martes, 6 de noviembre de 2018

ALZAMIENTO EN LAS CLAVELINAS

Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 45 more Details
Alzamiento en Las Clavellinas
Ciro Bianchi Ross

La noticia del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes en Demajagua,
el 10 de octubre, tomó desprevenidos a los revolucionarios
camagüeyanos y estos apresuraron  la conspiración  a fin de secundar
el movimiento. El 4 de noviembre de 1868, hace ahora 150 años justos,
ocurría el levantamiento general de la provincia cuando cerca de un
centenar de juramentados proclamaban su rebeldía en el paso del río
Las Clavellinas, a unas tres leguas de la ciudad de Puerto Príncipe.
Ese mismo día los hermanos Augusto y Napoleón Arango, operando por su
cuenta, se apoderaban del poblado de Guáimaro y de los caseríos de San
Miguel de Nuevitas y Bagá.  La sangre no corrió copiosamente en esa
jornada,  escribe un prestigioso historiador, pero los colonialistas
supieron que había revolución en  Camagüey.
    La orden que Salvador Cisneros Betancourt, Marqués de Santa Lucía,
impartió a los 76 conjurados en la ciudad de Puerto de  Príncipe  para
que aquel amanecer se reunieran en el lugar acordado, fue acatada por
todos. Para entonces se hallaban en rebeldía Manuel de Jesús Valdés,
Bernabé Varona y Fernando Agüero Betancourt. Habían sido ellos los
primeros en alzarse en armas contra España en todo el territorio
camagüeyano.
    Ya en Las Clavellinas, Jerónimo Boza y Agramonte, asumiéndose  como
jefe de aquel centenar de hombres —en  realidad, 93 patriotas— abrió
los pliegos que contenían las instrucciones del alzamiento que, en
rigor, ya se había consumado. Desde aquel instante, la revolución
iniciada por Céspedes fue común en orientales y camagüeyanos.
SIN ACUERDO
En abril de 1867 terminaba la Junta de Información y con ella todas
las esperanzas de la clase terrateniente cubana de que España
concediese reformas a Cuba. Tres meses después se creaba en Bayamo un
comité que se proponía el logro de la independencia por medio de las
armas. El jefe de la conspiración sería Francisco Vicente Aguilera,
tenido como el hombre más rico de Oriente, que contaría con el
concurso de Perucho Figueredo y Francisco Maceo Osorio. Gracias a las
logias masónicas la conspiración se extendió pronto por todo el
territorio. Con la dirección de la logia madre Gran Oriente Cubano,
con sede en Santiago de Cuba, las logias se multiplicaron y se
invitaba a ingresar en ellas a terratenientes, profesionales y
personalidades prominentes.
    Llegó así el mes de agosto de 1868. Aguilera convocó a representantes
de los grupos conspiradores de Oriente y Camagüey a reunirse en San
Miguel del Rompe, una finca de Las Tunas. Esa reunión, conocida como
Convención de Tirsán, fue presidida por Céspedes por ser el asistente
de mayor edad. No hubo allí acuerdo unánime en cuanto al alzamiento.
Céspedes se mostró partidario de no demorarlo y llevarlo a cabo con
las armas que se le arrebataran al enemigo, mientras que otros
preferían esperar el fin de la zafra venidera  para disponer del
dinero necesario. Céspedes esbozó un análisis del panorama
internacional —España, Puerto Rico, Perú, Chile…— y concluyó que si
Cuba se alzaba contra la metrópoli contaría con  respaldo exterior.
Al fin se fijó una fecha para el inicio de la guerra: 3 de septiembre
de 1868.
    Otra reunión, convocada de nuevo por Aguilera, siguió a la de San
Miguel del Rompe, y en ella el patricio  bayamés ratificó  a los
revolucionarios orientales y camagüeyanos presentes la necesidad de
esperar hasta el fin de la zafra azucarera de 1869 para romper las
hostilidades.  A ese encuentro solo asistió la representación del
Camagüey y del Comité Revolucionario de Bayamo, erigido ya en Comité
Revolucionario de Oriente; Céspedes no estuvo presente.
    Los manzanilleros, entre los que figuraban patriotas de tanto relieve
como Bartolomé Masó y «Titá» Calvar, decidieron por su cuenta
adelantar el alzamiento. Celebraron una nueva reunión con Aguilera y
este aceptó iniciar las hostilidades a fines de diciembre. No
satisfechos tampoco con la fecha, los de Manzanillo fijaron el
alzamiento para el 14 de octubre.  Hubo una delación y cae en poder de
los revolucionarios  un telegrama remitido por el Capitán General a
las autoridades de Bayamo en que pedía la encarcelación de Céspedes y
sus seguidores. Ese motivó que la fecha se moviera para el 10 de
octubre. Céspedes se convirtió en el jefe máximo de la revolución,
mientras que Aguilera quedaba desplazado.
APARECE AGRAMONTE
El 13 de noviembre la columna del general español  Blas Villate, conde
de Valmaseda,  desembarca en Manzanillo con destino a Santa Cruz del
Sur. Quería contener la insurrección en Camagüey. Cumplido ese
objetivo, se trasladaría a Tunas y de ahí caería sobre Bayamo. En
Manzanillo, donde hizo una corta parada, trató de contactar a los
insurrectos de Oriente e instarlos a deponer las armas. Fracasó. Sin
embargo, tuvo éxito en sus gestiones cerca del jefe insurrecto
camagüeyano Napoleón Arango. Estimulado por la aceptación de sus
planes pacificadores, Valmaseda pretendió asumir en Camagüey el papel
