domingo, 18 de mayo de 2014

LOS SUCESOS DE ORFILA (III)


Los sucesos de Orfila (III)
Aumentar textoDisminuir textoImprimir texto
Ciro Bianchi RossCiro Bianchi Ross * digital@juventudrebelde.cu
17 de Mayo del 2014 21:47:41 CDT

El día en que lo iban a matar --15 de septiembre de 1947--, Emilio Tro
Rivero desayunó en compañía de su madre en la humilde habitación que
compartían en la casa de vecindad marcada con el número 409 de la
calle San Rafael, en Centro Habana. Horas después, ya sobre las 12, se
comunicaba por teléfono con la anciana para decirle que no lo esperara
a almorzar. Estaba invitado a hacerlo en la residencia de Antonio
Morín Dopico, suspendido desde meses antes en sus funciones de jefe de
la Policía de Marianao, a causa de un escándalo que protagonizó en
Guanabacoa. Lo acompañarían Luis Padierne, Arcadio Méndez y Alberto
Díaz González, todos miembros de la Unión Insurreccional
Revolucionaria (UIR).
No precisa el escribidor si a esa altura Tro conocía de la orden de
detención que por la muerte del capitán Rafael (Lechoncito) Ávila
pesaba sobre él y que había sido confiada al comandante Mario
Salabarría Aguiar. El vigilante que estaba de posta fija en el
domicilio de Morín declararía que sobre las tres de la tarde, Tro y
dos de sus compañeros se hallaban sentados en el portal de la casa en
actitud pacífica y desprevenida, cuando los vio ponerse de pie de
manera precipitada, trasladarse al interior de la vivienda y cerrar la
puerta principal.
Fue entonces que advirtió que de dos automóviles descendían hombres
armados con ametralladoras que se posesionaban en la calle para de
inmediato comenzar a tirotear la casa, agresión que fue ripostada
desde el interior del inmueble, sito en calle 8 y D, reparto Benítez,
una zona conocida como Orfila por una farmacia existente en la zona.
La agresión --puntualizó el vigilante-- partió de los recién llegados;
aseveración que ratificó la sirvienta de Morín Dopico. Entre los
agresores figuraban Orlando León Lemus (El Colorado); Rogelio
Hernández Vega (Cucú), segundo jefe de la Policía Secreta; José Fallat
o Fayat (El Turquito); el teniente Roberto Pérez Dulzaides; el
comandante Roberto Meoqui Lezama y muchos más hasta completar una
tropa de unos 200 hombres, todos allegados a Salabarría, pero no todos
pertenecientes al Servicio de Investigaciones Especiales y
Extraordinarias, la dependencia policial que aquel dirigía. Esto, a
juicio del investigador Humberto Vázquez García, <<indicaba a las
claras el carácter gangsteril de la operación>>, que fue reportada en
directo por Radio Reloj, grabada íntegramente por el locutor Germán
Pinelli --quien luego la transmitió en su programa Repórter Canada Dry,
de la CMQ-- y filmada por Guayo, del Noticiero Nacional de Cine.

<<El presidente está enfermo>>
Los hombres de Salabarría sometieron la casa a un verdadero barraje
con armas ligeras y recurrieron en determinado momento a los gases
lacrimógenos. Los sitiados respondieron al fuego con vigor. La batalla
dejaría un saldo de seis muertos y ocho heridos. La primera víctima
fue el oficial Mariano Puerta Yergo, de la 11na. Estación de Policía.
Enterado de los sucesos del reparto Benítez tomó un automóvil, junto
con otros dos vigilantes, con la intención de luchar junto a su amigo
Tro. No llegó a su destino. Lo fulminó una ráfaga de ametralladora
cuando trataba de ganar la casa sitiada.
Cuando la sangrienta pelea se hallaba en su clímax, Tro logró
comunicarse por teléfono con el teniente Armando Correa. Le pidió que
se dirigiera al campamento militar de Columbia y gestionara la
intervención del Ejército, pues él y sus amigos temían ser ejecutados
de caer en manos de Salabarría. Correa cumplió el encargo y en
compañía de otros miembros de la UIR se personó en la sede del Estado
Mayor de las Fuerzas Armadas. El general Ruperto Cabrera, que los
recibió, dispuso la retención de los visitantes a fin de evitar
--aseveró-- su participación en la refriega.
Mientras tanto, otras gestiones se hacían en favor de los sitiados.
Miembros de la UIR y elementos vinculados a Tro acudieron al Palacio
Presidencial. No pudieron ver a Grau.  Lograron, sí, entrevistarse con
Paulina Alsina, primera dama de la República, que les aseguró haber
obtenido del Presidente la autorización para que el Ejército
interviniera en el altercado. Los rectores del Senado y la Cámara, el
Ministro de Gobernación (Interior), el Jefe de la Policía, el
Viceministro de Defensa, parlamentarios..., todos los que visitaron
Palacio a fin de conocer la opinión del mandatario sobre aquella
balacera o, al menos, adivinarla en su lenguaje epigramático o leerla
en la chispa maliciosa de sus ojos, recibieron la misma respuesta: <<El
Presidente está enfermo y no puede atenderlos>>.
Se ha especulado sobre esa actitud de Grau. Muchos años después
Salabarría revelaría un detalle desconocido y que en su momento fue
casi secreto de Estado. El mandatario sufría de epilepsia, y cada
ataque le provocaba pérdida de memoria. Mientras transcurría lo de
Orfila, estaba en una de sus crisis, lo que impidió que se le diera
noticia de los sucesos. Alguien avisó al general Genovevo Pérez, jefe
del Ejército, de visita en Washington, de lo que sucedía, y el obeso y
bien vitaminado militar dispuso desde allá el empleo de los blindados
para poner fin a la matanza.

