domingo, 26 de agosto de 2018

UN IRLANDES EN CUBA LIBRE

Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 53 more Details
Un irlandés en Cuba Libre
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebelde.cu

Decía Fernando Ortiz que James O’ Kelly es un personaje de los más
pintorescos del siglo XIX. Su vida, añadía don Fernando, fue un
constante eslabonamiento de audaces y caballerescas andanzas. O’
Kelly es el autor de La tierra del mambí, un reportaje de más de 250
páginas que escribió cuando en 1873 el periódico para el que trabajaba
—New York Herald— lo envió a «cubrir» la guerra que, por su
independencia. Cuba libraba contra España, ocasión en la que
entrevistó a Carlos Manuel de Céspedes, presidente de la República en
Armas.
Su existencia tuvo mucho de novela. Nacido en Irlanda entre 1840 y
1845 —no se ha precisado la fecha exacta— fue un decidido y entusiasta
partidario de la independencia de su patria y para conseguirla formó
parte de todas las conspiraciones posibles e imposibles. En México,
tras la caída de Maximiliano, estuvo a punto de ser fusilado y libró
en tablitas gracias al llanto y a los ruegos de una anciana que aun
sin conocerlo clamó por su vida. Participó en la guerra franco
prusiana, donde la parte francesa le dio grados de Coronel, y cazó
búfalos con el célebre Búffalo Bill, que recalcó siempre la valentía
insuperable del irlandés…
O’ Kelly entró por la puerta ancha en el mundo de la prensa y su
carrera fue afortunada. El New York Herald era en aquella época el
diario de más fama mundial por su originalidad, audacia y valor de sus
correspondencias recibidas desde los países más distantes y sobre los
temas de mayor interés. «La misión de O’ Kelly a la tierra del mambí
fue la prueba de cómo sabía J. Gordon Bennet, el director del Herald,
invertir dinero y energías en captar noticias sensacionales», escribe
Ortiz, y recuerda enseguida que con independencia al criterio ético
que se enarbolen al juzgar a los Bennet, padre e hijo, no hay duda
de que se mueven entre los más grandes periodistas norteamericanos.
Se cuentan aventuras pintorescas del legendario reportero, como cuando
mantuvo en un tren, aislado de los otros periodistas, al famoso
político francés Rocheford, de paso en Estados Unidos, luego de
escaparse de Nueva Caledonia, mientras él telegrafiaba de estación en
estación la entrevista que iba haciéndole a lo largo de todo el día y
que fue un verdadero «palo» tanto en Norteamérica como en Europa.
DON PEDRO, EL EMPERADOR
Su periódico lo envió a Brasil a fin de que acompañara al emperador
don Pedro en su viaje a Estados Unidos.
Dos servicios inestimables prestó al monarca; el primero, cuando en la
bahía de Río de Janeiro, salvó de manera espectacular la vida de la
emperatriz, y luego, cuando en el transcurso del viaje lo mantuvo
aislado de la prensa, salvo de los periodistas del Herald. Había hecho
creer al emperador que cada periodista norteamericano era como un piel
roja: no le bastaba con vencer al enemigo, sino que quería además
arrancarle la cabellera. Su éxito fue tan sonado que cuando la
comitiva imperial llegó a California, los periódicos locales dieron
así la noticia: «Llegó ayer a San Francisco el repórter del New York
Herald, Mr. James O’ Kelly, acompañado del emperador del Brasil».
O’ Kelly entró al Herald como reportero. Bien pronto su cultura enorme
y aguda visión hicieron que se le confiara la crítica de arte del
diario. Poco después era promovido a editorialista y más tarde al
comité director del periódico. La propuesta de venir a Cuba le dio la
posibilidad de cambiar la aburrida vida de buró por la azarosa
existencia del reportero.
A fines de 1872, el Herald envió un corresponsal a Cuba con la misión
de reportar la guerra y llegar a Carlos Manuel de Céspedes. Pero Mr.
Henderson, que así se llamaba el sujeto, no tuvo el valor ni la
astucia para cumplir una tarea como esa. James O’ Kelly los tenía de
sobra y, ya en Cuba, lejos de esconder sus intenciones, comunicó su
propósito a las autoridades y solicitó un salvoconducto para recorrer
el país y pasar a la tierra del mambí. El Capitán General le advirtió
que podía moverse por la parte de la Isla controlada por España, no
así por el campo insurrecto.
No respetaría el reportero la advertencia de la máxima autoridad
española en Cuba. Llegó a los campos de Cuba Libre a las cuatro de la
tarde del 21 de febrero de 1873 y se entrevistó con el Padre de la
Patria el 6 de marzo. Dejó una buena impresión en el hombre de La
Demajagua que lo alude en cartas a su esposa. Dice: «En nuestro campo
se manejó dignamente… y confirmamos su mucho valor y resolución».
UNA FUGA ANUNCIADA
Permaneció unas seis semanas en la tierra del mambí. Volvió al campo
español y en la ciudad de Manzanillo se presentó, en compañía del
cónsul inglés, ante las autoridades locales. Quedó detenido. Lo
remitieron preso al Morro de Santiago de Cuba y luego a La Habana,
donde estuvo encerrado en la fortaleza de la Cabaña antes de ser
conducido a España. En Santander permanece internado en una
penitenciaría hasta que le otorgan la libertad bajo palabra de honor
de no huir y de presentarse ante las autoridades de Madrid.
Sucede algo increíble. Emilio Castelar, presidente de la República
española, y Francisco Pi y Margall, su ministro de Gobernación, ambos
amigos de Irlanda, estaban decididos a favorecer a O’ Kelly. Y es
Castelar quien le hace llegar en secreto un aviso al irlandés.
Decía Castelar en su mensaje que era de su conocimiento que Pavía,
capitán general de Madrid, preparaba un golpe de Estado contra la
República y el gobierno no podía impedirlo.
-Si los realistas restauran la monarquía, usted será castigado
duramente. De ahí que se le avisa que prepare cuanto antes su equipaje
y procure que el ministro norteamericano lo acompañe al Ministerio de
Gobernación para hacer contar que usted, O’ Kelly, ha retirado su
palabra de honor de no huir y se entrega a la disposición de la
autoridad.
El diplomático norteamericano que no estaba en el secreto, acompañó
a regañadientes al periodista. Ya en el ministerio, Pi y Margal dijo a
O ‘Kelly:
-No puedo obligarlo a que usted cambie de opinión y usted sabrá lo
que le conviene bajo su responsabilidad. Sírvase regresar a su hotel y
se le apresará cuando la autoridad lo crea oportuno.
El diplomático salió aterrado del ministerio. El periodista tomó el
primer tren con destino a Gibraltar.
Los escasos días pasados por O’ Kelly en Gibraltar fueron suficientes
para que elaborara el plan de conquistar el peñón en poder de
Inglaterra, Unos doscientos irlandeses bajo su mando llegarían a la
fortaleza por un camino conocido solo por contrabandistas y se
apoderarían de la instalación y entregarían el territorio a España.
Cánovas del Castillo, primer ministro de Alfonso XII, lo hizo
desistir de su empeño. De nada valdría apoderarse del peñón si
Inglaterra, en represalia, podría bombardear las ciudades costeras
españolas.
Pasaron los años. James O’ Kelly ganó un acta de diputado, y aunque
jamás regresó a Cuba, recordó hasta los últimos momentos sus días en
la tierra del mambí.
CON EL PRESIDENTE
El presidente Céspedes dispone que una escolta acompañe al periodista
hasta Cambute y que de ahí lo traslade a su campamento. O’ Kelly se
encuentra con un hombre de corta estatura, pero de constitución de
hierro, muy erecto siempre, de frente alta y bien formada, ojos entre
grises y pardos, brillantes y escrutadores, con pelo y barba grises y
dientes muy blancos y bien conservados. Es simple el mobiliario de la
«residencia presidencial», como le llama O’ Kelly al bohío donde vive
y despacha el Presidente. Una hamaca, algunos taburetes, una mesa
toscamente construida. Se advierte orden en la disposición de los
libros y los paquetes de papeles, mientras que dos o tres maletas
sirven de armario. Hay un revolver y un Wínchester de 16 tiros.
Se interesa Céspedes por los detalles de la estancia cubana del
reportero. Sabe que un general español ha amenazado con darle muerte
si lo captura tras su salida de la tierra del mambí, y, para la
partida, le ofrece un bote que lo llevaría a Jamaica. O’ Kelly habla
de su deseo de proseguir su trabajo periodístico en Camagüey, y
Céspedes promete ayudarlo en el traslado. Lo convida a almorzar. Los
platos, de estaño, lucen escrupulosamente limpios. El menú consiste en
carne cocida, boniatos, harina de maíz, casabe y una especie de pasta
hecha de maíz indio. Como bebida, agua pura, en tanto que el café es
sustituido por una infusión de agua caliente y jengibre endulzada con
miel.
«Aunque el almuerzo era frugal en extremo, estaba servido con toda la
formalidad que se hubiera buscado en la Casa Blanca. Si allí no se
veía el lujo y esplendor que se observa en los festines de gobernantes
más felices, en cambio el acto revestía un carácter de grandeza moral
que a mis ojos, compensaba, con mucho, la ausencia de pompas
mundanales», escribe James O’ Kelly.
Conversan mucho. Céspedes dice que no ve al español como un enemigo y
que, llegada la independencia, el español que quisiera permanecer en
la Isla recibiría la misma protección que el resto de los ciudadanos.
Precisa: «Nosotros queremos la paz para poder dedicarnos a la
reconstrucción de nuestros hogares y el bienestar del país, pero antes
que todo, queremos nuestra independencia. Si España continúa la
guerra, pelearemos hasta que el país se convierta en un desierto«.
Añade: «El apoyo de la opinión pública mundial será decisivo en el
triunfo de la causa cubana».
Habla Céspedes de los intentos de España por asesinarlo. Vive sin
guardias ni precauciones. Solo de noche se coloca un custodio en su
puerta, admite, pero, es lógico, se niega a responder a la pregunta
sobre el número de hombres que componen el Ejército Libertador, si
bien reconoce que el desorden y las carencias traumáticas que un año
antes se manifestaron en el campo insurrecto se han ido superando. Lo
que necesitamos —ropas, alimentos, pertrechos de guerra…— lo tomamos
en buena medida del enemigo, a quien los mambises, dice, tratan con
demasiada generosidad aun después que Espala endureció sus
posiciones.



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Ciro Bianchi Ross

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