domingo, 9 de junio de 2019

EL ENTIERRO DEL GORRION

Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 26 more Details
APUNTES DEL CARTULARIO

Ciro Bianchi Ross

El entierro del gorrión

En el mes de marzo de 1869  un suceso baladí e intrascendente
conmocionó a voluntarios y militares españoles, exacerbados ya por la
guerra iniciada por Céspedes.  Un gorrión, símbolo,  para el elemento
más recalcitrante, del más rancio españolismo, había caído muerto en
la Plaza de Armas y los más integristas de la colonia acordaron
hacerle un entierro de carácter patriótico, alzando los restos del
pajarito a un alto y lujoso féretro en el castillo de la Real Fuerza y
colocando sus despejos en un rico sarcófago. A su alrededor orarían
los devotos y sacerdotes católicos oficiarían servicios religiosos y
entonarían cánticos sagrados.
Los restos del gorrión fueron paseados por las principales calles de
La Habana y el Capitán General Domingo Dulce  en persona formó parte
de la marcha, y su esposa llevó a la capilla una ofrenda floral.  Para
dar realce a la ceremonia y, al mismo tiempo, excitar el fanatismo
hispano y el odio contra los insurrectos, se dispuso que el gorrión
muerto fuera paseado por varias localidades de la Isla.
En Cárdenas, los actos fueron fastuosos y se derramó arroz, alimento
preferido de los gorriones, a su paso por las calles. El cortejo
visitó Matanzas, y en Guanabacoa, en una tienda de campaña que se alzó
en la Loma de la Cruz, se dijeron responsos en presencia de las más
altas autoridades locales y representantes del cuerpo de Voluntarios.
De ahí volvió a la capital de la Isla, donde fue enterrado en 27 de
marzo de 1869.
Cuando eso ocurrió, hacía  cinco meses que se había iniciado la
llamada Guerra de los Diez Años. En octubre, a solo diez días del
alzamiento de Céspedes, la ciudad de Bayamo caía en manos de los
insurrectos, que se vieron obligados a abandonarla el 12 de enero de
1869 y la incendiaron  antes de marcharse. Es durante esos cinco meses
que los Voluntarios atacan el teatro Villanueva, en La Habana. Se alza
en armas el territorio del Camagüey,  se alzan también los patriotas
de Las Villas y comienza a imprimirse, en la manigua, el periódico El
Mambí. España impone una estrategia de guerra a muerte que el Conde de
Valmaseda cumple al pie de la letra. Los españoles pasan por las armas
a todo hombre mayor de 15 años que se encuentre fuera de su finca y no
pueda justificar los motivos.  Faltaban entonces  pocos días  para que
los cubanos aprobaran la Constitución de Guáimaro, la primera de la
República en Armas.
Con el espectáculo del entierro del gorrión en La Habana quedaron tan
complacidos los españoles residentes en la villa de Pepe Antonio que
decidieron proceder de la misma manera cuando, en sus propios predios,
un gato, impulsado por su instinto de cazador, dio cuenta de un
gorrión.
Pronto llegaron a la conclusión los españoles más retrógrados de la
villa que aquel gato tenía alma de mambí y que había cometido un
crimen de lesa patria. Sin pensarlo dos veces ni medir las
consecuencias de la barbaridad que cometerían, decidieron detener al
felino e internarlo e incomunicarlo en el cuartel de caballería
ubicado en la calle de las Vacas (después Jesús de Nazareno) esquina a
Ánimas, fortaleza que había sido construida en 1803 y que ya en la
República fue sede del cuartel de bomberos y del tercio de la Guardia
Rural.
Allí el gato fue sometido a consejo de guerra y el consejo de guerra
lo condenó a la pena de muerte por fusilamiento. El secretario del
tribunal llegó a leerle la sentencia al felino y se dice que un
sacerdote lo acompañó en sus últimos instantes para aconsejarle
conformidad.
Aquel gato que había dado muerte al gorrión fue fusilado contra  los
muros del fondo del establecimiento cuartelario, mientras que el
gorrión era inhumado en un nicho que se abrió especialmente para él en
uno de las paredes de la fortaleza.
Se habían apagado ya los ecos de la fusilería cuando un catalán,
hombre rico e influyente,  se presentó en el cuartel a reclamar su
gato. Era un partidario furibundo del régimen colonial y llegaba a
recuperar a su mascota, ajeno como había estado al curso de los
acontecimientos. Antes de recurrir al cuartel, había buscado al felino
por todas partes hasta que alguien lo enteró del triste destino del
animal.
    Confió el catalán en que llegaría a tiempo. Pero no fue así. No tuvo
más alternativa que la de presentar una reclamación para que lo
indemnizaran por la pérdida.



    
    
    

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