con las áreas agrícolas, donde se concentraba la población esclava más sujeta a explotación y trato inhumano.
La circunstancia de plantear vinculadamente esas consignas, unió a los dos sectores más poderosos de la vida colonial venezolana: la autoridad española y los propietarios de tierras y esclavos.
El haber solicitado el libre comercio y la libertad de los esclavos, a través de Gual y España, unió programàticamente al sector de los pardos al movimiento pro abolicionista; pero el escenario – Puerto de La Güaira – y la solicitud del gobierno español por reprimir aquella protesta, hicieron fracasar, lo que fue un bello intento, prontamente pese a su consigna de independencia. Esta solicitud y el abolicionismo les desvincularon de los blancos criollos, quienes para decirlo rememorando a alguien, todavía ni siquiera los más progresistas entre éstos, estaban maduros para digerir aquellas gruesas demandas.

LA REPÚBLICA NIEGA AL LLANERO EL DERECHO SOBRE EL GANADO OREJANO.
Mientras no se plantease la libertad de los esclavos, la lucha por la independencia no tenía sentido para éstos, quienes componían cuantitativamente hablando, un importante sector de la sociedad. Del mismo que no lo tenía para el campesino libre de la costa montaña o del llano, negro o blanco, sin los recursos de la tierra o del ganado, o ambas cosas, si no se establecía una relación entre la independencia y el anhelo popular por poseer aquellos bienes.
La república de 1810-11, tomó decisiones, como el establecimiento del comercio libre, que favorecieron a los grupos económicamente más sólidos, pero también a pequeños comerciantes, entre quienes contaban los pardos, pero en materia de esclavitud a lo máximo que llegó fue a la declaración de la ilegalidad de la importación de mano de obra de este carácter; decisión que por cierto, no se cumplió con rigidez o celo. Políticamente, la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII o Junta Suprema de Caracas, dispuso que para participar en la elección de los miembros del primer Congreso de Venezuela, era condición indispensable, además de ser libre, gozar de un determinado nivel de renta, lo que excluyó del ejercicio de esos derechos no sólo a los esclavos sino a la mayoría de la población. El Congreso de 1811 ratificó esta disposición en la primera Constitución de Venezuela; lo que contribuirá al desinterés popular por la causa republicana.
En el llano venezolano, el ganado introducido por los conquistadores se reprodujo en número sorprendente. La gran extensión de esa parte del territorio nuestro y la abundancia de pasto en él, facilitaron el crecimiento de esos rebaños en los términos ya calificados.
La abundancia de ganado orejano en el llano, ganado sin hierro y por supuesto, sin propietario, era tal que se cuenta que los jefes de los ejércitos en la guerra de independencia, enviaban por delante de éstos a patrullas con la función de dispersar las manadas para que no impidiesen el galopar de los jinetes y el avance de las fuerzas de infantería.
Richard Vawell, comenta que “en este país preocupa muy poco que se extravíe un caballo, porque siempre hay a mano una porción de estos animales que son considerados como propiedad pública”. El autor que mencionamos fue testigo presencial de esas circunstancias.
El llanero tenía pues asegurado el uso de la cabalgadura y el consumo de carne, apelando sin dificultad a esos rebaños sin dueños y, por eso, no le incomodaba ninguna visita inesperada a su rancho, porque mientras aquella se tumbaba al descanso, un miembro de la familia ensillaba su cabalgadura y se ponía en camino a buscar una ternera de ese rebaño ambulante y realengo.
Esta forma de propiedad o de no propiedad – de distribución generosa y racional de los productos de la naturaleza – fue afectada o violentada por los republicanos de 1811, quienes dispusieron que el goce de ese ganado quedaba “legalmente” restringido para quienes tuviesen determinado límite de propiedad territorial.
Estos elementos, que resumidos son: la esclavitud, el carácter censitario del régimen electoral, la limitación del goce del ganado orejano y otros, hicieron que la primera república careciese de suficiente apoyo popular.
En cuanto a Bolívar, hay que verle en su dimensión exacta. Como analista y dirigente estuvo, para el momento que procura descifrar por qué cayó la primera república, secuestrado por las limitaciones que le imponían su origen y los conceptos culturales derivados de la clase a la que pertenecía e intentaba dirigir y a la que consideraba vital para alcanzar la independencia en aquellos primeros años de guerra. Estas cosas explican que en “El Manifiesto de Cartagena”, le atribuya excesiva importancia a circunstancias de segundo orden y no hiciese referencia a esas cosas; las conservadas y hasta creadas por el movimiento del 19 de abril de 1810 y expuestas anteriormente. En las 12 razones que esgrime para explicar la caída de esa primera república, entre las cuales hasta menciona al terremoto habido en Caracas en 1812, no aparece ninguna de las que hemos mencionado en este texto.
Desde mucho antes de 1810-11, como hemos sostenido anteriormente, se produjeron frecuentes sublevaciones de esclavos. Y en la época de la Primera República, las manifestaciones de esa naturaleza se intensificaron de manera alarmante. Esto fue tan marcado que se produjo una seria caída en la producción agrícola y en muchas partes las cimarroneras se convirtieron en partidas anti republicanas, que nunca deben interpretarse mecánicamente como pro realistas o monárquicas. La significativa importancia de José Tomás Boves, considerado por algunos historiadores como “el primer gran caudillo popular venezolano”, pese a que según la historiografía tradicional solió llamársele “general realista”, se explica en gran medida por las deficiencias socioeconómicas y políticas que le hemos anotado a la estrategia de los dirigentes republicanos de ese período.
No obstante, todo aquello pareció no atraer de modo particular el interés del Libertador antes de 1816. Esta conducta de Bolívar se explica además, entre otras razones, por el poco interés que los dirigentes de los grupos dominantes de la economía colonial prestaban a la participación popular, pese a la interesante experiencia haitiana o, quizás a causa de ella.
Por lo demás, apelar a planteamientos de mayor significación social y profundidad que garantizasen la incorporación del sector popular en masa a la causa republicana, en los primeros años de guerra, exigía una clase dirigente que tuviese un proyecto económico alternativo que proponer y no una república esclavista.

LA MUERTE DE BOVES, ENFRENTADO A LOS GUERREROS ORIENTALES, SIGNIFICÓ UN CAMBIO EN EL POSTRER DESARROLLO DE LOS ACONTECIMIENTOS.

Y en la muerte de Boves, que no sólo fue la de un soldado y de un oficial que despertaba entusiasmos populares, tuvo mucho que ver el guerrear incansable de los Sotillo. Porque el cuerpo "rompe líneas" de José Tadeo, del cual ellos formaban parte, jugó papel importante en la muerte del vigoroso guerrero asturiano.
Dice José Tadeo, "formada nuestra tropa en estado de batirse marchó de frente y cuando ya sufríamos un duro fuego de cañón y fusilería, mandó el general Ribas que nuestras tropas principiaran sus fuegos; encendido el combate mandó que los dos cuerpos "rompe líneas" cargaran al lado derecho del enemigo, lo que ejecutamos de un modo decisivo". .
Continúa José Tadeo narrando parte de lo que pasó aquel día en Urica; y dice "Cuando Boves vio que su fuerte columna era envuelta. Salió de su centro precipitadamente y también murió en este glorioso choque".
Los Sotillo, soldados de a caballo, al servicio de José Tadeo, aquel día en la sabana de Urica, empujaron con fuerza y furia colosales. Desbaratar las líneas enemigas y envolverlas fue la finalidad del "rompe líneas" en ese día glorioso de diciembre de 1814 que va a marcar un hito importante en el desarrollo de la guerra. Acabar con Boves era deseo secreto de los hermanos Sotillo.
Para ellos, Boves era algo más que el caudillo que arrastraba tras de sí, como un colosal fenómeno telúrico, fabulosos ejércitos de soldados del pueblo, campesinos sin tierra, llaneros que habían perdido el derecho al usufructo del ganado orejano, negradas que veían en el asturiano la oportunidad de alcanzar la venganza.
Para ellos, ya Boves no era nada más que el general sanguinario que había arrasado varias ciudades del país y obligado a todo el ejército patriota a replegarse desesperadamente hacia la costa oriental.
Boves era la representación más genuina de aquella oleada de bárbaros que saqueó, maltrató al país; pero por encima de todo, fue quien invadió a Santa Ana y pasó por las armas a la mayoría de los adultos y otros mutiló, castró y hasta Bárbara Pérez de Sotillo, la madre de los “Macabeos”, salió con dos heridas.
Y no sólo su madre; otras importantes damas del pueblo fueron víctimas en aquellos sucesos. La lista de Manuel Landaeta Rosales, incluye también a Úrsula Ledezma, quien perdió un brazo y fue herida en la cabeza. Dice el mencionado historiador, “además Úrsula Barrios perdió un brazo y Luisa Perdomo recibió herida en el pescuezo. Ciriaca Carvajal y tres hijas fueron sacrificadas".
Ellos, los “Macabeos”, le llevaban la cuenta a Boves. Ellos y sus compañeros de Santa Ana, le tenían cosas pendientes que les tocaban muy de cerca. Los desorejados de Aragua de Barcelona y estos últimos abusos y excesos en su pueblo natal.




