lunes, 18 de enero de 2016

UNA PELEA ARREGLADA

Una pelea arreglada
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
16 de Enero del 2016 20:31:25 CDT

Lo contó Elio Menéndez, premio nacional de Periodismo, en las páginas
de este periódico. Con la apresurada inauguración de la Ciudad
Deportiva, aún sin concluir, el 26 de febrero de 1958, el Gobierno
batistiano pretendió lanzar una cortina de humo ante la opinión
pública internacional sobre los hechos que estremecían al país. Pocos
días antes un comando del Movimiento 26 de Julio había secuestrado a
Juan Manuel Fangio, as argentino del volante, con lo que impidió su
participación en la carrera por el II Gran Premio de Cuba, que tuvo a
La Habana como escenario y en el que Fangio era la atracción
principal.
Todo un show publicitario se montó para el estreno del coliseo de Vía
Blanca y Boyeros. El plato fuerte del programa de la noche sería la
pelea entre el cubano Orlando Echevarría y el norteamericano Joe
Brown, campeón mundial de los pesos ligeros. El púgil del patio,
alejado del ring desde un año antes, llevaba todas las de perder en el
enfrentamiento. Tan escasas posibilidades de triunfo tenía Echevarría
que, refiere Elio Menéndez en su crónica, los ejecutivos de la
Dirección General de Deportes —que presidía entonces el general
Roberto Fernández Miranda, jefe además del Regimiento 7 Máximo Gómez,
con sede en la Cabaña, y, sobre todo, cuñado de Batista— pidieron a
Brown que diera largo a su rival y estirara la pela a siete u ocho
rounds, porque el combate sería transmitido de costa a costa en
Estados Unidos y así lo exigían los patrocinadores. La razón era otra.
Con aquella transmisión pretendía la dictadura vender al exterior una
imagen falsa de la realidad cubana.
Tres días antes, el 23 de febrero, cerca de las nueve de la noche,
Fangio fue secuestrado en el vestíbulo del hotel Lincoln, en Galiano
esquina a Virtudes, donde ocupaba la habitación 810. Fue una operación
relámpago. El campeón acababa de bajar al lobby, copado por agentes de
los cuerpos represivos de la dictadura vestidos de paisano. Allí lo
esperaban periodistas y admiradores. El argentino conversaba con
algunos de ellos cuando un miembro del Movimiento 26 de Julio, luego
de identificar al campeón, se le acercó y le dijo que era del 26 y
estaba allí para secuestrarlo. Fangio sonrió. Pensó, evidentemente,
que se trataba de una broma; pero no demoró en sentir el cañón de una
pistola apoyada en sus costillas y así, encañonado, salió  por la
puerta de Virtudes. Nadie, ni policías ni admiradores, atinó a
reaccionar.
Sus captores mantuvieron retenido a Fangio hasta la noche del 24,
horas después de terminada la carrera, cuando lo devolvieron sano y
salvo. Durante ese tiempo más de mil agentes de todos los cuerpos
policiales cubanos lo buscaron en vano. Con su secuestro, el
Movimiento 26 de Julio pretendió, y logró, llamar la atención sobre la
guerra de guerrillas que se libraba en la Sierra Maestra y la lucha
clandestina en las ciudades. Fue una acción que repercutió en casi
todo el mundo. Refiere la crónica que en Gran Bretaña dejó en segundo
plano la noticia referida a la enfermedad de Winston Churchill, y en
la Argentina solo fue superada por la cobertura desmedida que se dio
al triunfo en las elecciones del candidato presidencial Arturo
Frondizzi. Puede afirmarse que nunca antes palabras como La Habana,
Cuba, Fidel, Movimiento 26 de Julio, se habían repetido tanto ni
ocupado tanto espacio en las agencias de prensa, y periódicos y
revistas. Fangio, por su parte, reconocería años después que aquel
secuestro lo había hecho todavía más famoso y que no había entrevista
que se le hiciera en la que no se le preguntara sobre el hecho.
Bromeó: «Pero de estar mi esposa en Cuba, ella me hubiera encontrado».
El batistato temía que con Brown y Echevarría sucediera lo mismo que
con Fangio, por eso los mantuvo escondidos, bajo estrecha vigilancia,
hasta el mismo momento de subir al cuadrilátero. El cubano confesaría
a Elio Menéndez que lo aislaron en una residencia de la playa de
Tarará y que no lo dejaban solo ni para orinar.
Batista, que era fanático del boxeo, anunció su presencia esa noche en
la Ciudad Deportiva. Por eso, las sillas más cercanas al ring fueron
ocupadas por miembros de las fuerzas armadas, batistianos fuera de
toda duda, testaferros del Gobierno y elementos incondicionales. En
tanto, las preferencias altas y la gradería se destinaron a empleados
públicos obligados a asistir. En definitiva, el dictador decidió
mantenerse a buen resguardo. No sería esa la primera vez que el
Negociado de Prensa del Palacio Presidencial daba como segura su
asistencia a una competencia deportiva, y a última hora Batista
decidía no ir y seguía el cartel por televisión. En caso de que se
supiera que la TV no lo transmitiría, la Primera Dama pedía de manera
pública que se hiciera, solicitud que, por supuesto, siempre era
aceptada.
Elio Menéndez, que pudo conversar con Echevarría, dice que el cubano
estaba ajeno al acuerdo al que llegaron los directivos del deporte con
el púgil norteamericano, en cuanto a estirar la pelea. Sí sabía que su
victoria dependía de un golpe de suerte. Por eso, apenas iniciado el
combate, sorprendió a Brown con un izquierdazo que le nubló la vista.
Recuerda el cronista:
«Tras probar la pegada del subestimado rival, el forastero olvida el
pacto y organiza su ofensiva. El temporal se cierne sobre el zurdo
criollo, que enseguida visita la lona. A la segunda caída, el árbitro
Johnny Cruz detiene las acciones y lleva a Echevarría hacia su
esquina.
«¡Tan solo han transcurrido dos minutos y cuarenta y cinco segundos de
pelea! La farsa no ha cumplido su objetivo».

