lunes, 10 de diciembre de 2012

ERROL FLYNN EN CUBA


Errol Flynn en Cuba



Ciro Bianchi Ross
8 de Diciembre del 2012 17:59:40 CDT

En 1936, no mucho después del rodaje de El capitán Blood, vino Errol
Flynn por primera vez a Cuba. Con lo ganado en la película adquirió un
yate en Boston y tomó rumbo costa abajo. Encontró mal tiempo a la
altura de cabo Hatteras y dobló hacia el este, rumbo a las Bahamas.
Luego se dirigió a La Habana. «Entré en ese puerto con la idea de
quedarme un día y estuve más de un mes». Lo acompañaba una «nueva
muñeca», su esposa de entonces, Lily Damita, conocida como «la
turbulenta pelirroja de Hollywood»; dice el actor: «Demasiado
turbulenta para mí».

«En aquel tiempo Batista era una figura dramática… Ha sido mi suerte
estar presente en el nacimiento del régimen de Batista y en su
desplome; estar en verdad en los cuarteles de Castro cuando nos
enteramos de que Batista había huido del país», escribe Flynn en una
especie de memoria que bajo el título de Castro y yo dio a conocer en
los días iniciales de 1959 en la revista Bohemia, de La Habana.
Escribe en su testimonio:

«No me aproveché de los últimos días de la crisis cubana para
internarme precipitadamente en el territorio rebelde, como algunos han
dejado entrever. Estuve en Cuba desde el día de Acción de Gracias
(último jueves de noviembre de 1958) y no pensamos que el cambio de
poder fuera tan inminente. Dio la casualidad de que yo me encontrara
allí durante una de mis frecuentes visitas al Caribe cuando se hizo
evidente que estaba acercándose una crisis y me las compuse para
visitar el propio campamento de Castro».

Antonio Meilán, barman del Floridita durante largos años, guardaba su
recuerdo de Errol Flynn, que hizo familiar su presencia en ese bar
habanero. «Era muy tacaño», precisaba Meilán. Tan tacaño que Hemingway
comentaba que el capitán Blood —así llamada al actor— tenía cosidos
los bolsillos del pantalón». Era habitual asimismo en las fritas de
Marianao, esto es, en los cabarets de segunda situados frente al Coney
Island, en la Quinta Avenida. Allí, escribe Leonardo Padura, vio al
Chori y «le entregó, hipnotizado, un papel para su filme La pandilla
del soborno, rodada en La Habana». En la capital cubana se alojó
siempre en el Hotel Nacional. Durante su último viaje, en 1959, lo
hizo en el Habana Libre, donde ocasionó un incendio que él mismo
sofocó.
Llámame como todo el mundo

Dice Flynn que dibujantes y editorialistas norteamericanos se dieron
su banquete anual. Pero lo cierto es que estuvo cerca de Fidel Castro
a lo largo de cinco días. Durante ese tiempo, en que se encontraron de
manera intermitente, conversó con el Jefe de la Revolución, viajó con
él en yipi, lo vio en una acción militar…

«¿Debo llamarle Comandante, señor Castro o qué? —le pregunté cuando me
encontré con él, el día 27 de diciembre, en su cuartel general, en un
central azucarero en el corazón de la provincia de Oriente. “Llámeme
como todo el mundo me llama, Fidel”.

«Creo que la gente lo reconocerá —dijo Fidel amablemente a Flynn— y le
alegrará saber que alguien de Estados Unidos, a quien tal vez han
visto en la pantalla, se interesa lo bastante para venir desde tan
lejos».

Apunta: «Yo estaba con Castro porque creía y sabía que él estaba con
su pueblo y luchaba por su pueblo… El pueblo que lo respalda y las
razones que ha tenido y tiene para respaldarlo, son eternos».
Habana-Camagüey

Durante varias jornadas Flynn esperó en el Hotel Nacional a que le
llegara la confirmación de que podría internarse en territorio
rebelde. Miembros del Movimiento 26 de Julio trataban de arreglar el
asunto hasta que el 23 de diciembre le anunciaron que alguien lo
esperaba en el vestíbulo del establecimiento hotelero. El visitante le
comunicó que en la mañana del día de Navidad debía tomar un avión —un
Constellation— en el aeropuerto de Rancho Boyeros con destino a
Camagüey.

