lunes, 4 de noviembre de 2019

PRIMEROS, SI, PRIMEROS

Primeros, sí,  primeros
Ciro Bianchi Ross

Cuba tuvo teléfono automático antes que cualquier otro país del mundo
y por aquí empezó la navegación aérea internacional. Fuimos los
inventores de la radionovela y era cubano el único campeón mundial de
ajedrez nacido fuera del mundo desarrollado, mientras que otro cubano
fue campeón mundial de billar en diez y ocho ocasiones consecutivas, y
había nacido en Cuba el primer latinoamericano que se alzó con una
presea dorada en la Olimpiada… descubrimos el agente trasmisor de la
fiebre amarilla e hicimos antes que nadie operaciones neurológicas de
gran complejidad cuando apenas había instrumentos idóneos para
hacerlas y el cirujano removía con la lengua los cuerpos extraños
alojados en el cerebro del paciente . Inventamos el danzón, el mambo y
el chachachá, y fuimos uno de los primeros países del continente en
ver TV…  Hoy  seguimos husmeando en la crónica para, sin chovinismo,
seguir reafirmándonos en el  lugar que nos corresponde. .
CON ANESTESIA
La primera intervención quirúrgica realizada en América con anestesia
por  éter la llegó a cabo el médico cubano Vicente Antonio de Castro
Bermúdez, el 10 de marzo de 1847. Aunque en ese año se llevaron a cabo
en el continente unas veinte intervenciones valiéndose de ese novedoso
método, la primera fue, por unos días de diferencia,  la del cubano
Castro Bermúdez, lo que le confiere la condición de introductor de la
anestesia en América.
    Antonio Vicente Castro nació en Sancti Spíritus e hizo sus primeros
estudios en esa ciudad. Pasó al Seminario de San Carlos y se recibió
como Bachiller en Artes en 1824 en la Universidad de La Habana, y en
la misma casa de estudios se hizo, en 1927, bachiller en Medicina,
obteniendo  dos años después el título de Cirujano Latino ante el
Protomedicato. Recibió en 1837 el diploma de Doctor. Fue profesor de
la Universidad entre 1835 y 1853, miembro de la Academia de Ciencias y
fundador o colaborador de importantes publicación es científicas.
Condenado en rebeldía a diez años de prisión  por sus ideas a favor de
la independencia de la Isla, se vio obligado a escapar a México.
    Escribe César García del Pino en su libro Mil criollos del siglo XIX
(2013) que este prestigioso médico fundó una organización masónica
—Gran Oriente de Cuba y las Antillas— netamente cubana e independiente
de la masonería oficial que respondía al Gran Oriente de Madrid.
    Esa organización  creó numerosas logias en todo el país; logias
calificadas por la masonería oficial como «clubes jacobinos», que
permitieron conspirar con  una seguridad desconocida hasta entonces y
en las que se incubó la Guerra de los Diez Años.
    Hasta el ritual esta masonería se diferenciaba del de  la oficial
española y se extinguió con el fin de aquella contienda.
EL CEMENTO
La apunta Juan de las Cuevas en su libro 500 años de construcciones de
Cuba. La  primera fábrica de cemento Pórtland, material emblemático
del siglo XX, apareció en fecha muy temprana en Cuba, país que fue el
primero en Ibero América en producirlo y el número 16 en el mundo.
    La fábrica se inauguró el 7 de julio de 1895 en el número 137
(numeración antigua)  la calle Zanja esquina a Hospital, a unos
trescientos metros de Infanta. Una tarja allí colocada rememora el
acontecimiento. Producía veinte toneladas diarias y, con la marca
«Cuba» comercializaba su producción en barriles de 130 y 150
kilogramos y en bolsas de 75.
    Escribe De las Cuevas: «El edificio era de dos cuerpos de madera y
ladrillo: en la planta baja se encontraban las trituradoras, los
elevadores y los
hornos y en la alta el departamento central, donde se realizaba la
distribución;
contaba con cernidores, secadores, conductores y balanzas, movidos por
una máquina de cincuenta caballos de fuerza, así como cinco almacenes
y depósitos: uno para el producto terminado, capaz de almacenar 10 mil
barriles
(mil 500 toneladas) y cuatro para materias primas. Tenía, además, un
departamento de tonelería y carpintería. Era propiedad de Ladislao
Díaz y su hermano Fernando, naturales de Llanes, Asturias,
comerciantes acreditados en La Habana en el giro de maderas y
materiales de construcción. La calidad del cemento que producía era
similar al actual cemento de albañilería C-160. La planta dejó de
producir en 1910».
LA GRAN DUQUESA
La cubana María Teresa Mestre Batista es, como Gran Duquesa, la
soberana del Ducado de Luxemburgo;  única latinoamericana que