Mariné, ¿quién eres tú?
Construido a un costo de diez millones de pesos, el Palacio de los
Deportes y Campos Deportivos de La Habana, llamado después
oficialmente Ciudad Deportiva, sustituyó al Palacio de Convenciones y
Deportes de Paseo y Mar, como este a su vez había sustituido el
Palacio de los Deportes, de San Carlos y  Peñalver.
Cuando Cuba aceptó la sede de los II Juegos Centroamericanos salieron
a flote dos tristes realidades: la primera, que el país carecía de
lugar donde efectuar competencias de trascendencia continental como
las que se proponía; la segunda, que no tenía tiempo ni dinero para
asumir de manera repentina la titánica tarea de levantar estadios para
ofrecer esas competiciones. Fue entonces cuando surgió el ofrecimiento
de una empresa cervecera, que construyó a toda prisa y sin visión de
futuro el estadio Tropical, donde se escenificaron, en aquellos
Juegos, los eventos de campo y pista, béisbol, fútbol y otros. Pero la
natación, el tenis, la gimnástica, el básquet, etc., hubo que irlos a
efectuar en canchas, piscinas y tabloncillos de escasas dimensiones y,
por ende, radicadas en sociedades privadas, con todos los prejuicios
raciales propios de la época.
Si descontamos el estadio de La Habana, o Gran Stadium del Cerro,
construido ya en los 40 y dedicado exclusivamente al béisbol, aunque
en él se hayan efectuado otros eventos deportivos, nada había en
nuestra tierra que remedara, siquiera, a los grandes estadios comunes
de otras capitales.
El 9 de julio de 1938 se crea la Dirección General Nacional de
Deportes (DGND). Su director fue el comandante Jaime Mariné.
Mariné, un catalán que sirvió de testaferro a Batista, llegó a Cuba en
los días previos a las elecciones de 1924, en las que se disputaban la
presidencia el liberal Gerardo Machado y el conservador Mario García
Menocal. Alfonso XIII, rey de España, mandó un caballo de pura sangre
de regalo a Menocal, y Mariné fue el caballerizo.
Ante el regalo del caballo, los liberales se lanzaron a la calle con
el lema de «¡A pie!». Coreaban: «¡A pie, a pie, a pie!/ Se acabaron
los caballos./¡A pie, a pie, a pie!/ No me duelen ni los callos».Y
cantaron una vez que Machado quedó triunfador en los comicios: «El Rey
de España/ mandó un mensaje./ El Rey de España/ mandó un mensaje/
diciéndole a Menocal:/ devuélveme mi caballo,/ que tú no sabes
montar».
Una vez aquí Mariné sentó plaza de soldado. Ascendió de sargento a
comandante tras el golpe de Estado del 4 de septiembre de 1933 y, a la
sombra del coronel Batista, de quien era ayudante, ocupó diferentes
cargos hasta su salida de Cuba en 1944, cuando se estableció en
Caracas para hacer grandes inversiones a nombre de su jefe y en su
propio nombre.
En 1938 Mariné arrendó el Nuevo Frontón, el llamado Palacio de las
Luces, en San Carlos y Peñalver —el frontón de Concordia y Lucena era
el Palacio de los Gritos. Por fallas constructivas, el apresuramiento
