lunes, 29 de enero de 2018

BAJO EL SIGNO DE LA URGENCIA

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Bajo el signo de la urgencia
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebelde.cu

¿De dónde sacó tiempo este hombre para hacer lo que hizo?
Aunó las voluntades independentistas, fundó un partido político,
organizó la guerra contra España. Después de los 17 años de edad,
cuando salió deportado de Cuba tras cumplir prisión y trabajos
forzados pese a su minoría de edad, vivió de manera casi permanente en
el exilio. Cursó dos carreras universitarias en España; trabajó como
abogado y tenedor de libros, fue maestro en Guatemala, Venezuela y
Estados Unidos. Cónsul en Nueva York de varias repúblicas
sudamericanas y su representante en conferencias internacionales.
Orador. Periodista siempre. Creó y dirigió un periódico, Patria, y
publicó varias revistas. Redactaba directamente en inglés para
periódicos norteamericanos. Hizo teatro, escribió una novela. Como
poeta, es de los más grandes del idioma, iniciador del modernismo,
aunque a la postre no quepa en ninguna escuela… Sus obras completas
–crónicas, artículos, ensayos, literatura, cartas, discursos…- suman
casi treinta volúmenes de más de 300 páginas cada uno.
¿De dónde sacó tiempo este hombre que vivió solo 42 años para hacer
lo que hizo? ¿Tuvo la vida privada? ¿Amó? “Martí era un hombre
necesitado de calor. Solo en las lides del amor o de la acción
encontraba su propia temperatura”, dice Jorge Mañach en Martí el
Apóstol, su insuperable biografía del Héroe Nacional de Cuba.
El ensayista Cintio Vitier decía que Martí fue el primer
revolucionario de América, lo que equivale a afirmar, sentenciaba
Vitier, que fue el primer poeta del continente. Creador y vaticinador.
Trasmutador de la realidad. Visionario. Impulsor de una Revolución
inaplazable en su momento (1895) para la Isla. Es el poeta que asume
la historia. La patria encarnada en un hombre. Cuando los estudiosos
aluden a su obra poética, se refieren asimismo a sus discursos y
artículos. Miguel de Unamuno, insinuaba que Martí escribió en una
especie de lengua protoplasmática, esto es, anterior a la escisión de
verso y prosa. Y es que, recalca Vitier, para el poeta íntegro solo
hay un lenguaje, el del corazón que trasmite a la pluma su pulso. Un
arte que surge fieramente de la vida.
Imposible seguir en espacio tan reducido los avatares de su
existencia. En México, escribe Martí para el teatro y en sus artículos
y discursos reafirma la coherencia de su pensamiento. En Guatemala,
ejerce como profesor de Literatura e Historia de la Filosofía en la
Escuela Normal para Maestros. Labora, en La Habana, en un bufete de
abogados, pero lo deportan de nuevo y ya no volverá más a Cuba sino a
combatir y a morir. De España a Nueva York. Transcurre en la Isla la
llamada Guerra Chiquita; su fracaso le hace comprender que una
revolución no triunfa por el papel de los caudillos, sino por el apoyo
de todo un pueblo. Funda, en Caracas, la Revista Venezolana y escribe
los poemas que conformarán Ismaelillo, libro que da inicio al
movimiento modernista.
Entre 1880 y 1890 se hace famoso en toda la América: diarios de más
de veinte países reproducen sus crónicas y artículos. Un periodismo en
el que la literatura se entrelaza con la vida febril y dinámica de la
época; verdaderos ensayos a veces. Sus «Escenas norteamericanas» lo
convierten en el gran cronista de la vida estadounidense en la década.
Pero el caudal de su atención gira en torno a los problemas de Cuba y
América Latina.
Vive Martí bajo el signo de la urgencia. Une a los emigrados, tan
dispersos hasta entonces. Negros y blancos. Viejos y jóvenes. Ricos y
humildes… Su elocuencia arrebatada y pasional conmueve y domina. Funda
el Partido Revolucionario Cubano y dirige su periódico, Patria. Se
reúne con cubanos asentados en Santo Domingo, Jamaica, Costa Rica,
México. Aúna voluntades. La Revolución, liderada por Martí, estalla
el 24 de febrero de 1895. El 11 de abril está él ya en campo
insurrecto. A comienzos de mayo se reúnen los jefes principales.