DE BOVES A PÀEZ, DE LA SABANA DEL SALADO A URICA

La gente se vino presurosa y con angustia desde Caracas a buscar refugio a oriente en las postrimerías del año 1814. La población civil que, por los caminos imprecisos se lanzó tras los soldados, llegó a superar a estos en cantidad. Mujeres, niños y hasta ancianos, valiéndose de cualquier medio, marcharon casi al mismo ritmo que imponía la tropa; de vez en cuando, ésta retrasaba su marcha para ofrecer precaria protección a los desplazados que abandonaron todo en la ciudad avileña por temor a represalias de las fuerzas de Boves que les pisaban los talones.
Detrás de aquella desordenada y apurada retirada en masa de gente que a oriente vino a buscar refugio, llegó el asturiano Boves. Y en su deseo de aniquilar cualquier vestigio de resistencia, avanzó hasta Cumaná. El general Piar asumió la responsabilidad de detenerle.
“Banderas y banderolas en la sabana del salado”, como dijese el poema de Paco Damas Blanco, que parecían infinitas, refrescaban el espacio ancho y salitroso. Piar puso todo empeño y experiencia adquirida en las batallas libradas en esta parte de la naciente patria y la exitosa campaña del centro. La ciudad del Manzanares había puesto su esperanza en el mismo hombre que salvó a Maturín el año anterior de las arremetidas de Zuazola, de De la Hoz y del mismo Monteverde. El general patriota no sabía de derrotas; hasta ese día aciago había sido imbatible.
Pero esta vez, el jefe enemigo era diferente y superior sus fuerzas. Sus tropas parecían empeñadas en imitar la ferocidad del caudillo; la furia y empuje que éste les impulsaba, eran incontenibles, como también sus deseos de exterminio.
Boves era el más acompañado de los jefes militares de la contienda en Venezuela. Ejércitos enormes iban tras él. Era delirante el entusiasmo que sus arengas despertaban. Por donde pasase el terrible asturiano, crecido y formado en medio de los rasgos de la sociedad colonial venezolana, los hombres más humildes con él se iban. Despertó el odio oculto e inconsciente anidado en los espíritus sencillos de hombres humillados y explotados; de gente bondadosa hizo rapaces y asesinos; de pillos y villanos, jefes de montoneras con poder y capacidad para imponerse a él mismo y exigirle el cumplimiento de ofertas. Así debió ordenar exterminios, blasfemias, torturas, fusilamientos colectivos, pillaje y más pillaje, porque eso formaba parte del programa propuesto a sus seguidores que creyeron en la venganza como alternativa para alcanzar una vida mejor. De esa manera concibieron y sintieron la forma de resolver las contradicciones entre explotadores y explotados. Y por esta circunstancia, los humillados llegaron a ser humilladores
Este Boves, exterminador, agitador insigne y relevante; líder de masas sin propósito racional, en la sabana del Salado, hizo añicos la tropa oriental del glorioso Piar. Cumaná fue arrasada. Boves hizo que los hijos de la ciudad oriental olvidasen los tristes y dolorosos días de Cerbèriz y Antoñanzas.
Pocos días después, a esa fuerza telúrica encarnada en José Francisco Bermúdez, batió Boves en la batalla de los “Magueyes”. Y así, entre escaramuzas y retiradas muchas veces intencionadas, se llegaron hasta la sabana de Urica. Allí estuvieron los patriotas en diciembre de 1814; Ribas marchando desde Maturín, se unió a Bermúdez que venía del fracaso de intentar detener aquella marejada descomunal que encabezada Boves.
360 lanceros de caballería se escogieron de aquel ejército de 2000 hombres. 180 al mando de Pedro Zaraza y a la otra mitad se le puso bajo el comando de José Tadeo Monagas: Fueron las dos columnas conocidas como “rompe líneas”. La crema de los combatientes de a caballo y de brazo fuerte y hábil para manejar la lanza. En aquella memorable jornada del calamitoso y mal año de 1814, el mismo en el que en agosto, murió Francisco Carvajal, “El tigre encaramado”, quien debió estar en Urica, porque tenía pendiente su confrontación final con Boves, en un diciembre lleno de presagios murió este jefe enemigo de las fuerzas patriotas. En una arremetida quedó atrapado entre los hombres del “rompe líneas” que, con audacia y empuje, se llegaron hasta los terrenos del caudillo enemigo. Se dice que antes de la acción, el general Pedro Zaraza, expresó, “hoy se rompe la zaraza o se acaba la bobera”.
La sabana de Urica, “tumba de los tiranos”, como se lee en el escudo del Estado Anzoátegui y en la entrada al pueblo, no sólo lo fue de Boves, sino de una concepción de la guerra y de la estrategia clasista que frenaba las aspiraciones de libertad e independencia de las fuerzas patriotas.
A partir de aquel momento, el escenario de la guerra comenzará a tomar un rasgo diferente y se llenará en gran medida, con la presencia significativa de José Antonio Páez, el nuevo líder de los marginados y olvidados por España y la república de 1811. .
Lo que este general y caudillo popular hizo después, sobre todo cuando se alió, en el seno de la nueva república, a los grupos más conservadores, es harina de otro costal.



DE BARCELONA A SAN FÉLIX


El general Aldama cae con furia sobre Barcelona, el 7 de abril de 1817. Arrolla con fuerza incontenible a los 700 soldados y 300 civiles encerrados en el convento de San Francisco bajo el mando del general Pedro María Freites. La escena es espantosa. Doña Bárbara Arrioja cae fulminada por un sablazo que le parte el cráneo en dos y dos son los odios que se lleva. Más allá, Carmen Requena queda con el grito atorado en la garganta cuando una bala de fusil la pasa de parte a parte. Muy cerca de ella, una bella joven no se deja mancillar y muere de un pistole¬tazo. Agustín Reyes, el mismo valeroso soldado margariteño que segundos antes combatía ferozmente y arengaba con ánimo a sus tropas, se suicida para no verse prisionero. De un sablazo le arrancan la cabeza al cura Juan Antonio Godoy, la idea cayo al suelo y la palabra se disolvió en el pecho. Las culatas de los fusiles de los soldados de Aldama muelen al cura margariteño Serra. Los cadáveres forman pilas enormes y hasta sirven para proteger a quienes aún siguen combatiendo.
El capitán Chamberland que ha estado defendiendo al viejo convento de San Francisco sala por sala, piso por piso, centímetro a centímetro, herido de gravedad en el combate, se suicida de un disparo a la cabeza. Muchos como Laureano Ortiz, su esposa Francisca Rojas y los hijos de ambos; Juana Chirinos, madre del capitán Demetrio Lobatòn, uno de los heroicos oficiales de Freites, se arrojan de la azotea en un inútil intento de huir de aquel horror.
Mientras tanto, allá en el sur, Piar, Anzoátegui y Cedeño han estado muy activos. Pasaron y repasaron los grandes ríos de Guayana y en esos días tomaron Upata y varios pueblos cercanos.
En la Casa Fuerte, Eulalia Buroz es asesinada después de haber dado muerte a un oficial de Aldama que trató de ultrajarla. Segundos antes, ella vio caer de los pisos de arriba el cadáver del capitán Chamberland, su marido.
Piar hostiga a Angostura y toma las misiones de San Félix. Con esa plaza la República ha obtenido un trofeo de valor incalculable.
En Barcelona, Freites intenta romper el cerco y cae prisionero. Le acompaña allí y hasta la muerte en la horca, un mes más tarde, su camarada y amigo Francisco Esteban Ribas.
Dos días después, Anzoátegui acompaña a Piar a enfrentar a La Torre en el camino de San Félix.
Aldama, finalmente toma la Casa Fuerte, asesina a cuanto humano pudo capturar. Provocó suicidios colectivos mediante el terror, en medio del combate y también al final. Después reorganiza sus fuerzas, toma aliento y se dirige a Guayana a unirse a Morillo.
Cuatro días después del martirio de Barcelona, el 11 de abril de 1817, Piar, con Anzoátegui como jefe de sus carabineros, derrota a La Torre en San Félix. Por vez primera la revolución dispone de una retaguardia segura. Se resarcen los patriotas de la derrota de Freites, El Libertador puede preparar el Congreso de Angostura y abrir el canal que, desde esa ciudad y a través del llano, lo llevará al sur del continente y a la altura de la gloria.


XVI

LA GUERRA FEDERAL EN ORIENTE


LOS AUTORES ORIENTALES DISCREPAN:
LUIS LEVEL DE GODA CALIFICA A ANIBAL DOMINICI DE PARCIAL E INEXACTO
JOSE EUSEBIO ACOSTA, DESTACADO JEFE FEDERAL DE ORIENTE, NO SE ACOGIÒ
AL TRATADO DE COCHE
EL PACTO DE SANTA ANA, FIRMADO POR SOTILLO, NO LE GUSTÒ AL GENERAL ACOSTA
EN EL MOVIMIENTO LIBERAL SURGIERON PROFUNDAS DISCREPANCIAS.

