domingo, 12 de octubre de 2014

UNA TARDE EN KUQUINE


Una tarde en Kuquine
Ciro Bianchi Ross * digital@juventudrebelde.cu
11 de Octubre del 2014 22:53:33 CDT

Esta semana el escribidor estuvo en Kuquine, la finca de recreo del
dictador Fulgencio Batista, convertida ahora en un centro de descanso
y recreación. Tras el triunfo de la Revolución, el predio, con el
nombre de Libertad, pasó al Ministerio de Educación, y su casa
principal fue sede, sucesivamente, de un instituto tecnológico, una
escuela primaria y una escuela especial y también, por no dejar de
ser, sirvió como albergue a familias que quedaron sin techo. Un buen
día, la dirección provincial de Alojamiento decidió convertirla en un
sitio de recreo y esparcimiento. Por un precio módico en moneda
nacional puede el cubano disfrutar de sus instalaciones, incluida su
fabulosa piscina.
Desconoce quien esto escribe cuándo Batista adquirió esta finca de 17
caballerías de extensión enclavada al borde de la Autopista del
Mediodía y que queda encerrada entre la Carretera Central, la
carretera de Cantarranas a Entronque del Guatao y la vía que corre de
San Pedro a Punta Brava. Debe haberla comprado a fines de su primer
período de gobierno (1940-1944), tal vez cuando llevaba ya relaciones
extramaritales con Martha Fernández Miranda y estaba a punto de
divorciarse de Elisa Godínez, la mujer que lo había acompañado desde
mediados de los años 20, cuando no era más que un modesto soldado, y
con la que tenía tres hijos: Mirta de la Caridad, Fulgencio Rubén y
Elisa Aleida.
El divorcio de Elisa, por división de gananciales, costó a Batista 11
millones de pesos, con lo que la señora se convirtió --aseguraba la
crónica social-- en una de las mujeres, con fortuna propia, más
acaudaladas de América Latina. Enseguida --28 de noviembre de 1945-- y
en la propia capilla de la finca contrae el ex presidente matrimonio
con Martha, una muchacha humilde de Buenavista, en Marianao, a la que
doblaba tranquilamente la edad. Las circunstancias en que se
conocieron no están precisadas. Una versión sobre ese encuentro
asegura que ella, que iba en bicicleta, fue atropellada por el
automóvil presidencial que llevaba a Batista a bordo. Asumió el
Presidente los gastos de hospitalización y visitó a la muchacha en la
clínica. Simpatizaron y empezaron a verse en secreto. Pero esa
historia no es cierta. Si lo fuera, Roberto Fernández Miranda, hermano
de Martha, la habría referido en sus memorias, en las que no ofrece
explicación alguna sobre el inicio del romance. De cualquier manera,
Martha, en la intimidad, llamaba Kuqui a Batista y de ahí Kuquine.
Ella sería la dueña y señora de la finca y con su ambición desatada y
desmedida ejercería un influjo nefasto en la ejecutoria pública de su
marido, como si Batista, carente de cualquier freno ético, necesitara
de influencias en su maldad.
En Kuquine se gestó el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952. De
allí salió Batista ese día para meterse en el campamento militar de
Columbia y apoderarse así de la República. Fue en la biblioteca de
Kuquine donde, el 17 de diciembre de 1958, el embajador norteamericano
comunicó formalmente al dictador que Washington le retiraba su apoyo y
le pidió que saliera del país cuanto antes. Y en la propia biblioteca,
ya en la noche del 31 de diciembre de 1958, tuvo lugar la última de
las entrevistas entre el mandatario, que ya empezaba a dejar de serlo,
y el mayor general Eulogio Cantillo con el fin de orquestar la
maniobra con la que se pretendió frustrar el triunfo de la Revolución.
Los peores planes se fraguaron en el ambiente bucólico y tranquilo de
Kuquine. Entre otros muchos bustos y estatuas, la imagen de bulto de
una grulla con la pata de palo se alzaba en los jardines de la finca
sobre un pedestal de honor. El inocente palmípedo, sacrificado --decía
Batista-- al revanchismo de sus adversarios, fue el símbolo de los
batistianos en la farsa electoral de 1954. El grito de <<la grulla no
morirá>> expresaba claramente la intención del dictador de permanecer
en el poder por tiempo indefinido o hasta que el pueblo lo expulsara.