Tres horas después
Habían transcurrido tres horas desde el inicio del combate, cuando por
las ventanas de la casa se dejaron ver trapos blancos y gritos de <<¡No
tiren! ¡No tiren! ¡Van a salir niños y mujeres!>>. La gente de
Salabarría respondió con epítetos violentos. Pero Tro y sus compañeros
insistieron hasta que al fin se efectuó la salida, lo que coincidió
con la llegada de tropas del Ejército equipadas con tanques, camiones
blindados y armas como para una batalla de gran envergadura. Al frente
de los militares llegaban el general Gregorio Querejeta, el coronel
Oscar Díaz y el teniente coronel Lázaro Landeira, jefe de los tanques.
El primero en salir de la casa fue Morín Dopico, quien llevaba en
brazos, herida a sedal, a su hija Miriam, de apenas diez meses de
nacida. El Ejército lo conduciría al Hospital Militar en calidad de
detenido. Luego salió Aurora Soler de Morín, en estado de gestación, y
detrás Emilio Tro. Todo parecía haber terminado cuando se escuchó de
nuevo el tableteo de una ametralladora, y la esposa de Morín cayó al
suelo herida de muerte. Un policía la tomó por los brazos para
levantarla, y Tro trató de alzarla por los tobillos con el propósito
de sacarla a la calle. No pudo concluirse la gestión, porque apenas
llegados a la acera se escuchó  una ráfaga más y Tro se desplomó
cosido a balazos. Tenía 15 perforaciones en el tórax, dos en la región
escapular, seis a flor de piel, tres en el hombro, una en el muslo y
otra más en la cara que le destrozó el maxilar superior y le vació el
ojo derecho.
Las imágenes cinematográficas captadas por Guayo para el Noticiero
Nacional pusieron en evidencia o corroboraron la culpabilidad de
algunos de los hombres de Salabarría en los sucesos. En el documental
se aprecia cómo El Turquito dispara sobre la señora Soler y Emilio
Tro, hiere de pasada al chofer de este y al capitán De la Osa,
ayudante del Jefe de la Policía, y fulmina al teniente Padierne, uno
de los hombres de Tro. Otra escena capta a Pérez Dulzaides, teniente
de la Policía Nacional, encañonando con su ametralladora a los
rendidos, en especial a Tro cuando, de rodillas, trataba de levantar
el cuerpo agonizante de la esposa de Morín Dopico. Dulzaides fue
entrevistado en Columbia con tanta violencia que perdió el
conocimiento en dos ocasiones. El cadáver del capitán Arcadio Méndez
apareció en la sala de la casa, apenas empezaron a disiparse los gases
lacrimógenos lanzados al interior de la vivienda.
El hecho execrable de disparar contra personas ya rendidas provocó una
grave riña entre los sitiadores, ya que muchos de ellos increparon a
sus compañeros por haber actuado de esa forma. De cualquier manera, el
Ejército impidió que prosiguiera la matanza, exigió la entrega
inmediata de las armas, y Landeira procedió a la detención de
Salabarría y de no pocos agentes a sus órdenes. De inmediato el pleno
del Tribunal Superior de la Jurisdicción de Guerra y Marina radicó la
causa 95 de 1947 del Estado Mayor General del Ejército contra Mario
Salabarría Aguiar, Antonio Morín Dopico y numerosos oficiales, por los
delitos de homicidio, desorden público, atentado y daños a la
propiedad. También un buen número de civiles quedaba a disposición de
los tribunales ordinarios. Cucú Hernández Vega, segundo jefe de la
Policía Secreta, se personó voluntariamente ante el coronel Oscar
Díaz, oficial investigador de la causa, pero hubo que ordenar el
arresto del comandante Meoqui Lezama por no comparecer al llamado de
una citación judicial. Orlando León Lemus, El Colorado, se esfumó. En
su afán de encontrarlo, el Ejército ocupó, sin éxito, el hotel
Sevilla, donde se le suponía escondido, y luego la Guardia Rural lo
buscó por el interior de la Isla. Se sabría después que permaneció
oculto en la casa del senador Paco Prío hasta su salida clandestina
hacia México.
El 16 de septiembre, 24 horas después de la tragedia, unas 3 000
personas siguieron hasta la necrópolis de Colón el cortejo fúnebre de
las víctimas. Sobre las ocho de la noche, a la luz de los faros de los
automóviles, terminó el sepelio. Para garantizar el orden, fuerzas del
Ejército se situaron a lo largo del trayecto y rodearon el cementerio.
Antes, en la noche del propio lunes 15, al descender de un ómnibus en
la calle San Lázaro, era ultimado a balazos Raúl Adán Daumy, agente
del Servicio de Investigaciones Especiales y Extraordinarias que
dirigía Mario Salabarría. La venganza por los sucesos de Orfila había
comenzado. (Continuará)








-- 
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/

No hay comentarios:

Publicar un comentario