con que se acometió y por los daños que ocasionó en ese inmueble el
ciclón del 20 de octubre de 1926, esa edificación se hallaba en un
estado lamentable.
Allí radicaron la Dirección de Deportes y los departamentos
correspondientes a cada especialidad. Disponía de áreas para la
práctica de diversas disciplinas. Contaba con un gabinete médico y una
clínica dental, así como un área de veterinaria y una llamada cocina
deportiva. Bajo la jurisdicción de ese Palacio de los Deportes,
quedaron los estadios Tropical y de Camagüey y la arena Cristal.
Auspició  la entidad academias de natación, jai alai, atletismo y
baloncesto. En la de boxeo matricularon 1 100 alumnos de 12 años en
adelante. Para dejarlo inaugurado y dar inicio a sus gestiones, la
Dirección de Deportes trajo a La Habana y presentó en su sede a los
dos mejores jugadores profesionales del mundo en el deporte de la
raqueta: los tenistas Fred Perry y Ellsworth Vines. Se calcula que más
de 4 000 personas los vieron jugar. El dinero recaudado en esa y otras
competiciones posteriores se destinó al fomento del deporte, pues
entonces el Gobierno no tenía crédito alguno destinado a ese fin.
La Dirección de Deportes vendió su edificio al movimiento sindical. Se
pensó en restaurarlo y adaptarlo para sede de la Confederación de
Trabajadores de Cuba —lo de Central es posterior a 1959. Empezaron los
quehaceres constructivos, pero hubo que paralizarlos porque el
inmueble no admitía reparación. Por supuesto, se impuso construir
desde cero el Palacio de los Trabajadores.
El nuevo Palacio de los Deportes se inauguró en 1944, en el sitio que
ocupa desde 1978 la Fuente de la Juventud. Su primer cartel boxístico
tuvo lugar el 1ro. de octubre de ese año e incluyó la pelea estelar de
Juan Villalba contra Kid Gavilán. Entre otros eventos, ese inmueble
fue escenario habitual del circo norteamericano Ringling, que visitaba
La Habana todos los años en ocasión de las fiestas navideñas. Funcionó
hasta cuando se demolió para que prosiguiera el trazado del Malecón
hasta su límite natural del río Almendares.
La Ciudad Deportiva se asienta sobre dos caballerías de terreno. Por
su construcción, capacidad y belleza, el Coliseo o Palacio de los
Deportes propiamente dicho es la obra más notable del espacio. Lo
cubre una cúpula de hormigón armado de 88 metros de diámetro, sin
apoyo interior alguno, que permite una perfecta visibilidad de los
espectadores y la cual se sostiene por una viga circular, de hormigón,
que se apoya en 24 columnas con asiento en forma de «balancín», que le
permite realizar los pequeños movimientos de dilatación y contracción
que, en el hormigón, producen los cambios de temperatura. Tiene
capacidad para entre 12 000 y 15 000 personas, quienes pueden ser
evacuadas en diez minutos sin interrupción ni aglomeraciones en las
salidas.


-- 
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/

No hay comentarios:

Publicar un comentario