miércoles, 12 de junio de 2019

EL HOMBRE DE GUARACABUYA

El hombre de Guaracabuya
Ciro Bianchi Ross

La frase llega desde la esclavitud. El que corta el bacalao. Aún en
Cuba, en ciertos sectores populares, el concepto de autoridad se
relaciona con ella.
Dice Manuel Moreno Fraginals en ese clásico que es su libro El
ingenio, que durante la última década del siglo XVIII las fábricas de
azúcar conocieron de una situación dantesca. Circunstancias adversas
repercutieron en la economía de la Colonia y, por ende, en la vida del
esclavo, que andaba hambriento y casi desnudo por las plantaciones.
Muchos ingenios carecían de tasajo o de bacalao, renglones básicos en
la alimentación de los negros, y les proporcionaban solo una comida al
día. Las plantaciones que carecían de una gran cocina central para
preparar la comida de la dotación acostumbraban a dar a sus esclavos,
uno a uno, la ración correspondiente de uno de esos alimentos para que
la guisaran ellos mismos.
El encargado de cortar la carne o el bacalao tenía en sus manos un
poder excepcional en esos años de hambre, y de ahí la frase y el
sentido de poder que adopta.
SÍ, PERO CON LA MISMA CARA
Tiene aire de Quijote. Sobre un magnifico caballo, que avanza a trote
corto, entra triunfante en La Habana el generalísimo Máximo Gómez. Lo
preceden sus cornetas, ocho generales cabalgan a su lado y cierra la
comitiva la escolta que ha acompañado al viejo caudillo durante los
últimos años. Marcha la columna entre un mar de pueblo desbordante de
calor humano, henchido de patriotismo y entusiasmo.
Cada vez que la columna hace un alto en su camino hacia la Quinta de
los Molinos, la antigua casa de veraneo de los Capitanes Generales,
que las autoridades pusieron a disposición del General en Jefe del
Ejército Libertador, no son pocos los que logran romper el cerco que
lo protege y lo saludan personalmente.
Un hombre joven, no dirá su nombre el escribidor, se le acerca. El
guerrero lo mira con atención. Le clava sus ojos de águila. Está
seguro de conocerlo, pero no puede precisar de dónde. Al fin recuerda
al sujeto.
Le dice: -Usted desertó de nuestras filas y se presentó al enemigo.
El individuo, sorprendido por la memoria de su interlocutor, se
turba, pero reacciona. -Sí, General, me presenté. Lo hice bajo otro
nombre
La respuesta de Gómez viene rápida:
-Lo habrá hecho con otro nombre, pero usó la misma cara.
EL CULPABLE TOTÍ
«La culpa de todo la tiene el totí…» La frase viene de la esclavitud y
apenas oculta su tufo racista. La esgrime quien sabe a otro culpable
de una falta y prefiere o le conviene exculparlo, y se dice también
del sujeto que insiste en eludir su responsabilidad.
El totí es un ave muy común en Cuba, de color negro intenso con
reflejos violados y pico curvo en su extremo. Anda en bandadas y come
de semillas y gusanos que quedan al descubierto al roturarse la
tierra. Aparte de limpiar de insectos al ganado, su plato preferido
son los granos almacenados y sobre todo el azúcar, al punto que en los
ingenios se hacía habitual destinar a un negro viejo o sumamente joven
para que espantara a los totíes de los almacenes.
Como aún así las existencias bajaban, los custodios culpaban del
faltante a ese pájaro de la familia de los córvidos.
¡LIBERALES DE PERICO! ¡A CORRER!
Las versiones difieren, pero en ambas el escenario es el mismo, es la
misma época y el protagonista es la misma persona. La frase quedó
inscrita en el imaginario colectivo y pese al transcurrir del tiempo
suele aun utilizarse o se invoca cuando la situación aconseja una
retirada oportuna.
Sucede que en 1916, el presidente conservador Mario García Menocal,
empeñado en mantenerse en el poder, fue a la reelección y perdió
frente al candidato liberal Alfredo Zayas. Quiso Menocal reconocer
gallardamente su derrota, pero la camarilla áulica lo aconsejó en
sentido contrario y se proclamó vencedor. Se alzaron en armas entonces
los liberales en las provincias de Camagüey y Oriente, se apoderaron
de las capitales de esos territorios e iniciaron el avance hacia la
capital del país. Es lo que se ha llamado la rebelión de La
Chambelona.
Mientras el Ejército se enfrentaba a los insurrectos, los
conservadores sembraban el pánico en pueblos y ciudades y disolvían a
tiros las reuniones de sus contrarios, por pacíficas que fueran. Pese
a la violencia, en el bucólico poblado de Perico, en la provincia de
Matanzas, las huestes liberales llamaron a un mitin; usaría de la
palabra el joven político negro Aquilino Lombart. Seguro de sí mismo,
Lombart encabezaba su perorata con un rotundo «¡Liberales de Perico!»
cuando un grupo de conservadores arremetía a tiros contra la
multitud. Ahí mismo terminaron el discurso y el acto pues el orador
solo atinó a agregar un atinado «¡A correr!» que poca falta hacía a
esa hora cuando la mayor parte de los reunidos habían puesto ya pies
