domingo, 30 de junio de 2013

LIBRETA DE NOTAS


Libreta de notas (I)

Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
29 de Junio del 2013 19:10:03 CDT

El 16 de mayo de 1910 comenzaron a instalarse en La Habana teléfonos
del novedoso sistema automático, y cinco días después, el 21, con la
presencia del general José Miguel Gómez, presidente de la República,
se inauguraba dicho servicio. Cuba fue así el primer país del mundo
que disfrutó de esa técnica maravillosa que permite que dos personas
se conecten telefónicamente sin el intermedio de la operadora, como
aquí sucedía hasta entonces y siguió sucediendo en otros países,
incluido EE. UU.
El 19 de diciembre de 1912 había ya 11 437 teléfonos en el país y
crecía el número de los que solicitaban ese importante servicio. En la
misma fecha se hizo público además que la Cuban Telephone Co. giró a
su casa matriz 608 millones de dólares por concepto de utilidades de
los 12 meses precedentes.
De inicio, se instalaron las letras A (Habana) y F (Vedado) y se
anunció que oportunamente se conocerían las letras de los centros
telefónicos de Regla y Marianao. Durante años, los teléfonos se
identificaron en la Isla mediante una combinación de letras y números.
Por ejemplo: X 1553. En 1958 las letras fueron sustituidas por
números. Entonces, la A fue 5 y la A5, 55. La M fue 6 y ML, 61, en
tanto que la W pasó a ser 8, la U, 7, y la U0, 70. Los códigos F, F0 y
FL fueron sustituidos por 3, 30 y 31, respectivamente, y B, B9 y B0
por 2, 29 y 20. La I pasó a ser 4; I0, 40, e I2, 42. El 9 sustituyó a
la X y el 90 a la X0. (Fuente: Julio Domínguez)

23 y 12
Desde hace cierto tiempo, este escribidor acopia información sobre la
esquina de 23 y 12. Dice el arquitecto Mario Coyula que la cercanía
del cementerio de Colón —inaugurado en 1871— impulsó la jerarquización
de este sitio que más tarde cedería su importancia ante la esquina de
23 y L, cuando a fines de los años 40 del siglo pasado despuntó el
desarrollo de La Rampa.
Es una esquina histórica. Fue en 23 y 12 donde el Comandante en Jefe
Fidel Castro proclamó el carácter socialista de la Revolución Cubana
en vísperas de la invasión mercenaria de Playa Girón, hecho que las
fotos gigantes de Ernesto Fernández, premio nacional de Artes
Plásticas, colocadas en la azotea de la cafetería La Pelota, recuerdan
en esta esquina. Antes, en ocasión del sepelio de las víctimas del
sabotaje, en el puerto habanero, del barco francés La Coubre, Fidel
pronunció allí, por primera vez, la frase Patria o Muerte.
Cincuenta años es apenas un pestañazo en la historia, pero buena parte
en la vida de una persona. El tiempo embota aristas, decolora
pinturas, desdibuja imágenes. Se olvidan nombres y lugares. No creo
que sean muchos los que ya recuerden que el cine Charles Chaplin se
llamó Atlantic, al igual que el edificio que sirve de sede al