Ya en Camagüey, siguiendo instrucciones, Flynn y su fotógrafo
esperaron por su contacto en el bar de la terminal aérea. El hombre,
que era uno de los técnicos de la instalación aérea, apareció cuando
el actor, reconocido por la gente, firmaba autógrafos a diestra y
siniestra y le informó que se alojarían en el Gran Hotel y les sugirió
que mientras llegaba la hora de la partida, salieran a la calle a fin
de que conocieran lo que sentían los camagüeyanos.

Al día siguiente, ya en la terraza de un café del aeropuerto, el actor
y su acompañante escucharon primero el ruido del motor de un avión y
vieron luego una avioneta Cessna, plata y oro, que sobrevoló varias
veces la terminal aérea. Era la nave que esperaban. El contacto les
dio algunas recomendaciones finales y enseguida los pasó junto a
centinelas armados para conducirlos hasta la pista. Explicaba que eran
turistas que alquilaron un avión con el objeto de buscar escenario
apropiado para una película. «En realidad, eso era cierto en parte,
porque yo originalmente había pensado en entrevistarme con Castro con
vista a hacer una película sobre él y su movimiento», escribe Flynn en
su testimonio.

Descendió la avioneta en una pista rústica. El capitán que le dio la
bienvenida a territorio rebelde le obsequió una bufanda que tenía
bordado el monograma del Movimiento 26 de Julio. Comentó el oficial
que todos los hombres de la compañía tenían una igual y que el
Comandante en Jefe quiso que el actor también tuviera la suya.
Abordaron un yipi que se movió por terrenos irregulares y escabrosos e
hicieron que Flynn recordara una filmación reciente en el África
Central, solo que ahora no estaba viviendo la ficción de una película,
sino que estaba en una guerra de verdad.

Llegó por fin al cuartel general, instalado en el central América.
Fidel escuchaba noticias en un pequeño receptor de radio, y tenía a su
lado a Celia Sánchez. Flynn reparó en que la valiosa colaboradora del
Comandante llevaba una orquídea prendida en la blusa y una pistola al
cinto.

Fidel se acercó a saludarlo. Dice Flynn: «Tiene mi altura, poco más o
menos… Tiene gracia y simplicidad de movimientos y una sencillez de
maneras que, lo confieso, no esperé encontrar».

Fidel le dice: «Le sugiero que vaya al pueblo de Palma Soriano que
acaba de ser liberado… La gente se alegrará de verlo y usted podrá
constatar cómo se sienten los cubanos después de salir de las manos de
Batista. Tiene libertad para hacer lo que quiera. Hable con quien lo
desee, tome todas las fotos que le venga en ganas. Solo quiero que vea
las caras felices de los cubanos liberados», añade el actor en el
relato publicado por Bohemia.

Debe el Jefe del Ejército Rebelde atender asuntos urgentes, pero ya
conversarán más adelante. «Es usted bienvenido en este campamento.
Buena suerte».
Visión de Fidel

Fidel se hallaba muy ocupado; preparaba el cerco elástico en torno a
Santiago, antesala ya de la capitulación de esa ciudad. Visitó el
actor, mientras tanto, a las muchachas del batallón Mariana Grajales.
Se entrevistó con un grupo de militares batistianos prisioneros de los
rebeldes y le dicen que no han sido maltratados.

«Castro me dedicó una cantidad considerable de su tiempo y de su
atención en el instante preciso en que Batista se disponía a huir de
Cuba y en que la rebelión se hallaba en vísperas del triunfo… Preguntó
por mi vida, se interesó en conocer mis experiencias y mi trabajo como
actor.

«Castro es hombre que pone una suma excesiva de energías en sus
discursos, gestos y maneras… Una vez que ha gastado hasta la última
gota de su energía, Castro es otro. Es casi visible la forma en que
vuelve a cargar sus energías, como un acumulador, para el siguiente
empeño. Creía que yo le cansaba cuando en realidad fue él quien por
poco me desencuaderna durante varios días de recorrido en jeep.