Cuando uno aborda cualquier problema o acontecimiento relacionado con la historia de los pueblos y específicamente de esta región, valiéndose de la bibliografía escrita por hombres que fueron actores de los hechos o tuvieron vínculos con éstos., generalmente encontramos dificultades, versiones contrarias que nos obligan a buscar razones que antes no estaban en el centro de nuestro interés.
Y es que la historia escrita a lo largo del siglo XIX en nuestro país, está plagada de inexactitudes, de afirmaciones interesadas y, rara vez, el escritor tuvo interés en aportar pruebas de sus afirmaciones. Era una escuela que ponía más énfasis en el objetivo o interés político del escritor que en la obligación de reponer la verdad que hoy guía al historiador o escritor de asuntos de historia. Aquellos en verdad, en muchos casos, no eran historiadores de oficio. En este empeño que nos anima de recopilar información sobre la vida pasada de estos pueblos; en este modesto esfuerzo de acopiar material para un trabajo futuro sobre historia regional de mayor importancia, nos hemos topado con versiones diferentes sobre un mismo hecho e interpretaciones encontradas entre autores orientales del siglo XIX. No sólo es válido hacer alusión a las diferencias entre oligarcas y liberales, sino también entre estos últimos.
Aquí mismo, en Barcelona, en el diario “El Republicano”, su director Blas Bruzual, dejó constancia de esas discrepancias habidas para el momento de seleccionar la candidatura a la presidencia de la República por el movimiento liberal en 1846 y que tendrán consecuencias trascendentes a mediano plazo. La precandidatura liberal de Barcelona, escogida dentro de unas circunstancias muy sospechosas, de José Gregorio Monagas, derrotado internamente por el candidato del centro del país, Antonio Leocadio Guzmán, fue como vengada en las elecciones presidenciales, por un candidato que virtualmente arrancó de Aragua de Barcelona, José Tadeo Monagas, propuesto por el partido oligarca, pese a sus muy recientes enemistades con Páez y su partido. Poco tiempo después, el propio Blas Bruzual, jefe del liberalismo de Barcelona y apasionado defensor del viejo José Gregorio, aparecerá como uno de los más conspicuos colaboradores del segundo de los Monagas. Incluso es bueno decir, para mayor abundamiento, que a Blas Bruzual se le acusó en el movimiento liberal de promover en 1846 secretamente la candidatura de José Tadeo Monagas para detener el avance de Antonio Leocadio Guzmán, a quien el periodista barcelonés consideraba un candidato sin atractivo hacia fuera.
Pocos años después, siendo de nuevo presidente de la república José Tadeo Monagas y Bruzual uno de sus colaboradores, los oligarcas y algunos liberales se confabularon para derrocar al presidente, mediante la llamada Revolución de Marzo de 1858 e inaugurar el periodo de Julián Castro. En esos momentos se estaba en los umbrales de la Guerra Federal.
Ezequiel Zamora, “El Valiente Ciudadano”, según versión bibliográfica de uno de sus oficiales, recomendaba a sus hombres de confianza, entre quienes estaba el testigo citado, irse del país, marginarse de la guerra y la política en caso que él muriese porque los demás jefes liberales no le merecían confianza. Esta declaración y la muerte misteriosa de Zamora, que complica aún más las cosas, sirven para abundar sobre las discrepancias entre el movimiento liberal.
“Cuando al general Juan Sotillo, preguntan que entendía por federación, respondía que los zulianos manden en el Zulia, los guariqueños en Guárico y los guayaneses en Guayana” Y esta apreciación regionalista también opera como factor que contribuye a imprimirle un ritmo, un orden y una orientación determinada al proceso histórico. Por supuesto, los escritores de historia del siglo XIX, ayunos de buenos métodos y adherentes de determinados intereses o simpatías, incurrían con frecuencia en subjetivismos y versiones interesadas.
Al plantear esta cuestión pensamos en primer término en Aníbal Dominici, nativo de Barcelona, con varios años de residencia y ejercicio profesional como abogado en Carúpano; padre de César y Santos Dominici; quien publicó en 1883 una biografía del caudillo federalista carupanero general José Eusebio Acosta. En 1982, el Colegio Universitario de Carúpano, auspició la segunda edición de esa curiosa obra, que en abril del mismo año, el colega profesor Reinaldo Maza, docente de ese instituto, me obsequió en casa de nuestro común amigo Luis Mariano Rivera, allá en el refrescante rancho de Canchunchù Florido.


PARA ANIBAL DOMINICI, JOSÈ EUSEBIO ACOSTA NO SUPO DEL TRATADO DE COCHE

Para el 13 de mayo de 1863, el general José Eusebio Acosta, avanza con sus tropas sobre Cumaná; ese mismo día, según el parte de guerra emitido por su hermano general Saturio Acosta, el 20 del mismo mes, el Jefe Supremo del Estado de Cumaná, habiendo recibido en Cumanacoa “una escasa cantidad de pertrechos, determinó dar batalla al enemigo”
Según Aníbal Dominici, estando el general Acosta por los alrededores de Cumaná, se le acercó “una comisión diputada por los jefes oligarcas, que se valían de ese medio para participarle que el gobierno del Dictador estaba en conferencias de paz con el Presidente Provisional de la Federación , y le invitaban a pactar un armisticio mientras se conocía el resultado de aquellas”.
El mismo autor agrega que, “El jefe federal no tenia de esto más conocimiento que el que se le trasmitía por conducto del enemigo”. También que, por varias razones “adivinó (Acosta) que aquellos señores aspiraban a quedar dominando la provincia, en cualquier emergencia y a pesar de la supremacía de las armas federales…; rechazó enérgicamente la propuesta y contestó que le entregasen la plaza”.
Lo curioso del texto citado; de un libro publicado en 1883; es decir, 20 años después del acontecimiento que en este instante nos ocupa, es que Aníbal Dominici habla allí mismo como si en efecto, el general Acosta y él mismo, hubiesen desconocido que el 24 de abril de 1863, se firmó el “Tratado de Coche”, entre Pedro José Rojas, político cumanés, consejero y mentor de Páez, entonces presidente-dictador y Antonio Guzmán Blanco, en representación del máximo jefe federal Juan Crisóstomo Falcón. Para 1883, Dominici era Ministro del Gabinete Ejecutivo y murió en 1897, catorce años después de publicado su libro.
¿Es valedero creer que en verdad, veinte días después de firmado el “Tratado de Coche”, el general José Eusebio Acosta “no tenia de esto más conocimiento que el que se le trasmitía por conducto del enemigo?
Si bien es verdad que no he encontrado ninguna fuente documental que sirva para desmentir categóricamente a Aníbal Dominici, por no decir al general José Eusebio Acosta, quien al parecer fue cauteloso al máximo y no incurrió en las aparentes debilidades de Dominici; no obstante sobran razones para presumir que, de ser cierto lo que afirma Dominici que, Acosta alegó desconocer de que le hablaban, éste fingió ante la comisión diputada por los oligarcas de Cumaná.
Para los días finales de abril de 1863, el general Acosta andaba por los lados de esta provincia de Barcelona, desde donde se movió tramontando los Altos de Santa Fe, hacia Cumanacoa; sitio donde estaba el 13 de mayo. Allí recibió algunos pertrechos, mencionados en el parte de guerra ya citado del general Saturio Acosta, enviados por la esposa de aquel. También es conocido – y más adelante lo vamos a reafirmar – la fluidez de información y los contactos frecuentes entre los federales de Cumaná y los de esta provincia de Barcelona.
El Convenio, para los efectos de la entrega de la plaza de Carúpano al general Acosta, firmado en junio de 1863 por Luis Marcano, Coronel José Miguel Rubio y el segundo comandante Ángel Félix Barberii, los primeros a nombre del coronel Pedro Vallenilla, jefe de las fuerzas oligarcas de aquella ciudad y el último a nombre del general José Eusebio Acosta, dice “Y considerando que después del tratado preliminar de paz celebrado por los generales Sres. Dr. Pedro José Rojas y Antonio Guzmán Blanco, la República enteramente está casi toda pacificada, hemos pactado, para evitar los desastres consiguientes a la continuación de la guerra…” Este convenio cuyo primer punto acuerda que, “El Coronel Pedro Vallenilla, por sí o por comisionados, entregará al General José Eusebio Acosta, o a quien lo represente, la plaza de Carúpano con todos los elementos que contiene” ; y en la parte quinta, como una manifestación triunfal de Acosta, éste se reserva “por un acto espontáneo de su voluntad a poner en libertad a los prisioneros habidos en Cumaná el 19 de mayo último…” . Este Convenio se firmó en Cariaco el 02 de junio de 1863.
De acuerdo con lo manifestado, siete u ocho días después de firmado el convenio de Caracas del 22 de mayo de 1863, Acosta tuvo conocimiento de ello. Lo que nos induce a pensar y decir que parece ilógico que no supiese para el 20 de mayo que, el 24 de abril próximo pasado se había firmado el primer acuerdo.







