lunes, 4 de enero de 2016

DERECHO DE MAMPARA

 Derecho de mampara
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
2 de Enero del 2016 21:26:21 CDT

Carlos Fonseca debió haber sido el limpiabotas más reputado de La
Habana a comienzos del siglo XX. No solo le lustraba el calzado a don
Tomás Estrada Palma, entonces presidente de la República, sino que
también eran clientes suyos otros tres que, con el tiempo, ocuparían
la primera magistratura: el mayor general Mario García Menocal, el
licenciado Alfredo Zayas y el general Gerardo Machado. Claro que no
todos los usuarios de su sillón eran presidenciables. Fonseca también
daba servicio a gente como Rafael Montoro, figura cimera de la
autonomía en Cuba, y a no pocos veteranos de la Independencia, como el
general Sánchez Figueras, que estuvo con Maceo en el combate de San
Pedro y que, ya acabada la guerra, se casó con una muchacha bellísima
que podía ser su nieta y a la que dejó viuda cinco años después de
haberla desposado.
Tenía Fonseca su sillón en el café El Guanche, en Belascoaín y
Neptuno, frente al café El Siglo XX, que todavía existe, y hasta esa
esquina llegaba don Tomás… en tranvía.
Resulta que Frank Steinhart, presidente de la Havana Electric, la
empresa propietaria de los tranvías habaneros, puso uno de esos
vehículos a disposición de Estrada Palma, que lo utilizó para acudir a
su toma de posesión como Presidente de la República, el 20 de mayo de
1902, y siguió utilizándolo luego en no pocas de sus gestiones
oficiales y particulares.
Abordaba el mandatario el tranvía en las inmediaciones del Palacio
Presidencial (antiguo Palacio de los Capitanes Generales), en la Plaza
de Armas; salía el vehículo de La Habana Vieja, se internaba en el
centro de la ciudad y al entrar en Belascoaín hacía una breve parada a
la altura de Neptuno para que descendiera el Presidente. Una vez que
le limpiaban los zapatos, don Tomás esperaba a que el tranvía, que
había dado la vuelta por Reina, pasara a recogerlo, esta vez por
Neptuno.

Machado y los aviones
Gerardo Machado fue el primer presidente cubano que voló en avión, y
uno de los primeros mandatarios en hacerlo en el mundo.
Charles Lindbergh, el primer aviador en atravesar solo y sin escalas
el océano Atlántico, invitó al dictador a sobrevolar La Habana y
Machado no solo aceptó la propuesta, sino que le cogió el gusto de tal
forma que a partir de ese momento cada vez que tenía necesidad de
desplazarse al oriente de la Isla pedía a Cubana de Aviación que
pusiera a su disposición un aparato para ahorrarse la carretera.
El 20 de mayo de 1927, Lindbergh partió del aeropuerto Roosevelt, en
Nueva York. Tripulaba un aparato de un solo motor, rediseñado por él
mismo, que tenía por nombre Spirit of Saint Louis. Treinta y tres
horas y 32 minutos después arribaba al aeródromo de Le Bourget, cerca
de París, y consumaba la hazaña que lo convertiría en uno de los
aviadores más famosos de todos los tiempos. A partir de ese histórico
vuelo y siempre a bordo de su monoplano, visitó varios países
latinoamericanos con el propósito de abrir nuevas rutas aéreas. En
todas las naciones que visitó se le recibió con gran pompa y se le
tributaron los honores que merecía.
Cuba no sería la excepción. El 8 de febrero de 1928, fecha de su
llegada a La Habana procedente de Haití, se declaró el Día de
Lindbergh. El pueblo habanero fue a darle la bienvenida en el
aeródromo del campamento militar de Columbia y lo aclamó luego en la
terraza norte del Palacio Presidencial. El general Alberto Herrera,
jefe del Ejército, y el doctor Orestes Ferrara, secretario de Estado,
lo condujeron enseguida a presencia del presidente Machado, que le
otorgaría una importante condecoración. Cuba fue el último país que
visitó el famoso aviador norteamericano a bordo del Spirit of Saint
Louis. Al regresar a su país decidió que el avión se conservara y
exhibiera en el Museo del Aire y el Espacio, de Washington. Lindbergh
volvería a la capital cubana en febrero de 1929 a bordo del avión
Águila solitaria.
El 12 de febrero un avión se engalanó en el aeropuerto de Boyeros para
acoger al presidente de Cuba y al más nombrado de los aviadores, que
lo tripularía. Era un Ford de tres motores con capacidad para diez
pasajeros y dos tripulantes. A partir de ahí ese mismo aparato u otro
con características similares, que hacía entonces los vuelos
Habana-Santiago de Cuba con escala en la ciudad de Camagüey, estuvo al
servicio de Machado cada vez que el dictador lo solicitaba. Le falló
sin embargo el día de la fuga, el 12 de agosto de 1933. Pidió dos
aviones, de doce plazas cada uno, para huir de la justicia popular con
sus más cercanos colaboradores, y tuvo que conformarse con un
aeroplano de seis plazas.
Ese Ford de tres motores, propiedad de la Pan American Airways y que
Cubana de Aviación arrendaba, fue vendido, en los días de la II Guerra
Mundial, a la República Dominicana, que lo utilizó como avión
presidencial. Después que el sátrapa Rafael Leónidas Trujillo se cansó
de usarlo, el aparato volvió a Estados Unidos, y aquella aeronave
utilizada por dos dictadores empezó a utilizarse en labores de
fumigación, hasta los años 60, cuando se sacó de circulación, pero…
Hace algunos años el viejo avión fue restaurado y se está usando en
viajes turísticos en la ciudad de Grand Rapids, en Michigan. Cobran 50
dólares por pasajero a cambio de una vuelta de 15 minutos.