Acuerdan llevar la guerra al occidente de la Isla y piden que Martí
marche de nuevo al extranjero. La obra a la que dedicó su vida está en
marcha, pero lo cerca la angustia y la frustración. De cara al
enemigo, cae en combate el 19 de mayo. Su significación en la cultura
latinoamericana es similar a su trascendencia e importancia en el
proceso político y social de lo que él llamó Nuestra América.
ENSÑAR EN SERIO Y ENCANTAR JUGANDO
La colonia cubana en Nueva York se sorprende, en el verano de 1889,
con la noticia. José Martí, el revolucionario viril, el propagandista
incansable de la guerra contra España, acaba de lanzar una revista
titulada La Edad de Oro y que dedica a los niños de América.
“Para los niños trabajamos, porque los niños son los que saben
querer, porque los niños son la esperanza del mundo”, escribe Martí en
el editorial del primer número de la revista.Se trata de una
publicación mensual, de 32 páginas a dos columnas, fina tipografía y
agradable papel, en la que se incluyen láminas y viñetas en las que
los mejores artistas plasmaron escenas de costumbres y de viajes y
retratos de hombres y mujeres célebres, y que contiene además
reproducciones de pinturas famosas y de máquinas y aparatos
científicos. Garantiza una lectura variada y placentera y también
instructiva. Y tiene tantos valores pedagógicos y artísticos que hoy
se le considera una obra maestra del que tal vez sea el más difícil de
los géneros: la literatura para niños y jóvenes.
Dice al respecto Fina García Marruz “El principal hallazgo de La Edad
de Oro es haber descubierto ese medio justo con que había que
dirigirse a los niños y hablarles de modo que las palabras no
pareciesen palabras o ideas, sino que fueran como la piedra que inicia
el juego. Una vez en posesión de esa palabra, tomada al mundo de
ellos, no iban a notar si se les enseñaba arqueología o historia
mientras parecía estarles haciendo un cuento”. El poeta mexicano
Manuel Gutiérrez Nájera, que caló antes que nadie estas páginas
martianas, comprendió como pocos el empeño del hombre de La Edad de
Oro: no se trata de que el adulto se aniñe ni que el niño se hombree,
sino partir de que el mundo de la infancia es tan serio como el
nuestro y no podemos entrar disfrazados en su ámbito. Y sentenciaba:
Martí no se muestra en las páginas de su revista como una maestra de
primeras letras ni como una criada vieja, sabedora de cuentos de
hechicería. “Su trabajo es el trabajo del alba: despertar”.
Martí vive lejos de su esposa e hijo. A este le dedicó, en 1882, un
poemario que es expresión de una nueva sensibilidad, Ismaelillo. Está
hecho con rimas inesperadas, una sintaxis compleja, arcaísmos y
hallazgos verbales. Inmerso como vive en el torbellino de la lucha
política, el recuerdo del hijo lejano es como el remanso de un lago
encantado. A esta hora, el amor sereno y doméstico de Carmen Miyares
le ha sustituido el amor esquivo de su esposa. Y lo llena. Carmen
está casada con el cubano Manuel Mantilla, enfermo de melancolía y de
parálisis. Es medio venezolana y medio santiaguera; gorda,
parlanchina, simpática. Martí se aficiona a los hijos de Carmen,
especialmente María, a la que distingue con marcado amor paternal.
Saca a los muchachos por las tardes en bulliciosa reata. Los lleva al
Parque Central, ven, en el Edén Musèe, las famosas figuras de cera.
Todo lo sabe Martí. Todo quiere explicárselo a los niños.
¿Y por qué no hacerlo para todos los niños de América? Un brasileño
amigo, A. D’ Acosta Gómez, pone los recursos imprescindibles. El
hombre que es uno de los grandes prosistas de la lengua española es
ahora sencillo a fuerza de ser sintético. Su estilo no se empequeñece
para llegar a los niños, asevera Fina García Marruz. Por el contrario,
se torna más fabuloso. Imita el idioma del niño.
