jueves, 11 de septiembre de 2014

DEL PAVELLON, EL GATO Y OTROS LUGARES


Del Pabellón, El Gato y otros lugares
Ciro Bianchi Ross * digital@juventudrebelde.cu
6 de Septiembre del 2014 20:32:00 CDT

¿Qué hubo en la esquina de 23 y N antes de que se construyera allí el
Pabellón Cuba? Cuando se conoce que ese edificio que conjuga, dicen
los especialistas, una gran sencillez formal con una elegante
monumentalidad, se construyó en 1963, se llega a la conclusión de que
el área que ocupa fue uno de los últimos espacios yermos de la Rampa
habanera. Tal vez el último.
Llamada así por su acentuada inclinación, se edificó en un abrir y
cerrar de ojos desde que en 1947 se inaugurara el teatro Warner
(actual cine Yara) y al año siguiente el edificio Radio Centro. No
tardó en construirse el edificio Ámbar Motors (actual Ministerio del
Comercio Exterior), destinado entonces a oficinas y sede de los
distribuidores en Cuba de los automóviles Cadillac, Oldsmobile y
Chevrolet, y donde se instalaron además los estudios del Canal 2 de la
TV, y una escuela de dealers para casinos de juego...
Fueron esos inmuebles, situados en los dos extremos de la Rampa y en
aceras opuestas, los que impulsaron el desarrollo de la zona. A partir
de esos y en menos de diez años se construyeron allí tal cantidad de
edificios para viviendas, comercios, oficinas, agencias de publicidad
y lugares de esparcimiento que resulta imposible, por razones de
espacio, detallarlos. Se dice que una de las formas de medir la
actividad comercial de una zona es por el número de agencias bancarias
establecidas en ella. No menos de ocho oficinas centrales y sucursales
de bancos se asentaron en la Rampa, y otras tres, que no alcanzaron
espacio, lo hicieron en calles aledañas. La Rampa fue también el
milagro del comercio habanero. Porque la gente se había acostumbrado a
salir de compras por calles sustancialmente planas y cuyos portales
protegían del sol y de la lluvia. Nada de eso había en la Rampa y aun
así se impuso.
La calle 23, que se trazó en 1862 y se llamó Paseo de Medina, por el
contratista de obras públicas de ese nombre que tenía su residencia
frente a lo que andando el tiempo sería el cine Riviera, llegaba hasta
la calle M. La calzada de Infanta era de tierra a partir de San
Lázaro. En 1916, durante el Gobierno del general Menocal, se pavimentó
Infanta y 23 se extendió hasta esa calzada. Las construcciones, sin
embargo, no proliferaron en la zona, caracterizada por las furnias y
oquedades que bordeaban la calle. Simas de tal magnitud, todavía
visibles en algunos lugares, que, tras el ras de mar del 9 de
septiembre de 1919 una familia que había salido en automóvil a
observar los destrozos del meteoro, cayó en una de esas y fue
imposible rescatarla con vida.
Durante años solo unas pocas edificaciones se señorearon en lo que
sería la Rampa. La sede de la agencia Ford y el cabaret Hollywood,
donde después se construiría el edificio para el Ministerio de
Agricultura, y la casa del ex presidente Carlos Manuel de Céspedes,
hijo del Padre de la Patria, en 23 y M. Frente, cruzando M, la
funeraria Caballero, que se había fundado en 1857 en la calle
Concordia y buscó esa nueva ubicación. Y frente a ella, cruzando 23,
el edificio Alaska.
El hotel Habana Hilton, sobrenombrado Libre, no existió hasta 1958. La
manzana donde está situado, enmarcada por las calle L, M, 23 y 25, y
que era un hueco, la ocupaba un parque de diversiones para niños, con
caballitos de verdad. En 25 y L se hallaba la casa del doctor Kurie,
en la que vivía Raúl Roa, su yerno. Cuando se quiso acometer la
construcción del hotel, el Sindicato de los Trabajadores
Gastronómicos, que era su propietario, tuvo que darle una fortuna a la
viuda de Céspedes. Si ella no vendía, no había hotel.

