domingo, 14 de febrero de 2016

BARES HABANEROS

Bares habaneros
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebelde.cu

En estos días tocó a este escribidor compartir con un grupo de
embajadores del ron Havana Club. Se llama así a los representantes de
la prestigiosa marca en los países donde residen; gente joven, afable,
comunicativa y, desde luego, muy receptiva a la historia y las
novedades de la industria y el producto que representan. Este
escribidor debía guiarlos en un recorrido que comenzó a medio día en
el Floridita y terminó, tarde en la tarde, en el bar Vista al Golfo
del Hotel Nacional de Cuba, luego de haber pasado por Sloppy Joe’s,
Bodeguita del Medio y Dos Hermanos.
Cada uno de esos establecimientos recibió a los visitantes con un
coctel. Vista al Golfo con el coctel Nacional y Sloppy con Cuba
Libre, mientras que Bodeguita del Medio y Floridita con el mojito y
el daiquirí, que son de imaginar. Dos Hermanos ofreció el Havana
Special. Curiosamente, en la cena con la que se clausuró el encuentro
y que tuvo lugar en el Museo del Ron, el Havana Special fue también el
coctel de bienvenida.
UN TREN SOBRE LAS OLAS
Para quien esto escribe fue una sorpresa constatar la vigencia de ese
trago que algunos llaman el Manhattan cubano, y que el cronista
suponía olvidado ya en la preferencia y el paladar de los bebedores,
aunque se reitera en la carta-menú de muchos bares no estatales. Una
mezcla cuya invención se atribuye a Constantino Ribalaigua, barman
catalán radicado en la capital cubana, que se inspiró en una línea de
transporte de pasajeros y mercancías que hacía el recorrido Nueva
York—Cayo Hueso—La Habana—Nueva York.
Desde esa ciudad, el tren demoraba dos días en llegar a Cayo Hueso,
donde un servicio de ferry-boats, en una travesía de diez horas,
transportaba los vagones hasta La Habana. Esa ruta se conoció con el
nombre de The Havana Special y posibilitó que Cuba la aprovechara para
reafirmarse como importante suministrador del mercado norteamericano.
Cruzar el mar sentado cómodamente en un vagón de ferrocarril que
antes avanzó sobre la cumbre angosta de una montaña de coral, parece
cosa de hadas. Como las hadas no existen, solo un hombre como el
multimillonario Henry Flagler fue capaz de una empresa como esa que
extendió la vía férrea hasta Miami y desde allí, de isleta en isleta,
la llevó hasta Cayo Hueso para conectar así con Cuba, el resto del
Caribe y el Canal de Panamá.
El camino de hierro se acometió con acero y cemento de Alemania y
maderas cubanas. Requirió de siete años de ingente labor. Por largos
periodos hasta 4 000 hombres laboraron allí de manera simultánea.
Tres ciclones —uno, con 200 trabajadores muertos— entorpecieron la
construcción.
No serían los meteoros el único inconveniente. El primero de los
ingenieros que asumió el proyecto, enloqueció sobre los arrecifes, y
el que prosiguió la tarea y la llevó a término, nunca más pudo volver
a trabajar en lo suyo. De cualquier manera, el 22 de enero de 1912,
con la llegada a Cayo Hueso del primer tren procedente de Miami,
Flagler hacía realidad su sueño, y ese mismo día embarcaba hacia La
Habana a fin de promover su ruta sobre los cayos. Veintitrés años
después, el 2 de septiembre de 1935, un huracán de categoría cinco
destruyó parcialmente la infraestructura ferroviaria. Los propietarios
de The Havana Special vendieron lo que quedó al estado de Florida.
Parte de esas ruinas son todavía visibles. Sobre partes de ellas se
erigió la red de carreteras que, desde 1938, une entre sí los cayos
floridanos y los enlaza con la península. Desde entonces los ferry
no transportaron vagones de ferrocarril. Prosiguieron su línea de
pasajes y carga general y dieron a los viajeros de ambos lados la
oportunidad de visitar la orilla contraria con su propio automóvil.