pertenece a una casa real europea. La esposa  del Gran Duque Enrique.
    María Teresa nació en La Habana. Sus abuelos paternos fueron Agustín
Batista González de Mendoza y María Teresa Falla.  Agustín era,
todavía en 1959,  la cabeza más destacada de la banca  cubana,
propietario, entre otras empresas,  del Trust Company de Cuba —con 26
sucursales, 800 empleados y depósitos por 213 millones de pesos; uno
de los quinientos bancos más importantes del mundo entonces— en tanto
que María Teresa era una de las herederas de la Sucesión Falla
Gutiérrez, propietaria de trece centrales azucareros y otros negocios.
La hija mayor de este matrimonio, nombrada asimismo María Teresa
contrajo matrimonio con José A. Mestre y Álvarez Tabío, de la
directiva del banco de su suegro.  La ceremonia nupcial tuvo lugar en
el jardín de la residencia de los Batista-Falla, en calle B esquina a
13, en el Vedado, el 18 de diciembre de 1951, y fue  un evento que se
inscribió  para siempre en la crónica habanera.
    De esa unión nació la Gran Duquesa de Luxemburgo, la primera
latinoamericana en acceder a un trono europeo y que, para no variar se
llama también María Teresa.
EMBALSAMADA A PERPETUIDAD
El primer cadáver que se embalsamó en La Habana fue el de la señora
Isabel de Herrera y Barrera, esposa del primer Marqués de Almendares.
El embalsamamiento lo realizó el sabio médico Nicolás J. Gutiérrez,
uno de los funda¬dores de la Academia de Ciencias, quien había
comprado el secreto al francés M. Grannal, y que consistía en inyectar
al cadáver por la ca¬rótida, una sustancia que tendía a su
conser¬vación.
Cuando esta señora falleció, el 3 de junio del año 1841, su esposo
hizo figurar en la lápida de mármol que cubría su fosa, en el
Cementerio de Espada, esta frase: Embalsamada a perpetuidad.
Desde entonces se puso de moda embalsamar los cadáveres y fue después
una demostración de opulencia en las familias dolientes.
ROMAY Y LA VACUNA
Tomás Romay y Chacón es una figura cimera de la Medicina cubana. Dotó
de una visión científica a su profesión y estableció la primera
clínica médica que existió en La Habana.  Estuvo entre los fundadores
del Papel Periódico y dirigió la Sociedad Económica de Amigos del
País. Fue tesorero de la Universidad, donde ejerció además como
profesor de Anatomía y decano de su Escuela de Medicina. A él se debe,
con el apoyo del Obispo Espada, la supresión de la práctica de los
enterramientos dentro de las iglesias. Pero ha pasado a la historia
sobre todo como el introductor y propagador de la vacuna en Cuba.
Representa, dijo Félix Lizaso, la más clara conciencia científica
unida al más acendrado desvelo patrio.
    Nacido en la capital de la Colonia, el 21 de diciembre de 1764, será
el médico número 33 que egresa de la Universidad habanera.
    La morbimortalidad que cada cierto tiempo causaba la fiebre amarilla
se recrudeció a comienzos del siglo XIX con una epidemia de viruela
que se extendió por toda Cuba. Conocía Romay la vacuna de Jenner  para
la prevención de ese mal y había dado a conocer sus opiniones sobre
ella. Se trajeron en dos ocasiones virus varioloso a La Habana, pero
no será  hasta el 12 de febrero de 1804 cuando puede Romay inmunizar
contra la viruela con un virus proveniente de Puerto Rico, a un grupo
de personas.
La gente desconfía del procedimiento. Teme. Romay vacuna entonces,  en
primer lugar, a sus cinco hijos. Seguirán luego treinta personas más.
Será director de la Junta Central de Vacuna de la Isla y socio
correspondiente de la Comisión Central de la Vacuna, en París. En 33
años, lo dice él mismo, logra vacunar contra la viruela a más de 210
000 personas en La Habana y unas 311 000 en toda la Isla.
LLEGA EL HIELO
En 1771 llega el hielo a Cuba. Lo trajeron desde Veracruz y Boston y
le confirieron cualidades medicinales. En 1801, Francisco de Arango y
Parreño, el llamado estadista sin Estado y eminencia gris de la
sacarocracia criolla, recomienda la importación de hielo al gobierno
colonial. Poco después el gobernador de la Isla aprobaba la iniciativa
«como uso medicinal para las enfermedades que se originan de la
rarefacción de la sangre».
    En 1805 está aquí el norteamericano Federico Tudor, «el rey del
hielo», con 240 toneladas de la mercancía. El producto continuaría
importándose hasta fines del siglo XIX cuando se estableció la primera
fábrica cubana de hielo.





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Ciro Bianchi Ross

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