Complejo de Napoleón
El visitante traspasa el portón de entrada, con sus muros de cantería,
camina unos pocos metros y se topa con un espejo de agua, ahora en
proceso de recuperación y el pequeño edificio donde radicó la capilla.
Más alejada se halla la casa de vivienda con sus tejas rojas y
portales y terrazas con techos de maderas preciosas y columnas de
caoba labradas.
José Díaz, el mayordomo, declaró en enero de 1959 que esa mansión no
llegó a inaugurarse y que tampoco se amuebló completa. Algunos objetos
originales de la casa --muy pocos-- han vuelto a la residencia. Los
empleados de Kuquine hablan de sus 12 dormitorios, todos con cuarto de
baño individual, y señalan sin vacilaciones la habitación privada de
Batista y Martha --la única con balcón, y marcada hoy con el número 8.
Lamentablemente ninguno de ellos puede indicar al visitante cómo los
primitivos inquilinos distribuían el inmueble, aunque hablan del
pasadizo subterráneo que conectaba la mansión con la casa del
cuñadísimo Roberto Fernández Miranda, a un kilómetro aproximado de
distancia, en el propio perímetro de la finca, y de otro túnel, más
improbable aun, que conducía a la sede del Estado Mayor Conjunto en la
Ciudad Militar de Columbia. Galerías que, por supuesto, nadie ha visto
y que no parecen existir sino en la imaginación.
Contaba Kuquine con una sala de música y otra para proyecciones
cinematográficas. La sala de estar estaba amueblada y decorada al
estilo Luis XV. Desiste el escribidor de su pretendido guía y vaga
solo y sin rumbo por la casa. Recuerda fotografías originales de la
mansión que dio a conocer la prensa a comienzos de la Revolución y
cree adivinar el espacio que ocupó el llamado Patio de los Héroes,
donde alguna vez se alzaron las estatuas de José Martí, Simón Bolívar,
Máximo Gómez, Abraham Lincoln y otros próceres americanos, mientras
que sobre una de las estanterías de la biblioteca sobresalían entre
otros los bustos de Ghandi y Churchill, Juana de Arco y Dante, Rommel
y Stalin.
Ese patio se ubicaba entre las dos alas de la biblioteca que se
utilizaba además como sala de conferencias y reuniones. Una bien
nutrida colección de libros donde no faltaban títulos de los poetas de
la revista Orígenes y de la generación de los años 50, aunque lo más
probable es que nunca fueran leídos por su propietario, tras el
triunfo de enero fue a parar a la Biblioteca Nacional. En una vitrina,
también en la biblioteca, Batista conservaba las condecoraciones e
insignias militares de sus días de jefe del Ejército (1933-1939). Un
estante, situado tras su escritorio y bajo una foto que lo mostraba en
su época de oscuro sargento, guardaba decenas de ejemplares del libro
titulado Un sargento llamado Batista, de Edmond Chester, y de otro,
Batista y Cuba, de Ulpiano Vega Cobielles.
En un lugar de honor se mostraba un ejemplar de Vie Politique et
Militaire de Napoleón, de A. V. Arnault, edición de 1822, un estuche
con el telescopio que usó el Emperador en su cautiverio de Santa Elena
y dos pistolas que pertenecieron al vencedor de Austerlitz. Batista
tenía --se dice-- complejo de Napoleón. En sus charlas íntimas se
refería al 4 de septiembre como un 18 Brumario y aludía al golpe del
10 de marzo como un regreso de la isla de Elba.
Un pequeño espacio de la casa de Kuquine fue bautizado como el cuarto
de los tesoros. Allí se guardaban objetos de plata y porcelana,
relojes, cuchillería, vajillas y bandejas, estatuillas y objetos de
arte de todos los estilos y épocas valorados en más de 300 000 pesos
equivalentes a dólares.
Faltaba aún lo mejor. En un cuarto de desahogo, sepultadas por una
montaña de libros viejos y empolvados, aparecieron en enero de 1959
cinco cajas de madera. Contenían 800 alhajas valoradas en dos millones
de pesos; gargantillas de diamantes, crucifijos de plata, brazaletes
de oro puro, relojes de las mejores marcas, algunos de ellos diseñados
especialmente para Batista con incrustaciones de brillantes en las
esferas, broches, relicarios, abanicos de marfil... El indio fue el
símbolo de Batista. Una sortija de oro puro, con la efigie de un
indio, apareció entre las joyas escondidas. Piedras preciosas
adornaban la cabeza de la figura que lucía además los colores de la
bandera del 4 de Septiembre. Joyas que, al decir de una de las
sirvientes de la casa, <<la Señora tenía como de menos valor porque las
más valiosas las llevó a Nueva York mucho antes>>.

300 millones
¿Cuánto robó ese hombre que en 1933, como sargento taquígrafo del
Ejército, devengaba un sueldo de 19 pesos mensuales y que luego, como
general retirado recibía una pensión de 400? ¿Bastaban para cimentar
su fortuna los 12 500 pesos mensuales que en su segundo mandato
(1952-1958) ganaba como Presidente de la República? ¿Cuánto logró
sacar de la Isla en su huida? En 1969, una revista británica lo
conceptuó como el hombre más rico de España, donde residía entonces.
Especialistas calculan que en 1958 la fortuna de Fulgencio Batista
rondaba los 300 millones de pesos equivalentes a dólares, capital que
--dice Guillermo Jiménez en su libro Los propietarios de Cuba-- se
ramificaba por unas 70 empresas, algunas de las cuales no aparecían a
su nombre pues se enmascaraban --puntualiza Jiménez-- tras una tupida
telaraña de testaferros, intermediarios, cómplices, socios y abogados.
Era propietario único o accionista de nueve centrales azucareros, del
Banco Hispano Cubano, de una papelera, de empresas inmobiliarias, de
empresas constructoras, de industrias de materiales de la
construcción... Dueño de periódicos y revistas, del Canal 12 de la TV,
de varias emisoras de radio. También del motel Oasis, en Varadero, y
el hotel Colony, de Isla de Pinos, y del centro turístico de
Barlovento (actual Marina Hemingway). Era el mayor accionista privado
de Cubana de Aviación y propietario de otras dos empresas de
transporte aéreo. Quiso y casi logró monopolizar el transporte por
carreteras y controlaba en buena medida el transporte urbano en la
capital...
Afirma Jiménez en su libro aludido que, sobre todo, en su segundo
gobierno, que costó miles de muertos, Batista se convirtió en uno de
los hombres más ricos de Cuba, y en el mayor ladrón, asegura, por su
cuenta, el historiador Newton Briones Montoto. Satisfacía su
desenfrenada ambición en detrimento de la atención que debía prestar a
los asuntos de Estado. Se aprovechaba de manera asombrosa de la
política de financiamiento de instituciones bancarias estatales,
recibía dinero del juego prohibido y <<multaba>> a los empresarios que
acometerían alguna obra pública con el 30 por ciento del dinero que
recibían del Estado.
Con parte de ese dinero se engrandeció Kuquine, la finca de Batista
convertida ahora en un centro de recreación y descanso para disfrute
de la población.









-- 
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/

No hay comentarios:

Publicar un comentario