domingo, 16 de septiembre de 2018

MARIA FELIX , FRIA Y DISTANTE

Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 53 more Details
APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross

María Félix, fría y distante

La Habana olvidó por un momento sus preocupaciones cotidianas y corrió
hacia el aeropuerto de Rancho Boyeros. Se anunciaba la llegada de
María Félix y todos querían verla de cerca. La multitud engrosó sin
cesar. Abarrotó el edificio y las terrazas de la terminal aérea y se
desbordó hacia la pista en espera del avión que la traía. María Félix
apareció deslumbrante junto a la portezuela de la aeronave y
descendió, majestuosa, por la escalerilla. Apenas dio unos pasos
sobre la losa y se detuvo, pálida y confundida. Enrojeció luego hasta
la raíz del cabello y murmuró: ¡Esto es imposible!
¿Qué había ocurrido? Algo insólito y lamentable. Aprovechando la
jadeante confusión una cálida mano masculina se deslizó de modo
inconveniente por el cuerpo de la actriz, que no reprimió su
desagrado. Comentaba el incidente Ramón Vasconcelos, “la pluma de oro
del periodismo cubano”, en su periódico Alerta: “Se cuentan cosas que
nos ridiculizan y deprimen. Con el pretexto de conservar souvenirs
suyos, hubo quienes le tiraron del cabello, quienes intentaron
arrancarle pedazos del traje, llevarse un adorno a viva fuerza; y lo
que es más bochornoso, hacerla objeto de exploraciones groseras…” ¿Qué
había ocurrido realmente? A María Félix le había palpado el glúteo en
plena pista de aviación.
Corría el mes de octubre de 1950 y María Bonita, La Doña, estaba por
primera vez en la capital cubana. Venía en viaje privado y con el
propósito de descansar. Había reservado una suite en el hotel Nacional
y solo quería dormir en paz. El presidente Prío la recibió en
audiencia privada y pronto se supo que al día siguiente ofrecería, en
Palacio, un coctel en su honor. Alfredo Hornedo, “el muy ilustre
senador Hornedo”, como le llamaba siempre su periódico El País, la
invitó a una cena de gala en su club Casino Deportivo. La Doña no
acudió a la cita con Hornedo y, con el pretexto de un malestar
repentino, le dejó servido el champán a Prío, cuya esposa, Mary
Tarrero, imitaba sin recato, se decía, a la actriz mexicana, lo que no
necesitaba hacer en absoluto pues fue una de las mujeres más bellas de
Cuba.
Acudió una noche al cabaret Tropicana. Cuando apareció, deslumbrante
de belleza, pasada ya la media noche y tomó asiento frente a la mesa
preparada para ella, el gran mundo allí reunido la saludó con una
tempestad de aplausos y exclamaciones. Muchas voces le suplicaban que
subiera al escenario a decir algunas palabras, no ya de gratitud, sino
de mera cortesía, pero La Doña se negó en redondo. Intervino entonces
el empresario de la actriz, que sudaba tinta, y solo consiguió que
María se pusiera de pie y saludara fugazmente.
Durante sus días en La Habana, María Félix se mostró fría y
distante. Su estancia transcurrió en un limbo estratosférico e
inalcanzable, sin importarle que la opinión pública se mantuviera en
vilo con su presencia y pendiente de su altivez y sus silencios.
Porque todo el acontecer nacional quedó olvidado ante su presencia,
desde la rivalidad entre Habana y Almendares hasta el desenfrenado
duelo radial entre Eduardo Chibás y Tony Varona, el empréstito de 200
millones de dólares que Prío quería imponerle al pueblo y la victoria
de Hope, campeón mundial de billar sobre Mundito Companioni, el
campeón nacional. Todo eso no fue más que una dulzona melcocha
informativa frente al plato fuerte y subido de condimento que con su
presencia servía la felina hembra mexicana.
Fue más amable con los periodistas pese a que los hizo esperar
durante una larga hora con doce minutos para comparecer a la
conferencia de prensa que había convocado. Entró al salón sin mirar a
los reporteros y sin pedir excusas por su tardanza. Levantó aún más la
ceja cuando abrió su pitillera de oro, sacó un cigarrillo larguísimo,
dejó que alguien se lo encendiera con un mechero también de oro, cruzó
las piernas con elegancia y tras una bocanada como la de Pedro
Armendáriz, ordenó a los periodistas: “Ustedes dirán”. Con un seco
“Eso no interesa” eludió muchas de las interrogantes de la prensa.
Pero habló acerca de sus proyectos cinematográficos, de su hijo, de su
relación con Agustín Lara que, enamoradísimo, compuso aquello de
“acuérdate de Acapulco, María Bonita, María del alma…” Expresó sus
simpatías por el club Almendares, de béisbol. También su color
preferido era el azul y el alacrán, “un animalito que me entusiasma y
que los indios amaestran en México”. Rectificó a una periodista que
alabó su bello vestido mexicano. “No, le dijo, es un bello vestido
cubano”.
Escribía entonces el poeta Nicolás Guillén: “María Félix ha sido toda
una enseñanza para el desbordante temperamento de los criollos
antillanos; un modelo de contención casi polar. Cuando pase otra vez
por La Habana seguramente encontrará los ánimos más templados, los
aplausos menos propicios, las invitaciones más restringidas y hasta
las manos que se atrevieron a provocar un estremecimiento en su
maravilloso cuerpo de mujer fatal, menos agresivas y exploradoras”.
Volvió dos veces más y así fue, en efecto.



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Ciro Bianchi Ross
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