El ferry de Cayo Hueso se interrumpió después de 1959. Hoy, a
consecuencia del bloqueo impuesto a Cuba por el gobierno de
Washington, el Havana Special es solo el coctel creado por Constantino
Ribalaigua, mientras que en el Cayo un busto de Flagler recuerda la
historia de su famoso ferrocarril.
TAMBIÉN EN LAS NOVELAS
Todo eso expliqué, en el bar Dos Hermanos, a los embajadores de
Havana Club. Ese establecimiento se ubica frente al muelle de The
Havana Special y abrió sus puertas en 1892, lo que lo hace uno de los
bares más antiguos de la capital cubana. Se caracterizó por su larga
barra de madera dura, incompleta desde que le cercenaron un pedazo a
fin de emplazarlo en uno de los bares del hotel Moka, en Las Terrazas.
Aun así, sigue siendo larga. El poeta español Federico García Lorca
frecuentó el Dos Hermanos durante su estancia cubana de 1930, y por
allí estuvieron asimismo, entre otros, Alejo Carpentier y Enrique
Serpa, autor de novelas como Contrabando y La trampa y de un cuento
antológico, Aletas de tiburón. Y, por supuesto, el inevitable
Hemingway, que en la festinada opinión de algunos deambuló por todos
los bares y cantinas habaneros, aunque centró su preferencia en
Floridita. En Dos Hermanos, «con pasos torpes que lo conducían a una
pequeña pero satisfactoria libertad», entró una tarde Andrés, el
protagonista de Fiebre de caballos, (1988) la novela inicial de
Leonardo Padura. Al comienzo bebió lentamente su trago amargo y se
dedicó a estudiar a la gente hasta que la cuarta o quinta cerveza lo
dejó sin movimientos y empezó a ver neblinosos y deformes a los que lo
rodeaban, como si estuviera viendo una película filmada con un
grotesco ángulo ancho.
Floridita fue hasta 1959 el bar más famoso de la ciudad, pero
Sloppy Joe’s fue siempre el de más ventas. Supuse que el Sloppy Joe´s
de Cayo Hueso antecedió a este de la esquina de Zulueta y Ánimas, en
La Habana. Error. El Sloppy habanero se anticipó en 16 años al del
lado de allá, que se inauguró en 1934 y tres años después se instalaba
en la calle Duval, ubicación que todavía mantiene, mientras que otro
bar llamado Capitán Tony ocupaba el espacio que el Sloppy original
dejaba libre. Capitán Tony no tiene la animación del Sloppy ni su
hechizo, pero allí se da una situación insólita: muchas de las mujeres
que lo visitan se despojan del ajustador y lo cuelgan en las
tendederas que cruzan el salón.
Si Padura fijó el bar Dos Hermanos en la literatura, y Hemingway el
Floridita en Islas en el golfo, el inglés Graham Greene, aficionado
al ron añejo e inventor de cocteles diabólicos, inmortalizó el Sloppy
—y también al hotel Sevilla— en su novela Nuestro hombre en La Habana,
llevada además al cine. Un detalle interesante aporta una guía de
1954 publicada en Estados Unidos que facilitaba a turistas
norteamericanos su visita a la Isla: Sloppy Joe’s era frecuentado por
visitantes estadounidenses, no por los norteamericanos residentes. La
colonia norteamericana en La Habana prefería el bar Mis amigos, en
Séptima y 42, Miramar. Floridita tuvo fluctuaciones con relación a sus
parroquianos. La mayoría de ellos era de origen norteamericano hasta
el inicio de la II Guerra Mundial. Durante la conflagración bélica se
llenó de cubanos. Los norteamericanos no podían venir a causa de la
guerra y los cubanos no podían salir. Finalizada la guerra, nacionales
y visitantes disfrutaron juntos su daiquirí, que figura en la lista de
diez grandes cocteles del mundo.