Menocal y el divino Galimatías
El doctor Ramón Grau San Martín, presidente de Cuba por segunda vez
entre 1944 y 1948, era así. No por gusto ganó el mote de Divino
Galimatías. Su lenguaje era oscuro y confuso; cantinflesco. Y él, todo
un maestro para eludir compromisos y rodear o evadir los temas sobre
los que no le interesaba definirse o sobre los que quería ocultar su
pensamiento.
Los comerciantes de la calle Muralla le pidieron una entrevista a fin
de referirle temas de su interés y para los que buscaban el apoyo del
primer mandatario. Hay que decir en honor a la verdad que Grau hizo
varios intentos por recibirlos y como siempre una responsabilidad
mayor se lo impidió decidió incluirlos en la agenda de la más próxima
audiencia pública, sesión maratónica de entrevistas en la que uno de
los ayudantes o el secretario del Presidente establecía el orden de
precedencia en el recibo y en la cual no faltaban aquellos personajes
que gozaban de lo que en la época se llamaba «derecho de mampara», que
les franqueaba la puerta sin necesidad de espera alguna.
A las seis de la tarde llegaron los comerciantes de Muralla a Palacio
y eran más de la una de la madrugada cuando los hicieron pasar al
despacho del Presidente. Grau, muy serio y con los brazos en jarra,
los esperaba de pie detrás del escritorio.
—Sé que están aquí desde temprano, pero ya saben cómo son las tareas
de un mandatario… agobiantes. ¡La cantidad de gente que me vi obligado
a recibir! Imagino, sin embargo, que su espera no habrá sido
infructuosa porque habrán reparado en el retrato del presidente
Menocal que está en el antedespacho y verían cómo le cambia el
rostro a medida que cae la noche.
Al oír aquello, los comerciantes de la calle Muralla quedaron sin
palabras. Desconcierto. Intercambio de miradas. Sonrisas forzadas. A
uno de los del grupo se le escapó un estornudo. Grau volvió a la
carga.
—¿No lo vieron? ¿Cómo es posible que pasaran por alto detalle tan
evidente? Vengan, vengan conmigo.
El Presidente condujo al grupo a la antesala del despacho presidencial
y lo hizo situarse delante del retrato en cuestión.
—Verán cómo le cambia la cara. ¡Obsérvenlo! —Y a punto ya de
escurrirse por un pasillo, añadió: ¡Y síganlo observando!
Aquella noche los comerciantes de la calle Muralla no volvieron a ver
al Presidente ni insistieron más en lo de la entrevista.