EL TRATADO DE COCHE Y SUS NTECEDENTES
EL GENERAL SOTILLO FIRMA ARMISTICIO CON LOS OLIGARCAS

Para explicarnos la conducta de Acosta, justificada por Dominici con razonamientos que no parecen valederos, es necesario revisar algunos puntos del Tratado de Coche y hacer referencia a las reacciones que produjo en algunos círculos liberales.
Con anticipación debo mencionar que Luis Level de Goda, en un libro calificado por Don Lisandro Alvarado como “una de las fuentes documentales de primera línea”, calificó al de Acosta, como plagado “de inexactitudes y muy parcial y exagerado” Como hemos dicho antes, el “Tratado de Coche”, fue firmado entre Pedro José Rojas y Antonio Guzmán Blanco, a quienes con abundancia se les ha acusado de haberse acordado secretamente para poner fin a la guerra y repartirse parte de lo ingresado al tesoro nacional por los empréstitos recientemente contratados. Incluso a Guzmán se le acusó de haber amasado una cuantiosa fortuna como resultado de aquel convenio.
Según Antonio Arellano Moreno, en “Breve Historia de Venezuela”, a fines de “1861 hablaron Páez y Falcón en las sabanas de Carabobo” . Según el autor citado, el jefe liberal propuso al “León de Payara”, suspensión de hostilidades, continuación provisional de Páez como Jefe Supremo, formación de un Ministerio con dos liberales y dos conservadores, reunión de una Constituyente que “fijara el sistema de gobierno que quisieran las mayorías y continuación de Falcón como Jefe de los Ejércitos Federales, con asiento en Coro”.
De ser cierto esto, y lo tomamos así por la seriedad de la fuente, y por los datos que señalaremos más adelante, hay antecedentes al “Tratado de Coche”, de proposiciones del bando liberal que apoyan las dudas que para 1863, el general José Eusebio Acosta, no tuviese “más conocimiento que el que se le trasmitía por conducto del enemigo”
Como razones para esas dudas vale recordar lo del Pacto de Santa Ana, entre el gobierno y la federación, específicamente a través de los generales José María Zamora y Miguel Sotillo respectivamente – este último asistió a nombre de su padre el general Juan Antonio Sotillo-. El 14 de octubre de 1861, llegaron a un acuerdo provisional de paz, con el fin ulterior de poner fin a la guerra o por lo menos “llegar a una regularización de ella”.
El “Tratado de Coche”, firmado por el aparente contubernio de Rojas y Guzmán, según la creencia mayoritaria, fue el acuerdo de la representación de un movimiento triunfante y una dictadura en abierta derrota. El ejército del gobierno, apenas disponía de tres mil hombres contra ocho mil del federalismo. No obstante el tratado parece no reflejar esa realidad. Aquel acuerdo contiene los siguientes aspectos:
1.- El ejército federal reconoce al gobierno del Jefe Supremo (Páez) de la república y de su sustituto.
2.- Una Asamblea se reunirá en Caracas dentro de 30 días.
3.- En el momento de instalarse la Asamblea Nacional cesará el gobierno del señor Páez.
Este acuerdo produjo reacciones adversas, tanto del lado liberal como del conservador.
Según una fuente, el general Falcón, en Coro, donde supo (?) de los términos del acuerdo, se manifestó indignado y dijo: “triunfante la revolución federal, Guzmán no será conmigo ni comisario de policía”.
El general Jacinto Regino Pachano, hombre de gran confianza de Falcón y a quien Guzmán acudió para que lo apoyase en su comparecencia ante el jefe máxima del liberalismo, expresó que “desde que llegamos (él y Guzmán) a Coro estallaron las malas voluntades, las hostilidades al tratado. Los generales José González Z. y José G, Ochoa y como éstos, otros muchos, nos las manifestaron sin disimular con harto desagrado”.
En Cojedes, para los primeros días de mayo, el general federalista José L. Arismendi, sabia del tratado, pero continuó las hostilidades sin respeto alguno por el mismo.
“A principios de mayo, sin hacer caso alguno del “Tratado de Coche”, concentró Acosta cuantos hombres pudo en el interior de la provincia y marchó sobre la ciudad de Cumaná” -


ANIBAL DOMINICI CRITICA AGRIAMENTE AL GENERAL SOTILLO

Pocos días después de la firma del convenio de Santa Ana, recibió Acosta de enviados suyos ante el general Juan Antonio Sotillo, la información sobre aquel acuerdo. Aparte de las razones que posteriormente da Aníbal Dominici para justificar el desacuerdo del carupanero, en una parte de su obra, un poco subrepticiamente, introduce su opinión contra el tratado y de paso deja caer sus reproches contra el caudillo de Santa Ana, sin analizar las circunstancias nacionales, locales y hasta personales que pudieron influir en la conducta de éste. Con la misma facilidad con que defiende malamente al general Acosta, trata de mal poner a Sotillo. Dice Dominici, “Por muchos meses estuvieron frente a frente el general José María Zamora y el general Juan A. Sotillo…, ambos viejos veteranos en nuestras guerras,,,,., viéndose y considerándose como compañeros de otra época, que estimaban tal vez, como juegos infantiles las cosas del día, aun cuando en ellos había perdido ya algunos de sus hijos el jefe de los llanos barceloneses”. -
Pero reconoció Dominici que aquel pacto de Santa Ana, se firmó en “conformidad con las estipulaciones celebradas entre el Jefe Supremo Juan Crisóstomo Falcón y el dictador José Antonio Páez”. Y que ese pacto entorpeció los planes de Acosta que se vio privado de la ayuda de las fuerzas de Barcelona, según eran las aspiraciones del carupanero.
La experiencia que Acosta recogió de ese pacto “local” fue para él negativa; pues le paralizó y lo confinó a Cumaná y permitió “que los godos en Carúpano aprovecharan ese tiempo para reponerse de las terribles derrotas” Y como el propio Dominici dijese, “Bien comprendía el caudillo oriental (Acosta) que el armisticio lo perjudicaba en gran manera”
Aquí está expuesta la verdad. Es esta última la razón que movió a Acosta a fingir desconocimiento ante la comisión oligarca que le hizo referencia al “Tratado de Coche”. Y es también por esto, que el autor de la obra que estamos comentando, además de las razones de amistad, compadrazgo e identificación partidaria, se siente obligado a llamar “Convenio de Coche” al firmado en Caracas el 22 de mayo de 1863.
Y desde el punto de vista político y militar, no fue malo que el general Acosta desconfiase de la pertinencia del “tratado de Coche”, tomando en cuenta los resultados negativos para su campaña del Pacto de Santa Ana, la incómoda situación en que quedaban él y sus fuerzas y la propia naturaleza del acuerdo de Coche que, en lugar de rendición del enemigo, suspende las hostilidades en condiciones que el propio Falcón rechazó en principio. Aun cuando se alega que para aquel momento ambos bandos estaban desgastados; sin embargo era más grave la situación en el grupo oligarca y aquí también más honda la desmoralización. Pocos días después, el general Falcón aceptará el convenio “convencido” por los generales Guzmán y Jacinto Regino Pachano.
Siendo los autores y sus obras contemporáneos, mientras Dominici dice que Acosta nada sabía de las conversaciones entre los jefes liberales y oligarcas, Level de Goda afirma lo contrario; y de paso censura al general Jefe Supremo liberal de la provincia de Cumaná.
Hay algo más; después de informar de lo acontecido durante los combates de los días 15 al 19 de mayo en la sitiada ciudad de Cumaná, entre los liberales y conservadores, dice Dominici que, a los tres días de esta última fecha “esto es, el 22 de mayo, se firmaba el Convenio de Coche”. -
El autor Aníbal Dominici, cuando habla de la “comisión diputada por los oligarcas de Cumaná” que trató con Acosta antes que éste invadiese la ciudad, no hace mención a un hecho que, como biógrafo y escritor de historias, estaba obligado a referir, pues era eso precisamente a lo que hacían alusión al caudillo oriental los embajadores, que el “gobierno del dictador estaba en conferencia de paz con el Presidente Provisional de la federación”.
En 1883, cuando Dominici publica su obra o años antes, cuando la escribió, sabía que el 24 de abril de 1863, en Coche, se firmó un convenio que ordenaba poner fin a las hostilidades. Pese a todo, en su obra, como para justificar a su biografiado – sin que eso fuese necesario- y más bien dejando una brecha para las críticas de sus adversarios, como Level de Goda, insiste en ignorar ese hecho y dice que fue el 22 de mayo cuando se firmó el “Tratado de Coche”.
Así como no opina en el primer caso y se limita a decir que Acosta no sabía de lo que le hablaban los comisionados de Cumaná, como para no comprometer su opinión con Acosta ni con los lectores, en el segundo caso incurre en el error de dar un dato cuya inexactitud es de fácil comprobación.
La verdad es que el 22 de mayo, Rojas y Guzmán, después de muchas idas y venidas y la aceptación definitiva de los jefes, firmaron un segundo convenio; esta vez en Caracas, con apenas unas ligeras modificaciones de forma del primero. Para demostración de esto, repasemos los aspectos fundamentales del mismo.
EL CONVENIO DE CARACAS
DEL 22 DE MAYO DE 1863

Se comienza por afirmar que dicho convenio tiene el propósito de pacificar al país y con este fin se dispone:
1.- “Se convocará una Asamblea para el trigésimo día después de canjeada la verificación de este convenio, o para antes, si fuese posible reunir el quórum correspondiente”.
2.- “Esta Asamblea constará de 80 miembros elegidos la mitad por el Jefe Supremo de la República y la otra mitad por el Presidente Provisional de la Federación”,
3.- “En el instante de reunirse la Asamblea, el Jefe Supremo entregará a ésta el mando de la República”.
4.- “El primer acto de la Asamblea será el nombramiento del gobierno que ha de presidir la República mientras ésta se organiza”.
5.- “Cesar completamente las hostilidades y no se puede ordenar ningún movimiento de tropas, ni reclutamiento, ni nada que indique preparativos de guerra”.
Fue este segundo convenio, que modificó apenas formalmente al primero del 24 de abril de 1863, al que Dominici equívocamente llama “Convenio de Coche”.
Con ese gesto, Dominici quiere ocultar una situación de hecho, un poco ingenuamente. Es posible que Acosta la ignorase; es decir, que no supiese de la existencia de tal acuerdo, premisa que no creemos válida, pero de lo que sí no hay duda alguna es que en 1883, 20 años después, eso era del dominio público y el Ministro del Gabinete Ejecutivo Aníbal Dominici, lo sabía.
Ahora bien, obsérvese que el convenio que Acosta firmó, mediante su representante, el segundo comandante Ángel Félix Barberii, con los oligarcas para la entrega de Carúpano, cuando hace mención al tratado de Caracas del 22 de mayo, lo llama “tratado preliminar de paz”. Como aquel tenía ese carácter, el que le asignó Acosta, éste de ahora tiene como propósito “ajustar las condiciones que hayan de poner término a la guerra civil que tiene lugar en la provincia de Cumaná”.
No hay la menor duda que, en los términos que se expresa este convenio, se demuestra que para el general Acosta, el acuerdo de Caracas no era suficiente para poner cese a las hostilidades, si sus rivales de la provincia de Cumaná no firmaban otro con él, para entregarle las plazas que dominasen. Por eso habló, refiriéndose al tratado de Caracas, diciendo que era un “tratado preliminar” y como tal demandaba un ajuste o complemento. Con esa actitud, el general Acosta dejó sentado ante el movimiento federalista su condición de jefe de la provincia donde por largos años había combatido. ¡Aquí quién manda soy yo! Parece haber dicho José Eusebio Acosta. Y sus razones tuvo. No era necesario que Dominici mintiese posteriormente.