Instituto Cubano del Arte y de la Industria Cinematográficos (Icaic).
El novelista Jaime Sarusky, que como guionista laboró allí en los
comienzos de esa institución cultural, me dice que entonces el Icaic
no ocupaba todo el edificio, sino un solo piso. El Atlantic era un
inmueble de oficinas. Radicaban en él bufetes de abogados, gabinetes
estomatológicos, estudios de ingenieros y arquitectos y, sobre todo,
despachos de no pocas compañías constructoras. En uno de sus cubículos
se hallaba la sede de la Sociedad Cubana de Cardiología, y, en otro,
la de Radio Capital Artalejo, propiedad del periodista Arturo
Artalejo, que en esa y en otras emisoras radiales y televisivas hizo
célebre su espacio Con la manga al codo, y que pese a lo rimbombante
de su nombre de Radio Capital, me dice el investigador Jorge Domingo,
no se escuchaba siquiera en toda La Habana y a veces se iba del aire
por desperfectos técnicos. En los bajos del mismo edificio abría sus
puertas una óptica que, para no variar, se llamaba también Atlantic.
Comenta Domingo que el espacio que ocupa el centro cultural Fresa y
Chocolate fue el del famoso café Habana, establecimiento de tipo
español que disponía además de una vidriera con una oferta
variadísima. El área del actual Sylvain lo ocupaba la dulcería La
Suiza, de pasteles y dulces finos, subsidiaria de La Gran Vía, de
Santos Suárez. Seguía la floristería La Violeta, con su lema Confíenos
una orden y quedará complacido, y luego el Ten Cents. Al lado de este
establecimiento, ya por la calle 10, la tintorería El Recreo.
Unas 15 florerías prestaban servicio en la zona, tanto por 23 como por
12, 10 y 25. Jardines florales como Goyanes, Trías, La Azucena, El
Gladiolo, California, La Hortensia, La Jungla, Alcázar, La Dalia,
Riviera, El Encanto, La Diadema… Marmolerías como Isla de Pinos,
Vilaboa y la de José Taracido, establecida en el número 1159 de la
Avenida 23 desde 1912.
El bar-restaurante El Chalet ocupaba, dice Jorge Domingo, el espacio
de la pizzería Cinecittá, que abrió sus puertas, cree recordar el
investigador, el mismo día en que lo hizo la pizzería Coppelia. Era
frecuente ver al Caballero de París en los portales de Cinecittá. Los
camareros, sin que él lo pidiera, le servían una pizza o un plato de
espaguetis. Se decía que Alfredo Guevara, director del Icaic, había
decidido que esa institución cubriera los gastos en los que pudiera
incurrir el popular personaje.
Muy concurrido, tanto de día como de noche, era el café-restaurante 12
y 23, actual La Pelota, propiedad de los gallegos Fraga y Vázquez. No
pocos políticos, de la oposición y del Gobierno, tenían allí su
tertulia, en tanto que de madrugada, tras el cierre de clubes y
cabarés, era centro de reunión de figuras de la farándula que acudían
al lugar para beber la copa del estribo y entretener el estómago con
los deliciosos entrepanes del lugar.