¡Eso es un robo!
Los dictadores son tacaños en su derrota. Fulgencio Batista, a partir
de 1959, no se cansó de proclamar su pobreza, aunque nadie se lo
creyera, y otro tanto sucedió con Machado. El día de su fuga, dos de
sus ayudantes transportaban el extraño equipaje del ex dictador: ocho
saquitos de lona, pesaditos. En ellos iba, en oro, parte de la fortuna
de Machado. Otra parte quedaba en Cuba, al amparo de entidades
bancarias, segura al parecer.
Pese al reclamo popular, Carlos Manuel de Céspedes, que sucedió a
Machado en la presidencia desde el 13 de agosto, no tomó medida alguna
contra los depredadores del tesoro de la nación ni confiscó los bienes
de los malversadores. En cambio Grau, llegado al poder al calor del
golpe de Estado del 4 de septiembre de 1933, recogió el sentir de la
ciudadanía y nombró a un fiscal o acusador popular que les iría arriba
a los ladrones. Solo en un banco habanero fueron selladas más de 12
cajas de seguridad pertenecientes a figuras muy vinculadas con la
dictadura derrocada, entre ellas la de Elvira Machado. Contenía joyas
muy valiosas y más de un millón de pesos en efectivo.
—¡Eso es un robo! El contenido de esa caja es la fortuna personal de
mi esposa. Las joyas son una herencia familiar y tienen el valor total
de 106 000 pesos —declaró Machado en Montreal, Canadá.
Añadió: «Creo que la historia me hará justicia. Mi fortuna actual no
es desproporcionada con la que tenía cuando ocupé la presidencia.
Tenía entonces 400 000 pesos por la venta de la Compañía Cubana de
Electricidad y grandes intereses en el central azucarero Carmita.
Además de poseer otras plantas eléctricas y fábricas de hielo en
diferentes localidades de la Isla…»
El proceso contra los malversadores proseguía en La Habana y el jefe
de la Policía Judicial levantaba el inventario de las cajas selladas y
ponía los documentos en manos del doctor Guillermo Montagú, magistrado
del Tribunal Supremo y juez instructor de la causa. El fiscal o
acusador popular, por su parte, localizaba y sellaba la caja de
seguridad del propio Machado. Pero esa vez el ex dictador se movió
rápido y con 150 000 pesos sobornó a la comisión de insobornables que
perseguían a los ladrones del erario.
Como Machado no desaprovechaba oportunidad alguna para desmentir los
comentarios sobre la fortuna fabulosa que se le atribuía, asegurando
que estaba «más bien pobre, como pocos en mi condición», alguien
decidió jugarle una broma pesada. Una noche, un sobre dirigido a su
nombre llegó a la carpeta del hotel canadiense donde se alojaba. Un
bellboy lo subió hasta la habitación del ex mandatario y Machado
ordenó que lo abrieran. Sorpresa. Contenía un centavo y una nota en la
que se leía: «Como hemos sabido que está tan pobre, sírvase aceptarnos
esta modesta ayuda».
De más está decir que Machado montó en cólera.

Cosas del protocolo
Recibe en Roma el capelo cardenalicio monseñor Manuel Arteaga
Betancourt, lo que lo convirtió en el primer príncipe cubano de la
Iglesia, y regresa por mar a La Habana. Esa misma tarde, el presidente
Grau lo recibe en audiencia especial.
—No sabe cuánto lamenté, Eminencia, no poder ir al puerto a recibirlo.
Pero el protocolo no me lo permitía.
—Sí, Presidente, vivimos esclavos del protocolo —aseveró el purpurado.
Y Grau ripostó, rápido:
—Pero no me negará que también tiene sus ventajas.
(Fuentes: Textos de José Oller y Newton Briones Montoto e
informaciones orales y de prensa)


Ciro Bianchi Ross
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