viernes, 21 de noviembre de 2014

BANDO DE PIEDAD (II Y FINAL)


Bando de Piedad (II y final)
Ciro Bianchi Ross * digital@juventudrebelde.cu
15 de Noviembre del 2014 20:35:27 CDT

La noticia la indignó y supo que no podría permanecer con los brazos
cruzados. No solo debía obtener la liberación de dos niños, vendidos a
un circo por su propio padre a cambio de 2 000 pesos, sino el castigo
de los culpables, tanto del vendedor como del que los había adquirido.
Corría el mes de mayo de 1920 y Jeannette Ryder, una norteamericana
llegada a Cuba tras el cese de la Guerra de Independencia y que en
1906 fundara en La Habana el Bando de Piedad para proteger y ayudar a
seres desvalidos e indefensos, fueran humanos o animales victimizados
por el hambre, la crueldad y el maltrato, no midió de inicio las
dificultades de la empresa que afrontaba. Hasta ahí su quehacer en
favor de niños desamparados y mujeres y ancianos desvalidos y también
bestias de tiro y de perros y de gatos callejeros, la hacía centro de
burlas y sarcasmos. Ahora, en su lucha por la liberación de los niños,
enfrentaría algo peor, la cárcel.
El empresario del circo que compró a los niños se movía en las sombras
a fin de salirse con la suya, y tan pronto supo que sería objeto de
reclamación por parte de Jeannette Ryder, sobornó a la policía, al
alcalde y al juez de la localidad habanera de Guara, donde el circo
estaba de temporada. Cuando arribó la filántropa a esa ciudad, fue
objeto de agresiones verbales que pasaron al ataque físico antes de
que la llevaran en calidad de detenida a la unidad policial, donde se
le mantuvo bajo arresto antes de que la remitieran al vivac de Güines.
Lo justo de su reclamo obligó a ponerla en libertad y a la postre
ganaría la pelea cuando los niños volvieron al lado de su madre.
Dos semanas después del retorno de los niños a su hogar, la Ryder se
enfrascaba en una nueva batalla que también ganaría. En la finca Los
Zapotes, en las afueras de La Habana, se celebraban en secreto
corridas de toros que transcurrían con la presencia de altos
funcionarios públicos y encopetadas damas de la alta sociedad.
El tema de la protección de animales llevado a la Mesa Redonda del
pasado 31 de octubre, trajo a primer plano un asunto sensible que
preocupa cada vez más a amplios sectores de la población y con dicho
tema el recuerdo obligado de Jeannette Ryder, una mujer que, afirma el
investigador y narrador Jorge Domingo, sobresalió por sus nobles
sentimientos cristianos, su sensibilidad extrema y su firme voluntad
de hacer el bien.