de mediador entre los insurrectos y el jefe militar del territorio.
    Querían los camagüeyanos hostilizar a Valmaseda en su marcha desde
Santa Cruz a Puerto Príncipe y, de ser posible, apoderarse del
cuantioso armamento que transportaba. Los disuade Napoleón Arango de
ese propósito y los convence de que debían  esperar. En consecuencia,
Valmaseda entra en la capital de la provincia sin disparar un tiro.
Arango, que pasaba por un importante jefe insurrecto, intrigaba contra
Carlos Manuel de Céspedes por haber adelantado la fecha de inicio de
la guerra. Ignacio Agramonte se encarga de desenmascararlo en la
histórica reunión de Minas, el 26 de noviembre de 1868, en la que
destruyó los planes entreguistas del sujeto. En ella, Agramonte
enarboló su tesis de que «Cuba no tiene otro camino que conquistar su
redención, arrancándosela a España con la fuerza de las armas», y se
impuso en el histórico  encuentro. No debe perderse de vista que en
Camagüey existía un fuerte grupo reformista contrario al avance de la
revolución representado por esclavistas del Partido de Caonao y de la
familia Arango. De Minas surge el Comité Revolucionario de Camagüey.
Lo conforman Salvador Cisneros Betancourt, Ignacio Agramonte y un
pariente de este, Eduardo. La jefatura militar recae en Augusto
Arango, disgustado con su hermano.
Fracasados sus planes de pacificación, Valmaseda cambió su política de
paz por la de guerra a muerte y ordenó la ejecución de todos los
prisioneros cubanos. Entre sus propósitos estaba el de restablecer el
enlace ferroviario entre Puerto Príncipe y la salida al mar, en el
norte del territorio. Persistía en sus intentos de retomar Bayamo,
pero requería de refuerzos para hacerlo. En su avance a lo largo de la
vía férrea, Valmaseda chocó en Bonilla con las tropas cubanas mandadas
por  Augusto Arango e Ignacio Agramonte, que hicieron ver al jefe
español los puntos que calzaban los insurrectos y lo convencieron de
que lucharían hasta el final.  Fue un combate encarnizado. Valmaseda
tuvo que abandonar la impedimenta y marchar hacia Nuevitas a campo
traviesa. Comenzaría a partir de entonces su política de incendiar y
arrasar las propiedades cubanas que encontraba a su paso.
El 11 de diciembre sale por mar desde Nuevitas para La Habana y
retorna el 20. Llega al frente de una columna de más de dos mil
hombres de las tres armas y cuatro piezas de artillería, así como
cuantiosos útiles de guerra. Lleva como segundo a un hombre nefasto:
Valeriano Weyler. El 22 sale hacia Guáimaro. Los patriotas
camagüeyanos no le dan tregua y lo obligan, lo dice el propio
Valmaseda en comunicación al capitán general Francisco Lersundi, a
abandonar las carretas en el camino de Sibanicú a Cascorro «para
aligerar y hasta hacer posible la marcha».
SEGÚN PASAN LOS MESES
En diciembre de 1868 la goleta Galvanic lleva un importante alijo de
pertrechos a los revolucionarios locales. El general Manuel de Quesada
manda a los expedicionarios que transporta dicha embarcación.
Provenían, en gran parte, de medios universitarios habaneros, lo que
exacerbó las fuertes corrientes civilistas imperantes ya  en el
territorio.
    Llegó el mes de febrero de 1869 y se reestructura el aparato de
dirección con el surgimiento de la Asamblea de Representantes  del
Centro dirigida por  Cisneros Betancourt, Eduardo e Ignacio Agramonte,
Francisco Sánchez Betancourt y el joven abogado habanero Antonio
Zambrana. Manteniendo la separación de las funciones civiles y
militares, la Asamblea proclamó a través de un decreto de fecha 26 de
febrero, la abolición definitiva y absoluta de la esclavitud. La
dirección de la revolución en la zona camagüeyana no se encontraba
supeditada a la dirección de la parte oriental. Lo que causó serios
problemas organizativos a la hora de implementar acciones comunes.
    Los camagüeyanos adoptaron la bandera de Narciso López, en detrimento
a la enseña enarbolada por Céspedes, y lo mismo hicieron los
villareños, alzados en armas en el cafetal de San Gil, en Manicaragua,
el 6 de febrero de 1869.  Se decían seguidores de Céspedes,  pero
separaron las funciones civiles de las militares. Solo restaba
Occidente por sumarse a la lucha, pero dicha región, centro del poder
colonial en la Isla, carecía de un espacio  favorable al combate y
debió enfrentar numerosos obstáculos que provocarían que en los diez
años que duró la Guerra Grande no se consolidara un alzamiento en la
región. La burguesía occidental, la clase más poderosa de la colonia,
desempeñó en la etapa independentista un papel puramente antinacional.
    En abril de 1869 el poblado camagüeyano de Guáimaro se convertía en
la capital simbólica de la revolución. Acogía a cuatro representantes,
encabezados por Céspedes, de  la región oriental. Cinco por Camagüey,
con Agramonte y Cisneros en el grupo, y seis villareños animados por
Miguel Gerónimo Gutiérrez. El día 10 se proclamaba la Constitución que
lleva el nombre de esa localidad agramontina. .
    
    

    
    
    
    


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Ciro Bianchi Ross
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