domingo, 8 de abril de 2012

CRUSE DE ARMAS

Cruce de armas
Ciro Bianchi Ross • 7 de Abril del 2012 20:37:14 CDT


Un triunfo resonante se anotó la esgrima cubana en 1922, cuando, en
una competencia internacional que tuvo lugar en el Athletic Club de
Nueva York, el equipo del patio, que contendió en las tres armas
—florete, espada y sable— derrotó en toda la línea a los esgrimistas
norteamericanos.

Formaban parte de la delegación cubana Ramón Fonst, Silvio de
Cárdenas, David Aizcorbe y Eduardo Héctor Alonso, entre otros, y como
capitán iba Manuel Dionisio Díaz, deportista de técnica impresionante.
Buena parte del éxito correspondió al maestro José María Rivas, que
trabajó con tesón en el entrenamiento de nuestros compatriotas. La
preparación del equipo se llevó a cabo en la sala de armas de la
Asociación de Dependientes del Comercio de La Habana, ubicada en su
edificio social de Prado y Trocadero, donde radica desde hace unos
años la Escuela Nacional de Danza. Fue en ese mismo lugar, en el mismo
año de 1922, donde, al calor del maestro Pío Alonso, se fundó la
Federación de Esgrima de Cuba.

No finalizaron en el Athletic Club los triunfos cubanos. Se repitieron
en Washington y en Boston y, en esa misma ciudad, volvieron a
imponerse en los encuentros que sostuvieron en la Universidad de
Harvard. Tal cadena de victorias tuvo un resultado inmediato: hizo que
se desbordara el entusiasmo en las salas de armas que existían en la
Isla.

El primer gimnasio
La esgrima como deporte organizado parece haber surgido en Cuba en
1867-1868. Fue entonces cuando se inauguró, en San Rafael e Industria,
la sala de armas del Casino Español. Por aquellos días se instalaban
salas similares en el Círculo Militar, en Prado y Trocadero, donde
después estuvo el Centro de Dependientes, y en el Unión Club, sito
todavía en Zulueta y Neptuno, en los altos del Café Alemán, y no en el
bello edificio de las cariátides de Malecón 17.

El primer director de la sala de armas del Casino Español fue el
italiano Juan Galletti, que permaneció al frente de la instalación
hasta 1874. El francés Pedro Cherembau, que lo sustituyó, la dirigió
por poco tiempo; falleció cuatro años más tarde. Ocupó su lugar, hasta
1907, su hijo Julio. Mientras eso sucedía, el Casino Español, con su
sala de armas a cuestas, cambiaba de domicilio una y otra vez. Pasó de
San Rafael e Industria a San Rafael entre Zulueta y Monserrate, donde
estuvo después el teatro Albizu, y luego al Centro Asturiano, espacio
que ocupan hoy las salas europeas del Museo Nacional. De ahí se
trasladó para el antiguo palacio de Villalba, en Egido entre Monte y
Dragones; sede del efímero Senado de la colonia en los días del
régimen autonómico de 1898. Otro nuevo desplazamiento hacia Prado y
Neptuno y otro más, en 1901, hacia Prado y Trocadero, hasta que seis
años después inauguró su bello edificio de Prado y Ánimas, que fue
Palacio de los Matrimonios y no sé qué fin tiene ahora.

Se conserva una foto de la apertura de la sala de armas en el último
de los edificios mencionados. En esta aparece, ya muy anciano, el
maestro Julio Cherembau. Lo rodea un grupo numeroso de discípulos.
Entre ellos, un hombre que luce una abundante cabellera negra peinada
con una raya al medio. Es el doctor Ramón Grau San Martín. Un joven
médico, entonces sin aspiraciones políticas, que ocuparía sin embargo
la presidencia de la República en dos ocasiones.