Estrafalaria y chiflada
Precisa el autor de importantes investigaciones como Españoles en Cuba
en el siglo XX y El exilio republicano español en Cuba:
<<Al poco tiempo de su llegada a La Habana esta mujer se inició en la
tarea de ofrecerles ayuda a los numerosos niños desamparados que
recorrían la ciudad, se dedicaban a vender periódicos, en el mejor de
los casos, o al hurto continuado... De igual modo, indignada ante el
trato cruel que recibían en la calle, ante la vista de todos, caballos
y otros animales de tiro, apaleados sin compasión por sus dueños para
que transportasen cargas excesivas, se enfrentó a esta práctica
habitual y recurrió a las autoridades para ponerle fin. En igual
sentido de protección a los animales se dedicó a socorrer con
alimentos a los numerosos perros y gatos abandonados en la ciudad.
<<Muy pronto se fue extendiendo la noticia de que una estrafalaria y
chiflada mujer norteamericana se enfrentaba a los rudos carretoneros
cuando estos castigaban a sus caballos, cargaba con bolsas de
alimentos para repartirlos entre perros y gatos sarnosos y se detenía
a sermonear a los pilluelos. La burla y el sarcasmo cayeron sobre ella
con saña; pero no lograron causarle el menor daño ni hacerle variar su
actitud. Convencida de lo correcto y de lo necesario de su proceder,
continuó recorriendo cada día la ciudad y paulatinamente el
menosprecio hacia su persona se fue trocando en asombro, en respeto,
en admiración. Algunos se acercaron a ella para acompañarla en aquella
noble cruzada, y al contar entonces con un grupo de seguidores,
Jeannette Ryder fundó el 27 de octubre de 1906 el Bando de Piedad>>.
El empeño no era nuevo en la Isla. En su Los orígenes del
asociacionismo ambientalista en Cuba --estudio este sobre el que el
escribidor promete volver-- el historiador Reinaldo Funes Monzote dice
que las primeras referencias a la necesidad de una sociedad para el
cuidado de animales datan al menos de mediados del siglo XIX, y pone
de relieve que las ordenanzas municipales de la Colonia contenían
regulaciones destinadas a la protección de los animales. Ya en 1881 el
municipio disponía el peso máximo para las cargas de las carretas
tiradas por bueyes y carretones de mulas, y penalizaba la adulteración
de la leche, la contaminación de las aguas y las peleas de perros.
La Constitución española de 1876 y el fin de la Guerra de los Diez
Años favorecieron la proliferación en La Habana de sociedades de
diversa índole, entre estas la Sociedad Cubana Protectora de Animales
y Plantas, en 1882. Su fundador fue el español Juan García Villarraza,
médico y dentista, fundador de la primera academia dental que existió
en Cuba. Dos años más tarde se creaba la Sociedad Protectora de los
Niños de la Isla de Cuba. Los esfuerzos por consolidar una asociación
dedicada a promover la protección de los animales renacieron tras el
fin de la dominación española, asevera Funes Monzote. La intervención
norteamericana y la instauración de la República fueron un buen
momento para retomar esas aspiraciones en la Sociedad Humanitaria
Cubana Protectora de los Niños y contra la crueldad con los animales
(1902). Radicó en la sede de la Academia de Ciencias y su presidente
fue el eminente médico Juan Santos Fernández, presidente también de la
Academia.
Cuba dejaba atrás 30 años de guerra y se imponía superar el legado
nefasto de la Colonia y la esclavitud. La contienda bélica cerraba con
el saldo de cuantiosas pérdidas humanas y materiales, y el
analfabetismo elevadísimo lastraba el progreso nacional. Se imponía
entonces reestructurar la sociedad y rigió un nuevo sistema de
enseñanza. El problema social del país era, sin embargo, más grave y
complejo. Miles de desplazados por la guerra se concentraban en las
poblaciones, principalmente en La Habana, y niños, ancianos, dementes
y mutilados, en total desamparo, vagaban por las calles, y poco hacían
por ellos el Gobierno central y los municipios. Para paliar su
desgracia surgió la Sociedad Protectora de Niños, Animales y Plantas,
también conocida como Bando de Piedad, que adoptó como lema estas
palabras: <<Nosotros hablamos por los que no pueden hablar>>.

Una carga excesiva
El Bando de Piedad auspició un dispensario para prestar asistencia
médica gratuita a menores y estableció un reparto de leche y pan para
mendigos. Llevó desayuno a mujeres detenidas en unidades policiales y
combatió el propósito de restablecer en la Isla las corridas de toros
y abogó por la supresión de las academias de baile que eran, en
verdad, centros velados de prostitución.
Aunque por ese camino nunca terminarían de resolverse los problemas
sociales del país, la prédica y el quehacer de Jeannette Ryder ganaron
espacios y seguidores. Era el Bando de Piedad una organización de
limitadas posibilidades económicas, que se sostenía, en lo esencial,
gracias a la caridad pública y que estiraba al máximo sus escasos
recursos a fin de beneficiar a la mayor cantidad de personas
necesitadas. El proceder humanitario de Jeannette, secundada siempre,
de manera activa, por su esposo, el médico norteamericano Clifford
Ryder, permeó también las esferas oficiales y en 1915 el Gobierno del
general García Menocal cedió al Bando el edificio de Paula esquina a
Picota, en La Habana Vieja, que sirvió de albergue a numerosos niños
en estado de orfandad. Tuvo la organización su propia revista, que
contó entre sus colaboradores al periodista Félix Soloni y al escritor
Juan Marinello.
La Ryder tenía 33 años de edad en el momento de su llegada a Cuba.
Pasó el tiempo y no por ello disminuyeron sus convicciones. Pero
resultaba excesiva la carga que soportaba su débil constitución
física. En las primeras semanas de 1931 se le diagnosticó una seria
enfermedad pulmonar. Fueron inútiles los intentos por salvarla.
Falleció, dice Jorge Domingo, el 11 de abril; el 10, se afirma en la
enciclopedia popular ilustrada Cuba en la mano.

