miércoles, 13 de mayo de 2015

¿EL DOCENTE DE AHORA ES EUNUCO? ¿SUS DIRIGENTES ESQUIROLES?

ELIGIO DAMAS Los grandes maestros siempre vieron en sus humildes colegas una fuerza e inteligencia invalorable para impulsar los cambios. Simón Rodríguez no sólo fue eso, lo que nada novedoso puedo hacer para demostrarlo, porque sería como llover sobre mojado. Luis Beltrán Prieto Figueroa, el insigne venezolano nacido en Margarita, demostró esa competencia desde el aula, en las diferentes posiciones que ocupó en Venezuela, como Ministro de Educación y dirigente del gremio de los maestros. Lo mismo, en cuanto a su labor y visión sobre la importancia de los educadores, podemos decir del gran brasileño Paulo Friere. Me atrevería a decir, saliéndome de los cánones y de los catecismos, de los moldes de esas frases hechas e incrustadas en piedra que se pronuncian altisonantemente no sólo los días primero de mayo, que los maestros, en la historia de América Latina, han jugado un rol descollante a favor del proceso revolucionario, tanto como por encima que los concebidos de “obreros o trabajadores”, según la óptica tradicional. No voy a caer en teorizaciones baratas y como sacadas de un casete, para decir que el maestro es un trabajador y que como cualquiera produce una mercancía, está sujeto a las mismas relaciones capitalistas de explotación que cualquier trabajador, pues también produce una plusvalía. El maestro, es en la sociedad venezolana, para no salirme de ella, el generalmente peor pagado y menos estimado, siendo uno de los humildes e insignes servidores. Para poder subsistir y vivir decentemente, en el pasado se ha visto obligado a librar grandes batallas. Ahora está como callado y jugando un rol de conformidad sin estarlo. Pero el maestro, pudiera ser, si la clase gobernante se lo propone, un aliado descollante para construir un individuo, desde la niñez, de conformidad a los intereses que conviene prevalezcan. El maestro pues, no es solo una fuerza de trabajo que lucha en el presente por sus intereses de clase, lo que incluye la orientación y concepción del Estado, sino que trabaja para el futuro de las ideas y aspiraciones de quienes logren convencerle e internalice como justas y pertinentes, formando a las nuevas generaciones. Su rol es tan importante que trabaja por formar hombres, ciudadanos, no máquinas ni simples mercancías. Si aspiramos construir una sociedad justa y solidaria, necesitamos indispensablemente del maestro; tan indispensable como pocos. Pero para eso, a él también necesitamos convencer que el proyecto es verdaderamente justo. Es necesario pues que sienta en carne propia esa circunstancia. En Venezuela, el maestro por décadas, desde que aquellos hombres que acompañaron a Luis Beltrán Prieto fundaron los primeros grupos gremiales, aprendieron a luchar no sólo por el incremento de su salario, sin aspiraciones desmedidas, sino también por mejorar la escuela, hacer el Estado más democrático, justa su sociedad y mejores a sus alumnos. Por esa combatividad del magisterio, aspiración de cambio y pese sus aspiraciones comedidas, desde la década del treinta del siglo anterior, el Estado o los gobiernos, vieron en el magisterio una fuerza a la que había que abatir. En ese intento, en la etapa de Punto Fijo, los gobiernos teniendo en la mira el objetivo neoliberal de privatizar la educación, hicieron de todo para contener el ajuste salarial de los maestros, no sólo por no querer pagarles con justicia, sino obligarles a estar casi permanentemente en huelgas a fin de facilitar que la matrícula escolar oficial se desplazase hacia el privado. “Como en esas escuelas nunca hay clases, me llevo mis muchachos para el privado, aunque sea a una ratonera”, decían hasta los maestros mismos, en virtud del grado de descalificación a que llegó la escuela pública. Se trataba de triturar la escuela y al maestro mismo. Llegamos a tanto, que después de haber tenido en el Ministerio de Educación a personajes que, no por ser partidarios del puntofijismo dejaron de tener buenas calificaciones como educadores, uno de aquellos gobiernos cometió la desfachatez de nombrar para el despacho al empresario Gustavo Rossen, de Fedecámaras, con la finalidad de desmontar el aparato escolar y ayudar se acelerase la privatización. Con ese señor en el cargo, las huelgas se multiplicaron, se hicieron más frecuentes y con ellas creció velozmente la matrícula privada. Había que reducir lo que ellos mal llamaban “gastos en la burocracia”. Su política