LAS RAZONES DE ACOSTA O LAS SIN RAZONES DE DOMINICI

Las noticias del “Tratado de Coche”, a nuestro parecer, debieron haber llegado con suficiente anticipación a oídos del general Acosta. No es aventurado pensar que cuando la comisión oligarca de Cumaná se entrevistó con él, sabía bien de que le estaban hablando. Varias razones podrían explicar su conducta.
1.- La experiencia de 1861, el “Pacto de santa Ana”, firmado entre Sotillo y Zamora, que según lo afirmado por Dominici, incitó a Acosta a no paralizarse esta vez; más en un momento que sus fuerzas estaban creciendo y el enemigo de Cumaná se hallaba debilitado y replegado. Disponía Acosta de un ejército superior al atrincherado en Cumaná y de un respaldo popular respetable en esa capital provincial.
2.- En Carúpano, el coronel Pedro Vallenilla, del bando de los oligarcas, dominaba la situación, pero también muy debilitado; porque en Maturín, si bien dominaban las fuerzas oligarcas, ya no podían operar con la misma facilidad de 1861.
De modo que si Acosta, Jefe Superior de las fuerzas liberales de esa parte de oriente, en mayo de 1863, se acoge a los términos del “Tratado de Coche”, que por lo demás había sido rechazado con “harto desagrado”, como dijese Pachano, por factores importantes del movimiento liberal, hubiese incurrido en un acto de ingenuidad político-militar y en una conducta moralista que no hubiese sido digna de encomio. De la misma manera que no es encomiable que, alguien escribiendo historia, desvirtúe los hechos por razones puramente personales.
El propio Falcón, en principio, por las razones que fuesen, rechazó el acuerdo y se defirió en términos peyorativos e insultantes a Guzmán Blanco.
Aquella negativa de Acosta a aceptar un pacto que tampoco era definitivo, pero que imponía un cese provisional de las hostilidades, firmado por el comandante de las fuerzas liberales del centro del país, también estaba en línea con una clara conducta federalista y el interés personal, político y militar de ese jefe oriental. Eso le permitió la toma de Cumaná; es decir, mejoró sensiblemente sus posiciones antes de la firma del convenio definitivo de Caracas. Y aún así, no quedó conforme; y por eso llamó a ese convenio de Caracas, en el de Cariaco, para la entrega de Carúpano de junio de 1863, “tratado preliminar” y especificó que el firmado entre su representación y el coronel Vallenilla era “para ajustar las condiciones que hayan de poner término a la guerra civil”.
Y el hecho mismo que Acosta amenazase con invadir Carúpano y posteriormente avanzase a la toma de Maturín, es un desconocimiento del convenio de Caracas del 22 de mayo. Ya no es sólo al “Tratado de Coche”, sino también al siguiente, al acuerdo definitivo, aceptado por los máximos jefes de las fuerzas beligerantes, en donde se estableció el cese completo de “las hostilidades” y precisó además que, “no se puede ordenar ningún movimiento de tropas, ni reclutamiento, ni nada que indique preparativos de guerra”.
Dominici, pese a todo, se traicionó, cuando dijo que por algún motivo Acosta adivinó “que aquellos señores aspiraban a quedar dominando en la provincia, en cualquier emergencia y a pesar de la supremacía de las armas federales”.
La validez de las razones de Acosta, jefe liberal de una porción del territorio nacional, donde llevaba varios años combatiendo, está por encima de las condenatorias moralistas de Luis Level de Goda, pese a que sus referencias históricas parecen ciertas. Pero si se merecen nuestra manifestación de inconformidad, también son merecedoras de ella, quienes por razones personales, políticas, fraternales o regionales, emitieron juicios sin razonamiento que los respalde u ocultaron verdades que en nada favorece ante la historia al líder carupanero.
La función de quien escribe sobre historia es procurar reponer la verdad, en la medida de lo posible, al margen de sus simpatías o adherencias políticas.



LOS GENERALES JUAN ANTONIO SOTILLO Y FALCÓN EN LA BATALLA DE COPLÉ

La Guerra Federal en Venezuela 1859-1863

NOTA: El General Juan Crisóstomo Falcón, jefe militar y político del movimiento federalista, muerto el General Ezequiel Zamora, condujo sus tropas a la derrota de Coplè y posteriormente él y sus seguidores quisieron escudarse en el General Juan Antonio Sotillo.