Otra sala de armas de aquellos días fue la del Club Gimnástico, en
Prado 86, por la numeración antigua. Su apertura el 30 de mayo de 1891
fue un sonado acontecimiento esgrimístico y una fiesta lucidísima.
Sala y gimnasio fueron punto de reunión de hombres muy notables y
valiosos. Un grupo muy heterogéneo en el que sobresalían Enrique
Hernández Miyares, el poeta del célebre soneto La más fermosa; el
periodista Héctor de Saavedra; el millonario Juan Pedro Baró y el
patriota Manuel Sanguily… Con todo, las figuras más notables, en lo
referido estrictamente a la esgrima, que en aquella sala tomaron
lecciones con el maestro Aurelio P. Granados, fueron Filiberto Fonst,
hombre de fuerza hercúlea y deportista consumado, padre de Ramón, y
Francisco Varona Murias, que legaría un libro en el que relata los más
de cien lances de honor en los que tomó parte. Su récord nadie lo
superó. Fue el hombre que más veces se batió a duelo en Cuba. Se
tomaba como propias las ofensas aunque no le tocaran. Bastaba que un
amigo suyo fuera agraviado y allí estaba Varona Murias para sacar la
cara en su nombre.

El gimnasio de Prado 86 no es el más antiguo de Cuba. Ese lugar
corresponde al que estuvo emplazado en la esquina de Consulado y
Virtudes, espacio que ocuparían sucesivamente el teatro Alhambra y el
cine Alkázar.

Aparece Ramón Fonst
El triunfo de Ramón Fonst en París trae un aire favorable para la
esgrima cubana. Apenas tiene 16 años de edad, pero logra imponerse
ante esgrimistas de reconocida fortaleza. Sorprende por su forma de
manejar la espada y las victorias se las anota una tras otra ante el
asombro de todos.

Es de elevada estatura, sus piernas son largas y ágiles y con su mano
izquierda asesta golpes de arresto sin reparar en los ataques del
contrario. Su velocidad impone pavor al contrincante.

Fonst revoluciona los cánones espadísticos imperantes, dice David
Aizcorbe. Hasta entonces, se afirma, la espada se practicaba casi como
el florete, y los tiradores clásicos, en su mayoría, iban a la parada.
El cubano se apropió de la lección de los grandes maestros en cuanto a
que la esgrima es el arte de tocar sin ser tocado y sorprendía en sus
ataques a los rivales al meter su punta por donde quiera que
encontrara un espacio, por estrecho que fuera. Esa técnica le dio
renombre mundial.

El deporte lo había atraído siempre. Su padre no solo sobresalía en la
esgrima, sino también en el tiro de pistola, y el hijo quería ser como
él. Sus condiciones físicas lo ayudaban. Vivían en Francia entonces y
eso decidió que el muchacho empezara a entrenarse con el francés Juan
Ayat y el italiano Antonio Conte, ídolos de la esgrima en París en
aquellos días. Pocos años después sería el cubano quien conquistara a
Francia con sus éxitos sobre los más reputados ases de la espada
mundial.

Recorrió Fonst, luego del triunfo de París, las principales salas de
armas europeas y en Madrid, esgrimistas de la talla de Carbonell y
Sanz se maravillaron con el juego dificilísimo que el genial cubano
había implantado con la espada.

Todas esas noticias llegaban a Cuba y estimulaban la práctica de la
esgrima entre nosotros. Pero nadie había visto aquí batirse a Ramón
Fonst. Había verdadera expectativa por verlo, y Fonst vino, cargado de
laureles, en compañía de su padre, el hombre que había hecho al
campeón obligándolo al ejercicio metódico y bien dirigido de las
armas.

Cruce de maestros
Sucedió entonces algo interesante. Tal era la fama internacional de
Fonst que muchos maestros de la esgrima pensaron que en cada cubano
había un as de la espada en potencia. Eso resultó positivo por ingenuo
que pueda parecer. Porque destacados esgrimistas de otros países se
instalaron en La Habana, que se convirtió en un verdadero cruce de
maestros y campeones. Cobraban sumas exorbitantes por sus lecciones.
Hasta el conde Athos de San Malato, autor de uno de los códigos que
regían los duelos, estuvo por aquí.

