viernes, 20 de octubre de 2017

GENTE LLANA Y DIFICIL CADA DIA

Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 53 more Details
Gente llana y difícil cada día
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebele.cu

Esas fábricas estuvieron en la imaginación y el pensamiento del
comandante Ernesto Che Guevara desde mucho antes de que existieran.
Nuevitas, la ciudad de la costa norte de Camagüey, donde están
ubicadas, era un sitio prácticamente muerto cuando el Guerrillero
Heroico vislumbró sus posibilidades industriales. Sólo podría asistir
a la inauguración de una de esas obras, la vida no le alcanzó para ver
las otras convertidas en realidad.
Es un día cualquiera del año 1962. Desde meses antes un grupo de
hombres venía trabajando en las construcción civil y en el montaje de
la fábrica de alambres de púa, con la que se iniciaría la
transformación económica y social de Nuevitas, entonces una urbe de
apenas 14 000 habitantes que malvivían del trabajo en el puerto, la
salina y la pesca.
El Che, ministro de Industria del Gobierno cubano, había seguido muy
de cerca el avance de la obra y los nueviteros contaban con su
presencia en el acto inaugural. No se equivocaron y en la tarde del
día señalado para la apertura lo vieron aparecer con las botas
enfangadas, la camisa fuera del pantalón y las mangas recogidas en los
codos. Se excusó por su atuendo: venía de un corte de caña y volvería
al cañaveral tan pronto terminara su discurso.
Un año después, en un área cercana a esa industria, se ponía en marcha
la fábrica de electrodos y el 14 de julio de 1964 Guevara volvía a
Nuevitas atraído por un acontecimiento especial: se había decidido la
fusión de ambas fábricas y deseaba estar presente en la inauguración
del pequeño combinado industrial.
Esa vez su discurso fue más extenso que el anterior. Había insistido
siempre en que una fuerte tradición obrera no tardaría en nacer en
Nuevitas y en sus palabras de aquel día anunció, quizás por primera
vez en público, que se construirían la termoeléctrica y las fábricas
de cemento y de fertilizantes, y aseguró que el viejo problema del
desempleo sería liquidado para siempre.
No son esas las únicas industrias con que cuenta el municipio más
pequeño de la provincia camagüeyana, pero a los nueviteros les
regocija saber que Ernesto Guevara, con un apabullante lucidez y
visión de futuro, contribuyó a dar a la ciudad una nueva fisonomía.
TRABAJADORES, NO DIRIGENTES
El día de la apertura del pequeño combinado industrial, el Che invitó
a un grupo de obreros a que lo acompañasen a la ciudad de Caibarién,
donde al día siguiente inauguraría una fábrica de bicicletas. Asegura
un testigo que insistió en que fueran trabajadores, no dirigentes, y
una vez allí se sintió muy contrariado al constatar que se trataba de
una simple ensambladora y no una verdadera fábrica.
Poco días después, el 15 de julio de 1964, en las afueras de la
ciudad de Santa Clara, inauguraba la mayor y más importante obra
industrial construida por la Revolución hasta esa fecha, la Industria
Nacional Productora de Utensilios Domésticos (INPUD) que en su primer
año de puesta en marcha sería capaz de producir en sus once talleres
unos 5 000 refrigeradores, 5 000 cocinas de gas,
30 000 ollas de presión y alrededor de 15 000 fregaderos.
Su construcción fue idea de Jesús Plasencia, un inversionista privado
que durante años acarició el proyecto y cuando se convenció de que no
podría acometerlo, pasó la idea al Estado, Che era entonces jefe del
Departamento de Industrialización del Instituto Nacional de Reforma
Agraria (INRA) y la fábrica le pareció inicialmente un monstruo,
demasiado grande. Sin embargo, no descartó el propósito y apoyó su
realización siendo ya ministro de Industrias. Plasencia fue el primer
administrador de la planta. «Hoy podemos decir, sin que nos quede nada
por dentro, que sí entregamos realmente una fábrica», dijo entonces.