En 1937, el corresponsal en La Habana de la agencia norteamericana UP
dedica una crónica a Constantino Ribalaigua. Refiere que un grupo de
amigos conversaba sobre beisbol en uno de los bares del Hotel
Nacional cuando uno de ellos preguntó sobre quién podría considerarse
el mejor cantinero cubano. Constantino Ribalaigua, respondió el barman
que los atendía, aunque la pregunta no le estaba dirigida
expresamente. De inmediato, refiere el periodista, uno de los del
grupo telefoneó al Sloppy y a Prado 86 y también a los bares de los
hoteles Plaza y Sevilla, muy famosos en la época. Obtuvo la misma
respuesta. El reportero visitó a Constantino en Floridita y quedó
maravillado. Confesó el barman que sus mejores cocteles eran daiquirí,
presidente y Pepín Rivero, inspirado en el director-propietario del
Diario de la Marina. El escribidor, que tiene en su archivo las
fórmulas de más de 300 cocteles recogidas en bares y cantinas de toda
la Isla, no ha podido ver la receta de ese último coctel. No aparece
en el recetario del Floridita que Constantino publicó en 1939, cuando
el señor Rivero todavía vivía. Por cierto, en ese coctelario se
consigna la fórmula de un daiquirí elaborado expresamente con Havana
Club.
UNA INCÓGNITA
Si es posible precisar el origen de muchos cocteles y mencionar a sus
creadores por su nombre, el Cuba libre queda en el misterio. Todavía a
fines del siglo XIX no se conocía en Cuba la palabra coctel. La
ginebra superaba al ron en el gusto de los bebedores y se hablaba de
compuestos, achampanados y meneados. La intervención militar
norteamericana puso una nota de modernidad en los bares cubanos, y
ron, refresco de cola y hielo hicieron una mezcla de campeonato. Cesó
la soberanía española, la Isla quedó bajo la égida de Estados Unidos
y nació una república mediatizada. Pero la gente, con una buena dosis
de ingenuidad, levantaba su vaso y decía: Cuba libre. En 1902 surgía
el bar La Florida que, con el tiempo, pasó a ser el Floridita, y
existían ya entonces el American Club, que quebró y reabrió después y
la cantina que daba servicio a las tropas norteamericanas destacadas
en el campamento de Columbia. Existía, como ya se dijo, el Dos
Hermanos. Se habla asimismo de un bar Americano, que el escribidor no
ha podido localizar, si es que existió. En cualquiera de ellos pudo
surgir el Cuba libre. .
La Bodeguita del Medio entusiasmó a los visitantes. Su fundador,
Ángel Martínez, repetía que a los 12 años de edad su padre lo condenó
a cadena perpetua detrás de un mostrador. En 1942 compró el
establecimiento que entonces se llamaba La Complaciente y que no era
más que una bodega de barrio. Allí su esposa Armenia comenzó a cocinar
para unos pocos clientes, entre ellos Felito Ayón, un animal de la
noche habanera que se vincula, como impresor, a hitos imprescindibles
de la poesía cubana, como la Elegía a Jesús Menéndez, de Nicolás
Guillén con dibujos de Carlos Enríquez. Felito que tenía su negocio
en la misma cuadra de lo que se llamaba ya La Casa Martínez, decía a
sus clientes: Si no estoy en la imprenta, búscame en la bodega, una
bodeguita que está en el medio de la calle. De ahí surgió La Bodeguita
del Medio, algo tan obvio que a nadie se le ocurrió antes. Así se
llama este establecimiento desde el 26 de abril de 1950. Martínez
terminó desembarazándose de los víveres y licores habituales en las
bodegas y puso unas pocas mesas en el reducido espacio de que
disponía, creció la fama de la cocina de Armenia, reforzada luego por
las manos prodigiosas de «La China» Silvia Torres, y los mojitos, que
adquirieron allí carta de ciudadanía internacional, hicieron el resto.
Por allí ha pasado todo el mundo, es un decir. Al igual que por el
bar Vista al Golfo del Hotel Nacional, donde los embajadores del ron
Havana Club, con el coctel que lleva el nombre del establecimiento
hotelero en la mano, pudieron apreciar la extensa galería de fotos
de famosos que adornan las paredes; clientes todos de la instalación.
Los invitados recorrieron La Habana en coches tirados por caballos,
bici taxis y grandes carrones convertibles. La noche final, después de
la cena, les regaló una experiencia memorable: pudieron participar en
un maridaje entre un Cohíba siglo VI y el ron Unión de Havana Club.
Una combinación perfecta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario