lunes, 24 de junio de 2013

LOS COMBATIENTES DE LA DIANA Y MICHELENA EN EL ESCAMBRAY


Saludos


Los combates de la Diana y Michelena en el Escambray
Por Miguel García
Menoyo y Artola después de analizar a partir de aquel parte de prensa, tan bien preparado, sacaron conclusiones. Era evidente que un fuerte contingente de soldados estaría organizándose para asaltar, el campamento del Cacahual; la lógica les dictaba que el contingente, al comprobar que el campamento estaba abandonado, saldría a la persecución de los guerrilleros, siguiendo el rastro dejado y que otro contingente de soldados, trataría de interceptarlos por algún otro lugar.
Con todas estas deducciones, Menoyo y Artola, decidieron que lo mejor era reanudar la marcha de inmediato. Ellos necesitaban alcanzar elevaciones más pronunciadas y lugares más intrincados que les permitieran combatir y resistir adecuadamente contra fuerzas superiores y bien entrenadas.

El primer grupo de guerrilleros que tuvieron que partir para el valle de Guanayara lo componían: Eloy Gutiérrez Menoyo, Lázaro Artola Ordaz, el Dr. Armando Fleites, Beraldo Salas Santos, Jesús Carrera Sayas, Domingo Ortega Acosta, Edel Montiel, José Cordero Gimeraniz, Irán Rojas, Oscar Pérez, Clementes Cárdenas Ávila, Salvador Muñoz, Carlos Remedios, Silvano Remedios, los dos hermanos Domínguez, Publio Rodríguez, Ramiro Lorenzo Vega, Efrén Mur Hidalgo, Willian Morgan, Leonardo Bombino (práctico) y Feliberto González. En aquel grupo también iban los que decían que intentarían atacar al Palacio Presidencial por segunda vez que eran: Faure Chomón Mediavilla, Enrique Rodríguez Loeche, Eduardo García Labandeiro, Luis Blanca Alberto Blanco, en este grupo también estaban Clodomira Acosta Ferral y Ramón Pando Ferrer.

Durante la mañana, lograron recorrer una buena distancia, sin embargo en la medida en que el día fue avanzando, el paso se volvió más lento y no pudieron alcanzar la meta prevista para horas de la noche, pero al menos lograron llegar a la finca, La Diana, ilesos, aunque andando como una caravana de tortugas.

En La Diana, mientras ellos descansaban, Ramón Pando Ferrer se le acercó a Menoyo para plantearle con toda franqueza, la necesidad que tenía de bajar al llano, ya que su ausencia prolongada podía levantar sospechas innecesarias y poner en riesgo todo el trabajo logrado en la retaguardia.

Pando Ferrer necesitaba un práctico que lo condujera de regreso, a la ya distante carretera. Además, le sugirió que lo acompañara Edelmira, quien debía regresar a La Sierra Maestra con la respuesta a Fidel Castro y Edelmira con su fisonomía de campesina, no llamaría junto a él la atención en la carretera, facilitándole tomar un camión u otro transporte hasta Sancti Spiritus.

El plan de Ramón Pando era sensato y concreto, además, la salida de él, Edelmira y los expedicionarios, era tema a solucionar en la agenda de los alzado. No obstante, consultaron a un práctico sobre la posibilidad de que Pando, Edelmira y el guía, pudiesen ser divisados por el ejército, teniendo en cuenta de que ellos tres no tenían posibilidades para combatir.

El práctico Leonardo Bombino, que era uno de los mejores del ese Frente, consideró muy remota la posibilidad de que se encontraran con El ejército, alegando que tres personas que se moviesen con precaución, a través de los montes más tupidos, alcanzarían a ver la carretera en breves horas.

Las palabras de Bombino eran, en aquellos casos, un oráculo para los jefe de ese frente, así que sin más discusión, El Comandante Lázaro Artola, Segundo al Mando, y Menoyo, dieron el visto bueno para la partida de Pando y Edelmira.

Edelmira, campesina de cuerpo menudo, extremadamente sencilla y muy risueña, se ganó durante su breve estancia entre los guerrilleros de Las Villas, el cariño de todos ellos, los cuales lamentaron su partida, y sin dudas la extrañarían.

Aún cuando Edelmira estaba a punto de perderse en la distancia, continuaba girando su cuerpo y nos decía adiós con la mano. Ramón, también alargó, con sus gestos ya lejanos, la despedida. Y así, entre adioses y muestras de afecto, Ramón, Edelmira y Bombino desaparecieron ante nuestras miradas.

Todavía no nos recuperábamos de las emociones por la partida de nuestros amigos, cuando vimos a Bombino y Edelmira, reaparecer corriendo y dando voces de alarma.

- ¿Dónde está Ramón Pando? -. Fue lo primero que Menoyo preguntó, mientras todos, como resortes recogían las mochilas y empuñaban las armas.

Bombino fue el que le contestó a Menoyo y le dijo: Se lanzó por una pendiente cuando nos dieron el alto.

- La vanguardia de los soldados ya está aquí mismo – Respondieron Edelmira y Bombino casi al unísono.

Menoyo ordenó, al instante: escalen esa montaña, buscando una mejor defensa. Ellos tenían que ascender, atravesando un pequeño potrero descampado, pero en ese el intento, chocaron con la vanguardia del ejército y se formó el tiroteo, sin que dejaran de correr hacia el elevado buscando protección.

Un disparo le arrancó, de cuajo, el tacón de una bota a Edelmira, haciendo que ésta, con su cuerpo ágil y su destreza en las montañas, trepara en un santiamén, hasta alcanzar la cima de la loma, donde se divisaba una espesa vegetación.

Allí, en la cima, lograron reunirse con gran presteza, todos los integrantes de la columna, sanos y salvos. Por su parte, el poderoso núcleo del Tercio Táctico de Santa Clara, que breves minutos atrás estuvo a punto de sorprenderlos, salió de ese encontronazo en la finca La Diana, cargando con varios heridos.

Terminado el incidente y conscientes de que tenían que seguir la marcha, continuaron cuestionándose donde estaría Ramón Pando Ferrer, sin embargo, la guerrilla no se desalentó por la pérdida de un miembro tan valioso y querido, porque en la esperanza de todos primó la idea de que Pando lograría burlar al ejército y se retiraron de la finca La Diana, preocupados por el coordinador de su retaguardia en el llano, pero con el pensamiento puesto en que el lograría alcanzar la carretera.

Meses después, cuando fue capturado al soldado batistiano, Rolando Contaño Cañas, éste les confirmó la noticia que escuchamos, a medias en la radio, luego de pasadas varias horas del altercado en La Diana: Ramón Pando Ferrer fue capturado por el ejército, sometido a un brutal interrogatorio que lo dejó en condiciones deplorables. Luego lo acribillaron a balazos e hicieron desaparecer su cuerpo, de tal manera que ningún soldado o campesino de la zona, ha podido, jamás, dar con el paradero de sus restos.

Luego de horas de marcha después del encuentro de La Diana, el agotamiento les hizo parar en Los Montes de Michilena. Muy pocos contaban con algo que llevarse a la boca, pues las reservas de comida de cada cual estaban casi agotadas.

Domingo Ortega, incansable, como siempre, pidió autorización para explorar la falda de la montaña en busca de plátanos, boniatos, o cualquier otro comestible que encontrara a su paso. Fue aceptada su proposición y Domingo partió con dos o tres que le acompañaron, pero su ausencia fue relativamente breve, enseguida reapareció, sin boniato alguno, subiendo ágilmente cuesta arriba, y dejando atrás a
sus acompañantes, tratando de indicarnos, con gestos, que el ejército estaba próximo.
Gracias a Domingo Ortega y su empeño en recolectar alimentos, los alzados pudieron disponer de algunos minutos para preparar una emboscada. Sobre la cima de la montaña serpenteaba un terraplén de tres o cuatro metros de ancho, a un lado comenzaba el descenso del elevado, y entre los arbustos, pegados al terraplén y al borde del abrupto farallón, nuestros guerrilleros comenzaron a tomar posiciones.

Por primera vez, entraría en acción, la ametralladora checa que Jesús Carrera manejaba. Único equipo pesado con que contábamos, la que fue situada al final de aquella estrecha planicie. Desde allí la ametralladora abriría fuego de frente, contra los soldados.

Por último, al final de la explanada, justo detrás del tronco seco de un árbol caído, Menoyo escogió su punto de ubicación para el combate. A la espalda de Menoyo y como clavada en la tierra y también casi al borde del precipicio, se alzaba una gigantesca roca, de unos doce pies que formaba una circunferencia irregular, esta le sirvió de trinchera para colocar detrás, a los expedicionarios juntos con Edelmira. A este grupo le dio la orden de no participar en el combate porque eran sus huéspedes y de acuerdo a las posibilidades, estaban bajo la responsabilidad de los guerrilleros y ellos tenían la obligación de proteger sus valiosas vidas.

En esta oportunidad no se descuidó ningún detalle, incluso se cercioraron de que el norteamericano William Morgan hubiese entendido las instrucciones. Nadie debería de abrir fuego a no ser que fuese sorprendido por algún soldado en su escondite.

La orden de Menoyo, era dejar penetrar a la fila de los uniformados del ejército en el área de emboscada, de ser posible, hasta el árbol caído; en el que Menoyo, protegido por unas malezas, esperaría sentado, acompañado por Jesús Carreras, quien a escasos metros de Eloy, emplazaba la ametralladora checa.

El silencio era total y la tensión creció durante aquel breve instante de espera; ellos vieron aparecer a los primeros soldados por la cima, andaban cautelosamente, manteniendo una distancia prudencial entre unos y otros.

Mientras aumentaba el número de soldados en el área de emboscada, los guerrilleros “ni respiraban” para no hacerse sentir. Les parecía increíble que los del Ejército no percibieran nuestra presencia, ni notaran ninguna anomalía que les hiciese disparar.

Los dos soldados que marchaban a la vanguardia, quienes sin dudas eran los prácticos, se me aproximaban cada vez más, sus pisadas eran casi imperceptibles, ellos sabían cómo andar en las montañas y donde debían poner los pies. Ambos, con sus cuerpos inclinados, clavaban la vista en la tierra, siguiendo el rastro de arbustos aplastados por nuestras pisadas recientes.

Los soldados que seguían a los prácticos, dirigían sus miradas, unos a la derecha y otros a la izquierda, siguiendo la disciplina preestablecida para tales casos. Los que observaban a la derecha no lograban detectarnos, los que escudriñaban hacia a izquierda, levantaban sus cabezas hacia la montaña que firme, se erguía a cien metros de la nuestra.

Ya los guerrilleros tenían a gran número de ellos al alcance de sus mano y todavía no sonaba un solo disparo. Los guías estaban a punto de rebasar los arbustos que protegían a Menoyo, siempre mirando al suelo, aún no detectaban nada que les hiciese detener la marcha. Los dos siguieron avanzando hasta que Menoyo los tuvo a diez metros de él y… ocho… seis y de pronto, frenaron en seco ante el tronco seco del árbol caído. Ambos soldados alzaron la vista al unísono cruzándolas con la de Menoyo, para ellos ya era tarde. Eloy lanzó el primer rafagazo y el tiroteo se generalizó.

Los soldados cayeron rodando barranco abajo, unos muertos, otros heridos, incluso, muchos se lanzaban cuesta abajo para intentar salvar la vida aunque se rompiesen los huesos en el intento. El combate se prolongó durante varios minutos, todos los hombres del ejército que no entraron al área de la emboscada, se replegaron, pero continuaban disparando mientras los guerrilleros los mantenían a raya.

Menoyo ordenó un alto al fuego e instantáneamente, algunos de los guerrilleros, abandonando sus posiciones, comenzaron a transitar por la estrecha explanada de la cima, deteniéndose a cada rato, alertas de cualquier movimiento que se produjera en el foso del farallón.

Menoyo y Artola iniciaron la misma exploración que sus compañeros, pero apenas caminó unos pasos, cuando se encontró a dos soldados tirados boca abajo y con la cabeza ladeada, a Menoyo le llamó la atención la forma en que sostenían el rifle y la casualidad de que los dos mantuvieran el dedo en el gatillo de sus armas. Sin dejar de apuntarlos, Menoyo golpeó, fuertemente, con su bota sobre una rama seca y los dos reaccionaron alzando sus rifles con la agilidad felina.

Sin remedio Menoyo les tuvo que disparar para salir vivo. La actitud de ellos fue valiente, pero suicida, porque tirarse por el barranco, era una posibilidad de salvarse, a pesar de los riesgos; o entregarse prisioneros con las manos es alto, era otra alternativa para vivir; pero tratar de enfrentarse en la explanada, era la muerte segura.

Los guerrilleros recogieron: armas, cascos, cartucheras de balas y todo lo que pudiera serles útil.

El Comandante Lázaro Artola se le acercó a Menoyo para informarle que dos de los expedicionarios, Luis Blanca y Eduardo García, participaron en el combate, desobedeciendo las órdenes de permanecer tras la roca que se les indicó.

- No importa – Le contestó Menoyo a Lázaro, mientras se escuchaban disparos graneados, de vez en cuando – Ellos tienen sangre caliente igual que tú y que yo, le dijo Menoyo. Luego de felicitarlos, Menoyo les aclaró que esa indisciplina no podría volver a repetirse”.
Miguel García Delgado

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