lunes, 16 de mayo de 2016

A MARIO SILVA ¡CON EL FAVOR DE DIOS!

ELIGIO DAMAS

            Supongo que usted no leerá esto porque “está muy ocupado leyendo tantas cosas importantes” y como el combate que libra no le permite distracciones, como me dijo un personaje también con la fama que crea la televisión y otros medios. Pero no importa. No diré que “con la intención basta”, pues eso no está permitido a un maestro de escuela que tiene un alto concepto de la profesión, sino espero que alguien piadoso, no por usted ni por mí, sino por todas las personas que como mis hijos, nietos,  los de mis amigos y los jóvenes de Venezuela, tocan el asunto que comentaré.
            Anoche tuve el placer de escucharle en su programa, por cierto de mucha audiencia y eso es lo importante, lo mismo que me motiva a escribirle esto, refiriéndose a alguien, cuya identidad ahora no es asunto que me interese e incumba, usted le acusó y juzgó, con mucha rapidez, por presuntamente, digo yo, tener de amigo a Nelson Bocaranda. Antes de seguir en lo que me propongo, debo advertirle que a este personaje absolutamente nada me liga; es más, desde antes que apareciera en el mundo de la política Hugo Chávez, de él me había forjado una mala opinión. De modo que el personaje de marras tampoco está en el campo de mi interés; como tampoco está en mi ánimo averiguar exactamente quién es el otro.
             Lo sustancial, que entra en donde se definen los valores de la gente buena y noble, por lo que pensé en mis hijos, nietos, de mis amigos y jóvenes venezolanos, es que usted difunde por un medio del Estado venezolano la idea que quienes militamos en el campo de la izquierda, en cualquier parte del mundo, no podemos tener amistades, “salvo sea su vecino” entre quienes políticamente nos adversan. Es decir, llama, sobre todo a los jóvenes, es lo que preocupa, a ser intolerantes y restarle valor al principio  constitucional y humano a pensar diferente.
            Empezaré por recordarle el fragmento de un poema, de un cumanés a quien siempre he querido y querré mucho, pese fue adeco, llamado Andrés Eloy Blanco, de paso también merecedor de descansar en el Panteón Nacional, desde la óptica oficial y la nuestra, quien en México, desterrado de su patria, algo así como alejado de lo que más amaba, cantó:
            “Por mí ni un odio hijos míos,
              ni un solo rencor por mí.
              No derramar ni la sangre
              que cabe en un colibrí.”
            Eso lo dijo un poeta. Eso se desprende de los ideales por los cuales presuntamente luchamos. El socialismo, si es eso por lo que luchamos, supone el prevalecer de la solidaridad frente al individualismo. El amor por el odio. La generosidad ante la mezquindad. Lo bello ante lo banal. Nobleza frente mezquindad y pequeñez.
            Fernando Díaz Plaja, escribió un libro agradable e ilustrativo, con un enorme contenido de ironía y capacidad crítica, titulado “El español y los siete pecados capitales”, el cual le menciono porque en él hay una historia que tiene relación con el asunto que me ha movido a escribirle, no con ánimo de discrepar de usted ni buscando me responda, con las consecuencias que eso implica sino para como maestro, viejo maestro, ayudar a formar a los muchachos. Cuenta Díaz Plaja que en las tantas trincheras cavadas por el Quinto Regimiento y las fuerzas de Franco, en las calles de Madrid, alguna noche de navidad o fiesta del calendario español, de una a otra, mientras había tregua y callaban los fusiles, se escuchaban diálogos como este:
            -“Oye rojillo”,
            Así gritaba un soldado, incorporado de una manera u otra a las fuerzas franquistas, “al rojillo”, por decir sin más ni más, el comunista, nada de republicano, que estaba en la trinchera de enfrente.
            -“¿Qué os pasa?”, respondía el “rojillo”, que podía sólo ser un republicano.
            - “¿Qué tienes? Pues yo, chorizos, un poco de lomo “embuchao” y unas aceitunas”.
             -“¡Coñó! Estamos completos. Tengo justamente lo que falta hace. Una botella de vino”.
