domingo, 29 de junio de 2014

¿LO SABIA USTED?


¿Lo sabía usted?
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Ciro Bianchi RossCiro Bianchi Ross * digital@juventudrebelde.cu
28 de Junio del 2014 20:42:18 CDT

La señora Carmen Cantón se comunicó con el escribidor. Pese a que no
lo conocía personalmente, quería hacerle un regalo. Nada menos que el
libro que durante años ella mantuvo en la cabecera de su cama y que
repasó en incontables ocasiones. No piense en ninguno de esos grandes
títulos de la literatura o el periodismo, ni en un volumen de lujo. En
verdad, el libro, impreso en 1947, en La Habana, no puede ser más
modesto, aunque debe haberse vendido en su momento como pan caliente.
En sus páginas su autor recogió las notas que cada semana publicaba en
la revista Carteles, apuntes breves y desembarazados en los que abordó
la historia de Cuba. Mejor, su <<pequeña>> historia, su crónica,
contada de manera ligera y suelta, despojada de arquitectura enfática,
imbuida por la anécdota.
El libro se titula ¿Lo sabía usted? Su autor, Santiago González
Palacios, lo firma con el seudónimo de Don Cándido, el mismo que
calzaba su columna en la revista mencionada. La pregunta que le sirve
de título, más que la interrogante de un historiador, es la de un
reportero, dice Miguel de Marcos en el prólogo del volumen. Treinta
años de reportaje calzan sus páginas, pero es el reportero que empezó
a sentir la fatiga de lo cotidiano y se ha vuelto hacia el pasado sin
la aspiración de ser historiador, sino con el deseo  de <<proporcionar
al lector un rato de distracción y esparcimiento>>.
¿Lo sabía usted?, pregunta Don Cándido, y a la vuelta de los casi 70
años transcurridos respondemos sin rubor que desconocíamos mucho de lo
que cuenta en su libro, del que reproducimos a continuación algunos
fragmentos.

La vajilla de Tacón
Miguel Tacón, en sus tiempos de Capitán General de la Isla de Cuba
(1834-38) regaló al Ayuntamiento de La Habana una vajilla de plata,
cuyas piezas llevaban grabadas las armas de la ciudad. Su costo, en
números redondos, fue de 20 000 pesos oro español.
El valioso obsequio estaba bajo la custodia del alcalde. Al cesar este
en el cargo, entregaba la vajilla a su sucesor mediante un inventario
riguroso que se llevaba a cabo en ceremonia solemne. El Marqués de
Esteban, último alcalde español que rigió los destinos del municipio
habanero, imitó, en 1898, el gesto de sus antecesores y la traspasó al
alcalde designado por el gobierno interventor norteamericano. A partir
de ese momento, nada ha vuelto a saberse del regalo del general Tacón.

El mataperros
Un verdugo célebre fue José María Peraza. Ejerció su macabra función
en la villa de Trinidad. Condenado a morir en la horca, en 1767, por
haber matado a su mujer a cuchilladas, no podía cumplirse la
sentencia, como tampoco la de otro reo, por carecer Trinidad entonces
de <<ministro ejecutor>>. Se pidió a Santa Clara el que ejercía en esa
ciudad, pero el hombre murió durante el viaje. Así, Peraza, a cambio
de salvar la vida, se ofreció para desempeñar el cargo de verdugo e
inició un rosario de ejecuciones con su propio compañero.
Llegó a adquirir una destreza inusitada en su profesión. Se dice que
no era raro que después de lanzar del tablado al reo, trepara a la
horca y se deslizara por la soga hasta quedar a horcajadas en los
hombros de los ajusticiados, a los que entonces daba de patadas en el
pecho para acelerarles la muerte.
Cierta vez, al realizar la operación se partió la cuerda, y reo y
verdugo quedaron confundidos en un tétrico abrazo, lo que permitió al
sentenciado salvar la vida.
José María Peraza percibía 125 pesetas por cada ejecución. Se las
tiraban sobre el tablado, y el hombre, luego de recogerlas, daba las
gracias al público. Parece que nunca utilizó ese dinero para
satisfacer sus necesidades, sino que lo repartía como limosna entre
los pobres y ordenaba misas por el alma de sus <<clientes>>.
Tras 20 años en el cargo, Peraza dejó de ser verdugo. Lo nombraron
mataperros municipal, labor que realizaba con gran destreza, evitando
sufrimientos inútiles a los animalitos. Envejeció y en sus años
finales vivió de la caridad pública. No pocas mujeres llevaban sus
limosnas hasta la choza de Peraza, pero ya próximas a la cesta que el
sujeto tenía dispuesta para recibir las dádivas, se volvían de
espaldas para no ver la cara del antiguo verdugo. Peraza murió a los
103 años de edad, en 1847. Había nacido en 1744.
El vena'o no es de soga
Los primeros venados que llegaron a Cuba descendían de una raza de
ciervos salvajes de Australia. Los trajo el ricachón oriental don
Nicanor del Castillo al regreso de unos de los viajes de recreo y
observación que solía realizar.
En 1712, año cuando hizo su última excursión, Castillo trajo consigo
cuatro parejas de venados y dos de águilas, y los confinó  en su finca
Jesús María, en las afueras de la ciudad de Santiago de Cuba. Los
venados procrearon por cinco años, mientras que dos de las águilas
murieron al poco tiempo a pesar de la buena alimentación que recibían,
pues les suministraban pollos varias veces al día. Las dos águilas
restantes no se resignaron al cautiverio y murieron también meses más
tarde. A su fallecimiento, don Nicanor dejó en su testamento el
mandato de que los venados fueran liberados en los bosques, lo que sus
herederos cumplieron al pie de la letra.

