miércoles, 17 de agosto de 2016

EL PUEBLO QUIERE PAZ. PERO NO LE PROVOQUEN. EL PERRO ES MANSO PERO MUERDE


 

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Subject: [BLOG DE ELIGIO DAMAS] EL PUEBLO QUIERE PAZ. PERO NO LE PROVOQUEN. EL PERRO ES MANSO PERO MUERDE
From:Eligio Damas <no-reply@blogger.com>
To:mareamia <mareamia@aol.com>
Date:Wed, Aug 17, 2016 8:14 pm

ELIGIO DAMAS


            Lo que llamamos Venezuela, ubiquémonos por comodidad en 1777, con el nacimiento de la Capitanía General, nació de unos sucesivos actos de imposición, abuso y fuerza de los conquistadores y colonizadores españoles; aquello que Darcy Ribeiro, como irónicamente llamó, “El proceso Civilizatorio”. Los europeos civilizados, después de ser recibidos por los “salvajes”, con infantil alegría y hasta gestos de buena fe, de inocentes criaturas, optaron por invadir y en buena medida exterminaron a la población primigenia y se consideraron dueños de lo nuevo por ellos conocido. Fue una invasión armada, cruel y para apropiarse indebidamente de lo ajeno. Nació pues Venezuela de un acto de fuerza. Al estudiar la composición de la población venezolana, de un territorio bastante poblado antes que llegasen los españoles, cualquier observador se forja una idea hasta donde llegó la violencia sin necesidad de hacer uso de cifras.
            Luego vino el otro “acto civilizatorio de la civilizada Europa”, nada ajena a lo que hoy es la OTAN, que significó el desarraigo de gran parte de la población africana para someterla a la esclavitud en nuestro espacio.
            Aquellos dos partos violentos, produjeron los resultados esperados y lógicos, una larga lucha entre los explotados y abusados contra explotadores y abusadores.
            Pero aparte, hay que señalar que, por las características del nivel de desarrollo de la sociedad que luego llamaron venezolana, tomando como referencia lo puramente espacial, el proceso de conquista fue largo y violento. Mucho más que en otras partes. Desde la llegada de Colón a territorio venezolano, 1498 a la creación de la Capitanía General, es decir, la creación de una estructura única para manejar nuestra sociedad colonial, transcurrieron 279 años y el número de exterminados fue descomunal. El proceso de conquista fue tan cruento y duro que aquí se combatió metro a metro. La caída de una tribu o pequeño grupo de tribus, no significó el dominio del territorio y la población toda por parte de los españoles. Entre los nuestros, no había nación ni unas pocas autoridades únicas, como en México o el Perú. Por esto, aquí la guerra fue larga y dolorosa.
            La colonia fue una sociedad en guerra permanente entre los dominadores, los dominados, la población indígena nunca conquistada y sometida y hasta los piratas que merodeaban nuestras costas. La lucha de los esclavos por sus derechos, actos de los cuales sólo se suele mencionar a José Leonardo Chirinos, fue una constante en Venezuela. Luego vino la larga guerra de independencia que se desató el mismo 5 de julio de 1810 y llegó hasta 1830; es decir, 20 años de guerrear permanente. Todavía así, nuestras fuerzas, al mando de aquel genial loco, ¡cuánta ha hecho y sigue haciendo por nosotros!, llamado Simón Bolívar y otros incontables héroes de esta patria, fueron a combatir allá lejos para regar la idea de libertad, independencia y por encima de todo, la unidad de nuestros pueblos contra los viejos y nuevos invasores.
         Luego vinieron las guerras civiles entre propietarios viejos y los caudillos hechos también propietarios o con la ambición de llegar a serlo que llenaron de sangre, desolación y abandono de las enormes potencialidades con que nos dotó la naturaleza. Y seguimos, con aquel absurdo que llamamos Guerra Federal contra los “godos”, donde al parecer, según nos contaron en la vieja escuela perdieron estos, pero al final todos los propietarios y gobernantes siguieron siendo “godos”. Quienes eran continuaron siéndolo y sus “enemigos” se volvieron también “godos”.
            En síntesis, nuestra historia es una de guerra interminable, donde los vivos y aprovechados se han acordado, por encima de sus aparentes odios, para engañar al pueblo y al final acordarse entre ellos y dejar a este pagar el costo de las guerras.
           El “Caracazo” no fue más que una pequeña, fugaz, pero cruenta, muy violenta guerra, donde el pueblo sin dirigente o caudillo alguno, como en el pasado, dispuesto a tranzarse contra sus intereses, tomó la iniciativa que le dictó sus internalizados dolores y el cansancio de verse traicionado. Unos días antes, todavía, el bipartidismo compartía los placeres del poder, dentro o fuera del gobierno, ignorando los intereses y sufrimientos de la multitud. Todo parecía en calma.