Juan Antonio Sotillo, Miguel Sotillo y Julio Monagas, estuvieron combatiendo en los finales del año 1859 con muy pocos recursos. Habían quedado prácticamente sin infantería y el armamento era precario. En los últimos días, el general paecista José María Zamora, compadre del primero de los mencionados, les acosaba y no daba tregua. Según el historiador Francisco González Guinàn, carecían de parque y sobre todo de artillería y disponían de pocos efectivos de infantería. Para Luis Level de Goda, testigo presencial de aquellos hechos, en “Historia Contemporánea de Venezuela, Política y Militar (1858-1886), “las dificultades de los ejércitos de Barcelona, eran enormes. Los Sotillo no se habían podido reponer y levantar una fuerza capaz de mantener la guerra en términos de ofensiva frente al oficialismo del General José María Zamora. Para noviembre y diciembre de 1859, Sotillo y Julio Monagas con un gran número de fuerzas de caballería, unos 1000 jinetes y seiscientos infantes (Pág. 282), deciden cambiar de escenario. No disponían de armas suficientes ni tampoco municiones”.
Sobre este particular último, Francisco González Guinàn, en “Historia Contemporánea de Venezuela”, en una nota marginal del texto informa que el General Sotillo llegó al Baúl con 1000 hombres de caballería y seiscientos infantes, pero divulgaba que su ejército se componía de 4.000 soldados”(Pág. 105). En todo caso, las cifras citadas por ambos autores es la misma, en lo que respecta al número de efectivos.
Por estas circunstancias, según el autor últimamente mencionado, los combatientes orientales del federalismo, tomaron la decisión de marchar, por el sur del Guárico, hacia Cojedes, en el occidente de Venezuela, con la intención de encontrarse allí con el General Ezequiel Zamora.
No hacía mucho tiempo, que el viejo General, quien se incorporó a la lucha por la independencia de Venezuela desde los inicios del año 1814, cuando era apenas un niño, siempre junto a sus hermanos y todos ellos bajo el comando de José Tadeo Monagas, con quienes estuvo el 26 de mayo de 1816 en la asamblea de San Diego de Cabrutica, había entrado por Tabasca, después de haber estado exiliado en la vecina isla de Trinidad.
Federico Brito Figueroa, en “Tiempos de Ezequiel Zamora”, al mencionar a Sotillo, dice “…Juan Sotillo, primitivo y valeroso, Juan Pueblo, como le satisfacía que le llamaran, también luchador, aunque sólo fuera por la Federación y contra la oligarquía. Sus principios políticos eran elementales y su adhesión a los Monagas incondicional hasta que conoció a Ezequiel Zamora y sus hijos, universitarios, le explicaron en qué consistía el programa del Jefe del Pueblo Soberano. Bastó que Sotillo supiera que Zamora había desembarcado por Puerto de Vela, para que resolviese invadir desde Trinidad. Sotillo cultivó amistad con Zamora y cualquier indicación suya constituía una orden”. “Las guerrillas que actuaban en las provincias de Barcelona y Maturín comandadas por Juan Antonio Sotillo y sus tenientes” (Pág. 349), se pusieron en movimiento a favor del movimiento desatado por Zamora.
No obstante, para el historiador venezolano J.A. Armas Chitty, en “Venezuela Después de Carabobo”, para Sotillo, al igual que pensó luego el caudillo zuliano Venancio Pulgar, federalismo “era que los zulianos mandasen en el Zulia, los guariqueños en el Guárico y los guayaneses en Guayana”.
Su hijo, Miguel Sotillo, oficial de alta jerarquía en aquellas tropas federalistas y egresado universitario, era en gran medida la figura detrás de su anciano y glorioso padre. Y marchaba con éste, buscando encontrarse con Ezequiel Zamora, con quien compartía ideales.
Era el viejo Sotillo, como dijese Luis Level de Goda, un hombre de leyenda. Su sólo nombre, corriendo por la sabana era capaz de atraer a grandes contingentes dispuestos a combatir bajo sus órdenes.
El autor antes citado, en “Historia Contemporánea de Venezuela, Política y Militar”, dice al respecto, “El nombre del General Sotillo era el más popular y prestigioso en las llanuras de Barcelona y Guárico, y hasta en las de Apure y por consiguiente, en sus inmediaciones; era Sotillo hombre de leyenda, como la había sido Páez después de la guerra de independencia; al saber que marchaba aquel general con sus tropas del oriente para el occidente, muchísimos hombres del tránsito, particularmente grandes partidas de indígenas, salían de los montes y sus caseríos a incorporarse al ejército federal cuando éste llegó al oriente del Guárico, cerca de la montaña de Tamanaco y fue de estos montes que salieron los indios.(Pág. 284)
El General José María Zamora, secundado por el oficial Baca, mencionado por Luis Level de Goda, “como un asesino despiadado”, quienes acosaban a Sotillo y Julio Monagas, en su desplazamiento hacia occidente, lograron atraer bajo el engaño de las banderas blancas que distinguían las fuerzas de los federalistas orientales a centenares de indios y campesinos que se llegaban a los caminos por donde debía marchar Sotillo, con la decisión de incorporársele y les lancearon y fusilaron sin misericordia alguna. No obstante, no es desechable que, pese a las oposiciones, entorpecimientos, represiones y genocidio de parte del ejército centralista de oriente al servicio de Páez, comandado por José María Zamora, las fuerzas de Sotillo hubiesen aumentado sobre la marcha.
De este general paecista, comandante de tropas en los llanos orientales, José María Zamora, J.A. Armas Chitty, en la obra antes citada, Pág. 110, después de afirmar que cada caudillo en aquellas época tenía su cementerio particular, dice que aquel “hacía enterrar en Toquito, un pequeño banco sito entre las quebradas de Coporo y el Ruacano, en el oriente del Guárico, a todos los federales o simpatizantes de estos que lograba capturar”.
Mientras José María Zamora les continúa hostigando, el General cumanés y paecista Nicolás Brito, viniendo desde San Fernando de Apure, intenta detenerles, pero inesperadamente cambia de rumbo y se dirige a Valencia a incorporarse a las filas de León Febres de Cordero, por la posibilidad que Falcón ataque allí a las huestes oficiales. A finales de Enero, tanto Zamora como Brito, se han unido a Febres Cordero en Calabozo.
El 22 de enero de 1860, viniendo de Tinaquillo con destino a Valencia, Juan Crisóstomo Falcón, había llegado a Tocuyito. Desde esa población, ofrece una capitulación a los oficialistas acantonados en Valencia, lo que estos ignoran. Cordero, según Lisandro Alvarado, en “Historia de la Revolución Federal”, se “limitó a enviar una copia de la nota al gobierno”, y que expresó “que ni la había contestado, porque no quería relaciones con los enemigos de la patria”. (Pág. 231).
Al siguiente día, Cordero salió de la ciudad y se ubicó en el camino que traía su adversario, presto a combatirle. Pero pronto le llegaron noticias que Falcón había optado por retroceder con sus tropas.
Dice González Guinán, en el libro citado anteriormente que al arribar Falcón “a las inmediaciones de Valencia, recibió la inesperada noticia que había llegado al Baúl, con un gran cuerpo de caballería y otro muy apreciable de infantería, el General Juan Antonio Sotillo”. Es preciso resaltar que el autor antes mencionado, cuantificó como muy importante las fuerzas que Sotillo lideraba. Emilio Navarro, participante en aquellos hechos o testigo presencial, en “La Revolución Federal 1859-1863”, señala “…en el Tinaco fue incorporado a nuestro ejército el benemérito General Juan Antonio Sotillo con los suyos, en número de 3.500 soldados, en mayor parte de caballería”. (Pág. 108). Para Falcón, fue fortuita aquella inesperada presencia, pues pensaba que la “….toma o sitio de la ciudad de Valencia eran humanamente imposibles, con ocho cartuchos por plaza, que era cuanto yo contaba”.
Hemos leído como Falcón, ubicado frente a Valencia, retrocede al Tinaco, al saber de la presencia de Sotillo por los lados del Baúl y de esta decisión comentó que “fue una inspiración” que le salvó de ser sorprendido desde la retaguardia por fuerzas enemigas. Este comentario es útil para sacar conclusiones a la hora de juzgar los hechos de Coplè. Pero tomemos en cuenta, que según él, retrocedió por “una inspiración” y no por la llegada de Sotillo al Baúl.
Falcón, como dice Luis Level de Goda, de manera crítica y sugerente, “en lugar de mandarle órdenes a Sotillo para que precipitase la marcha con todas sus tropas y se le incorporase”, tomando en cuenta que ejerce la máxima jefatura del movimiento liberal y de los ejércitos federalistas, optó por enviar en comisión al señor Félix Alfonso, para que se entrevistase con el caudillo oriental, con el fin de preparar una reunión que les llevase a concertar un plan.
Recordemos que el movimiento de Sotillo hacia occidente, dejando atrás las sabanas donde siempre había combatido, obedeció entre otras razones, al deseo de encontrarse con Zamora. En el camino, el General santaneco, héroe de la independencia, se enteró que aquel había muerto bajo circunstancias muy dudosas. Falcón, al círculo de sus allegados, al saber de la presencia de Sotillo y sus ejércitos, expresó con preocupación, ¿de qué lado vendrá éste?; lo hizo porque dudaba que el jefe oriental y sus hombres, muerto Zamora, estuviesen dispuestos a aceptarlo como nuevo Jefe Supremo. Eso coincide con lo que dijeron otros comandantes afectos al General “Valiente Ciudadano”, misteriosamente muerto en Santa Inés.
La desconfianza entre los jefes del movimiento federalista era tal que Ezequiel Zamora, según versión de uno de sus oficiales, recomendaba a sus hombres de confianza, entre quienes estaba el testigo citado, irse del país, marginarse de la guerra y la política en caso que él muriese porque los demás jefes liberales no le merecían confianza. Esta declaración, sirve también para entender que Falcón se preguntase, de aquella manera al saber que el General Sotillo, Julio Monagas y Miguel Sotillo, arribaron al Baúl.
Es importante también, para comprender las dudas de Falcón, que según González Guinán, en esos días, “se dijo, no sabemos si con fundamento, que el General Miguel Sotillo, hijo y jefe del Estado Mayor del General Juan Sotillo, aspiró a ocupar el puesto que en el ejército federal había dejado vacío la muerte de Zamora, pero la aspiración, si la hubo, no se hizo trascendental”.
De modo que la interrogante de Falcón sobre Sotillo, ya mencionada antes, es definitivamente importante para interpretar el movimiento contrario al avance sobre Valencia. Pero también es cierto, como ya hemos señalado con pruebas en las palabras mismas de Falcón y como veremos más adelante, no disponía de los medios para garantizar la victoria sobre las fuerzas de Cordero, atacándole en aquella ciudad.
Pero hay unos antecedentes importantes. El General Sotillo, había enviado a Ezequiel Zamora, a su cuartel general, una carta confidencial en la cual señaló lo siguiente:
1.- El Ejército Federal de oriente reconocía al General Ezequiel Zamora como único Comandante de los Ejércitos Federales de la República.