Inauguraciones
Fue durante el Gobierno de José Miguel cuando se realizó el primer
tramo de calle con base de hormigón y superficie rodante de asfalto.
Se le llamó «calle experimental». El Capitolio se inauguró el 20 de
mayo de 1929. Poco antes, el 10 de octubre de 1928, quedaba inaugurado
el Paseo del Prado, tal como se le conoce hoy, y se le dio el nombre
oficial de Paseo de Martí. El 1ro. de enero de 1929 los leones del
Prado se colocaron sobre sus pedestales, con lo que quedó terminada la
decoración de esa vía.

La Plaza
El comienzo de la historia de la Plaza de la Revolución se remonta a
mediados de la década de los 20, cuando, invitado por el Gobierno
cubano, llegó a La Habana el urbanista francés Forestier a fin de
estudiar la trama urbana de la ciudad y fijar su centro geográfico. En
1926 se arribaba a la conclusión de que el punto central de la
geografía habanera era el que ocupaba la ermita de los catalanes, y
era allí donde debía construirse su centro cívico.
Pasaron los años. No fue hasta 1937 cuando, por decreto presidencial,
se constituyó la Comisión Pro Monumento a José Martí, que convocó a un
concurso interamericano para escoger el proyecto del monumento y del
centro cívico que lo circundaría, calculado en 932 000 metros
cuadrados.
Siguió pasando el tiempo. Llegó el año de 1949. Los vecinos de La
Pelusa y otras localidades asentadas en lo que hoy es la Plaza de la
Revolución fueron notificados de que debían abandonar sus humildes
viviendas. Para hacerlo, se les concedía el plazo de una semana.
Decidieron ellos buscar amparo legal. Alguien les habló acerca de un
abogado joven, conocido por defender causas justas. Lo vieron y le
plantearon que eran muy pobres y que no estaban en condiciones de
pagar. El letrado les dijo que no los representaría por dinero, sino
porque se hiciera justicia. Así comenzó el litigio. El joven letrado
organizó en consejo de vecinos a los moradores de La Pelusa, La
Quinta, El Capricho, Pan con Timba…
«Queremos que se le rinda homenaje a Martí, pero la forma en que se
quiere actuar es un atropello», comentó el abogado con los
perjudicados. Se reunía con ellos cada noche para dar cuenta de cómo
iba el pleito.
Un día llegó con una buena noticia. En lugar de una semana, los
vecinos de la zona dispondrían de un mes para mudarse y cada uno de
ellos recibiría una compensación de 400 pesos, suma apreciable en la
época y que permitiría encontrar una solución a la vivienda.
El joven abogado era Fidel Castro, con bufete en la calle Tejadillo
número 57, en La Habana Vieja.
Volvió a pasar el tiempo. Las obras finalmente comenzaron en las
postrimerías de 1953, y en 1959 estaban todavía inconclusas. En esa
fecha se habían erigido ya el monumento y la estatua, pero faltaban
las áreas exteriores y la base del obelisco.
El 1ro. de mayo de 1959 tiene lugar allí la primera concentración
convocada por el nuevo Gobierno. Pero aún no es la Plaza de la
Revolución. Sigue siendo la Plaza Cívica, llamada también Plaza de la
República.
Demoraría todavía unos dos años más para que se le diera su nombre
actual. Dice el historiador Eusebio Leal al respecto:
«Tuve la oportunidad de asistir a la sencilla ceremonia celebrada el
17 de julio de 1961 en la Casa de Gobierno. Guiado por el clamor de
los ciudadanos, el comisionado municipal, José A. Naranjo Morales,
dispuso que a partir de entonces la Plaza Cívica de la capital cubana
se nombrara Plaza de la Revolución. De esa manera se cerraba el ciclo
iniciado por los patriotas insurgentes en la Plaza de Bayamo».
(Fuentes: Juan Carlos Rodríguez y Marilyn Rodríguez).

La Universidad
La Universidad de La Habana no siempre estuvo donde está. Allá por
1728, que es el año de su fundación, la Real y Pontificia Universidad
de San Jerónimo de La Habana encontró asiento en el convento de San
Juan de Letrán, perteneciente a la orden de los Predicadores,
hermandad religiosa que siete años antes había recibido la
autorización del papa Inocencio XIII para echarla a andar.
En ese enorme caserón, enmarcado por las calles de Obispo, O’Reilly,
San Ignacio y Oficios, en la parte más antigua de la ciudad, radicó la
casa de altos estudios hasta los comienzos del siglo XX, época en la
que la trasladan para el lugar que todavía ocupa en la meseta de la
Pirotecnia Militar en la loma de Aróstegui, al final de la Calzada de
San Lázaro.
Era aquella una instalación ciertamente precaria. Poco a poco el
recinto fue transformándose. Se construyeron, primero, pabellones y se
sustituyeron después por bellos edificios de estilo más o menos
clásico.
Entre 1906 y 1911 se edificó el Aula Magna. La escalinata data de
1928, y la flanquean cuatro construcciones idénticas que en su momento
se destinaron a las facultades de Física, Química, Farmacia y Ciencias
Comerciales. De corte más clásico que esas cuatro edificaciones, pero
más moderno, es el Rectorado. Ese edificio, en el que desemboca la
escalinata, se alza en el lado este de la plaza Ignacio Agramonte
—antigua plaza Cadenas— en tanto que los de las facultades de Derecho
y Ciencias ocupan los lados norte y sur, respectivamente. El espacio
restante corresponde a la Biblioteca Central. Esas y otras
edificaciones de la colina están dotadas de pórticos y escalinatas que
mucho las realzan. Las bordean calles y plazoletas sombreadas por
altos árboles para conformar un conjunto, aseveran especialistas, del
que podrían enorgullecerse muchas ciudades.







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Ciro Bianchi Ross
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