          Un pueblo, que desde que los “Sesenta”, a finales del siglo diecinueve, comandados por Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, se llegaron hasta Caracas a hacerse del poder, no había tenido participación trascendente en el marcaje de su destino, estalló aquel día por su cuenta, como por atavismo, cansado de tanto abuso. Antes, finalizando 1957, guiado por una juventud heroica, comenzó a salir a la calle de manera masiva y por demás arriesgada para culminar el 23 de enero de 1958 con la huida del entonces dictador. Las vanguardias se achicopalaron y entregaron Miraflores y con el palacio todo lo que eso significa a sus viejos enemigos, sólo que algunos portaban caretas que los hacía parecer como gente nueva y diferente.
          A partir de allí, el pueblo se mantuvo al margen de los hechos, pese las heridas que estos a él, justamente a él, suelen acarrear. Como dijimos, sólo salió a combatir con desespero, como lo hicieron sus ancestros, el día del “Caracazo”. Los hechos anteriores a este acontecimiento y posteriores al 23 de enero, por lo general sólo fueron acciones de vanguardia sin sustento popular. Por eso mismo, fueron abundantes en heroísmo individual, gasto de energía y hasta pérdida de vínculos entre los vanguardistas y las multitudes.
            Pero uno no sabe qué pensar de este pueblo. Es el mismo que salió a protestar multitudinariamente contra las medidas de CAP, pese que pocos meses atrás, dos o tres, lo había hecho presidente con una asombrosa montaña de votos. Es el mismo pueblo que ha visto la abundancia de muchos, comprada, pagada con la mentira del rentismo, lo que va y viene, vino, volvió, se fue y hasta pareciera tener ganas de regresar, por lo que le ponemos velas a los santos para que suba el petróleo y la abundancia de minerales nos saque “las patas del charco”. El mismo que está consciente que en una fiesta de la abundancia fingida sólo le caen las migajas hasta que revienta la crisis más temprana y mientras los vivos y poderosos se quedan con las alforjas llenas él con las manos vacías.
            Parece tranquilo, conforme. En la época del petróleo caro y la moneda dura, decía sin conciencia “Ta´ barato dame dos” y se unía al festín, sin estar claro que la suya era una fiesta de pobres y sólo para el “Día de los Santos”. Ahora mismo, cuando su salario mínimo, porque aquí el pueblo todo, que incluye a obreros, trabajadores de distintos espacios, profesionales, etc., devengamos el salario mínimo, las “cosas más sencillas”, para usar una frase de Aquiles Nazoa, como la yuca o la auyama, tienen por kilo un precio equivalente al 5 ó 6 por ciento de aquél, pareciera que asumiésemos la tragedia con el mismo festín del “Ta´ barato”. Se han vuelto habituales expresiones de aparente mansedumbre como lo que revela este coloquio:
            -“Acabo de comprar un kilo de café por cinco mil bolívares”, dice una dama a su amiga, quien le responde:
            -“¡Cónfiro chica! ¡Qué barato! ¿Dónde conseguiste esa ganga? Pues ayer mismo yo compré por cuatro mil ochocientos”.
            Creo que el pueblo, como dijese alguien que ahora no recuerdo, pese esas expresiones, “observa, guarda y espera”. 
            Solemos decir “sálvame Dios de las aguas tranquilas, de las turbulentas me cuido yo”. En la aparente tranquilidad se oculta el peligro. El venezolano, es cierto, se cansó de tanto guerrear y se ha vuelto pacífico, paciente, “aguarda y espera”, como ya dije. Pero en los genes, desde allá atrás, el fondo de la historia, viene con una carga pesada que podría explotar cuando uno menos lo espera. El “Carazo”, poquísimos meses después del faraónico ascenso de CAP al poder por segunda vez, estremeció a Venezuela. Hasta los más perspicaces se perdieron el autobús. 
          La aplastante mayoría venezolana quiere paz y es paciente. Alguien intenta desatar los atavismos y eso es malo. Hay que escuchar al pueblo y tomar en cuenta lo que quiere. No es lo que quiero o imagino. Tampoco lo que ambiciono.

          Este final no es inventado, acaba de producirse el hecho. Es uno de esos “en pleno desarrollo”. Un amigo me acaba de llamar para decirme que en el cuartel Bacazaraza de Barcelona, casi al lado de mi casa, están vendiendo tres kilos de arroz por la escandalosa cifra de Bs. 5 mil; es decir a mil seiscientos sesenta bolívares por kilo. ¡Vainas de la guerra económica! ¿De qué lado están los pichirilos?


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