en polvorosa.
La segunda versión es muy parecida. Solo que en ella no hay tiros. Se
había situado la tribuna en el parque central del poblado y cuando
Lombart comenzaba a dirigirse a los congregados con aquel «¡Liberales
de Perico!», una yagua se desprendió de una palma cercana y, con su
sonido característico, provocó la alarma consiguiente. Tan asustado
como sus correligionarios, el disertante que no llegó a serlo exclamó:
«¡A correr!».
No faltan los que en lugar de «¡Liberales de Perico! ¡A correr!»
alteren el orden de las palabras, pero no el sentido de la frase y
expresen: «¡A correr, liberales de Perico!». De cualquier manera es
una frase que pervive en la memoria de la gente aun cuando se
desconozcan los detalles del suceso que le dio origen hace ya casi
cien años.
EL OCURRENTE FERRARA
El italiano Orestes Ferrara y Marino fue, entre otras muchas cosas
buenas y malas, un hombre ocurrente. Coronel de la Independencia, se
desempeñó como abogado penalista hasta que se percató de lo poco
gratificante de su esfuerzo: sus clientes, si no estaban presos, los
estaban buscando. Se decidió entonces por el derecho económico,
ejercicio promisorio en una República que se abría a la vida y en la
que se hacía cada vez mayor la penetración del capital norteamericano.
Tuvo la suerte de conocer en La Habana a los hermanos Behn —Sosthenes
y Hernann Behn— creadores, a iniciativa de Ferrara, del monopolio
telefónico de la ITT (ATT) por lo que Cuba fue en 1910 el primer país
del mundo en disfrutar de esa maravilla que es el teléfono automático
que posibilita la comunicación de persona a persona sin necesidad del
intermedio de la operadora.
Fue Ferrara embajador de Cuba en Washington y secretario de Estado
—ministro de Relaciones Exteriores— en el gobierno dictatorial de
Gerardo Machado. Figuró por el Partido Liberal entre los delegados a
la Convención Constituyente de 1940. En enero de 1959 era todavía
embajador en la UNESCO y fue cesanteado por el Gobierno
Revolucionario. Fue profesor de la Universidad de La Habana, puesto
que ganó en sonadas oposiciones, y Representante a la Cámara, el cargo
elegible más alto al que podía aspirar un extranjero con ciudadanía
cubana. Presidiría ese cuerpo colegislador.
En la Escuela de Derecho se hizo famoso porque nunca suspendió a un
alumno. «Ya lo suspenderá la vida», decía. En la Cámara, en una
ocasión, hizo víctima de su lengua mordaz a otro curul y le restregó
en la cara su ignorancia.
-No me trate así, doctor Ferrara, yo también pasé por la Universidad.
Respondió el italiano:
-Los tranvías también pasan por la Universidad.
EL MUNDO DE LOS HUMORISTAS
Juan David dejó en sus cartones el rostro de su tiempo. «Picasso de la
caricatura personal», le llamó Raúl Roa. En cincuenta años de quehacer
profesional legó unas cinco mil caricaturas personales y alrededor de
quince mil dibujos políticos y de sátira social, una de las obras
plásticas más grandes del mundo en su género, decía René de la Nuez.
Dijo David al escribidor que más que humor político, le interesó un
humor social que guardara relación con las grandes y pequeñas
tragedias del hombre, aunque reconocía que era mejor caricaturista
personal que dibujante humorístico. Quiso hacer en la Bohemia una
sección de humor cubano —no político— y llevó a Miguel Ángel Quevedo,
director-propietario de dicha publicación tres dibujos para que
formara juicio. Días después Quevedo le dijo:
-David, el mundo no es tan dramático como lo pintan los humoristas. La
sección no va…
LA PÀGINA EN BLANCO
Aquella mañana Max Lesnik, director-propietario de la famosa revista
Réplica, de Miami, estaba en su despacho con la vista fija en la
cuartilla en blanco que se enroscaba en el rodillo de su máquina de
escribir. La edición estaba a punto de entrar en máquina y Max no
lograba concretar las ideas para la nota que debía escribir. Varios
temas le venían a la mente, pero, todos le parecían intrascendentes e
inapropiados.
En eso entró a la oficina Carlos Robreño, que había escrito mucho
para el periódico El Mundo y el semanario humorístico Zigzag, de La
Habana, aparte de haber sido uno de los integrantes del panel de
entrevistadores del programa Ante la prensa, de CMQ-Televisión. Al ver
a su colega en aquel trance preguntó si estaba pensando en el hombre
de Guaracabuya. Max ignoraba a que se refería y Robreño explicó que
en los inicios de su carrera solía recibir las cartas de un lector que
firmaba siempre como el hombre de Guaracabuya, que a veces lo elogiaba
y a veces lo censuraba. Prosiguió Robreño:
-Ya yo no podía escribir. Me agobiaba la idea de lo que el hombre de
Guaracabuya pensaría sobre mi artículo. ¿Le gustaría, no le gustaría?
Hasta que un dìa me dije: «Al diablo el hombre de Guaracabuya» y
empecé a escribir como me daba la gana.










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