Vacío irreparable
La muerte de Jeannette Ryder dejó un vacío irreparable en el Bando de
Piedad. Los tiempos en que ocurrió el deceso no eran los mejores.
Arreciaba la lucha contra la dictadura de Machado y la crisis
económica empujaba a la miseria a un número cada vez mayor de
familias. Por consiguiente, las donaciones y legados eran cada vez
menores y más esporádicos. Para colmo de males, surgieron pugnas entre
algunos de sus miembros. Por suerte, el Club Rotario intervino en el
asunto y con su apoyo monetario pudo la organización proseguir su
labor.
En 1934, el dibujante Ricardo de la Torriente, el creador del
personaje de Liborio, legó al Bando una finca rústica en el Cotorro.
En dicho predio, en un moderno edificio construido al efecto, entró en
servicio una escuela-albergue que acogió a numerosas niñas. De manera
paralela y sin depender del Bando, la poetisa Dulce María Loynaz,
premio Cervantes, mantenía sin ayuda de nadie un asilo canino en su
finca La Misericordia, en las afueras de La Habana, y calladamente
creó un paraíso para los perros callejeros. El Bando de Piedad
funcionó hasta 1959, cuando el Estado asumió sus funciones. Su última
clínica veterinaria, con servicios gratuitos, radicó en la calle
Trocadero número 413, en Centro Habana. Desde hace años la Asociación
Cubana para la Protección de Animales y Plantas (Aniplan) acomete una
encomiable labor, no siempre reconocida con entera justicia, en la
vacunación, desparasitación y esterilización de animales. Lo mismo
hace la Oficina del Historiador de La Habana. La Dirección de
Bienestar Animal del Ministerio de la Agricultura trabaja en la
tercera versión del proyecto de ley de protección de los animales, y
no faltan personas que aportan al tema tiempo y recursos, convencidos
de que mientras más indefensa se encuentre una criatura más derecho
tiene a que el hombre la defienda de la crueldad del hombre.

La lealtad
Jeannette Ryder fue inhumada en la necrópolis habanera de Colón. Su
perra Rinti se echó entonces junto al sepulcro y rechazó el agua y los
alimentos que le ofrecían los empleados del cementerio. Cuando murió,
una escultura la inmortalizó a los pies de su dueña. Es el monumento a
la lealtad.
Desconozco si se trata de una celebración universal, pero el 10 de
abril es el Día del Perro. Así lo anuncia la Asociación Cubana para la
Protección de Animales y Plantas. Todo el año debía ser, sin embargo,
el día del perro, del propio y del ajeno y de ese que anda por ahí,
abandonado a su suerte. No basta con proporcionarles un techo y
alimento suficiente. También es importante hacerles sentir que son
queridos e importantes, que se les toma en cuenta. Captan y comparten
nuestros estados de ánimo y entienden todo lo que les decimos. Y son
capaces de respondernos y de decirnos lo que quieren. Preste, si no,
atención a los ladridos y gruñidos de su mascota. Nunca son iguales.
Hay uno para cada ocasión. No son ellos culpables de que, lerdos como
somos, no siempre los entendamos.











-- 
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
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