             Aquella conversación terminaba en un acuerdo para que combatientes de un lado se pasasen para el otro a festejar juntos. Aunque al día siguiente continuasen intentando matarse entre ellos.
             Si lo inventó o no Díaz Plaja, lo interesante es entender el sentido, hondo significado humano de aquella anécdota.
              Vuelvo a un personaje que me apasiona, de quien no hago la cita completa y doy los detalles porque tengo flojera de buscar el libro donde se haya los subrayados y las notas respectivas. Y digo “vuelvo” porque muchas veces entra en mis reflexiones. Hablo del Mariscal Sucre, quien antes de la batalla de Ayacucho dirigió una bella carta, digna de los personajes de su nobleza, aquella que le llevó a concebir el “Tratado de Regularización de la Guerra”, firmado entre Bolívar y Morillo, a un general español a quien antes se había enfrentado y estaba por volver a hacerlo, en donde le manifiesta su añoranza para que, una vez terminada la guerra, “podamos reunirnos como buenos amigos y compartir opiniones”.
            El “Tratado” mismo del cual fue autor, es todo un poema en el que reconoce el derecho a la vida, dignidad de los combatientes hechos prisioneros, sin antecedentes en la historia humana. Y es un poema contra el odio que destruye más que los fusiles.
            Es el mismo héroe, no un pusilánime, que finalizada la batalla de Ayacucho, consolidada la independencia del Perú y de la América “antes española toda”, expresa aquella bella, pedagógica, respetuosa y generosa frase, “Gloria al vencedor, honra al vencido”.
            No parece plausible, humano, generoso, inteligente y menos políticamente acertado llamar, de paso por un medio de comunicación del Estado, a quienes estamos en bandos opuestos en la política venezolana de este momento histórico, debamos ser enemigos, intolerantes y odiarnos mutuamente. A menos que se trate de “mi vecino”, como dijo Silva, salvedad que no la entiendo mucho. ¿Será para que no tengamos enemigos en nuestro entorno?
           No es nada de aquello que prodigaron los personajes antes mencionados y justamente porque copia discurso, conducta y toda la cultura que decimos combatir. Es una estrategia reaccionariaa y opresora que intenta que los venezolanos nos volvamos enemigos y entremos en guerra uno contra el otro. ¡Justo lo que quiere el Departamento de Estado!
           Siempre he tenido amigos entre quienes de mi discrepan y están en bando hasta diametralmente opuesto al mío y es más, los seguiré teniendo, mientras eso sea posible. De mi parte no hay razones para que eso no siga sucediendo. Nadie me hará cambiar en eso porque sería una irracionalidad. Suelo decir y no me cansaré repetirlo, que por política, en lo que a mi incumbe, no tengo ni tendré enemigos. Si alguno lo es, eso es asunto suyo y sus odios. Mis amigos opuestos me tratan con respeto, el mismo que les devuelvo. Podemos hablar de política, si eso fuese necesario, aunque no es indispensable y si abordamos esos asuntos, lo hacemos como seres humanos y civilizados.
           Que la derecha venezolana en su alta cúpula y el gobierno no hallen como manejar sus diferencias de manera civilizada, cordial y pacífica, cosa que también entiendo, no es motivo para que esa conducta se traslade a todos los ciudadanos, se individualice y contamine sobre todo a los jóvenes. ¿Por qué, en razón de qué indisponer a los venezolanos unos contra otros?
          Cuando dije con el favor de Dios, no ironizo, ni hago calificación alguna, aunque sea sugerida, sólo ruego para que Mario Silva lea esto, medite sobre el asunto y procure no dejarse llevar por momentos irreflexivos; cuando está, en eso que llaman “el aire”, se carga una enorme responsabilidad y de eso el conductor de “La Hojilla” tiene mucha experiencia. Ha pasado ya por eso. Espero no haber dado la imagen de pusilánime.

        


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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 5/15/2016 11:09:00 a. m.

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