Por aquella época, hacía ya más de tres años que el ingeniero
Demetrio Presilla había puesto a funcionar la planta niquelífera
Freeport Sulphur Co., —hoy Pedro Sotto Alba— en Moa. Sus propietarios
norteamericanos concluyeron su montaje en 1959 e hicieron, al año
siguiente, una producción de prueba. Tomaron entonces la decisión de
cerrarla y se marcharon, arrastrando consigo a los técnicos e
ingenieros cubanos que trabajaron en el proyecto. Lo hicieron con el
convencimiento de que nadie en Cuba pondría a andar aquella fábrica
de tecnología complejísima, y única de su tipo en el mundo.
Presilla viajó a La Habana y garantizó al Che que pondría en marcha
la planta, pero no ocultó la duda: el mercado estaba abarrotado y el
níquel tenía poca demanda. En el rostro del Che se dibujó una sonrisa
no exenta de picardía. Dijo: «Ingeniero, vamos a hacer un trato.
Usted pone en marcha la planta; de la venta del níquel me encargo yo».
Muchos años después, en 1987, el ingeniero Presilla refería al
escribidor:
—Guevara comenzó a visitar la planta por lo menos una vez al mes y en
él siempre encontré apoyo frente a las incomprensiones y malas
intenciones de muchos. No era nada sectario; tenía confianza ilimitada
en el ser humano y un don extraordinario para calar a la gente. Y era
un hombre honrado.
Muchos no comprendían por qué Presilla, hombre profundamente
religioso, que había vivido y estudiado en EE UU y trabajado siempre
con norteamericanos, decidiera echar su suerte al lado de su pueblo.
Che sí lo comprendió. .
SE EXIGÍA DEMASIADO
En los días iniciales de 1959, fue designado jefe de la fortaleza de
la Cabaña, la segunda instalación militar de La Habana, y el 7 de
octubre se le encomendaba la dirección del Departamento de
Industrialización del INRA. El 28 de noviembre se le confiaba la
presidencia del Banco Nacional de Cuba, mantenido sus
responsabilidades en el Ejército y en el sector industrial. Al crearse
el Ministerio de Industrias se le encomienda esa cartera.
Casi todos los dirigentes de ese organismo fueron antes obreros. Todos
sus funcionarios debían pasar un mes cada año en cargos de menos
responsabilidad. Un sistema de reuniones permitía al Che mantenerse
al tanto. Cada mes se reunía con los directores de empresas y una vez
a la semana, en otra reunión, analizaba el trabajo del organismo.
«Había que llegar a la hora señalada pues Che estaba allí antes que
nadie», dijo al escribidor alguien que fue habitual en aquellos
encuentros. Y precisó: «Una vez ofreció una merienda: una taza de
chocolate y dos galletas de sal. Comentó que le hubiera gustado
brindar algo mejor, pero que había pagado aquello de su bolsillo y él
tenía una familia que mantener».
Los que lo conocieron de cerca recuerdan que su tiempo libre era cada
vez más escaso. Nunca dormía más de seis horas, y la mayoría de las
veces, menos. Los domingos mandaba a buscar a su hija Hildita (del
primer matrimonio) para pasar el día con ella. Su economía personal
era bastante precaria pues se había negado a acumular los sueldos de
los diferentes cargos que desempañaba y se limitaba a cobrar los 440
pesos que devengaba como Comandante. De ellos, entregaba cien a Hilda
Gadea, para su hija: 50 pesos eran para el alquiler de la casa y otros
50 para ir pagando el automóvil usado que había comprado. El resto se
iba en los gastos caseros. Solo tenía una buena biblioteca porque le
regalaban los libros.
A la hora del trabajo voluntario, Che ministro fue siempre el primero
en dar el ejemplo, aunque el asma a veces no le diera un minuto de
tregua. Nunca fue hombre de gabinete. Solo durante el primer semestre
de1964 acumuló 240 horas de trabajo directamente vinculado a la
producción. Afirmaba que el trabajo no retribuido era un aporte
importante de la población a la economía y también un vehículo
extraordinario para la formación de una conciencia revolucionaria.