Cruzando L
La calle L era entonces de doble sentido. En el espacio no construido
que queda al lado del cine Yara, tuvo su residencia el general Alberto
Herrera, jefe del Estado Mayor del Ejército cubano entre 1922 y el 12
de agosto de 1933, fecha de la caída de la dictadura de Machado, a
quien sustituyó por unas horas en la presidencia de la República antes
de refugiarse en el Hotel Nacional y abandonar el país bajo el amparo
del embajador norteamericano. La casa de Herrera fue demolida en 1954,
con la intención de construir allí un edificio que nunca se ejecutó.
También se demolió, y es ahora un parqueo, la casa del comandante
Rogerio Zayas Bazán, ministro de Gobernación (Interior) de Machado,
muerto en 1932 en un duelo irregular en las inmediaciones del puente
de Pote, a la entrada de Miramar.
Frente al Yara, donde se construyó la heladería Coppelia, estuvo el
hospital Reina Mercedes. Se llamó así por la esposa del rey Alfonso
XII, de España, tatarabuelo del actual rey Felipe VI. Mercedes murió
poco después del matrimonio. Su muerte dio pie, en el Madrid de
aquellos días, a un poemita que llega hasta hoy. <<¿Dónde vas Alfonso
XII? / ¿Dónde vas, triste de ti? / Voy en busca de Mercedes, / que
ayer tarde la perdí>>. Pese al dolor de la pérdida, Alfonso volvió a
casarse. El hospital pasó a ser entonces Nuestra Señora de las
Mercedes, pero los habaneros terminaron llamándolo Mercedes a secas.
Funcionó hasta mediados de los años 50, cuando se construyó el
hospital que se llamaría Fajardo.
Sus terrenos, que en 1886 costaron 7 000 pesos, se vendieron entonces
en casi 300 000. Una compañía constructora se empeñó en edificar allí
un hotel de 500 habitaciones. El triunfo de la Revolución tronchó el
proyecto, y en el espacio del demolido hospital Mercedes se construyó
el Parque INIT --Instituto Nacional de la Industria Turística-- un
centro recreativo con escenario flotante, bar, cafetería y restaurante
para 500 comensales y el cabaret Nocturnal. Llegó así el año de 1966.
Se dice que de un congreso celebrado en el hotel Habana Libre surgió
la iniciativa de convertir la zona recreativa en cuestión en un
espacio más silencioso y familiar. Y fue así que alguien precisó la
idea de la heladería. Cuando el arquitecto Mario Girona se enteró de
que se le había confiado la ejecución del proyecto, se sintió
anonadado. Se quería una cosa familiar, pero aquella heladería de mil
capacidades, pensó, sería un establecimiento demasiado grande.
Dicen, y el escribidor no ha podido comprobarlo, que donde se ubica el
Pabellón Cuba hubo un pequeño expendio de tamales y otros platos
ligeros al que se accedía desde la calle 21. En solo 70 días, el
arquitecto Juan Campos emplazó esa edificación abierta a la brisa y a
la perspectiva; un alarde de arquitectura aérea donde las suaves
pendientes avanzan hacia la vegetación. Se construyó con motivo de la
celebración en La Habana del VII Congreso de La Unión Internacional de
Arquitectos. A partir de ahí acogería, entre otros eventos, la Primera
Muestra de la Cultura Cubana, en 1967; y luego, el importante Salón de
Mayo, que trajo a Cuba desde París lo que en el mundo se hacía en el
campo de las artes plásticas.
Hay cambios evidentes en la zona. El local que fue de Agricultura es,
desde muchos años, del Ministerio del Trabajo, el edificio Alaska no
existe; es un parqueo, y la Funeraria Caballero, que en 1968 se
convirtió en un espléndido centro cultural, es una dependencia de la
Televisión. Lo que fue el centro comercial la Rampa aloja oficinas de
agencias de viaje y compañías de aviación.