La conspiración de la corbata
En medio de tantas conspiraciones misteriosas y más o menos siniestras
reportadas en Cuba, sobresale la llamada <<Conspiración de la Corbata>>,
descubierta y <<aplastada>> en 1843 por Ramón María de Labra, gobernador
de Cienfuegos, sin que para conseguirlo tuviera que utilizar otros
recursos que su habilidad, su mano izquierda y su palabra.
Sucede que en dicha fecha un violento huracán causó estragos sin
cuento en esa localidad del sur de la región central de la Isla.
Pasado el meteoro, comenzó a extenderse entre la población el rumor de
que los esclavos tramaban un plan para aniquilar a todos los blancos.
Una corbata negra iría señalando las viviendas de las personas que
iban a morir.
No tardó el Gobernador en advertir que cada vez que en una casa
aparecía la fatídica señal, desaparecía la cría de pollos, y en la
morada de Adelina Petit, francesa residente en la zona, los
conspiradores, luego de apropiarse de todas las gallinas, dejaran la
corbata negra en el pescuezo de un gallo viejo, única ave que quedó en
el gallinero.
Sin revelar sus propósitos, Labra comenzó a investigar. Localizó la
tienda que expendía las dichosas corbatas y, puesto de acuerdo con uno
de los empleados del establecimiento, obtuvo la relación de los
clientes que habían adquirido dicho artículo. Los llamó entonces uno a
uno a su despacho y les habló con cariño paternal. No demoró en
conocer toda la verdad. No existía tal conspiración; nada tramaban los
esclavos ni  eran los culpables de delito alguno. Se trataba
simplemente de un grupo de jóvenes blancos, sin trabajo ni dinero,
ansiosos de zamparse de vez en cuando y sin costo alguno un suculento
arroz con pollo. Ellos aportaban la carne, y el grano corría a cuenta
de un tal Juan, conocido por El Criollo, cocinero del señor Caseaux,
un vecino de la villa, que tenía fama por su trabajo en los fogones.
Amonestó el Gobernador a aquellos muchachos y les recomendó que
siguieran un buen camino.

La calle Figuras
Se dice que en 1807 don Vicente Segura, español acaudalado, mandó a
construir, en la habanera barriada de Chávez, una casa para vivirla.
Terminada la obra, encargó al artista Casimiro Recio que decorase
tanto el interior como el exterior de la morada con pinturas de temas
históricos.
Gran escándalo provocaron las imágenes. Hubo denuncias y el Capitán
General dispuso que las obras fuesen examinadas por el retratista y
pintor Juan de los Ríos. Rindió este un dictamen desfavorable y de
inmediato se ordenó a Segura que borrase las pinturas.
La  casa estaba situada en la calle San Juan, hoy Tenerife. Hacía
esquina con otra a la que a partir de ese momento la gente dio el
nombre de Figuras.
Y ya que hablamos acerca de nombres de calles de La Habana de ayer,
digamos enseguida que Indio se llamó primero Peña Blanca del Indio, y
que Peña Pobre, en 1867, era conocida por Cayo. Industria, en el tramo
de San José a Dragones, se nombró también del Diorama, por el teatro
que allí existía en 1827. Picota es Picota por el palo que, en la
esquina de Jesús María, se utilizaba para amarrar a los condenados a
penas de azotes. La calzada de San Lázaro se llamó Avenida de la
República y, antes, Ancha del Norte, pero nadie les llamó de esa
forma.  Revillagigedo fue antes Real de Jesús María, y Luz recibió el
nombre de Correo porque en ella existió la primera estafeta en la
residencia de don Antonio de la Luz y Docabo, Correo Mayor de la Isla.
Empedrado fue una calle de chinas pelonas hasta mediados del siglo
XVIII, cuando, como vía de ensayo, se pavimentó con adoquines en el
tramo comprendido entre la Catedral y el parque de San Juan de Dios.
Fue la primera calle de adoquines que existió en La Habana y, gracias
a ese adoquinado, recibió el nombre que todavía conserva.








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Ciro Bianchi Ross
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