también consistió en endurecer la tradicional posición de negar justicia en materia salarial y otros derechos a los educadores. Rossen no llegó al despacho donde antes estuvo Prieto Figueroa, Humberto García Arocha, Rafael Pizani, para apalancar la educación sino para reducir la matrícula escolar pública y con ello “los excesivos gastos educativos”. Implementó entonces una medida de dos puntas, mientras negaba justos aumentos salariales, provocaba huelgas y estampida de la matrícula al sector privado. Afortunadamente, la dirigencia sindical de aquella época, no muy clara en la percepción de los fines del Estado y el sistema neoliberal, por lo cual no supo implementar una estrategia de lucha adecuada ante aquella coyuntura, en resguardo de sus intereses y defensa de la educación pública y gratuita, no obstante dejó constancia de su oposición a las agresiones al magisterio e hizo permanentes sus reclamos. El movimiento popular convirtió en bandera fundamental la defensa del salario del maestro. Esta revolución requiere de unos educadores, como de una clase media, lo que no quiere decir que aquellos estén dentro de ésta, identificados con sus objetivos y metas. Eso pasa por no hacer nada distinto ni extraordinario que reconocerles sus derechos y no que los funcionarios superiores se exhiban como gozosos de estar seguros que no habrá quienes les hagan huelgas, lo que no significa que el magisterio esté satisfecho con lo que ahora experimenta. El magisterio pudiera haber comprendido que hacer huelgas en el sector favorece los planes de la derecha y eso es bueno. Pero no lo es, que la autoridad se aproveche de esa circunstancia para mostrarse mezquino, cual empresario capitalista El último aumento del salario mínimo, como sabe todo el mundo, creo una situación si se quiere curiosa, como antes sucedió en la IV República. Muchos profesionales y entre ellos educadores de I y II nivel quedaron por debajo de aquél y eso no puede verse con desprecio y arrogancia de quien se siente fuerte y a salvo que le levanten una huelga exitosa. No es esto último lo que debe interesar a un educador o Ministro del despacho, porque eso sólo le favorece, sino que el educador se sienta en disposición de cumplir su labor de la mejor manera. Y esto no se logra, porque quienes me merodean me lo hagan creer. El contrato de los educadores se vence entre septiembre y octubre; eso significa que si se espera esa fecha para iniciar el proceso que lleve a la discusión de uno nuevo, este se firmaría entre marzo y abril del 2016 si somos optimistas. Mientras tanto, el docente continuaría con su salario deprimido, en muchos casos por debajo del salario mínimo, hasta llegar a aquella fecha y recibir un aumento equivalente a lo que ahora se está dando. Esto me lleva a lo siguiente. Si el Estado, quien acaba de aumentar sustancial y justificadamente el salario de los militares, no tiene como compensar a los educadores, podría confesarlo. Estos han sido siempre tan solidarios con las causas populares que podrían comprenderlo como nadie. Pero sucede que el gobierno, pese al lamento que le inspira la caída de los precios del petróleo, se ha ufanado de disponer de recursos para las contingencias y estamos en una de ellas. Pero no se debe responder con arrogancia y retar a quienes hablan de paro. Del mismo modo, los dirigentes del magisterio que forman filas dentro del proceso revolucionario o revolución bolivariana, no pueden hacer las veces de invitados de piedra. No asumir su responsabilidad como que todo es apoyar sin importarles las calamidades del maestro. Ese penoso papel, en el pasado, lo jugaron los “dirigentes” o esquiroles adecos y copeyanos, cuando el partido de alguno de ellos gobernaba. Hay una cláusula en el contrato colectivo del magisterio, que como tal está vigente, mediante la cual el patrón se aviene a discutir con la parte trabajadora a ajustar el salario de acuerdo a la marcha de la inflación, sin necesidad de esperar se discuta el contrato colectivo. La dirigencia sindical bolivariana y Estado y gobierno socialistas, no pueden tener con los trabajadores, en este caso los educadores, la misma conducta de los sindicalistas y gobernantes del pasado. No necesariamente hay que llamar a huelga, parar las clases, descalificar el sistema, para dejar constancia que el maestro merece respeto y consideración ¿Y el cambio qué? -- Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 5/13/2015 01:08:00 p. m.

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