2.- Que este ejército oriental contaba con 6.000 lanceros de a caballo, de los cuales 3.500 marchaban hacia los llanos occidentales para auxiliarle. En la nota se le califica a Zamora como “jefe de los verdaderos liberales revolucionarios”. Y esa calificación la consideramos como muy sugerente de la conflictividad en el movimiento liberal. También se dice que 2.500 lanceros de caballería permanecerán en oriente para invadir a Caracas en el momento oportuno, penetrando por la Cortada del Guayabo.
3.- Que el General Zamora, no se deje embelecar por los señoritos patiquines que perdieron al General José Tadeo Monagas.
Esta última condición, es relevante; significa una toma de posición del General Sotillo contra quien fue, durante muchos años de combate, desde los inicios de la guerra de independencia, su comandante, compadre y hombre al cual había profesado gran amistad y lealtad.
No obstante, Falcón y Sotillo se pusieron de acuerdo en apariencia, sin mayores dificultades y se prepararon para entrar juntos en combate frente a las fuerzas de León Febres Cordero. “Falcón y Sotillo, dánse en este lugar (El Tinaco) un abrazo fraternal y ofrécele el segundo al primero su constancia y fe a los principios revolucionarios y directamente a su persona”. (Emilio Navarro, obra citada, Pàg. 108.)
Según el mismo autor mencionado antes, el ejército federal se puso en movimiento, llegó a los alrededores de Valencia, pero Falcón no atacó a esa ciudad “por causa, según el general en jefe, de pertrechos insuficientes”.(Pág. 109)
Este mismo autor, testigo presencial, señala que “al levantar el campamento cercano a Valencia, se hizo en el más completo desorden. Lo que aprovechó el general León Febres Cordero para cortarles en la sabana de Coplé” y agrega “Falcón y Sotillo, tropiezan con este obstáculo insuperable”. (Pág. 110)
Es más, el mismo Emilio Navarro afirmó que ante aquel escenario, aquellas dificultades que había creado al dejarse atrapar en un espacio donde era imposible que su mayor ventaja, la caballería no podía maniobrar y menos combatir, optó (Falcón) por deponer el mando y entregarlo “a un general Díaz que se hallaba entre nosotros, para que diese a Cordero en sus propias posiciones una batalla decisiva”.
Veamos como describe Juan Vicente González en “Venezuela y los Monagas”, de Monte Ávila, el área de Coplé.
“El tortuoso caño del Caracol, que forma la laguna de Coplé, corta del norte al este la célebre sabana de ese nombre; en su centro, otro caño, pequeño y atascoso y que parece dirigirse al sur, cambia su curso al este en busca de la misma laguna. Las cabeceras del pequeño caño y el grande en toda su extensión, están rodeadas de monte, más alto que el del Caracol y más tupido, desde las palmeras hasta las cercanías de la laguna. El punto en que confluyen los dos caños, estrechan la sabaneta conocida bajo el nombre de Rincón de Coplé, fue el teatro de la batalla. Limitan al oeste la sabaneta, el espeso palmar, que se extiende al sur, camino de San Fernando. Y que continúa al naciente, hasta dar con el Caracol en su curso al Apure”; y agrega, quien fuese un contumaz adversario de Sotillo, “Formó Falcón su ejército entre el caño, el bosque y la laguna”.(Pág. 96)
Carlos Destruge, en su libro “Biografía del General León Febres Cordero”, Imprenta Nacional, Guayaquil, informa que el paecista “Después de algunas escaramuzas, convencido que Falcón esquivaba el combate, operó en el sentido de cortarle la retirada, obligándole a la lucha en las Sabanas de Coplé”. Agrega “Al divisar en descubierta al enemigo, situado entre la laguna y un espeso bosque, ordenó Febres Cordero que la vanguardia se dirigiera al trote sobre el paso del Caracol, mientras el resto del ejército se movía ocultado por la propia vanguardia”.(Pág. 43).
Es obvio que este autor reitera como Febres Cordero, condujo premeditadamente a Falcón hacia aquel espacio estrecho, entre la laguna y el espeso bosque. O lo que es lo mismo, Falcón, comandante en jefe, no impidió que su contrincante le condujese a donde su mayor ventaja quedaba paralizada y anulada.
Pero leamos lo que sigue, el General J. Villasmil, envió una carta al General León Febres Cordero, devolviéndole a éste su diario de campaña, en la cual le habla de Coplé. En aquella carta hizo Villasmil el siguiente comentario que corrobora lo que señaló Destruge: “El hecho es que el enemigo creyó que la vanguardia del Ejército de UD., vista y contada por uno de sus Generales, era toda la fuerza que lo amenazaba, y contando con la superioridad se animó a aceptar la batalla, que no habría aceptado si UD. no le hubiese ocultado su fuerza con su oportuno cambio de dirección”.
Antes, en la misma carta, Villasmil afirma que el enemigo (Falcón), no debió retirarse del frente de Valencia, “si hubiese descubierto, como debió descubrir a todo costo, la nueva dirección dada por Vd. a su ejército”. Se refiere a la maniobra para llevarse a Falcón hacia el escenario de Coplé. En lugar, agrega Villasmil, de “al amanecer le hubiese echado encima toda su caballería sostenida por algunos cuerpos de infantería”.(Pág. 59-60).
Según Federico Brito Figueroa, en “Tiempos de Zamora”, quien se apoya en los testimonios de los oficiales zamoristas Emilio Navarro, Francisco Pulido y Joaquín Rodríguez; jefes veteranos como Pedro Aranguren, Jesús María Hernández, Benito Urdaneta y hasta el propio Juan Sotillo, recomendaron insistentemente amenazar a Valencia y obligar a Febres Cordero a salir de esa ciudad para enfrentarlo en la Sabana de Arao o en el Campo de Carabobo, donde la amplitud y condiciones generales del terreno, permitirían hacerlo, sólo con la caballería. Siendo esto así, la carencia de municiones, tantas veces alegada por Falcón y sus partidarios y portavoces, sería suplida por la supremacía federalista en cuanto a hombres de a caballo.
Febres Cordero poseía una infantería de unos 5000 hombres bien armados y descansados. En tanto que la caballería federalista era ostensiblemente superior en número, con probada combatividad y al mando de una oficialidad experta. Al frente de ella estaba un hombre que venía combatiendo con éxito desde 1814, en las filas independentistas de las llanuras orientales, Juan Antonio Sotillo.
Falcón prefirió trasladar el escenario a otro sitio y llevó sus tropas hasta donde le acorraló Febres Cordero. Algún autor parece sugerir que la inusitada responsabilidad de aquella marcha fue de Sotillo, quien hacia allá condujo la caballería. Guzmán Blanco, años más tarde en la tranquilidad de París, por proteger a Falcón, fue uno de quienes hizo aquella acusación, agregando lo de la falta de pertrechos. Pero tal argumento queda perfectamente desechado, cuando consideramos que la máxima autoridad del Ejército Federalista, en aquel momento, reposaba en las manos de Falcón.
Brito Figueroa, en la obra que antes mencionamos, atribuye a una simple bravuconada de Falcón, a “quien siempre se le escucharon expresiones mediante las cuales exaltaba su condición de macho” (Pág. 148), el haber aceptado el reto de Febres Cordero en aquellas condiciones. Y dice eso el historiador citado porque hay evidencias que muestran que Falcón, inició el combate con ataques de infantería, pese a su alegato de no poseer municiones y como en pocos minutos, el ejército de a pie de Febres Cordero, derrotó y puso en el más completo desorden a las fuerzas de su adversario.
Su fuerza, que descansaba en la caballería, quedó anulada, al ser encerrada entre aquellos barrizales, caños de agua y espesa vegetación. Por lo que Sotillo quedó paralizado, sin espacio para maniobrar ni lanzar ataques a la abundante infantería enemiga. Por esto, Lisandro Alvarado, en su obra antes citada (Pág. 238) afirma “Sotillo parecía más proteger la retirada que acometer formalmente”.
El propio Falcón, según se extrae de los “Documentos Políticos y Actos Ejecutivos de la Revolución Federal, Compilación de Joaquín Gabaldòn Márquez, expresó que “Derrotada completamente el ala izquierda del enemigo y desorganizada dos veces la derecha, el centro no pudo dar un solo paso adelante. Tan vigoroso y parejo fue el ataque, que si tengo diez cartuchos más entierro la oligarquía bajo los escombros de su postrer ejército. Pero todavía conservo la expresión del rostro de los soldados, cuando violentados por mí para siguieran cargando levantaban la cartuchera y abierta, me la mostraban completamente vacía”. (Pág. 96)
No obstante, el historiador venezolano J.A. Armas Chitty, en su obra “Vida Política de Caracas del Siglo XIX”, alega que Coplé “es un buen ejemplo de cómo Falcón no aglutinaba aspiraciones”, tanto que según el autor mencionado, diversos cuerpos de tropa, sobre todo de caballería se negaron a combatir. Y explica aquella actitud porque en ello “influyó, sin duda, la muerte de Zamora”. Pero agrega, que pese a todo, incluso a la incapacidad de Falcón, tampoco Cordero “supo aprovechar el triunfo”. (Pág. 137).
Alega además, para sustentar su criterio que jefes importantes como Pedro Aranguren y Calderón, se negaron a acompañar a Falcón a Coplé, precisamente por las desavenencias con éste y que solamente se mantenían en la guerra por ser zamoristas. Menciona que el primero de los nombrados, después de Coplé “A poco ataca a Barquisimeto y gasta inútilmente el parque que no quiso poner a la orden de Falcón”. (Pág. 115).
Mientras los defensores de Falcón, atribuyen la derrota al General Sotillo, a quien señalan de haberse quedado paralizado y como dispuesto sólo a cuidar la retirada, lo que coincide con el hecho que Febres Cordero no pudo consolidar su victoria y sus adversarios pudieron salir de aquel atolladero aparentemente en las mejores condiciones posibles, otras voces muy respetables, como las que hemos utilizado antes, culpan a Falcón, quien por descuido, desconocimiento o falta de control de las fuerzas bajo su mando, más que audacia del comandante enemigo, permitió que la caballería, que era su punto fuerte, fuese encerrada en un espacio donde no pudo moverse y entrar en combate en el momento oportuno.
Entonces cabe preguntarse, como tantos lo han hecho, si las fuerzas de Falcón carecían de municiones y pertrechos, tanto que al parecer estuvo tentado de dirigirse a Colombia en procura de los mismos, dato que él mismo confirmó de manera reiterada, ¿por qué condujo sus tropas hasta Coplé, donde menos le convenía combatir a Febres Cordero?
Hay evidencias, hasta dadas por él mismo, que muestran que Falcón, inició el combate con ataques de infantería, pese a su alegato de no poseer municiones y como en pocos minutos, el ejército a pie de Cordero, derrotó y puso en desbandada a las de su adversario. El mismo Falcón, ya leímos arriba, dijo que si hubiese tenido diez cartuchos más hubiese hundido al enemigo y como sus hombres le mostraban las cartucheras vacías.
La caballería, es cierto, casi no pudo combatir. Estaba inmóvil, atrapada en un espacio que le impedía desplegarse en combate.