Se exigía demasiado a sí mismo. Como ministro, se mostró severamente
autocrítico con algunas de las inversiones que autorizó. Decía que
debían llevar su nombre para que todos supieran quién fue el autor de
la chapucería. Comprendió que para el mejor desempeño de su quehacer
cotidiano debía dominar la teoría de los conjuntos, los análisis
funcionales, los cálculos integral y diferencial y acometió entonces
clases privadas de matemáticas superiores. Cada vez que viajaba al
exterior, así fuera en delicadas misiones diplomáticas, llevaba en la
cartera arduos problemas de matemáticas y costos que traía resueltos
al regreso.
SU ENTRAÑA HUMANA
Fue miembro de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio y
cuando esa organización se fundió con el Directorio Revolucionario 13
de Marzo y el Partido Socialista Popular, en las Organizaciones
Revolucionarias Integradas (ORI) pasó asimismo a su Dirección
Nacional, y con igual rango figuró en el Partido Unido de la
Revolución Socialista, antecedente del Partido Comunista de Cuba. Al
constituirse, en octubre de 1965, esta organización, en la que hubiera
sido parte de su Comité Central, ya «otras tierras del mundo», como
dice en su carta de despedida a Fidel, habían reclamado «el concurso
de mis modestos esfuerzos»
A lo largo de su vida pública pronunció más de 170 discursos y
conferencias, 24 de ellos en el exterior. ¿Cuál fue el fin último de
toda esa prédica? El logro de un hombre nuevo que él mismo encarnó
como pocos.
Resulta difícil, entre las miles de páginas que escribió, decidir
dónde quedó plasmado mejor su pensamiento. No son pocos los que
seleccionarían su Mensaje a la Tricontinental, enviado a La Habana
desde Bolivia en 1967, o su largo ensayo El socialismo y el hombre en
Cuba (1965). En ambos textos, la fuerza de sus ideas se expresa de
manera sobria y directa, sin equívocos, en imágenes que destacan
también por su belleza. Piezas que sin duda pasarán como documentos
clásicos del pensamiento revolucionario.
Aludir siquiera a los aspectos del pensamiento político y económico
del Che que se llevó el viento del socialismo del siglo XXI, supera
con creces la intención de esta página. De lo que dejó inédito y que
ha ido publicando el Centro de Estudios que encabeza su viuda, emerge
en cambio un Che capaz de seguir haciéndose admirar y respetar aun en
la muerte. Tal es el caso de su libro Apuntes críticos a la economía
política (2006) que va mucho más allá de la historia acerca del
debate de los 60 sobre el socialismo, el cálculo económico y el
sistema presupuestario de financiamiento. Son casi 400 páginas con
notas de lecturas y esquemas de obras que en definitiva no escribiría,
como su crítica a la economía política marxista plasmada, por orden de
Stalin, en un manual de Academia de Ciencias de la URSS y que se
convirtió en la práctica en una Biblia que sustituía a El capital.
Luego de advertir que los países socialistas avanzaban por peligrosos
derroteros, con resultados finales incalculables, abogaba por una
economía política que tomara como base a Marx, Engels y Lenin, sin
dejar a un lado las ideas de pensadores como Rosa Luxemburgo, Trotsky,
Bujarin y Gramsci, entre otros, y, con especial atención, Fidel y la
izquierda latinoamericana.
Quedan, desde luego, sus cartas. Los que leyeron la que dirigió a su
hija Hildita, en ocasión de su décimo cumpleaños, la de despedida a
sus padres y aquella, de 1965, en la que dijo adiós a Fidel y a Cuba,
saben cuánto de vigor y ternura hay en ellas para revelar a un héroe
en su entraña humana.

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Ciro Bianchi Ross
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