«Hablamos hasta por los codos de muchas cosas y me contó de su
estrategia para derrocar al Gobierno de Batista… La idea principal,
subrayó, era preservar al pueblo, asegurarse su buena voluntad y
acrecentar su aprecio por el movimiento rebelde, pero no ponerlo en
peligro nunca. No maltratarlo ni acometer actos de terrorismo.

«Comimos juntos, siempre frugalmente. Me pareció que la comida ni le
deleitaba ni le interesaba. La ingería maquinalmente... Su comida era,
más o menos, la misma de todos los demás… Hice cuanto me fue posible
por hacerle reír, pero no era cosa fácil lograrlo».

Una madrugada, a las tres, despiertan al actor y al fotógrafo. Fidel
sostiene una reunión con sus oficiales y los invita a participar ya
que, piensa, podría interesarles.

«Estoy acostumbrado a oír buenas voces y estar asociado con hombres
que tienen timbre y poder en la garganta. Castro tiene un poder enorme
en la voz. Lo respalda su sinceridad, y es capaz de sostener la
atención de su auditorio. Dice a sus hombres que han peleado con
honor, no han maltratado a los prisioneros, no han robado… pero ahora
que bajaron de la Sierra y sienten ya el olor de la victoria, hay que
ser más disciplinados que nunca antes».

Durante un viaje en yipi, la víspera de Año Nuevo, Fidel dice a Flynn
que Batista no se sostendría en el poder más de una semana. A la
mañana siguiente se supo que había huido y Santiago cae en poder de
los rebeldes sin que se hubiera disparado un tiro. Flynn quiere ir a
Santiago y Fidel le advierte que sería muy peligroso. Insiste el actor
y marcha hacia la ciudad en la misma columna de Fidel. Hay tiroteos y
una resistencia más o menos fuerte por parte de los batistianos en
algunos lugares. Recibe una herida poco significativa en una pierna.

El 2 de enero se combate en Santiago; resisten los batistianos.
Disparos aislados se prolongan los días 3 y 4. Consigue hospedaje en
el hotel Casa Granda. Toma notas para su reportaje y apenas sale del
establecimiento. Un guía turístico, hombre gordísimo, se brinda para
darle un recorrido por la ciudad. Pero Flynn sabe que aquello no es
una película y que los tiros que suenan son de verdad. Se niega a
seguir al guía pese a que este le asegura que no pasará nada porque
todo el mundo respeta a los gordos.

Él y su fotógrafo son los únicos huéspedes de la instalación. Quiere
hacerse cortar el cabello, pero no hay servicio y decide limpiarse los
zapatos con un limpiabotas. Escribe: «¿Cómo es que en medio de una
guerra puede uno ocuparse de detalles tan nimios?». Algunos
santiagueros se aventuran a llegar al hotel. Uno, con aires de actor
cómico, hiere su vanidad. ¿Por qué usted se ve tan joven en sus
películas y es tan viejo en persona?, pregunta. Flynn queda sin
respuesta. Tampoco sabe qué responder cuando el mismo sujeto le espeta
que deje el ron y haga más cine.

Insiste el actor en regresar a La Habana. No quiere demorar la
publicación de lo que ha visto y oído en sus días con los rebeldes,
sus conversaciones con Fidel. A todas estas, la pequeña herida está
infectada y necesita cuidados. Pero no hay forma de viajar. Acude al
aeropuerto y mientras conversa con el administrador de la terminal,
aterriza un avión cargado de exiliados que regresan de Venezuela.
Seguiría viaje para La Habana.

«No son ustedes capaces de imaginar hasta dónde extremé mi galantería
con una señorita del aeropuerto… Le prometí todo lo que se me ocurrió,
a excepción del papel de estrella en mi próxima película. Mi atractivo
personal rindió frutos. Señorita, déjeme ir en ese avión… Se ablandó y
el fotógrafo y yo subimos al aparato y nos trasladamos a La Habana».

Regresó pronto a Estados Unidos. Bajo el título de Castro y yo
publicaría su reportaje antes de emprender una película sobre la
Revolución naciente.




ro Bianchi Ross
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