Se multiplicaron entonces las salas de armas. Eduardo Alesson, llegado
de España, abrió la suya en los entresuelos del teatro Payret. Y Jules
Loustalot, otra en Monserrate entre Empedrado y Tejadillo. Pío Alonso
se consolidó en el Centro de Dependientes. El cubano Desiderio
Ferreira, que en los años 40 moriría baleado ante la puerta de su casa
en el apacible reparto San Miguel —un pase de cuentas por su pasado
machadista— instaló su sala en el local que fue del Unión Club, en
Zulueta y Neptuno, un espacio al que dio un tono rojo, que lo hacía
atractivo y original.

Hubo asimismo salas de armas en el Miramar Yacht Club y en el Colegio
de Arquitectos; en la sede de la Cruz Roja; en el Instituto de Segunda
Enseñanza y en la Universidad de La Habana. Las hubo también en el
Ejército y en la Marina de Guerra. Los políticos que en un momento se
entrenaron y practicaron preferiblemente con Loustalot, contaron con
la sala de armas del Capitolio, una de las más bellas de la ciudad, a
cargo del ya aludido José María Rivas. Los periodistas dispusieron de
la suya en la sede de la Asociación de Reporters, en la calle Zulueta.

No todos los que acudían a las prácticas de esgrima lo hacían por amor
al deporte o por el honor de poder representar algún día los colores
del país. Todavía en los años 40 del siglo pasado bastaba con que
alguien se sintiera ofendido para que planteara la llamada cuestión de
honor. Designaba entonces a sus representantes, que visitaban al
ofensor, y este a su vez designaba los suyos. Los padrinos de una y
otra parte se reunían para pactar las condiciones del lance: lugar y
fecha del encuentro, el arma con que se dirimiría el asunto y la forma
en que transcurriría el enfrentamiento.

El arma escogida podía ser la espada o la espada francesa, el sable
con punta o sin ella, o con filo, contrafilo y punta… Una vez decidida
el arma establecían los padrinos a cuántas reprisses sería el combate,
lo que duraría cada una de estas y el tiempo de descanso entre una y
otra. Si seleccionaban la pistola —el revólver estaba terminantemente
prohibido— se fijaba cuántos disparos harían los contendientes y a
cuántos pasos y si dispararían a discreción o a una voz de mando. La
cosa se ponía fea cuando se acordaba que el duelo fuera con todas las
consecuencias o a todo juego, como se decía, pero aun así los
duelistas debían obedecer las órdenes del juez de campo y acatar sin
chistar su determinación de dar por finalizado el lance.

Periodistas y políticos
Periodistas y políticos eran de los más retados a duelo y figuraban
entre los que más se batían. Entre los primeros, por nuestra cuenta,
Wifredo Fernández se batió cinco veces y en uno de esos lances hirió
de gravedad al general Loynaz del Castillo; Santiago Claret, ocho;
José M. Muzaurrieta, nueve, y Antonio Iraizoz, 16. Orestes Ferrara se
batió muchas veces a sable, espada o pistola. No existe constancia de
que Grau San Martín se haya batido nunca, aunque sí llegó a retar a
duelo al director de Bohemia por una información que apareció en la
sección En Cuba. Famoso fue el duelo de Ricardo Núñez Portuondo,
político liberal y médico de cabecera del tirano Machado, en que
propinó a su rival, ante la curiosidad morbosa de 200 espectadores,
una herida de 15 centímetros que lo tajó desde la frente hasta el
pecho. El maestro Rivas se especializó en los lances de honor y fueron
muchos en los que intervino como juez de campo. Puede decirse que no
hubo político sobresaliente que no utilizara sus servicios. Entre
ellos Eduardo Chibás, que se batió nueve veces con figuras tales como
Tony Varona, Alberto Inocente Álvarez y Francisco y Carlos Prío
Socarrás. En ocasión del duelo de Chibás con el senador José Manuel
Casanova, el Zar del Azúcar, senador y presidente de la Asociación de
Hacendados de Cuba, advirtió Rivas al primero que no bastaba el
coraje, sino que se requería de un poco de técnica. Es preciso,
arguyó, seguir con la vista la punta del arma del rival.

—Mire, Rivas, esa será la preocupación del contrario, porque yo no veo
ni la punta de la mía —respondió Chibás, que padecía de una miopía
bárbara y salió herido de casi todos sus duelos.



Ciro Bianchi Ross
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