EL LENGUAJE DE LA PASIÓN
Su verbo brotaba como el agua de un manantial, incontenible; a veces,
tranquila y serena, a veces, encrespada, como a borbotones.
Impactaban la fluidez de la palabra, la idea fulgurante, las imágenes
fastuosas que dejaba escapar aquella voz delgada y viril al mismo
tiempo. En Guatemala, en plena juventud, ganó el mote de «Doctor
Torrente». José Martí, el Apóstol de la Independencia de Cuba,
conmovía, sacudía, electrizaba siempre a su auditorio. Como orador,
supo lucirse en severos foros académicos, en adustas reuniones
internacionales como la Conferencia Monetaria a la que concurrió como
delegado del Uruguay, y en mítines en los que llamó a sus compatriotas
a hacer la revolución. En 1895, en los campos de Cuba libre, en
vísperas de caer en combate frente a las balas españolas, tuvo también
ocasión de dirigir la palabra a combatientes del entonces naciente
Ejército Libertador. «Lo escuchaba y sentía que se me iba el
sombrero», recordaba uno de aquellos mambises que tuvo el privilegio
de verlo. Y otro: «No lo comprendía, pero sentí que tenía que morir
por él».
Dice el argentino Sarmiento que «en español no hay nada que se
parezca a la salida de bramidos de Martí… Después de Víctor Hugo nada
presenta la Francia de esa resonancia de metal». Para José Lezama
Lima, Martí, como orador, «ocupa lugar aparte en los fastos de la
elocuencia española. Nada de fáciles melopeas castelarinas; su
lenguaje es el de la pasión». En 1878, de vuelta del destierro,
asombra a sus compatriotas con sus cualidades oratorias. Habla en el
homenaje al violinista Alfredo Torroella. Es una oratoria diferente a
la habitual. Habla de patria; «patria ceñuda y de lauros enlutados».
Es una elocuencia nerviosa, brillante, difícil, embriagadora. La voz
del orador, melodiosa, tan pronto vibra de energía como se vela con
sordos acentos elegiacos. Finaliza el discurso, el público estalla en
una ovación tenaz y Martí es sacado de la tribuna entre abrazos.
Pronuncia el discurso en el banquete que un grupo de cubanos de ideas
reformistas ofrece a un destacado periodista. Su tono e intención
sorprenden a los señores de la presidencia del homenaje, gente cauta y
remisa a la independencia. Martí exalta la hombría pública del
agasajado y sentencia: «El hombre que clama vale más que el que
suplica… los derechos se toman, no se piden, se arrancan, no se
mendigan…»
Una hora después, el capitán general Ramón Blanco y
Erenas, Marqués de Peña Plata, sabe de lo acontecido en el banquete y
del discurso de Martí. ¿Martí? ¿Quién es Martí?, pregunta. Lo sabrá
pronto porque al día siguiente el Liceo de Guanabacoa celebrará una
velada en honor del violinista cubano Díaz Albertini, que regresó del
exterior cargado de gloria, y Martí, «el tal Martí», será uno de los
oradores. A Guanabacoa se va el gobernador.
Poco importa a Martí la presencia del capitán general. No puede Blanco
soportar el discurso hasta el final. Abandona el salón. Comenta: «No
quiero recordar lo que he oído y no concebí nunca que se dijera
delante de mí. Voy a pensar que Martí es un loco, pero un loco
peligroso».
Muchos fueron los discursos que José Martí pronunció a lo largo de sus
42 años de vida. Memorables resultan las oraciones que dedicó al poeta
cubano José María Heredia y a Simón Bolívar, a las conmemoraciones
patrias, al igual que su prédica incansable a fin de aunar a la
emigración y prepararla para lo que él llamó «la guerra necesaria» y
la república, «con todos y para el bien de todos», a la que daría
paso. Arengas que evidencian la extraordinaria seducción de su
palabra y la elocuencia brillante y embriagadora de la que hacía gala
con su voz débil y viril al mismo tiempo.












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