XVII

JUICIO A PIAR


A


Son las cuatro de la tarde. Dentro de una hora, cuando el sol comience a declinar, me llevarán detrás de la torre sur de la catedral de Angostura para aplicarme la sanción que dictó la Corte Marcial.
Mañana se dirá que le decisión de ejecutarme servirá para fortalecer la autoridad del gobierno, acorralar la sedición y, el presidente del alto tribunal militar, General Luis Brión, afirmará, como para consolarse, que se me condenó por el delito de traición a la patria.
En verdad, reiteradamente hice comentarios y emití opiniones sobre la conflictividad social en que está envuelto el ejército republicano que hoy me parecen imprudentes. Muy a menudo me dejé llevar por mi natural irascibilidad y mi propensión a confiar en todo el mundo. Siendo yo el primer mulato en alcanzar tan alta posición en nuestro cuerpo armado y en el gobierno de la República, en un país donde han habido tantas diferencias, odios y desconfianzas entre un sector social y otro, debí cuidar en extremo mis pronunciamientos. Andar hablando aquí y allá sin ningún recato de la conveniencia de promover la libertad de los esclavos, es como nombrar la soga en casa del ahorcado y olvidar el peso de las opiniones e intereses adversos a ello en el seno del movimiento independentista. Esa actitud mía fue, a todas luces, una torpeza.
Es tan cierto esto que, mañana 17 de octubre cuando Bolívar hable al ejército patriota acerca de mi fusilamiento dirá, sin rubor alguno, ¿ Nuestras armas, no han roto las cadenas de los esclavos? ¿La odiosa diferencia de clases y colores, no ha sido abolida para siempre? ¿Qué quería pues, el general Piar para vosotros? Pero ese mismo hombre, en 1819, al hablar al Congreso de Angostura, cuando estén por cumplirse dos años de mi fusilamiento, dirá para sorpresa de cualquier desprevenido, "Yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República". Y un tribuno llamado Fernando Peñalver, nacido en la costa que se besa con el Caribe, saltará como otras tantas veces, antes y después de esa reunión, a desmadejar razones conservadoras, opuestas al pensamiento mío y del Libertador, para negar su ruego. Y dirá Peñalver, de la manera más pragmática y vergonzosa, que tal petición es inadmisible, porque los negros son la base del trabajo agrícola.
Si Bolívar, el caraqueño de San Jacinto, a quién llamarán el genio de América, que a base de tenacidad, permeabilidad, inteligentes avances y retrocesos tácticos, ha sabido mantener su liderazgo y cuándo golpear y dónde hacerlo, ha sido y será derrotado tantas veces , cómo no iba a serlo yo, Manuel María Francisco Piar Gómez, el mulato del barrio Otrabanda de Curazao, que inconvenientemente y a todo pulmón llegó a decir cosas como: "Me voy a Maturín y al fin del mundo si es necesario, a ponerme a la cabeza de los que no tienen otro apoyo que sus propias fuerzas...".
Por estas y otras tantas opiniones similares, y no por mis ejecutorias políticas y nexos con gente como Mariño, pese al esfuerzo y la brillantez de mi defensor, el teniente coronel Fernando Galindo, quién supo descalificar a mis calumniadores y desbaratar los subjetivismos del juez instructor general Carlos Soublette, de lo que me ocuparé especialmente en próxima oportunidad, dentro de poco habrán de fusilarme.
Tocan a la puerta; están aquí. El sol declina por los lados de la torre sur de la catedral de Angostura.
B

Ya estoy en el sitio donde habrán de fusilarme. De espaldas a la nave sur de la catedral de Angostura. A mi derecha está una de las imponentes torres del majestuoso templo. Al frente, el fiscal del proceso, general Carlos Soublette, y en formación las tropas encargadas de ejecutar la sentencia.
Ayer el Consejo de Guerra acordó que se pasase por las armas al general Manuel María Francisco Piar Gómez y, el Jefe Supremo, general Bolívar, lo confirmó; y ordenó al fiscal lo hiciese el día de hoy a las cinco de la tarde.
Según el tribunal militar, incurrí en los delitos o crímenes, como específicamente dice la sentencia, de insubordinación, conspiración, sedición y deserción. Este tribunal estuvo integrado por el almirante Luis Brión, quien lo presidió; por los generales de brigada Pedro León Torres y José Antonio Anzoátegui; coroneles José Ucrós y José María Carreño y tenientes coroneles Judas Piñango y Francisco Conde. Además del fusilamiento, el teniente coronel Francisco Conde y el general de brigada José Antonio Anzoátegui, solicitaron la pena de degradación, lo que hubiese significado la negación absoluta de mis servicios a la independencia de América.
Mi defensor, Fernando Galindo, admitió en el tribunal que era incuestionable la tesis de deserción. Pero presentó diversos atenuantes, como mi carácter irascible, mis temores y dudas ante los malsanos comentarios difundidos sobre mi conducta, hasta tal punto que se llegó a decir que me había apropiado indebidamente de ochenta mil pesos. Y uno de los testigos del fiscal, se hizo portavoz en el tribunal de tal maledicencia. Es curioso que, en un país como el nuestro, Venezuela, donde a lo largo de su historia se venerará a los corruptos, a mí se me acusó injustamente de ese delito en un tribunal.
Por fortuna para mí, no estuve presente en la reunión del Consejo de Guerra donde el fiscal presentó cargos. Me hubiese resultado muy triste escuchar la disertación abstracta y fantasiosa del general Soublette.
Las falaces declaraciones de los testigos, coroneles Francisco Sánchez y Pedro Hernández y teniente coronel José Manuel Olivares, descalificados al ser careados conmigo y posteriormente por mi defensor, fundamentaron las acusaciones de conspiración y sedición presentadas por el fiscal.
Fernando Galindo, mi defensor, alegó la verdad. Los testigos del fiscal son mis enemigos. Sánchez en una oportunidad, juró convertirse en perseguidor mío; a Hernández lo reprendí fuertemente en la batalla de San Félix y a Olivares en Upata, manifestando ambos de manera pública su animadversión contra mi persona.
No hay nada diferente en el fondo de las afirmaciones de Soublette, a las opiniones de Pablo Morillo, general realista, que en carta del 8 de mayo de este año, hace apenas unos meses, afirmó que yo, en connivencia con el general Petión, a quien él califica de "mulato rebelde que se titula presidente de Haití", quiero dominar Guayana para repetir las escenas de Guárico y de las posesiones francesas en Santo Domingo. En concreto, el general español me acusa de conspirar para de sublevar a los esclavos y toda la población negra y mulata con el fin de crear un Estado dominado por ese sector social. Es elemental que estos febriles y desesperados argumentos de Morillo, buscan ahondar las discrepancias que existen entre nosotros para "pescar en río revuelto".
En parte, es lamentable, obtuvo buenos resultados. Yo soy la víctima.

En la presentación de cargos, dijo el general Soublette que yo proyectaba una conspiración para destruir al actual gobierno y asesinar a todos los blancos que sirven a la República.
Mientras el general Soublette, aquí en los alrededores de la catedral de Angostura, lee la sentencia en alta voz, yo, de rodillas frente la bandera nacional, sigo meditando sobre el proceso.




El general Soublette ha terminado de leer la sentencia del Consejo de Guerra. El pelotón de fusilamiento está en los últimos preparativos. Sólo el ruido metálico de los fusiles rasga el denso silencio que me envuelve, mientras el sol declina en esta bella y estratégica Angostura. Mañana, para fortuna mía, el Jefe Supremo promulgará la Ley de Repartición de Bienes Nacionales, mediante la cual se premiará los oficiales y soldados por sus servicios a la patria americana. La lucidez del general Bolívar encontró oportuno anunciar esa medida pocas horas después que me fusilen como una manera de provocar un equilibrio emocional en los hombres que me quieren y aprecian; bien por ser conocedores de mi dedicación y empeño por la justa causa o haber compartido conmigo las incomodidades y riesgos de la guerra.
Se me hace más sofocante el calor de esta tarde de octubre en Angostura cuando recuerdo los argumentos del general Soublette. Dijo el compañero de armas que los testigos presentados por él son idóneos, pese a que como ya dije son mis enemigos. Y agregó de inmediato que yo había proyectado - esta versión es textual - y puesto en ejecución una conspiración cuyas consecuencias habrían sido la ruina de la República. Luego se dedicó a hacer especulaciones que presentó como verdades irrefutables. Hasta llegó a contradecirse cuando dijo que entre mis papeles no se encontraron planes, listas, ni correspondencia alusiva a la conspiración. Pero insistió en que puse empeño en encontrar en quien abrigase mis intentos y largó una frase que revela todo el temor que Soublette y el sector más conservador del movimiento independentista abriga en su conciencia. Dijo el fiscal que por mi acción conspirativa, rotos los lazos de la sociedad, no habría podido contener a mis cómplices, aún cuando lo hubiese intentado y yo mismo me habría ahogado en sangre. Esta febril declaración revela cuánto miedo provoca a los mantuanos el solo pensar que los oprimidos y sojuzgados tomen conciencia de sus derechos ¡Curiosa coincidencia con Morillo!
De nada valió la lúcida defensa del teniente coronel Fernando Galindo. ¿Por qué el tribunal desdeñó sus argumentos? ¿ Cómo es posible que un grupo de hombres juiciosos, formados en la guerra, amantes de la justicia, sensatos y nada desprevenidos pudiese creer, como alegó el defensor, que el general Piar iba a invitar a conspirar precisamente a enconados enemigos suyos ? Soy el único conspirador que conoce la historia que no intentó incorporar a su causa a sus amigos íntimos, en cambio optó por quienes le odian.
Creo tener muchos defectos, pero no el de tonto. Y esto sería, si estando inmerso en una conspiración entrego mis armas y mis hombres y, si aspirando ganar el fervor popular, abandono el escenario más importante de la República y me voy a esconder en el último rincón de la tierra. Por eso dijo Galindo, ¿ Puede ser conspirador el que deja el mando de la primera y más brillante división que nunca ha tenido Venezuela para retirarse a la triste población de Upata ?.
¿ Cómo entender que estaba promoviendo una sublevación contra los blancos y mantuanos del ejército independentista y no obstante, me desprendí de una fuerza integrada por hombres que admiran y quieren y para más señas, son negros y mulatos en su mayoría ?.
Mientras los soldados dirigen los fusiles hacia mí, me reconforto pensando que mi muerte servirá para cohesionar al ejército patriota y para que el Jefe Supremo pueda consolidar su liderazgo. Con razón, él dirá más tarde a Perú de Lacroix que mi ejecución fue suficiente para destruir la sedición. Pero de antemano quiero invitarles a hacer la siguiente reflexión: ¿a cuál sedición estará dirigido el pensamiento de Bolívar?
De golpe todo se ha vuelto turbio. Una espesa oscuridad, mezclada en otras como una cápsula, me encubre. ¡Allá afuera, bajo un cono de luz brillantísima, están los dioses!

--
Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 2/09/2012 09:59:00 AM

No hay comentarios:

Publicar un comentario