En busca del Gato Tuerto
Dicen los bohemios y los faranduleros que la noche más larga de La
Habana transcurre en El Gato Tuerto, el bar-restaurante de la calle O,
casi enfrente del Hotel Nacional, en el Vedado. Aseguran que, para
amanecer, La Habana espera a que El Gato cierre sus puertas. Porque no
existe otro sitio en la Isla que se empecine tanto como este para
perpetuar las noches. ¿Cómo lo logra? Dice el narrador Hugo Luis
Sánchez: <<El secreto radica en la combinación de un restaurante en los
altos del establecimiento, con lo mejor de la cocina internacional y
cubana, y un café concert en los bajos. A la salida, el entorno del
Malecón, escogido por los habaneros para, sobre su ancho muro, jurarse
amor del bueno>>.
Tropicana, Montmartre o Sans Souci presentaban producciones tan
fastuosas que nada tenían que envidiarles a las mejores de París. La
intensidad de la noche habanera y la calidad de sus espectáculos
habían conseguido ubicar a la ciudad entre las más importantes del
mundo si de diversiones de todo tipo y vida mundana se trataba. Entre
1957 y 1958 los cabarets de lujo habaneros experimentaron un auténtico
momento de esplendor. En corto tiempo y ante la atónita mirada de la
ciudad, se edificaron en el Vedado los hoteles Habana Riviera, Capri y
Habana Hilton, tres grandes y suntuosos establecimientos. En Galiano y
Malecón, el Deauville abrió sus puertas el 17 de julio de 1958 y otro
tanto acontecía en la ciudad de Santa Clara, en el centro del país,
con la apertura en enero de 1957 del cabaret Venecia y su elegante
casino.
En febrero de 1959, declaraba Nat Kahn, gerente del hotel Riviera:
<<Tres nuevos hoteles de lujo en La Habana fueron factores decisivos
para arrebatarle la clientela a la Florida>>. Con el juego legalizado
como atracción principal, La Habana tuvo su mejor temporada turística
entre 1957 y 1958.
Los cabarets denominados de segunda --Ali Bar, Sierra, Alloy, Las
Vegas...-- constituían otras de las opciones de la noche habanera. Aunque
no había en estos grandes producciones, presentaban un espectáculo
variado y una o dos figuras importantes. Contaban también con una
nutrida clientela los cabarets de la famosa Playa de Marianao, de
naturaleza mucho más popular.
Los grandes cabarets, y también los de segunda y tercera,
representaban una bohemia con cierta tradición. Justo a finales de la
década de los 50 comienzan a surgir, sin embargo, en las proximidades
de la Rampa, pequeños locales que rompen un poco con esa noche que va
haciéndose convencional. Sin demasiado lujo y sin acudir a revistas
musicales, el ambiente íntimo y desenfadado propio de estos lugares,
permitía disfrutar de la descarga espontánea de un combo o la voz de
Elena Burke, digamos, con Frank Domínguez o Meme Solís al piano.
Así, a mediados de 1960, en el hotel St. John's comienzan a
programarse descargas con la participación de Doris de la Torre, Elena
Burke y Frank Domínguez, Pacho Alonso, Felo Bergaza, Dandy Crawford y
el dúo René y Nelia, entre otras figuras de la onda feeling.
Pero el gran acontecimiento fue la apertura, el 31 de agosto de ese
año, de El Gato Tuerto, idea de Felito Ayón, un animal de la noche que
fue quien ideó y dio nombre a La Bodeguita del Medio. Se remozó y
decoró la vieja casona de la calle O. Cuadros de Amelia, Mariano,
Martínez Pedro, Tapia Ruano, Alberto Falcón y Acosta León colgaban de
las paredes de ese lugar, ya de hecho distinto, donde había luz
suficiente para leer o escribir y al que se podía llegar a las seis de
la tarde sin demasiado protocolo o sin protocolo. Había allí
exposiciones de pintura y venta de libros y discos. Nicolás Guillén
era visita frecuente. También el narrador argentino Julio Cortázar
durante sus estancias cubanas, y los jóvenes de entonces, como Miguel
Barnet. Se disfrutaban las presentaciones de Elena con Frank Domínguez
como pianista acompañante, Miguel de Gonzalo, Meme Solís, Doris de la
Torre, Maggi Prior y el dúo Las Capellas. Miriam Acevedo cantaba y
recitaba poemas de Virgilio Piñera. Aunque se desconoce si otros
poetas también lo hicieron, se conserva un disco de poemas de Nicolás
Guillén dichos en su voz que lleva el sello de Ediciones Gato Tuerto.
Ha pasado el tiempo. Transcurrieron ya 54 años desde la apertura de El
Gato Tuerto. El ambiente sigue siendo el de siempre.













-- 
Ciro Bianchi Ross
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