viernes, 24 de octubre de 2014

¡MI POBRE GALLO BATARAZ!


ELIGIO DAMAS


              Cuando  lo  llevó  a la  gallera,  todos los allí presentes  gritaron  entusiasmados. Advirtieron en  él, por  su porte,   majestuosidad,  armónico  y viril  canto, dotes   para imponerse a los demás y reinar por largo tiempo en el redondel de combate.
              De  manera  entusiasta,  atendiendo a  su largo e intenso  historial  y  por  su  programa  de entrenamiento, los apostadores   inclinaron  sus simpatías  hacia   aquel esquivo combatiente  que retornaba con bríos del invernadero. La  primera campaña la cumplió con brillantez; en cada combate salió ileso  y triunfante.   Tanto  éxito  obtuvo  que  a  la  mitad  de ella desaparecieron las apuestas y casi al final, la vida se le volvía aburrida  y  público y apostadores comenzaron  a  dispersarse.  Y entre  sus asesores, alguno que otro que a  la  rigurosidad  unía talento poco común, con anticipación  percibió sutiles deseos por cambiar a un estilo ramplón y rutinario y se fue a sentar en  las galerías  o  a  esperar  con  conmiseración  la hora  inexorable del sancocho.
              Por  falta de rivales en su entorno, apostadores  y simples  aficionados,  moralistas  de vieja  estirpe,   gritones incondicionales  de  galería y alguno que otro diletante  con  la piedra  filosofal en la pretina del pantalón, lo  incentivaron  a establecer vínculos con otras cuerdas. En las suya, las  apuestas se entablaban en cantidades irrisorias, en simples bolívares, por una  media docena de refrescos o cuantimás, por una  botella  de aguardiente barato. Hasta había apostadores y apuestas de pedazos de plazo de loza.
               En  su  ámbito,   las  cuerdas  se repetían como partículas  de un espejo trizado. Lo importante era combatir  y demostrar  ante el público la destreza del gallo y la técnica y metodología alcanzada por los entrenadores.   Renovar   la estrategia,  hacer  la gallera más entusiasta y  al  público  más exigente y satisfecho era el ideal que guiaba a aquella comunidad sencilla  y abnegada. Había en todo ello una actitud generosa  e inteligente frente a la vida y la milenaria cultura de la riña de gallos.
              Al  final de cada combate, , salvo la  decisión  de los jueces a favor de uno u otro gallo o el final trágico con  la  pérdida de la vida de unos de los " combatientes" , cosa poco frecuente  por  la  sutileza de las  reglas,  nadie  perdía.  Los apostadores beneficiados, por su propia iniciativa y acordes  con el viejo ritual, corrían con los gastos de la fiesta de la tarde de  gallos. Fiesta de amigos, de hermanos, donde todos  cumplían las letras del libro nunca escrito.
              Cuando llegó la hora de la verdad, el momento de la grandeza  y dignificación de las galleras; más allá de  su  mundo primigenio, el gallito rutilante, elegante y veloz, se plegó a un sector de sus  asesores, poco ágiles y despiertos para el  combate pero  fieros y rísperos en las apuestas. Perdió  la  elegancia  y altivez  del pasado  y se volvió lento  y  frontal.  Sus nuevos estrategas  engordaron  con  él y en las galleras de  sus  nuevos combates sólo se contaba el efectivo.
              En su última pelea le cayeron en cayapa - el  parte policial  dijo  que fue por un ajuste de cuentas - y  lo  dejaron inmóvil.
              La última vez que de él me hablaron,  me dijeron que hacía  esfuerzos  por  volver  a  su  viejo estilo;  aquel   que entusiasmaba a sus galleras.
             ¡Qué difícil es ser coherente!
                "El Norte".
                Barcelona, 04 - 10 - 94




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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 10/23/2014 06:13:00 p. m.

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